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Malparidos
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Libro electrónico138 páginas2 horas

Malparidos

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Sin duda Malparidos de Roberto Rabi, refleja la fecundidad del cuento como forma literaria que se renueva permanentemente y que da cuenta de un registro escritural y una propuesta narrativa vigorosa y vital que dialoga y se instala con propiedad en el panorama de la literatura nacional. Roberto Rabi nos sorprende gratamente con este volumen de cuentos demostrando su oficio en el arte narrativo, con un lenguaje fluido y desbordante. En él transitan una variedad de personajes marcados por la historia pasada y reciente: abogados, profesores, tecnócratas, arribistas, lumpen, travestis, toda una fauna urbana que pulula al filo de la violencia y situaciones límites pero no por eso carentes de humanidad. Una variedad temática que hace de estos relatos vertiginosos y envolventes un cuerpo narrativo para disfrutar de literatura de la mejor cepa.

Horacio Eloy

Malparidos es un conjunto de cuentos que explora el núcleo duro de la delincuencia común, sus raíces y frutos. Recorre buena parte de la historia del Chile reciente, dejando fluir, a través de sus personajes, los puntos de vista más radicales -así como la mirada de los escépticos-en torno a diagnósticos y juicios morales y prácticos. Muestra también el brutal contraste con la forma de vida asaz distante de aquellos que, compartiendo la esencial identidad de todos los seres humanos, pretenden que su lugar sea otro lejos de la miseria de los malparidos. En este volumen encontramos dolor, miedo, ambición, arrepentimiento, violencia y represión; pero también ingenuidad y magia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 nov 2016
ISBN9789563382631
Malparidos

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    Malparidos - Roberto Rabi

    Malparidos

    Autor: Roberto Rabi González

    Editorial Forja

    General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile.

    Fonos: 56-2-24153230, 56-2-24153208.

    www.editorialforja.cl

    info@editorialforja.cl

    Diseño y diagramación: Sergio Cruz

    Edición electrónica: Sergio Cruz

    Primera edición: septiembre de 2016.

    Prohibida su reproducción total o parcial.

    Derechos reservados.

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

    Registro de Propiedad Intelectual: N° 268 650

    ISBN: Nº 978-956-338-277-8

    A Anita González Gutiérrez, mi madre.

    Levitt

    Hace un par de años, en un ramo del primer y único diplomado que he hecho en mi vida, nos hizo clases un famoso profesor de Derecho Penal. Alfredo San Juan es su nombre, entonces no lo conocía. Es un tipo respetado, influyente, de esos que enseñan todas las teorías progresistas y políticamente correctas y luego se forran cobrándole una millonada a cualquier sinvergüenza para ayudarlo a zafar de su merecido. Habló de las penas, de su sentido, su utilidad y me quedó clarísimo que nunca le habían robado el auto y que no estaba ni ahí con los detenidos desaparecidos. Lo que insinuaba este jetón era que, pese a que desde el principio de los tiempos las sociedades han castigado a los malos, la cárcel era un mecanismo inútil; que el hombre no aprende, que no se impresiona tampoco con el castigo. En eso estaba cuando citó a Steven Levitt, un economista gringo que había hecho un estudio que, según el mentado profesor, avalaba lo que decía.

    No me atreví a contradecirlo. Era muy tarde, tenía sueño y me quería ir. Por lo demás, me pareció que la mayoría de los presentes quedaron muy convencidos de la falacia que estaban escuchando. Anoté el nombre del economista en cuestión para revisar después su obra, no podía dejarlo pasar porque lo que escuchaba no soportaba ningún análisis; una cosa es que uno diga que las penas no prestan utilidad práctica, pero otra muy distinta es que me vengan a decir que con el aborto se soluciona todo.

    El libro es un best seller, seguramente usted lo ha leído o lo ha escuchado, se llama Freakonomics. En él Steven Levitt insinúa una correlación entre el número de abortos en una sociedad y el índice de criminalidad. En gran medida, Levitt centra sus estudios en el análisis económico de los fenómenos corrientes y, en este caso, estudió la criminalidad en los Estados Unidos a principios de los años ochenta, cuando la cantidad de delitos graves se les escapaba de las manos a los yanquis, tanto que los expertos de ese entonces pronosticaban el surgimiento de un nuevo tipo de delincuente denominado mega criminal. Lo raro es que, cuando más negro se veía el panorama, la situación empezó a mejorar y Levitt quiso saber por qué.

    Comparando los distintos tipos de factores que inciden en la delincuencia común, concluyó que en general se trataba de correlaciones espurias, salvo uno de estos ingredientes: hasta 1973 el aborto era ilegal en los Estados Unidos, excepto en un par de estados en que se había despenalizado, pero desde el caso Roe vs Wade, la Corte Suprema resolvió que en adelante no se castigaría más. Nada de tres causales ni que ocho cuartos. Aborto libre, no sé si gratis, pero de calidad en todo el enorme territorio de los Estados Unidos de América, en los cincuenta estados. Por eso Levitt afirmaba que, considerando que la criminalidad comenzó a caer sostenidamente en los Estados Unidos desde mediados de los ochenta, los nueve jueces del Supremo Tribunal habían dado en el blanco (ojo, en lo que coincidimos es en que impresiona que el descenso haya sido transversal en todos los estados, pese a las distintas formas de vida, población y legislaciones locales).

    En la medida en que los hijos no deseados no llegaron a nacer, los problemas de criminalidad habían disminuido francamente. Por eso, la conclusión los apuntaba a ellos como el problema, los huachos como diríamos en Chile, aunque en rigor no solamente a ellos, hijos de madres solteras o abandonadas; también a los hijos de parejas que habrían preferido no tenerlos, ya sea por situación económica, planes de vida u otra razón. Pero seamos honestos, principalmente se refería a los huachos.

    Evidentemente no compro esa teoría y eso no tiene nada que ver con que yo sea hijo de madre soltera. No, nada que ver. No es necesario ir tan lejos: ¿considera Levitt como un crimen la muerte de cada uno de los inocentes que permitió el país más poderoso y supuestamente conservador después de Roe vs Wade? No pues, eso ya no era delito; la muerte de millones de seres inocentes e indefensos no solo no se consideraba un crimen, sino que además eran amparadas por el Estado.

    Levitt está loco, y lo peor es que no falta el San Juan que hace gárgaras con su discurso y los giles que los siguen y así terminan contaminando a los jueces, los fiscales y los legisladores de este país de mierda, incapaz de mirarse a sí mismo con franqueza en vez de aceptar sin cuestionamiento ideas afuerinas. Personajes que no se dan cuenta de que buena parte de la población debería estar en la cárcel. La cárcel sirve, es útil y necesaria si las personas realmente desean rehabilitarse. Por ejemplo, el Chacal de Nahueltoro se rehabilitó antes de que lo fusilaran y no sabía leer ni escribir. Pero si no quieren resocializarse, ¿dónde van a estar? ¿En la calle? ¿Cerca de nuestros hijos y mujeres? ¡Es algo de sentido común! ¿Realmente necesita que se lo explique?

    Ayer en la nochecita, a la hora de los noticieros, cuatro hombres armados entraron a la casa de mi vecino, don Ramiro. Él es profesor de historia, sería bueno que lo conocieran, es el hombre más pacífico y buena persona que he visto en mis cuarenta y seis años de vida. Pese a que no usa bigote, es difícil no pensar en Ned Flanders, el de Los Simpsons, solo le falta decir pecfectirijillo. He tenido la suerte de conocer su casa por dentro, pues siempre me invitaba a pasar, y me ofrecía un café o un vaso de bebida. Su hogar era un verdadero museo, con adornos de muy buen gusto, reconocimientos por su trabajo y muchas cosas sobre todo de valor sentimental. No tenía dinero ni joyas ni objetos realmente valiosos. Los miserables lo rompieron todo. Entraron abriendo la puerta, con una llave que quizás dónde consiguieron. Es fácil culpar a la nana, pero tal vez algún gásfiter, un alumno, un colega, un amigo, ¡en fin! Insisto, él siempre invitaba a la gente a pasar, mostraba su pequeño gran mundo a todos, porque no hay nada de maldad en él, ninguna desconfianza ni suspicacia, porque en el fondo no es materialista. Cualquiera entraba, y de ahí a tomar una llave y hacer una copia con un molde hay un paso. Pero son especulaciones, la verdad no tengo idea de cómo consiguieron las llaves estos malditos. Eran cuatro jóvenes violentos y poco profesionales. Inexpertos digamos mejor. Comenzando por la hora y circunstancias que eligieron para el robo. Entraron como salvajes a rostro descubierto mostrando pistolas y revólveres, lo golpearon y amarraron a él y a su familia.

    A esa hora estaban en la casa su esposa y dos de sus tres hijas. La tercera, Margarita, la menor de todas, de dieciséis años me parece, llegó cuando los delincuentes estaban terminando su trabajo y lo que vio probablemente la impactó más que cualquier escena de la película de terror más escalofriante que haya visto en su vida: su padre, su madre y sus dos hermanas mayores, todos amarrados, golpeados y muertos de miedo, sometidos por estos cuatro rufianes que aleteaban pistola en mano, gritando groserías de la peor calaña, comportándose como bestias, destruyéndolo todo.

    Alcanzó a ver el momento preciso en que uno de estos angelitos le lamía la cara a Tanya, la mayor de sus hermanas, a la que le habían sacado la camisa y el sostén, y se encontraba con el busto descubierto. Margarita corrió tan rápido como pudo pidiendo auxilio por la calle y, gracias a dios, tuvo la agilidad necesaria para perderse a la vuelta de la esquina, entró con viento fresco en la casa de los Otárola, que siempre dejan la reja del estacionamiento abierta, y tuvo también la lucidez para llamar inmediatamente a los carabineros y hacer la dramática denuncia sin tartamudear ni desesperarse. Los pacos llegaron un par de minutos más tarde, pero los ladrones ya se habían ido.

    Se habían fugado en un Volvo del año, que también era robado y que chocaron en la huida. Únicamente habían logrado cargar un par de notebooks, algunos smartphones y chucherías aparentemente de algún metal precioso de la casa de don Ramiro. Un botín mísero. Pero los daños materiales y sobre todo emocionales que le causaron a esa pobre familia son incalculables; les cagaron la vida a todos, digámoslo con todas sus letras. Probablemente, si tienen la oportunidad, se cambiarán a un departamento, contratarán la mejor de las empresas de seguridad, alarmas y una o varias de esas puertas blindadas que venden por cable: ¡llame ya! Seguramente el bueno de Ramiro se va a comprar una pistola sin contarles a los suyos y la esconderá, tal vez cargada y lista para disparar, en algún cajón ni tan asequible ni tan oculto. Y tendrá que aprender a usarla, porque de ningún modo puede permitir que violenten de esa manera a su familia otra vez.

    Hoy, al mediodía, estaban esos cuatro malparidos en el juzgado. Fui a ver la audiencia para poder darle las noticias que correspondan a Ramiro, él aún está en shock, apenas habla. Algunos periodistas entraron a la sala de audiencias y pudieron grabar los rostros de esos pendejos de entre dieciséis y veinte años, súper flaites pero bien vestidos y sanitos. En general aburridos, alguno más urgido y con cara de víctima. Haciéndose los hueones todos. Demás que cada uno tratará de salvarse solito declarando que fueron los otros los que lo forzaron.

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