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Yo no soy como tú
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Libro electrónico245 páginas3 horas

Yo no soy como tú

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Información de este libro electrónico

Joana acude a sus dos amigas, Elsa y Alina, con el propósito de revelar su secreto: su cuerpo jamás ha experimentado deseo ni placer sexual. Nunca ha tenido un orgasmo. Ha fingido cientos de ellos en todas sus relaciones anteriores y promete haber puesto fin a ese teatro que no hace más que enmascarar su tortura.
Su revelación va más allá de lo imaginable y Alina propone una escapada, lejos de sus rutinas, para dar con la llave precisa que podría desbloquear la sensibilidad erótica de Joana y que dará acceso, sin pretenderlo, a intimidades, engaños y a una gran traición.
Las tres amigas emprenderán un viaje, cuyo verdadero destino prefieren ocultar, en el que descubrirán que no todo es lo que parece y que, a sus cuarenta años, siguen quedando muchas lecciones por aprender.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 oct 2019
ISBN9788418129100
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    Yo no soy como tú - Eva Miñana Marquéz

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www. Letrame. com

    info@Letrame. com

    © Eva Miñana Márquez

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Composición de portada: Diana Mármol Romero

    Ilustrador: Daniel Miñana Márquez

    ISBN: 978-84-18129-10-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www. conlicencia. com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Para Antonio Miñana Bria, Paparroc. Inicio de mi Todo.

    Por salir esa tarde de diciembre y elegir esa rosa.

    1

    La revelación

    Todo empezó sin malas intenciones, al contrario; queríamos solucionar el problema de Joana, oculto durante tantos años, desconocido y perfectamente maquillado con colores de pura verdad. Colores alegres y vivos. Esos que despiertan tanta envidia y que en muchas ocasiones, tal y como resultó ser en la suya, no son más que una ficción. La bella apariencia de lo soñado empolvando una realidad muy distinta.

    Nos sorprendió tanto que no pudimos dejar escapar la oportunidad de rescatarla de semejante hecatombe e intentar restablecer su felicidad perdida y, ya puestas, poner a su alcance la otra, aquella que aún no había saboreado.

    Hacía semanas que no quedábamos por el exceso de trabajo de Alina, las escapadas de fin de semana de Joana o por los múltiples e interminables compromisos de mis hijos. Sin embargo, bastó una llamada para activar la alarma y organizar el encuentro.

    —¡Cógelo tú, Marcos! —grité—. ¡Estoy en la ducha!

    A los pocos segundos abrió la mampara y agitó el teléfono con cara de circunstancias:

    —Es Joana —me dijo mientras tapaba el micrófono del aparato con la mano y susurró—, me parece que está llorando.

    Recuerdo que salí de la ducha con restos de espuma en el cuerpo. No era propio de ella dar señales de tristeza y menos aún por teléfono.

    —¡Joana! —exclamé, y antes de que pudiese continuar se soltó a llorar y con la voz rabiosa y no triste, como era de esperar, me dijo:

    —Era todo mentira, Elsa. Bueno, era verdad, pero en realidad era un disimulo, una preciosa fantasía. Todos estos meses de felicidad… y ahora, por ofrecerle la solución a su problema se irá todo al garete. Se rompe todo. ¡Todo volverá a ser un asco!

    No entendí nada y me preocupó escuchar esas palabras liberadas con tanta angustia.

    Le propuse quedar esa misma tarde. Me las arreglé para dejar a los niños con mi madre mientras Marcos se iba al fútbol y avisé a Alina. No hizo falta entrar en detalles, de los que evidentemente carecía. A las cinco en La Merendola, nuestro lugar preferido de confidencias y donde se comen las mejores tartas de Barcelona.

    Cuando llegué, Alina ya estaba en la puerta y al entrar, Tomás nos recibió y nos invitó a pasar:

    —Chicas, os esperan en vuestra mesa.

    Siempre que vamos a La Merendola y no hay mucho ajetreo, Tomás se sienta un rato con nosotras y nos cuenta graciosas anécdotas de su clientela. Creo que algunas se las inventa, no puede ser que ocurran allí tantas cosas y tan extraordinarias.

    Realmente es un encanto: un hombre atractivo de mediana edad, con mucho sentido del humor, atento y servicial. Divorciado, abandonado por su mujer y su hija que, al cumplir los catorce años, no tuvo piedad en alejarse de su lado cruzando el país para instalarse en el maravilloso cortijo del nuevo novio de su madre. Ni las deliciosas tartas de su padre ni la resuelta vida que podría haber llevado aquí consiguieron disuadirla de la opulenta experiencia que se le ofreció en Sevilla.

    De eso hace ya unos cuantos años y, al acabar el instituto, su hija se marchó a estudiar a Inglaterra y gracias a ese cambio de ubicación o tal vez a una visión más amplia de la vida accede, con inusitada alegría, a las visitas de su padre repostero.

    Ahí estaba Joana. Sola, seria y nerviosa. Se mordisqueaba una uña mientras su mirada se perdía entre las mesas. Parecía que buscase a alguien o que estuviese estudiando el modo de poder escapar de allí sin ser vista. Nos miraba y parecía no vernos.

    —¿Qué pasa? —preguntó Alina, quien no ha sido nunca demasiado sutil y necesita saber, conocer detalles, ganar fuerza con tanta información como sea posible. Será por eso que es tan buena en su trabajo. Yo, en cambio, no podría ser periodista; me pisotearían y me robarían las exclusivas, seguro.

    —No os enfadéis, por favor —nos pidió Joana. Bajó la vista para observar el estropicio que se había hecho en el dedo y continuó:

    —Qué disgusto llevo encima. . . No sé ni por dónde empezar. Qué mala suerte, de verdad. Todo iba tan bien. . .

    —¿Qué… ha… pasado…? —insistió Alina mientras nos sentábamos con ella.

    —¿Recordáis cómo conocí a Arturo? En la celebración del divorcio de Silvia. ¿Os acordáis, no? —Alina y yo asentimos con la cabeza—. Yo me marché a la media hora de llegar porque vi que no encajaba allí ni de casualidad. Y cuando yo salía, él entraba. Guapísimo, serio, con cara de pocas ganas de cruzar el umbral de la puerta. Me preguntó, con esperanzas, si ya se había terminado la fiesta y le contesté que para mí sí. Estaba harta de tanta hipocresía y tanto quedar bien. Le dije que había mucha gente con ganas de diversión pero que no me apetecía precisamente ese ambiente. Me sonrió, me ofreció su brazo para que me agarrase a él y con la cabeza me indicó el camino hacia el ascensor. Le seguí, pero una vez salimos a la calle le dije que no andaba buscando nada con nadie, que no quería sexo ni relación de ningún tipo. Me miró fijamente y dijo que le parecía genial: «Justo lo que andaba buscando».

    —Todo esto ya lo sabemos —la interrumpí.

    —Sí, sí. Bueno, a lo que iba —continuó Joana—. Fuimos a tomar una copa, que al final fueron unas cuantas. Nos reímos y… nos sinceramos. Esta parte no os la conté. Por primera vez en mi vida le revelé a alguien, no profesional, mi secreto. A estas alturas os pido disculpas por no habéroslo contado a vosotras, pero necesitaba tener una vida lo más normal posible y de haberlo hecho público no habría sido así. Se lo dije. Él fue la persona elegida sin haberlo planeado. Le confesé lo que tanto tiempo había ocultado sin importarme las consecuencias: soy incapaz de sentir ningún tipo de placer con el sexo. El deseo no existe para mí. Jamás he tenido un orgasmo. He fingido cientos de ellos en todos mis romances y le sentencié que eso se acabó. Ya no iba a fingir más ni a volver a hacer algo, para mí sobrevalorado, que no me aporta más que un sentimiento de culpa tremendo por tener que interpretar a un personaje que nada tiene que ver conmigo.

    Nos quedamos calladas, mirándola, hasta que Alina se echó a reír y exclamó:

    —¡Menuda chorrada! ¿Y eso? Qué estrategia más rara para despertar su interés. ¿Qué querías, provocar compasión y que creyera que iba a ser el primero en hacerte gozar como a una perra?

    Joana ignoró por completo el comentario y continuó con su historia.

    —Recuerdo que Arturo cerró los ojos y resopló recostándose en el sofá blanco del local en el que estábamos. Fijó su mirada al techo con expresión reflexiva, permaneció así unos segundos y después se incorporó. Me miró muy serio. Se pasó la mano por el cabello peinándolo hacia atrás y me dijo: «Yo soy impotente».

    —¡No jodas! Venga ya. —Las carcajadas de Alina hicieron que los demás clientes de La Merendola se giraran hacia nosotras y reconozco que tuve que contenerme para no estallar yo también contagiada por su risa.

    —Esto que tanta gracia te hace —dijo Joana— ha dado lugar a los meses más felices de toda mi vida. No tenéis ni puñetera idea del sufrimiento callado y consentido por el que he pasado en cada una de mis relaciones anteriores. Me he culpado por ser así desde el despertar de vuestras carnes en la adolescencia. Mientras vosotras contabais los detalles de vuestro placer, yo no hacía más que esforzarme por conseguir un mínimo de goce y aprendí a fingir. A ocultar esta falta de sensibilidad o de capacidad física que tanto poder tiene como para movilizar al mundo entero.

    —Yo no me río —le dije—. Es solo que resulta chocante. Nos conocemos desde los seis años y hemos crecido juntas. Las tres. Con nuestros problemas y nuestros sueños.

    Siempre hemos compartido nuestras inquietudes y nos lo hemos contado todo.

    —TODO está claro que no —dijo Alina en un tono molesto.

    —Por favor, déjala que lo cuente —le reproché.

    —Sí, os lo contaré. Comprendo que os fastidie enteraros ahora y de este modo —se lamentó Joana—. Somos adultas y creo que podréis entender que si algo así no se comparte en el momento que corresponde, en sus inicios… Una vez entierras en el silencio un falso primer orgasmo, ya no hay vuelta atrás.

    —La verdad es que nunca has sido demasiado explícita en cuanto a sexo se refiere —dije a modo de observación. Siempre se había limitado a responder únicamente a nuestras preguntas sobre rendimientos y proporciones.

    —Arturo lo ha pasado peor que yo —continuó Joana sin tener en cuenta mis palabras—. Tuvo un accidente de coche a los 27 años y desde entonces no ha tenido una erección. Él sabe lo que se pierde, yo no.

    —¡Joder, qué fuerte! ¿Y no hay nada para remediarlo? —preguntó Alina—, algún medicamento, una operación… algo habrá.

    —Lo intentó todo, os lo aseguro —respondió—. Finalmente también construyó un personaje para ocultar su disfunción y poder llevar una vida normal en un mundo en el que no hay lugar para personas como nosotros sin arrastrar bromas, chistes y demás gracias. Por no hablar de los buenos samaritanos dispuestos a remediar lo irremediable. Algunos actuando de buena fe, profesionales con acreditada experiencia y grandes logros a sus espaldas y otros intentando aprovechar la oportunidad de hacer caja a costa de la desesperación del que busca el milagro que cambiará su vida.

    »La soledad conlleva sospechas, ya lo sabéis, y un hombre atractivo, empresario de éxito, de reputada familia y soltero pasados los 45 o es gay o es un pervertido rarito que esconde algo. Así que siempre ha pagado para disponer de la compañía de una mujer; bellas escorts cuidadosamente seleccionadas, elegantes, cultas y capaces de desempeñar el papel que él les propusiera para cada ocasión. Relaciones que incluso han llegado a durar un par de años y en las que nunca se exigía sexo.

    »Recuerdo que, tras su confesión —continuó Joana—, Arturo me clavó sus pupilas y me dijo: «¿Te imaginas una relación de verdad pero sin necesidad de orgasmos, sin mentiras, sin esa maldita presión interna al saber que no deberás, ni tan solo intentarlo, saciar el apetito sexual de tu pareja? Mis límites dejan con hambre y por mucho que me esfuerce siempre acaban buscando a alguien que pueda llenar ese espacio al que yo no tengo acceso».

    »Eso quería yo y, sin buscarlo porque no creí jamás que algo así se pudiera conseguir, lo encontré. O tal vez me encontró a mí.

    —Bien —dije intentando reconducir toda la información para llegar al motivo de nuestro encuentro—, entonces, Joana ¿cuál es el problema?

    Yo les veía muy felices y no lograba entender su desesperación.

    —Esto es muy fuerte —dijo Alina sin poder dar crédito a semejante revelación—. Sería un buen artículo, en serio. Deja que lo cuente, sin nombres. Podría ayudar a otras personas que se encuentren en la misma situación. Tiene que haber más seguro y se podría crear un punto conexo al que poder recurrir y conseguir lo que tú has logrado. ¿Sí o no?

    —Elsa, dile que pare o me largo —me pidió—. Tú lo ves todo muy fácil, incluso lo encuentras divertido, ¿verdad? —continuó Joana dirigiéndose a Alina—. Tienes una habilidad extraordinaria para llevarte a la cama a quien tú quieras. Para demostrarle que eres la mejor, la más salvaje, insaciable y pervertida como una porno star fruto de los lascivos sueños de cualquier hombre. No tienes límite.

    »¿Cuántas veces has engañado a Germán? Yo nunca te he juzgado por ello. He respetado tu vida sexual precisamente por eso, porque es tuya. Has sido siempre la más aventajada de las tres. La primera en estrenarse y la última en renovarse. Yo no soy como tú.

    Tras su difícil confesión, nos detalló los secretos de su felicidad y la verdad es que en muchos aspectos era realmente envidiable. Salvando la ausencia de orgasmos, claro.

    Tengo que reconocer que me dolió su falta de confianza en mí. Podía entender que temiera la loca respuesta de Alina, pero yo no me lo habría tomado a broma, la habría ayudado. Sentí una especie de bloqueo en mi interior, como si de repente me anunciaran que soy adoptada. ¿Cómo puede ocultarte algo así una de tus mejores amigas durante tantos años? No solo había fingido en cada una de sus relaciones. Había actuado también ante nosotras.

    Después me sentí culpable. Tremendamente culpable. Seguro que le habíamos hecho daño haciéndola partícipe de nuestros placeres más íntimos. Con lo animal que es Alina. Claro que no sabíamos que podíamos ofenderla, si es que en algún momento lo hicimos.

    Nos miró a las dos. Nos cogió una mano a cada una y con una mirada apuntando con su barbilla hacia nuestras manos libres nos indicó que nos uniéramos nosotras dos también formando así nuestra particular forma geométrica.

    Hacía mucho tiempo que no lo hacíamos; de pequeñas pactamos un ritual que sería respetado e imposible de rechazar. No aceptarlo significaría la ruptura de nuestra amistad y considerábamos que ese vínculo por tres era capaz de batallar ante cualquier adversidad que pudiese surgir a lo largo de nuestras vidas. Siempre que alguna se enfadaba, aparecían tensiones o una precisaba de la ayuda de las demás, nos sentábamos y juntábamos nuestras manos formando lo que nosotras bautizamos por un «Trículo»: ni triángulo ni círculo. Después discutíamos nuestras diferencias, se ofrecían soluciones y actuábamos posteriormente según lo acordado. Siempre había funcionado.

    Joana fue quien inició el rito aquel día y la escuchamos sin interrumpirla hasta el final.

    Dejó bien claro, desde el principio, que su adolescencia y su vida en general había sido y es feliz. A ratos, como la de la gran mayoría. Para ella el sexo empezó sin ganas y, tras muchos esfuerzos por conseguir una ardiente excitación que la guiara hasta el ansiado orgasmo, o al menos hasta un placer digno de los honores otorgados a todo lo erótico, decidió actuar, dejar atrás la infructuosa búsqueda y centrarse en el resto de cosas que sí le proporcionaban placer aunque nada tuviesen que ver con lo carnal. Admitió que los inicios de cada relación le suponían una tortura. Odiaba esa fase de loca pasión que todo lo puede y en la que siempre acabas desnuda. Lo que daríamos muchas mujeres para poder alargar la vida de esa ardiente etapa.

    Lo curioso es que reconocía ser una buena amante. Había aprendido a dar placer a pesar de no sentirlo. No le producía un gran rechazo ni dolor alguno. Simplemente, era pasar el rato con alguien que le gustaba practicando deporte sin ropa. Pero le resultaba muy cansino tener que cumplir con la frecuencia solicitada. Y sobre todo, le sacaba de quicio la insaciable necesidad, tan publicitada por la humanidad, de provocar intentando despertar constantemente el deseo sexual. Esa adicción, según ella, plasmada directa o indirectamente en todas partes desde el anuncio de un perfume hasta la promoción de la última propuesta vacacional del IMSERSO. Deseo sexual que, tuvimos que recordarle, garantiza la continuidad de nuestra especie. Aun así, insistía en que se había cansado. Lo aborreció lo suficiente hasta decidir ponerle fin. No más sexo. Con nadie. Consideró que ya no tenía que demostrar nada en ese aspecto y nos aseguró que desde que tomó esa decisión su calidad de vida había mejorado.

    Llegado el momento ya justificaría su soledad con alguna mala experiencia vivida con su última pareja; cosa que fue cierta. Y con el tiempo, ya vería como acallar comentarios, pero al aparecer Arturo no hizo falta inventar más.

    Nos confirmó lo que nos dijo al empezar con él: «Es el mejor de todos los hombres con los que he estado. Sabe lo que me gusta y cómo me gusta. No hay rival».

    Confesó que le encantaba convivir con Arturo compartiendo aficiones que les conectaban tanto como el sexo puede enlazarnos a los demás. Admitió que ellos también se amaban, acostándose juntos, a veces desnudos. Besándose y regalándose mil caricias que nada tenían que ver con lo fingido. No había necesidad de ir más allá. Para Joana no había excitación, no despertaba el apetito sexual. Le gustaba el contacto piel con piel, ese calor que desprende el cuerpo en reposo, calma absoluta que reconfortaba su mente. Arturo sí se excitaba, pero su cuerpo no respondía a ese deseo y con Joana quedaron atrás las injustas exigencias del cumplir. Dormían juntos y despertaban juntos. Descansados y satisfechos por no haber disimulado y por no haber fallado. Por abrir los ojos siendo ellos mismos. Con la paz, imagino, que siento yo cuando consigo un orgasmo y, antes o después, también lo alcanza Marcos. Esa satisfacción te hace feliz y para Joana, la serena complicidad con Arturo había sido el gran premio a su esfuerzo por tantos años de intentos

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