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Monte Verde: Un asentamiento humano del Pleistoceno Tardío en el sur de Chile
Monte Verde: Un asentamiento humano del Pleistoceno Tardío en el sur de Chile
Monte Verde: Un asentamiento humano del Pleistoceno Tardío en el sur de Chile
Libro electrónico210 páginas2 horas

Monte Verde: Un asentamiento humano del Pleistoceno Tardío en el sur de Chile

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Durante décadas los arqueólogos pensaron que los primeros americanos eran habilidosos cazadores y fabricantes de herramientas sofisticadas que habían arribado desde el noreste de Asia hace 11.200 años. El notable hallazgo de Monte Verde, sitio arqueológico ubicado en Puerto Montt, en el sur de Chile, cambió radicalmente esta teoría. El arqueólogo Tom D. Dillehay y su equipo internacional multidisciplinario, integrado por científicos de la Universidad Austral de Chile, trabajaron en el sitio desde 1977 a 1989 y demostraron que los primeros americanos llegaron hace por lo menos 12.500 años. Las condiciones excepcionales de preservación de plantas alimenticias y medicinales, maderas, carne y cuero de mastodonte, estacas y cuerdas de viviendas y pisadas humanas, entre otras evidencias, son una ventana única para conocer la vida cotidiana de estos primeros exploradores en el Nuevo Mundo y su relación con el ambiente, un mundo que la arqueología ha transformado en una parte vital de nuestro legado común.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento5 oct 2016
ISBN9789560007940
Monte Verde: Un asentamiento humano del Pleistoceno Tardío en el sur de Chile

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    Monte Verde - Tom D. Dillehay

    padre.

    Presentación

    Monte Verde es el sitio arqueológico de mayor importancia encontrado en nuestro continente y se encuentra en la comuna de Puerto Montt. Es el lugar donde se hallaron los vestigios de presencia humana más antiguos de América, marcando el comienzo de una historia común que tiene como eje nuestra ciudad.

    Pese a los años transcurridos desde su descubrimiento, recién ahora estamos dando pasos para reconocer la inmensa tarea realizada por el Dr. Tom Dillehay, junto a investigadores chilenos y extranjeros de varios países.

    No es solo la historia del hallazgo científico y sus derivaciones en teorías, nuevos estudios o paradigmas, sino también la dimensión humana del relato, las vicisitudes, errores, dudas y los sacrificios en un territorio a veces agreste, lo que hace de este texto material imprescindible para conocernos y para intentar explorar nuestros orígenes y también nuestro destino.

    Recorrer las páginas de este libro es abrir una puerta a un mundo enorme y maravilloso, lleno de certidumbres y al mismo tiempo pleno de interrogantes que nutren nuestro conocimiento, capaz de sorprender nuestra capacidad de asombro, haciéndonos sentir como niños, admirados por tantos secretos que de pronto se han develado.

    Monte Verde es pasado y es futuro, y es deber de todos nosotros velar porque su legado sea permanente e integrante del conocimiento común de la gente de nuestra zona y de la humanidad.

    Es tarea de cada ciudadano cuidar de este tesoro, y como autoridad y representante de los vecinos de la comuna, reitero a través de estas líneas nuestro agradecimiento al Dr. Tom Dillehay por la joya que nos ha legado con su incansable trabajo en estas latitudes.

    Estamos en un momento donde Puerto Montt comienza a transformarse en un punto gravitante para develar este descubrimiento, y esta edición especial que hacemos de su libro, que ilumina con ciencia y conocimiento cada página, es parte de nuestro modesto aporte.

    Gervoy Paredes Rojas

    Alcalde

    Municipalidad de Puerto Montt, 2016

    Prólogo a esta edición

    En las últimas cuatro décadas el sitio arqueológico pleistocénico Monte Verde II en el centro-sur de Chile, ha jugado un papel importante en la investigación del poblamiento inicial de las Américas. Ubicado en la terraza norte del arroyo Chinchihuapi, Monte Verde II (MV-II) reveló una segura ocupación humana fechada en 14.500 AP. Luego de casi dos décadas, estudios multidisciplinarios dieron a conocer que MV-II era un campamento del Pleistoceno Tardío de larga ocupación, con una gran complejidad cultural, con restos de viviendas fabricadas con trozos de madera y cuero, fogones, huellas humanas, plantas comestibles y procesadas, y artefactos de madera, hueso y piedra. Aunque fueron recuperados puntas de proyectiles bifaciales y desechos de talla y piedras de moler, la mayoría de los instrumentos líticos eran raspadores, machacadores, lascas, piedras naturales de bordes trabajados y boleadoras acanaladas para uso de honda. Contemporáneo a Monte Verde II y a 500 m aguas arriba siguiendo la terraza sur del arroyo, se detectó el sitio Chinchihuapi, representado en dos localidades distintas (CH-I y -II). El sitio Chinchihuapi fue igualmente fechado en 14.500 AP, y entregó algunos fragmentos de huesos de animales chamuscados y directamente asociados con lascas de guijarros quemados y características similares culturalmente a MV-II.

    Un horizonte cultural a mayor profundidad identificado como Monte Verde (MV-I) se detectó inicialmente en la ribera sur del arroyo Chinchuhuapi, pero no fue investigado en mayor profundidad hasta 2013. El nivel profundo de MV-I corresponde a una llanura elevada, que se formó entre derivas glaciales del lago Llanquihue, y por afluentes de agua derivada del deshielo de los glaciares ubicados a 7,5 km al sureste. Las nuevas investigaciones en MV-I y el sitio vecino de Chinchihuapi, recientemente han revelado nuevas pruebas culturales que refuerzan la probabilidad de una presencia humana anterior en Sur América.

    Las excavaciones en MV-I durante 2013 han registrado nueva evidencia de múltiples eventos estratigráficos de baja densidad y espacialmente discontinuos, artefactos de piedra in situ, restos de fauna y áreas quemadas que sugieren efímeros horizontes discretos de actividad humana datados con radiocarbono entre 14.500 y 19.000 (calibrados) AP. Ya en la década de los ochenta, excavaciones de sondeo del nivel profundo de MV-I arrojaron una fecha máxima de al menos ~ 33.000 cal AP, inicialmente definida por acontecimientos dispersos en tres áreas quemadas y veintiséis piedras, seis de las cuales sugerían modificación humana. En ese momento la evidencia arqueológica del sitio para el nivel MV-I era demasiado escasa, tangencial y discontinua para hipotetizar o verificar una posible presencia humana anterior a MV-II. Investigaciones previas tampoco registraron ningún material cultural en estratos que representarían el lapso de varios miles de años entre ambos niveles y sitios, MV-I y MV-II. En este marco, las recientes investigaciones en Monte Verde tuvieron por objetivo: 1) explorar áreas previamente desconocidas de MV-I, MV-II, CH-I y CH-II); 2) reevaluar el largo lapso de tiempo acaecido entre el evento del sitio MV-I y del sitio MV-II; y 3) profundizar en la comprensión de la configuración geológica del lugar, en particular, la sedimentología, la microestratigrafía, estudios magnéticos, datación por nuevas tecnicas y análisis microbotánico de la planicie y del arroyo Chinchihuapi. En base a los hallazgos previos de MV-I que revelaron piedras y áreas tangenciales dispersas en los niveles más profundos de la planicie, nuestro nuevo trabajo se centró espacialmente en excavaciones de prueba aleatorias y unidades focalizadas de muestreo en busca de restos adicionales dispersos a esa profundidad. El resultado fueron doce pequeñas manchas quemadas discretas directamente asociadas a fragmentos de restos de fauna quemados y no quemados, piedras esféricas y otras, y/o pequeñas lascas quemadas, fechado por radiocarbono y luminiscencia entre 14.500 y 19.000 - calibrado AP.

    Características de baja visibilidad arqueológica revelaron que los sitios MV-I, CH-I y CH-II no se ajustan a las expectativas de los sitios más tardíos y lateralmente más densos, como MV-II y Arroyo Seco en Argentina, sitios La Gault y Friedkin en Texas, y otros en América del Norte. El registro actual sugiere que las personas que produjeron el efímero registro anterior que hemos documentado recientemente, pueden haber organizado su vida de manera diferente de los que vivieron en MV-II después de la deglaciación y cuando el clima y el ambiente eran un lugar fresco de bosque templado lluvioso.

    Hasta ahora Monte Verde I no cumple con todas las expectativas de los sitios tempranos del Nuevo Mundo, que tradicionalmente se definen por áreas de actividades continuas con puntas de proyectiles bifaciales y numerosas características y grupos de artefactos. No obstante, esta naturaleza discontinua de horizontes arqueológicos presentes en MV-I, CH-I y CH-II, y tal vez en los primeros sitios recientemente reportados en Brasil, Perú y los Estados Unidos, nos desafía a considerar una amplia variedad de escalas temporales y espaciales de registros arqueológicos de actividad humana, algunos de los cuales pueden no conformarse con los sitios múltiples esperados o de un solo componente continuo, definidos por áreas lateralmente extensas y continuos restos ocupacionales.

    No quisiera cerrar estas palabras sin antes agradecer a Eduardo Alvar por el trabajo realizado para esta nueva edición.

    Tom D. Dillehay

    Vanderbilt University, USA, 2016

    Prólogo a la primera edición

    Resulta para mí especialmente significativo introducir al lector de este libro acerca del sitio arqueológico de Monte Verde, particularmente en esta versión en castellano, que se edita asociada al quincuagésimo aniversario de nuestra querida Universidad Austral de Chile. Ustedes podrán descubrir los detalles del porqué la cultura Monte Verde es tan especial e importante en la lectura de los ocho capítulos del mismo, pues existe una serie de sucesos naturales y humanos que hacen de esta investigación el proyecto más excitante en que me he involucrado. El azar, la serendipia y lo humano estuvieron siempre de la mano en Monte Verde.

    El azar permitió que en Monte Verde todo lo que representaba la vida cotidiana del grupo humano esté increíblemente bien conservado, incluyendo carne y cuero de mastodonte, cuerdas confeccionadas con junco y nudos para mantener los tirantes del toldo habitacional tensos, las estacas de los tirantes, enormes cantidades de restos alimentarios de plantas locales y exóticas, maderas blandas y duras, algunas en su fase de trabajo; las pisadas de un pie pequeño, etc. En términos geológicos, esta conservación delicada se produjo por un leve ascenso del nivel del agua, por azar, en el momento preciso, del pequeño arroyo Chinchihuapi. Así se transformó el lecho del arroyo y el piso ocupacional en el fondo de un pantano o mallín angosto en el sitio. La depositación de sedimento pobre en oxígeno, anóxico, la buena turba, cubrió delicadamente cada resto de la vida diaria en el campamento de Monte Verde, permitiendo que se preservara lo que habitualmente no se conserva en un sitio arqueológico. La evolución de este pequeño pantano sureño en presencia de una gran cantidad de hierro derivado de los volcanes andinos, originó sobre la turba un segundo sello formado por óxido de hierro, duro como una roca, pero, más importante, impermeable al agua de las lluvias sureñas.

    El azar tuvo lugar nuevamente 12.500 años después, cuando los campesinos locales, bien representados por la familia Barría, hicieron a pala y picota transformaciones en las curvas del curso del arroyo Chinchihuapi para facilitar el tránsito de sus yuntas de cuatro o seis bueyes tirando carretas con largos troncos. El siguiente invierno, la erosión originada por la modificación antrópica dejó a la vista, en los estratos adyacentes al cauce, huesos, que los habitantes locales no supieron reconocer, pero que guardaron con mezcla de curiosidad y respeto (un hueso de mastodonte es algo muy grande y muy fuera de lo común). En 1976, por azar nuevamente, un estudiante de la Austral, de paso por el lugar, recibió los huesos de la familia Barría con el encargo de llevarlos a la Universidad y volver algún día con una respuesta. Así, los profesores Van de Maele y Troncoso visitaron Monte Verde e incrementaron la colección de huesos, recogiendo lo que estaba a la vista en los estratos del Chinchihuapi.

    Tom Dillehay visitó Monte Verde en 1976. Nos conocimos con Tom en 1977. Ambos veníamos llegando a la Austral: Tom para organizar el Bachillerato en Antropología, yo para reemplazar al último de los geólogos alemanes que habían fundado y desarrollado el Instituto de Geociencias. Tom se enteró de mi existencia y me invitó a su laboratorio. Yo ya estaba bien «contaminado» en geoarqueología por la dupla Juan Varela - Lautaro Núñez, y nos conocimos en la vieja casa de Antropología en la calle General Lagos, frente a los huesos de mastodonte de Monte Verde, bajo una vieja lupa. La empatía, el tipo de humor, nos contagió inmediatamente y desde ese momento comenzó a desarrollarse una amistad y una afinidad intelectual que ha ido creciendo cada día, compartiendo muchas experiencias que van mas allá de Monte Verde e incluyen el valle Jequetepeque en Perú y Purén en la Araucanía, y que son el componente humano de esta historia. Debo explicar aquí que un geólogo se involucra en la comprensión de las antiguas culturas para ofrecer una explicación del entorno natural, paisaje y materias primas, que cobran sentido solamente asociadas a lo humano.

    En este momento de la historia de esta investigación la serendipia, o serendipidad, toma lugar. Serendipia es un concepto hermoso en ciencia y en la vida que se refiere a la capacidad de observar y descubrir lo que la naturaleza nos ofrece, pero que no está predefinido como el punto central de una investigación. Es avanzar por la vida con los ojos muy abiertos, mirando mucho hacia los bordes; pero a la vez reconoce una capacidad especial del observador, del científico, para poder entender e interpretar estos regalos. La mente y el espíritu de Tom Dillehay estaban dotados de esta característica, y cuando visita y excava un pozo de exploración en el verano de 1977 con cuatro de sus alumnos del Bachillerato, se da cuenta de que está frente a un asentamiento que no se trata de un sitio típico de la cultura Clovis, es decir, un

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