VIAJAMOS A LA CIVILIZACIÓN PERDIDA DE LOS MORMONES
No hace falta ser ningún Indiana Jones para saber que las selvas de Centroamérica albergan hoy día muchos tesoros arqueológicos pendientes de explorar. Sin embargo, hay uno que por su descomunal tamaño resulta imposible de ocultar y lleva varias décadas iluminando el período histórico más oscuro del pasado maya. Nos referimos al yacimiento de El Mirador, en el corazón de la selva guatemalteca del Petén. El enclave era conocido desde los años treinta del siglo XX por los pilotos que sobrevolaban el lugar. Desde sus aviones contemplaban un majestuoso pico emergiendo del paisaje boscoso, aunque lo que desde los cielos parecía una montaña natural, a ras del suelo terminó identificándose como una construcción humana. En concreto, una enorme pirámide, seguramente la más grande del mundo precolombino, con 77 metros de altura.
Debemos al explorador independiente Ian Graham la primera cartografía del sitio en 1962, y también su aguda interpretación de que estaba ante una urbe maya perteneciente al Preclásico Tardío. A partir de ahí, el yacimiento no ha dejado de dar sorpresas y hacer trizas los supuestos académicos más férreamente arraigados sobre los tiempos remotos de la civilización maya. El complejo pose diferentes sectores urbanizados, conectados por una red de calzadas pavimentadas y otros grupos periféricos. Una serie de sofisticadas arquitecturas destinadas a fines civiles, religiosos y astronómicos, que entre los años 800 a. C. y 150 d. C. acogieron a varios cientos de miles de habitantes. Actualmente, quien desee pasear por estas ruinas, cubiertas en su mayoría por árboles y maleza, solo tiene dos opciones: el traslado en helicóptero o caminar a pie unos 45 kilómetros desde la localidad de Carmelita. No hay carreteras para vehículos motorizados ni otros medios de transporte moderno. Solo caminos abiertos con dificultad
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