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Más allá de la Caverna
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Libro electrónico150 páginas2 horas

Más allá de la Caverna

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Información de este libro electrónico

Divagaciones filosóficas en torno al mito de la caverna de Platón y sus paralelos con el mundo moderno.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 sept 2019
ISBN9781393371885
Más allá de la Caverna
Autor

Eugenio Pacelli Torres Valderrama

Profesor universitario e investigador colombiano radicado en Viena, desde donde trabaja como corresponsal para el periódico Chicamocha News de Colombia. Escritor, ganador del Concurso Nacional de Cuento RCN-Ministerio de Educación de Colombia.

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    Un libro para deleitar; te permite adentrar a lo profundo de tu ser en el ámbito espiritual y a la vez te transporta a conceptos científicos que complementan lo que va diciendo. Definitivamente recomendado; tienes que leerlo para que lo disfrutes! Un ejemplar infaltable para libre pensadores y pensadoras.

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Más allá de la Caverna - Eugenio Pacelli Torres Valderrama

Más allá de la Caverna

Mensaje para librepensadoræs

Eugenio Pacelli Torres Valderrama

&

Javier Santos Sánchez

A mi hijo, cuyo pensamiento es tan libre que en muchos aspectos contradice el mio.

Pacelli

A mi familia, Lau, Manny y Liam ¿hay acaso algo más importante?

Javier

Un viaje real de descubrimiento no consiste en ver nuevos paisajes, sino en contemplarlos con ojos nuevos.

Marcel Proust

1

EL MITO DE LA CAVERNA

El filósofo griego Platón propuso hace más de 2.500 años la existencia de dos mundos: El sensible, percibido por los órganos de los sentidos, y el de las ideas, al cual se llega por medio de la razón.

Para Platón, este último era el verdadero, y con el ánimo de ilustrar su punto de vista creó el mito de la caverna, consignado en el libro VII de La República. En él describe en forma de metáfora la situación del ser humano frente a estos mundos:

Dentro de una cueva, desde su nacimiento, se encuentran encadenados varios prisioneros cuyos movimientos están restringidos y por tanto lo único visible para ellos es la pared del fondo, sobre la cual se proyectan las sombras generadas por una hoguera a sus espaldas. Los hombres no pueden ver las llamas, ni tampoco los objetos transportados por los guardias frente a ellas. Son conscientes únicamente de las sombras, y es lo único que han visto durante toda su vida.

De acuerdo al mito, uno de ellos se libera y logra salir. Siente los rayos del sol y la caricia del viento, contempla por primera vez los árboles, las montañas y la gran variedad de colores de los campos floridos. Se da cuenta de que más allá del gris monótono de las sombras, existe una belleza ignorada por quienes permanecen encadenados. Entusiasmado por su descubrimiento decide regresar y compartirlo con sus compañeros, pero éstos no le creen. En la versión original queda abierta la pregunta de si los presos no preferirían darle muerte a quien les llevó la noticia, antes que tener que aceptar el engaño de su existencia y enfrentar otra realidad.

Los prisioneros atados representan a los seres humanos en estado de ignorancia. Las sombras, consideradas por ellos reales, constituyen el mundo sensible, en tanto que el de las ideas, según Platón, está formado por todo aquello que se encuentra más allá de la caverna.

En nuestra propia analogía, el prisionero que se libera personifica al librepensador.

La alegoría de la caverna sigue siendo tan válida hoy en día como lo fue en su tiempo. De hecho, no sería exageración asegurar que se hace más relevante en esta época, cuando el consumismo rampante y la avalancha de información parecieran atarnos de pies y manos y restringir nuestra visión. Al igual que los prisioneros del relato, pasamos gran parte del tiempo con la mirada fija en las pantallas de computadores o dispositivos portátiles escudriñando informaciones frívolas o irrelevantes. Vivimos en una realidad irreal, pero habituados a ella nos hemos convencido de su objetividad. A esto debemos añadir un par de amenazas silenciosas, presentes continuamente: El materialismo y la negación de un propósito superior, las cuales, extendiendo la metáfora, podemos comparar con las paredes de la cueva.

Lo paradójico es que no nos sentimos atrapados. La naturaleza misma de las cadenas nos ofrece la ilusión de libertad. Podemos escoger entre decenas de marcas de toda clase de productos e infinidad de alternativas para pasar el tiempo libre, sin embargo, pocas veces reconocemos al consumismo como el tipo de esclavitud que es.

Crecemos con el afán de tener todo lo tenible, y en el proceso hemos sacrificado el «ser» por el «poseer».

Ante tantas distracciones perdemos el poder de focalización y es así como surgen los prejuicios, el conformismo y una idea equivocada del éxito y la realización. La falsa libertad nos impulsa a buscar toda clase de entretenimiento para pasar de la forma más fácil posible el tiempo que tenemos de vida.

Romper las cadenas no es tarea fácil, pero tampoco imposible. Reflexionar, contemplar las maravillas de la naturaleza, volver a disfrutar el silencio o darle forma a nuestras propias ideas hasta verlas concretadas, forman parte de los primeros pasos. Pero serán de beneficio solamente si abandonamos la actitud necia de los prisioneros, quienes ante la perspectiva de verse liberados prefirieron quedarse encadenados contemplando las sombras, y según Platón, sintieron como una ofensa la mención de otra realidad. Quien persiste en tal actitud corre el riesgo de gravitar eternamente al rededor de sus limitaciones pues, es allí donde encuentra seguridad y se le exige el menor esfuerzo.

¿Qué maravillas podríamos escuchar de alguien que, como en el relato, se hubiera liberado de las ataduras modernas y saliendo al exterior hubiera descubierto otra forma de vivir?

Imaginar la respuesta es la razón de ser de este libro.

En su diálogo «El Banqute» el mismo Platón nos ofrece las directrices a seguir para elevarnos de la ilusión del mundo de los sentidos y abrir la mente a ideas más amplias y menos restrictivas. Nos aconseja buscar siempre y en toda circunstancia lo bueno, lo bello y lo verdadero.

Colectivamente, como sociedad, hemos seguido estas directrices.

A partir de la búsqueda de lo bueno creamos la religión.

Del afán de encontrar lo bello, el arte.

Y como instrumento para descubrir la verdad, la ciencia.

Idealmente, arte, ciencia y religión deberían servirnos de pilares y escalones para formar nuestra escalera de ascenso y remontarnos fuera de la caverna. El problema radica en que las tres han sido prostituidas y denigradas a tal punto que con solo escuchar su nombre sentimos repulsión. A la ciencia unos la consideran atea y materialista, otros encuentran a la religión fantasiosa, manipuladora y de doble moral, y muchos tienen dificultad en verle sentido al arte moderno, calificándolo de estrambótico y de mal gusto.

Una ciencia donde haya cabida para la veneración, una religión cuyos dogmas no violenten nuestro sentido común y un arte con el propósito de acercarnos a lo bueno y a lo verdadero a la vez, es el mejor tesoro al que podemos aspirar. Redescubrir sus esencias y formar con ellas una trenza en nuestro corazón sería la fórmula más efectiva para romper las cadenas y recobrar la libertad.

Nosotros, los autores, también estamos atados a las circunstancias en que nos correspondió vivir, sin embargo, nos hemos atrevido a dar algunas sugerencias basadas en nuestro propio sendero de descubrimiento, sin olvidar el hecho de que cada quien debe emprender su particular recorrido.

Un precepto oriental dice: «el verdadero maestro no acompaña a su discípulo, sino simplemente lo lleva al umbral de su propio camino». Feliz viaje.

2

LA LIBERTAD DE PENSAR

Cuando de ideas se trata, podemos distinguir entre dos grandes categorías: Las convencionales y las alternativas. A las primeras corresponden aquellas que siguen directrices definidas y encajan con precisión en el lugar designado. El pensamiento, en tal caso, podría compararse a la línea de ensamblaje de una fábrica, donde todas las etapas de producción están cuidadosamente establecidas.

No sucede lo mismo cuando se consideran las ideas alternativas, estas rompen los esquemas definidos y se abren paso por sí mismas. El equivalente a ellas sería una planta trepadora en una jungla que de alguna forma se las arregla para captar los rayos del sol, acaparados en su mayoría por los árboles más altos.

Tanto las unas como las otras se agitan constantemente en nuestra mente, y es una bendición que así sea, pues a veces requerimos ideas ordenadas y otras pensamientos audaces. Si pudriéramos adjudicarles un carácter diríamos que las convencionales son dóciles y rígidas, y las alternativas rebeldes y flexibles.

En el largo plazo, sin embargo, se acentúan las diferencias y continúan las fricciones hasta que tarde o temprano unas se imponen sobre las otras, dejando su marca en el carácter de la persona que les dio origen. De ganar las primeras, seremos correctos en todos los aspectos, pero dejaremos poca huella en el mundo.

Si por el contrario, son las ideas alternativas las que predominan, forjaremos una personalidad fuerte y definida, que más allá de todo convencionalismo, tomará la decisión de modificarse a sí misma explorando sus fortalezas y optimizándolas hasta lograr sus objetivos. La gran ventaja de esta segunda opción, es que se reconocen posibilidades que pasan de largo para la mente convencional. Solamente cuando el pensamiento es libre pueden encontrarse nuevas relaciones, reinterpretarse y darle forma a un concepto del mundo más cercano a la esencia que posibilite su transformación.

En una de las interpretaciones trascendentales de la biblia, se dice que la lucha entre las dos categorías de ideas está ejemplificada por la historia de los hijos de Adán y Eva.

Abel era pastor y tal y como lo hacía con sus rebaños, lo único que necesitaba en la vida era dejarse conducir.

Caín, por su parte, era agricultor. Sus semillas debían germinar a menudo en terrenos agrestes y abrirse paso por sí mismas, sufriendo además las inclemencias del tiempo. Así también era su forma de ser.

El hecho de que Caín matara a su hermano no debe tomarse en sentido literal, sino entenderse como una analogía de su lucha interior. Lo que significa es que ante la exasperación que sentía por la docilidad de Abel, decidió a aniquilar dentro de sí mismo aquellos aspectos que se la recordaran.

Quien lleva la marca de Caín siente el deseo imperioso de expresarse, de sacar algo que lleva dentro, de ser libre en sus pensamientos, de no seguir cánones establecidos, es decir, de romper las cadenas que lo atan a una realidad vacía de propósitos y continuar su búsqueda en otros planos, en el exterior de la caverna de que nos habla Platón.

Según los defensores de tal punto de vista, si se ha tergiversado y condenado la acción de Cain fue porque a quienes redactaron la historia oficial les convenía hacer parecer a Abel como el héroe para que nadie se revelara y continuar con la manipulación de las masas.

En nuestra mente ocurre una disputa similar. Tenemos ideas conformistas que fluyen con las circunstancias como los rebaños de Abel, y otras atrevidas que al alcanzar los límites los trascienden con su vigor como sucede con las plantas cuyos tallos llegan a romper el pavimento para poder crecer.

Sin embargo, la lucha no es justa. Las ideas convencionales tienen como aliados a los deseos facilistas, aquella voz interior que nos susurra que no vale la pena intentarlo, que

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