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Sobre las alas de una libélula, el viaje de una escéptica hacia la mediumnidad
Sobre las alas de una libélula, el viaje de una escéptica hacia la mediumnidad
Sobre las alas de una libélula, el viaje de una escéptica hacia la mediumnidad
Libro electrónico178 páginas3 horas

Sobre las alas de una libélula, el viaje de una escéptica hacia la mediumnidad

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Sobre las alas de una libélula, el viaje de una escéptica hacia la mediumnidad es la búsqueda personal y sincera del sentido de la vida, la muerte y el sufrimiento. Su objetivo es darle esperanza a aquellos que han perdido un ser querido y, a los que están a punto de pasar al Más Allá, confianza en que no es el final. Está escrito para gente común y no para médiums o espiritistas experimentados. A todo aquel que quiera explorar más allá, le brinda herramientas prácticas para ayudarlo a encontrar su camino y  verdad espiritual.

IdiomaEspañol
EditorialPandreco Ltd.
Fecha de lanzamiento28 ago 2016
ISBN9781507152607
Sobre las alas de una libélula, el viaje de una escéptica hacia la mediumnidad

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    Inspirador!! Y me motivo a seguir investigando y aprendiendo sobre estos temas!

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Sobre las alas de una libélula, el viaje de una escéptica hacia la mediumnidad - Daniela I. Norris

Recomendaciones

Sobre las alas de una libélula puede considerarse una de las exploraciones de la regresión a vidas pasadas más inspiradoras, conmovedoras y profundas que puede experimentar un lector. Tras la muerte de su hermano, Daniela Norris sigue su corazón para descubrir lo que ya sabe intuitivamente: tenemos conexiones con aquellos seres queridos que partieron antes y nos volveremos a encontrar con ellos. Sólo tenemos que escuchar y recordar. En este libro maravilloso, conciso y fácil de leer, Norris nos cuenta su viaje extraordinario hacia el «recordar». Derrumba las barreras entre la vida y la muerte de forma suave y amorosa. A través de sus experiencias, y entre risas y lágrimas, Norris nos guía hacia nuestro interior, nos ayuda a recordar quiénes somos verdaderamente.

Jim PathFinder Ewing, autor de Reiki Shamanism: A Guide to Out-of-Body Healing y Conscious Food: Sustainable Growing, Spiritual Eating

Con gracia y calidez, Daniela Norris guía al lector hacia el descubrimiento de otra realidad. Sobre las alas de una libélula es un libro maravilloso; desde el comienzo, sabemos que estamos en manos de una escritora confiable y sensible. Las páginas se dan vuelta solas, como las escenas que se suceden dentro un sueño. Norris es una experta en abrir puertas y explicarnos qué es lo que nos espera. Nos invita a que la acompañemos en su viaje a la mediumnidad. Y somos muy afortunados de tener esta oportunidad.

Susan Tiberghien, autora de Looking for Gold y One Year to a Writing Life

Sobre las alas de una libélula está repleto de enseñanzas, sabiduría y esperanza para todo aquel que perdió un ser amado y necesita información para aliviar su dolor. El viaje de Daniela Norris ha expandido su vida y no hay dudas de que será una inspiración para la tuya. La muerte de su hermano es la ganancia espiritual de Daniela. ¡La onda expansiva hará que cualquiera que lea este libro sea igualmente bendecido!

Lo Anne Mayer, autora de Celestial Conversations: Healing Relationships After Death.

Un libro encantador, que te costará dejar de leer una vez que lo hayas comenzado. Andy Tomlinson, autor de Healing the Eternal Soul y Exploring the Eternal Soul.

« En lógica elemental, para discutir una cosa es menester conocerla, porque la opinión de su crítico no tiene valor, hasta tanto que hable con perfecto conocimiento de causa».

(Allan Kardec, El libro de los médiums, 1861).

Para Michael

Prefacio

Mi hermano Michael murió al caer la tarde de un día primaveral. Le faltaba una semana para cumplir los veinte. Yo tenía treinta y ocho. Creo que fue aquí donde todo comenzó, o tal vez fue veinte años antes, o incluso veinte años antes que eso. Pero siempre me dijeron que las historias no necesariamente comienzan por el principio. Así que preguntarse cuándo empezó todo no tiene importancia, especialmente si crees en la elasticidad del tiempo.

Michael fue a nadar una semana antes de cumplir los veinte años y se ahogó. Era un caluroso jueves y de la arena blanca salía vapor como presagios de la boca de un oráculo. Las flores de lino azuladas se marchitaban bajo el calor de la tarde y él decidió ir a la playa con algunos amigos. Mi hermano era comandante de tanque y ése era su fin de semana libre del servicio militar. Era alto y fuerte. Los comandantes de tanque no son las personas más propicias a ahogarse en el océano un día caluroso y soleado. Pero el mar estaba hostil y el grupo eligió un sitio alejado del socorrista. Algunos se fueron a surfear y otros se quedaron dormidos al sol. Fueron Michael y otro amigo quienes se ofrecieron a acompañar a una de las chicas que quería darse un chapuzón, sin importarle la turbulencia de las aguas.

El mar estaba furioso y revuelto y, a pesar de que el agua sólo les llegaba a la cintura, muy rápido se convirtió en un remolino desgarrador. La muchacha logró salir; el amigo de Michael, también.

Michael no. 

Uno

Regresiones

Hay veinticinco de nosotros en la gran habitación. El techo es alto e imponente; la alfombra, amplia, suave y acogedora. Algunos estamos sentados en los cómodos sillones ubicados a lo largo de las paredes y otros se acomodaron al pie de ellos, sobre la alfombra de felpa. Cuatro grandes candelabros de techo cuelgan sobre nuestras cabezas mientras todos miramos a Bob, que está acostado sobre un colchón en el centro del círculo que formamos. Sus ojos están cerrados, pero sus párpados se mueven. Incluso yo, que soy miope, puedo verlo claramente. Y no sé si en verdad creo en la hipnosis (o en la vida después de la muerte o en la reencarnación, para el caso), pero estoy allí, observando curiosamente, con una mezcla de asombro y temor.

—¿Dónde estás? —pregunta el hombre sentado junto a él, con voz suave. Es Andy, nuestro instructor.

—En un campo —balbucea Bob—. Un campo, es seco, muy, muy seco...

—Cuéntame más —dice Andy.

Bob se queda en silencio algunos instantes, como si estuviera observando algo importante. Las personas que están bajo hipnosis suelen tardar un rato en responder.

—No llueve desde hace meses —dice Bob—. No tenemos comida. Todos están hambrientos.

—¿Tienes familia o estás solo?

—Creo que sí... sí, una esposa, tengo una esposa. Y un niño pequeño. Tienen hambre. Debo encontrar la manera de alimentarlos.

Bob respira con dificultad; no podemos dejar de mirar su rostro y sus párpados oscilantes. Ve imágenes, imágenes que le causan dolor y lo afectan profundamente. Para él, en ese momento, las imágenes son más reales que las veinte personas sentadas en círculo alrededor suyo. Para Bob, somos invisibles como el aire. El campo seco, la esposa, el niño hambriento, son reales. Y está luchando, esforzándose para encontrar la forma de conseguirles alimento.

—A la cuenta de tres, voy a llevarte al siguiente hecho significativo —dice Andy—. Uno, dos, tres. ¿Dónde te encuentras ahora?

Bob rompe en un llanto silencioso. Le tiemblan los labios. Todos contenemos la respiración.

—Estoy parado junto a sus tumbas —murmura.

Algunos se inclinan hacia adelante para escuchar mejor.

—¿Qué sucedió? —pregunta Andy, su voz es baja y compasiva.

—No pude ayudarlos, no pude... —musita Bob, las lágrimas ruedan por sus mejillas. Sus ojos permanecen cerrados.

—¿Qué pasa después? —pregunta Andy. Bob describe una muerte pacífica, que más bien parece tener que ver con cómo enfrentar el fracaso, la pérdida y el dolor.

Es difícil verlo luchar contra sus demonios internos, pero cuando lo devuelven al aquí y ahora, sus ojos brillan.

—Ahora comprendo —dice—, comprendo algunas cosas sobre mi vida actual.

Andy sonríe y asiente. No le pide a Bob que comparta sus percepciones con los demás.

—Todo lo que necesitamos saber es que Bob tiene algo con qué trabajar, por lo que ha logrado el objetivo de esta sesión —dice Andy.

Nos tomamos un recreo y nos juntamos afuera, cada uno lleva en la mano su tasa caliente. Después de todo, estamos en la Inglaterra rural, y tomarse un descanso por la tarde para un té en el parque es lo que uno hace habitualmente cuando asiste a un curso de regresión hipnótica a vidas pasadas.

Nos encontramos no muy lejos de la costa de Dorset, en una hermosa mansión antigua que ahora funciona como centro de retiros espirituales. La Academia de Regresiones dicta cursos de formación para terapeutas de regresiones a vidas pasadas. Yo soy una de las alumnas. 

Sosteniendo mi taza de té, me acerco a Janet, una de las profesoras asistentes del curso. Oí que es una médium talentosa y quiero preguntarle acerca de los sucesos de la noche anterior, que estuvieron en mi cabeza todo el día.

—Hola Janet —digo cautelosamente, sin saber bien cómo formular la pregunta bizarra que le quiero hacer. Estoy segura de que si preguntara esto en cualquier otra parte me mirarían raro, pero tengo la impresión de que eso no sucederá aquí, en este sitio fascinante donde los pisos crujen y los techos se descascaran. Este magnífico lugar posee una cualidad mágica fuera de este mundo, que hace que todo sea posible.

—Hola —dice ella—. ¿Cómo estás?

Janet trabajó en Gestión de Inversiones de Londres por muchos años, hasta que un día escuchó su  verdadero llamado. Siempre tuvo un talento natural para la mediumnidad, y de niña solía conversar con espíritus y fantasmas. Como su familia nunca le dio demasiada importancia a esta cualidad, de joven intentó ignorarla. En algunos momentos de su vida, hasta llegó a considerarla una maldición. Pero una vez que aprendió a utilizar su talento especial para ayudar a otros, dejó su empleo en la ciudad y comenzó a trabajar como terapeuta. Actualmente, se especializa en liberar energías oscuras.

—Bien —digo—, muy bien. Quería preguntarle sobre anoche...

Janet sonríe y bebe un sorbo largo de su taza de té.

Dos

Las malas noticias viajan rápido

Cuando alguien te pide que lo llames porque tiene malas noticias, piensas que tal vez no escuchaste bien. Luego, te dices que quizás sea algo relativamente menor, como un brazo roto o un coche robado. 

Estaba en Londres con mi amiga Shireen cuando recibí la noticia de la muerte de Michael. Shireen es palestina, yo soy israelí, y escribimos un libro juntas. Se trata de un intercambio de cartas entre dos mujeres a ambos lados de la frontera de Israel y Palestina. En él, discutimos sobre historia y política, pero también hablamos de música, recetas de cocina y educación para nuestros hijos.

El editor nos pidió que fuéramos a Londres para asistir a una serie de eventos relacionados con el lanzamiento del libro. Aunque las dos ya habíamos visitado Londres y disfrutado de todo lo que ofrece la ciudad, esta era la primera vez que estábamos allí como representantes de nuestros respectivos pueblos y cultura. A decir verdad, nunca nos habíamos imaginado ser representantes de nada. Simplemente somos dos mujeres, dos madres, que consideran que la pelea y el derramamiento de sangre son innecesarios; que nuestra gente puede vivir junta en la misma tierra, y que son los extremistas de cada lado los que dificultan el proceso. Pero cuando escribes un libro sobre esto, de algún modo te vuelves responsable, ante los ojos de muchos, de cada acción estúpida o palabra poco inteligente de tu gente y tu gobierno. Esos días estábamos descubriendo esta verdad universal, pero también nos hacíamos un tiempo para ir de compras, y socializar entre los tantos eventos y entrevistas que nos había organizado nuestro editor. En general, la estábamos pasando bien.

Cuando recibí el mensaje de mi madre, Shireen y yo, junto con nuestros niños de cuatro años Mohammad y Adam, estábamos en un autobús cerca del Arco de Mármol. Recién habíamos terminado de almorzar en Wetherspoon's, una cadena de restaurantes del lugar. Probablemente, este no sea el sitio más obvio para una israelí y una palestina que están de visita en Londres, pero es un buen lugar para comer cuando te escoltan un par de pequeños desesperados por algo sabroso, rápido y económico. Así que almorzamos un curri abundante con mucho arroz blanco, luego nos rendimos al pedido de los niños de un enorme chocolate caliente con helado de vainilla, y finalmente emprendimos el regreso al hotel.

El autobús rojo de dos pisos luchó para moverse entre el tráfico de la hora pico vespertina, abriéndose paso entre taxis y conductores que querían regresar a casa para comenzar el fin de semana. Adam y Muhammad estaban sentados como dos pequeñas estatuas, lo cual no era típico de dos niños a los que les gusta treparse a las sillas, vaciar alacenas y mover los muebles de la casa. Pero estaban fascinados por todo lo que los rodeaba: la gente, los colores y el paisaje desconocido de una ciudad animada por el furor previo al fin de semana. Le sonreí a Shireen con complicidad; ambas sentíamos el placer que representan esos pocos momentos de tranquilidad para dos madres que han tenido una semana agitada. Ya habíamos coincidido hacía tiempo en que las cosas que compartíamos eran mucho más importantes que las que nos dividían; aunque sabíamos, sin lugar a dudas, que estas últimas existían. Luego, le di un vistazo a mi teléfono celular. Había una llamada

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