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Los Sueños: La Obra Filosófica (obra completa 2 vols)
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Libro electrónico536 páginas5 horas

Los Sueños: La Obra Filosófica (obra completa 2 vols)

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Los Sueños, publicado por primera vez bajo el título "Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo" es la obra filosófica más famosa de Francisco de Quevedo. Considerada una de las obras maestras de la prosa española del Barroco, está compuesta por cinco partes: Sueño del Juicio Final, El alguacil endemoniado, Sueño del Infierno, El mundo por de dentro y Sueño de la muerte. Todos destacan por sus juegos conceptistas, sus alegorías y el riquísimo léxico del autor. Quevedo adapta la tradición humanista a su época, a través de breves anécdotas, para lograr ejercer una crítica social hacia todos los estamentos de la España de los Austrias.
IdiomaEspañol
Editoriale-artnow
Fecha de lanzamiento14 feb 2022
ISBN4066338121066
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    Los Sueños - Francisco Quevedo

    Francisco Quevedo

    Los Sueños

    La Obra Filosófica (obra completa 2 vols)

    Editor: Julio Cejador y Frauca

    Translator: Diego Gracián de Alderete

    e-artnow, 2022

    Contacto: info@e-artnow.org

    EAN  4066338121066

    ÍNDICE

    Tomo I

    Tomo II

    TOMO I

    Índice

    Introducción

    Dedicatoria

    A Los Que Han Leído Y Leyeren

    Advertencia De Las Causas Desta Impresión

    El Sueño De Las Calaveras

    Al Conde De Lemos, Presidente De Indias

    Discurso

    El Alguacil Alguacilado

    Al Conde De Lemos, Presidente De Indias

    Al Pío Lector

    Discurso

    Las Zahurdas De Plutón

    Carta a Un Amigo Suyo

    Prólogo Al Ingrato Y Desconocido Lector

    Discurso

    Visita De Los Chistes

    A Doña Mirena Riqueza

    A Quien Leyere

    Discurso

    Notas

    INTRODUCCIÓN

    Índice

    Los Sueños fueron la obra principal que de 1606 a 1613 compuso el joven satírico don Francisco de Quevedo Villegas (1580-1645); por lo menos durante aquellos años escribió el de las Calaveras, el Alguacil alguacilado y el Mundo por de dentro. Es la obra que más ha hecho sonar su nombre; fué el fruto ya maduro de hondo pensador, de atento especulador de la ciencia de gobierno, de pintor maravilloso de las costumbres, de satírico acerado de las lacras sociales, de espíritu revoltoso y travieso y de estilista consumado.

    La traza de fantasear un sueño para dar rienda suelta a su vena bulliciosa, mordaz y festiva por el variado e inverosímil campo de la sátira de costumbres, tomóla de la Divina comedia, del Dante; de las Danzas de la muerte medioevales; del Fin del mundo y segunda venida de Cristo, atribuida al bienaventurado Hipólito; de las pinturas del Bosco, y sobre todo, del gran satírico griego Luciano de Samosata, a quien no menos, antes más a las claras, había ya Cristóbal de Villalón imitado medio siglo había en la magnífica sátira que corría manuscrita con el título de Crotalón. La diferencia es grande, aunque la fuente de donde corren entrambas aguas la misma, y no menos el común intento moralizador por medio de la sátira de las costumbres. Es Villalón más helenista; más español, Quevedo. La ironía es allí enteramente clásica y lucianesca, recontando un gallo sus anteriores vidas en diversos estados, con el sosiego de la musa griega y la tranquila objetividad de un narrador filósofo, que por nada se altera; aquí la ironía es roja y chillona, sin matices melindrosos, española enteramente, sin el envoltorio de gallos ni de caballeros andantes, como la envolvió clásicamente Cervantes en novela de inventiva sin igual. Quevedo es satírico de golpe y porrazo, de antuvión, diría él; es poeta subjetivo y lírico, con lirismo empapado en hieles, embrazada la porra en vez de la lira. Ni liras ni cítaras ni formingues son para los callosos dedos de este gañán de la sátira. Nada hay aquí de narrativo en el fondo, como en Luciano y Villalón, porque las pinturas se suceden sin atadero, y son brochazos, ricos de colorido, mas sin composición que los trabe y armonice, que no lo es apenas el flojísimo hilo que enlaza los retazos en el todo del pensamiento del juicio final, o del endemoniado alguacil, o de la farsa del mundo. Tanto es así, que las pinceladas podrían pasar del uno a los otros en estos Sueños, y siempre estarían en su propio lugar. Al cabo y a la postre, en el soñar, ni hay hilo que trabe las escenas ni unidad de composición alguna. El espíritu volandero y mariposeador de Quevedo no podía más libremente revolotear que en lo desatado y ligero de un sueño. No había nacido para el teatro, la novela u otras obras largas; hoy hubiera sido un terrible periodista satírico.

    Y de hecho Los Sueños y demás sátiras de Quevedo son el periódico de los tiempos de los Felipes III y IV.

    No pocos rasgos debían de apuntar a personas y personajes, que hoy desconocemos; aun así y todo, como el satírico ahonda más en el mundo y en la vida común que el historiador y el dramaturgo, las obras de Quevedo son la mejor pintura de aquella sociedad.

    Dió Quevedo en la manera que más al justo le cuadraba. Y por eso mismo, por la liviandad de su brillante fantasía y por el adecuado medio del soñar, que para satirizar las costumbres y reírse de todo le ocurrió, fué menos objetivo y sereno, menos clásico, de menor donosura que Villalón y Luciano, y a la par de menor profundidad y menos filósofo que ellos y que Lorenzo Gracián, que tras él vino a tomarle la vez. Los Sueños fueron la obra más propia de Quevedo: fué la primera que comenzó, y tardó quince años en acabar, sin contar La Hora de todos y la fortuna con seso, obra póstuma, y que no es más que otro de los sueños, el mejor de ellos. En 1607 tenía acabados el Sueño del juicio final o de las Calaveras, El Alguacil endemoniado y el licenciado calabrés o El Alguacil alguacilado. Adoleció en 1608 y fuése a convalecer al Fresno de Torote, donde acabó el Sueño del Infierno o Las Zahurdas de Plutón. En 1612, retirado en la Torre de Juan Abad, acabó probablemente el Mundo por de dentro. Vuelto de Sicilia y muerto Felipe III (1621), desterrado a la misma Torre de Juan Abad, escribió, además de otras obras, el Sueño de la muerte o Visita de los chistes.

    La hora de todos y la fortuna con seso, titulada por su autor Fantasía moral, es sátira que de moral y social se convierte, a los pocos capítulos, en sátira política, colección de valientes cuadros políticos y de costumbres de la época. Las alusiones punzantes contra ministros y próceres, que esmaltan a cada paso el discurso, retrajeron al autor de darlo a la estampa, contentándose con que corriese manuscrito, escociendo a los zaheridos en él y preparando su descrédito. Empeñado ya en una guerra abierta con el vanidoso Atlante de la Monarquía, el Conde-Duque de Olivares y los a él allegados para traficar descaradamente con la suerte y libertad de los ciudadanos y monopolizar, fiado en la imbecilidad del Príncipe, los destinos de un gran pueblo, escribió por los años de 1639 La Isla de los monopantos, esto es, de los que se enseñoreaban del Poder. Desapareció este desenfado satírico cuando, preso en diciembre de aquel año, fueron entrados a saco sus papeles; pero alcanzada la libertad en 1644 y caído el privado, lo incluyó en La Hora, capítulo XXXIX, cuando acabó de limar esta obra en 1644, haciéndola copiar a su amanuense en 1655.

    La historia del libro de los Sueños puede resumirse, según don Aureliano Fernández Guerra, cuya magnífica edición de las Obras de Quevedo, Madrid, 1880, es fuente indispensable tratándose del satírico, de la manera siguiente. No puede asegurarse que en los quince años que median entre 1612 y 1627 llegase a correr de molde ninguno de ellos; pero debieron de imprimirse varias veces. Vieron por primera vez en colección la luz pública fuera de los reinos de Castilla, en Barcelona y en 1627, con el título de Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños de todos los oficios y estados del mundo. (Tribunal de esta justa venganza, pág. 37).

    Esta edición sirvió de original a la de Valencia del mismo año y a la de Pamplona de 1631. (Licencias de esta edición y singularmente la del fol. 198). Con el rótulo Desvelos soñolientos y verdades soñadas y la advertencia de que el libro salía corregido y enmendado agora de nuevo por el mismo autor y añadido un tratado de la Casa de locos de amor, los reimprimieron las prensas de Zaragoza en la primavera del dicho año de 1627, ejemplar rarísimo, como todos los de estas publicaciones primeras, y que se guarda en el Museo Británico. Allí se conserva también la de Barcelona de 1629, que, adelantándola un año, cita D. Nicolás Antonio. Tiene esta inscripción: Desvelos soñolientos y discursos de verdades soñadas, descubridoras de abusos, vicios y engaños de todos los oficios y estados del mundo. En doce discursos. Primera y segunda parte. Después, en Lisboa, 1629.

    Las prensas no daban abasto para saciar la curiosidad general entretenida con aquellos sabrosos desenfados, mientras ponía lengua la murmuración en que el libro se imprimiese constantemente fuera de estos reinos, y se mostraba ofendida de algunas libertades e impurezas desapacibles, disgustada de la extraña mezcla de lugares de la Escritura con chistes y bufonerías, y horrorizada de los escandalosos nombres, que el autor hubo de poner a sus discursos.

    Los enemigos de Quevedo eran muchos y poderosos por la mano que había tenido en los negocios de Sicilia, Nápoles y Venecia y por el favor que gozó en la Corte de Felipe III. Cuando los enconados resentimientos y la envidia le arrojaron entre cadenas y al destierro, entonces se desarrebozaron sus émulos, satirizando torpemente su vida y sus escritos. Con la dedicatoria del Sueño de la muerte a doña María Enríquez el año de 1622, coincide la licencia que se le concedió para irse a curar a Villanueva de los Infantes de unas tercianas malignas, y la libertad que se le dió, aunque con la prohibición de entrar en la Corte ni acercarse a ella a diez leguas a la redonda, cortapisa que desapareció por marzo del año siguiente. En febrero de 1624 ya formaba parte de la regia comitiva que acompañó a Felipe IV a Andalucía, aposentándole en su propia casa de la Torre de Juan Abad; y no menos el año 1626 fué con el Rey a las Corte de Barbastro, Monzón y Barcelona. Aprovechando la holgura y libertad del reino de Aragón, trató con el mercader Roberto Dupont y con el impresor Pedro Verges y así pudo imprimir la Política de Dios, El Buscón y Los Sueños. Pero la fama creciente de Quevedo, acrecentada con el Memorial por el Patronato de Santiago, publicado en febrero de 1628, recrudeció de nuevo la malevolencia de los envidiosos, los cuales le pusieron mal con el valido, el Conde-Duque de Olivares, hasta lograr que éste le metiese en la cárcel por junio del mismo año de 1628 y le desterrase a la Torre de Juan Abad, teniéndole allí preso desde abril hasta que se le mandó tornar a la Corte en 29 de diciembre del mismo año.

    El encierro no quebrantaba su entereza, y con el arrojo y libertad que le inflamaron siempre, dirigió a Felipe IV un largo y valiente memorial insistiendo en la defensa de Santiago y haciendo la suya propia contra todos sus adversarios. Pedía licencia para la impresión; pero por no echar más leña al fuego no le fué concedida.

    Quevedo debió de conocer que sus adversarios no habían de cejar un punto. Ello es que por entonces comenzó el Conde-Duque a tratar de ganarse su voluntad y él se rindió, no ciertamente a las dádivas, amenazas y persecuciones, pero sí a las muestras de amistad que le dió el favorito, hasta llegar a imprimir el año de 1630 en Zaragoza El Chitón de las tarabillas, en defensa del descabellado arbitrio de Olivares sobre las minas y la baja de la moneda y en defensa del mismo Conde-Duque. Por aquí acaso se explicará el inexplicable hecho de la corrección y nueva redacción que hizo de Los Sueños, quitándoles muchos pasajes de los que escandalizaban a los envidiosos y cuanto aludía a la Escritura, a la Religión y a los clérigos y religiosos, convirtiendo los Sueños de cristianos en gentílicos.

    A principios del año 1629 pidió al Tribunal de la Inquisición recogiese todas las impresiones hechas en Aragón y otras partes fuera de los reinos de Castilla, y con la censura de fray Diego del Campo y la del padre Juan Vélez Zabala, calificadores ambos del Santo Oficio, dió en Madrid a la estampa sus obras satírico-morales en aquel otoño (Índice expurgatorio publicado en 1640 por el inquisidor general don Antonio de Sotomayor). Intitulóse el libro Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, Madrid, 1629. Cambiáronse los nombres de cada uno de los sueños resultando:

    El Sueño de las calaveras, por El Sueño del Juicio final; El Alguacil alguacilado, por El Alguacil endemoniado; Las Zahurdas de Plutón, por Sueño del Infierno; Visita de los chistes, por El Sueño de la Muerte.

    Añadiéronse nuevos tratados: El Libro de todas las cosas y otras muchas más; Aguja de navegar cultos; La Culta latiniparla, y La caldera de Pero Gotero, refundida luego, en El Entremetido y la Dueña y el Soplón. Desaparecieron los romances El Nacimiento del autor, El Cabildo de los gatos, Las dos aves y los dos animales fabulosos, La Premática del tiempo y la Casa de locos de amor.

    En fin, para imprimir por diez años los Juguetes de la niñez, concedió licencia Su Majestad a Quevedo, a 20 de enero de 1631; y Madrid (1788, 1794) Sevilla (1634, 1641) y Barcelona, (1635, dos ediciones, 1695) los reprodujeron varias veces, ejemplares que la rapacidad de libreros vergonzantes y la afición de los extranjeros por las antiguas ediciones españolas han hecho rarísimos en nuestras bibliotecas. Respetando la voluntad última del autor, se ha preferido siempre imprimir esta edición de los Juguetes de la niñez. Pero de esta redacción y corrección, si hoy se levantara Quevedo, cierto estoy de que clamara amargamente: Compulsus feci. Huele demasiado a teólogos escrupulosos no sólo todo lo variado y corregido, pero aun el mismo título de Juguetes de la niñez. No lo eran ciertamente para Quevedo, aunque así lo intituló por quitarse de enredos. Es la obra de más valer que escribió, la de más maduro juicio, aunque escrita por su mayor parte siendo todavía joven. Así lo pensaba su autor cuando prosiguió por la misma vereda escribiendo, ya entrado en años, no sólo la Visita de los chistes, sino El Entremetido y la Dueña y el Soplón, y finalmente la obra póstuma y verdadero póstumo sueño, La Hora de todos y la fortuna con seso. No son juguetes de niños, sino filosofías de hombre muy maduro y asesado Los Sueños de Quevedo. No es menester gran talento para comprenderlo; ¿y habrá quien crea que para comprenderlo no lo tuvo el mismo Quevedo? ¿No se pasó toda la vida satirizando las necedades de los hombres, poniéndolos al desnudo, riéndose de sus ridiculeces? ¿Cómo le vamos a creer que escribió "con ingenio facinoroso" sus Sueños y que les puso "nombres más escandalosos que propios?" Los que se escandalizaron fueron sin duda algunos teólogos a lo padre Niseno y los hipocritones de sus émulos. No conocemos bien las apreturas en que se vió, aunque algo se traslucen por lo poco que hemos historiado. Ello basta para saber que, si no podemos juzgar en esta parte a Quevedo, afirmando que prevaricó y quedó vencido y se desdijo feamente, lo cual dificultoso es de admitir en varón de tanta entereza en tantas y tan graves persecuciones, sobre todo la del Conde-Duque, cuando en la última vejez le empozó en la mazmorra aquella del convento de San Marcos de León, donde por milagro no acabó, tullido y lleno de enfermedades sus tristes días; por lo menos basta para asegurarnos de que, si oficialmente y en lo de fuera, fué su última voluntad la edición que llamó Juguetes de la niñez, en lo de dentro de su pecho y en lo íntimo de su conciencia no fué así.

    ¿Por qué han de ser más escandalosos que propios los títulos cristianos, que no los gentílicos? Un cristiano no sueña en el despertar de calaveras, sino en el juicio final; no en las zahurdas de Plutón, sino en el infierno; un cristiano ve ángeles, diablos; ve a Dios y a su Madre, y no a Júpiter y a defensores y verdugos abstractos; un cristiano gran satírico, ve y pinta las necedades de monjas, frailes, curas y obispos, lo mismo y con mayor dolor que las de sastres y escribanos. Nada de escandaloso ni impropio vió y pintó el Dante, cuando esto vió y pintó, y no es por ello la Divina Comedia obra de ingenio facinoroso. Con desprecio dice Quevedo que dejó los Sueños, tal como primero los había escrito. Permítame que le diga, no que se engañó y quiso engañarnos, sino que quiso engañar y engañó con ese prefacio a sus adversarios teologizantes. Con este borrar de trozos y cambiar de palabras, para quitar a los Sueños todo color cristiano, como si no fuera una sátira de cristianos y por un cristiano escrita, las alegorías hechas a la fuerza mitológicas, quedaron frías, falsas y sin fuerza alguna; los asuntos inverisímiles; el texto, a veces oscuro e indescifrable; la obra entera, descolorida, falseada, indigna de un satírico como Quevedo. La edición verdaderamente crítica de Los Sueños acaso exigiera que se imprimiesen juntamente con la redacción corregida dos o más de las anteriores o lo que primitivamente escribió Quevedo, sacándola de todas ellas, si ello fuera hacedero. En la mía he añadido como notas todas las variantes, por manera que pueda restituirse la redacción primitiva. La fortuna con seso i la hora de todos, fantasía moral. Autor Nifroscrancot Viveque Vasgel Duacense. Traducido de Latín en Español, por Don Estevan Pluvianes del Padron, Natural de la villa del Cuervo Pilona, Zaragoza, 1650, 1651. Fué escrita en 1635 y acabada en 1636. La copia del amanuense de Quevedo, hecha en 1645, paró en la biblioteca de los Duques de Frías. En la Nacional (T. 153, pág. 236) hay tres pliegos con este epígrafe: Fortuna con seso y hora de todos. Adiciones del original a lo impreso, erratas, y índice de los asuntos que contiene. La primera colección en que se incluyó debió de ser la de Madrid, 1658. El Nifroscrancot es el anagrama de Don Francisco de Quevedo Villegas, que según el ms. de la Nacional (pág. 240), debe leerse: Nifroscancod Diveque Vasgello.

    Julio Cejador.


    Nota. Por razones editoriales dejamos para el tomo siguiente El Mundo por de dentro, que debiera ir antes de la Visita de los Chistes.

    DEDICATORIA

    Índice

    A NINGUNA PERSONA DE TODAS

    CUANTAS DIOS CRIÓ EN EL MUNDO

    Habiendo considerado que todos dedican sus libros con dos fines, que pocas veces se apartan: el uno, de que la tal persona ayude para la impresión con su bendita limosna; el otro, de que ampare la obra de los murmuradores, y considerando, por haber sido yo murmurador muchos años, que esto no sirve sino de tener dos de quien murmurar: del necio, que se persuade que hay autoridad de que los maldicientes hagan caso, y del presumido, que paga con su dinero esta lisonja, me he determinado a escribille a trochimoche¹ y a dedicarle a tontas y a locas², y suceda lo que sucediere³. Quien le compra y murmura, primero hace burla de sí, que gastó mal el dinero, que del autor⁴, que se le hizo gastar mal. Y digan y hagan lo que quisieren las Mecenas⁵, que, como nunca los he visto andar a cachetes con los murmuradores sobre si dijo o no dijo, y los veo muy pacíficos de amparo⁶, desmentidos de todas las calumnias que hacen a sus encomendados, sin acordarse del libro del duelo, más he querido atreverme que engañarme. Hagan todos lo que quisieren de mi libro, pues yo he dicho lo que he querido de todos. Adiós, Mecenas, que me despido de dedicatoria⁷.

    YO

    A LOS QUE HAN LEÍDO Y LEYEREN

    Índice

    Yo escribí con ingenio facinoroso⁸ en los hervores de la niñez, más ha de veinte y cuatro años, los que llamaron Sueños míos, y precipitado, les puse nombres más escandalosos que propios. Admítaseme por disculpa que la sazón de mi vida era por entonces más propia del ímpetu que de la consideración. Tuve facilidad en dar traslados a los amigos; mas no me faltó cordura para conocer que en la forma que estaban no eran sufribles a la imprenta y así los dejé con desprecio⁹. Cuando, por la ganancia que se prometieron de lo sabroso de aquellas agudezas, sin enmienda ni mejora, algunos mercaderes extranjeros¹⁰ las pusieron en la publicidad de la imprenta, sacándome en las canas lo que atropellé antes del primero bozo, y no sólo publicaron aquellos escritos sin lima ni censura, de que necesitaban, antes añadieron a mi nombre tratados ajenos, añadiendo en unos y dejando en otros muchas cosas considerables, yo, que me vi padecer, no sólo mis descuidos, sino las malicias ajenas, doctrinado del escándalo que se recibía de ver mezcladas veras y burlas, he desagraviado mi opinión y sacado estas manchas¹¹ a mis escritos, para darlos bien corregidos, no con menos gracia, sino con gracia más decente, pues quitar lo que ofende no es disminuir, sino desembarazar lo que agrada. Y porque no padezcan las demasías¹² del hurto que han padecido los demás papeles, saco de nuevo el de la Culta latiniparla y el Cuento de cuentos, en que se agotan las imaginaciones que han embarazado mi tiempo. Tanto ha podido el miedo¹³ de los impresores, que me ha quitado el gusto que yo tenía de divulgar estas cosas, que me dejan ocupado en su disculpa y con obligación a la penitencia de haberlas escrito. Si vuesamerced, señor lector, que me compró facinoroso, no me compra¹⁴ modesto, confesará que solamente le agradan los delitos y que sólo le son gustosos discursos malhechores.

    ADVERTENCIA DE LAS CAUSAS

    DESTA IMPRESIÓN

    Índice

    DON ALONSO MESSÍA DE LEYVA

    Habiendo visto impresos en Aragón y en otras partes fuera del reino, con nombre de don Francisco de Quevedo Villegas, estos discursos, con tanto descuido y malicia, que entre lo añadido y olvidado, y errores de traslados e imprenta, se desconocían de su autor, y más teniéndolos yo trasladados de su original, determiné, dándole cuenta, de restituirlos, limpiándolos del contagio de tantos descuidos, porque se vea cuán de otra suerte en su primera edad juzgaba con la pluma, sin apartarse de la enseñanza. Y es cierto no consintiera hoy esta impresión, a no hallarse obligado por las muchas que destos propios tratados se han hecho en toda la Europa, tan adulteradas, que le obligaron a pedir al tribunal supremo de la Inquisición las recogiese, imitando en esta modestia, aunque tan diferente, a Eneas Silvio, que después de pontífice, mandó recoger algunas obras de este estilo que había divulgado en la mocedad. Salen enteras, como se verá en ellas, con cosas que no habían salido, y en todas se ha excusado la mezcla de lugares de la Sagrada Escritura y alguna licencia que no era apacible. Que, aunque hoy se lee uno y otro en el Dante, don Francisco me ha permitido esta lima. Y aseguro en su nombre que procurará agradar a todos, sin ofender a alguno, cosa que en la generalidad con que trata de sólo los malos, forzosamente será bienquisto, sujetándose a la censura de los ministros de la santa Iglesia romana en todo, con intento cristiano y obediencia rendida.


    Estos discursos, en la forma que salen corregidos y en parte aumentados, conozco por míos, sin entremetimiento de obras ajenas que me achacaron, y todo lo pongo debajo de la corrección de la santa Iglesia romana y de los ministros que tiene señalados para limpiar errores y escándalos de las impresiones. Y desde luego, con anticipado rendimiento, me retrato de lo que no fuere ajustado a la verdad católica o ofendiere a las buenas costumbres.


    Nota: Precédenles en la impresión de Pamplona, de 1631, las poesías y advertencias siguientes, parte de las cuales se hallan en la edición de Barcelona de 1629, y todo creo que debe hallarse en las de la misma ciudad y la de Valencia de 1627:

    DEL DOCTOR DON MIGUEL RAMÍREZ

    Aprobación.

    Por comisión general

    De un buen Consejo miré

    Este libro, y no habla mal;

    Gracia y sal tiene, y a fe

    Que cura llagas su sal.

    Contra la fe en nada va,

    Consejos a tiempo da,

    Castiga a quien lo merece;

    Parecerá, si parece,

    Y así, imprimir se podrá.

    DEL BACHILLER PEDRO DE MELÉNDEZ

    Aprobación.

    Por comisión general

    Del Consejo, sin pedillo,

    Vi este libro con cuidado,

    Y está bien, y bien mirado,

    ¿Quién puede contradecillo?

    Con discreción sin mentir

    Murmura por corregir

    Algunas malas costumbres;

    Quita de vicios vislumbres,

    Y así, se podrá imprimir.

    DE DOÑA RAIMUNDA MATILDE

    Décima.

    Murmurando decir bien,

    Diciendo bien murmurar,

    De todos satirizar,

    Y hablar de todos tan bien,

    Sólo se hallará en quien

    Al mismo infierno ha bajado;

    Y aunque el bien ha deseado

    Y el mal desterrar procura,

    Es ya tal su desventura,

    Que el Que-vedó, ha quedado mal¹⁵.

    DEL CAPITÁN DON JOSÉ DE BRACAMONTE

    Dialogístico soneto entre Tomumbeyo Traquitantos,

    alguacil de la reina Pantasilea, y Dragalvino, corchete.

    ALGUACIL

    Por el alcázar juro de Toledo,

    Y voto al sacro Paladión troyano,

    Que tengo de vengarme por mi mano

    Y hacer manco del otro pie a Quevedo.

    CORCHETE

    Y yo a la santa Inquisición, si puedo,

    Le tengo de acusar de mal cristiano,

    Probándole que cree en sueño vano

    Y que habló con demonios a pie quedo.

    ALGUACIL

    Aquesto, Dragalvino, poco importa:

    Las verdades que dice tengo a mengua;

    Saberlas todos, esto me deshace

    El alma y corazón.

    CORCHETE

    Su lengua corta,

    Y publicarlas no podrá sin lengua;

    Que esto del murmurar la lengua lo hace.

    Mas temo, si lo hacemos,

    Según su pico y lengua me promete,

    Que, fuera una, no le nazcan siete.

    DE DOÑA VIOLANTE MISEVEA

    Soneto a todo lector destos Sueños,

    en defensa y alabanza del autor.

    Ola, lector, cualquiera que tú seas,

    Si aquestos Sueños a leer llegares,

    Y de la vez primera te enfadares,

    Segunda, por tu vida, no los leas.

    Si te tocan, y acaso los afeas,

    Con que sueños son sueños, no repares,

    Que si como éstos son los que soñares,

    No pecarás, a fe, aunque en sueños creas.

    Pero si no te tocan, ve volando

    Y di a todas las gentes que los gusten,

    Que el premio es flor que esconde un basilisco;

    Que no murmuren más de don Francisco

    Ignorantes; ni es bien que a él se ajusten.

    Durmiendo sabe él más que otros velando.

    EL AUTOR AL VULGO

    Si dices mal de mi Sueño,

    Vulgo, como tal harás;

    Más di, que con decir más,

    Dices bien dél y del dueño.

    Diga él mal, y tú también;

    Tú dél, y él de quien pretende,

    Que todo, para el que entiende,

    Le está a su gusto muy bien.

    Pues si es tu fin ser Marcial

    Y decir que es malicioso,

    Lo alabas por ingenioso

    Diciendo que dice mal.

    Mas, vulgo, pues sé quién eres,

    A la larga o a la corta

    Diga yo lo que me importa,

    Y di tú lo que quisieres.

    AL ILUSTRE Y DESEOSO LECTOR

    Prólogo

    "Refiérese, no sé si por modo de cuento gracioso y ficticio, que estando una vez muy enfermo un soldado muy preciado de cortés y ladino, entre muchas de sus oraciones, pregarias y protestaciones que hacía, finalmente vino a rematarlas, diciendo: ‘Y Dios me libre de las manos del señor diablo’ (tratándole siempre con esta cortesía todas las veces que le nombraba). Reparó en esto último uno de los circunstantes, preguntándole juntamente luego por qué llamaba señor al diablo, siendo la más vil criatura del mundo; a que respondió tan presto el enfermo, diciendo: ‘¿Qué pierde el hombre en ser biencriado? ¿Qué sé yo a quién habré de menester, ni en qué manos he de dar?’ Digo esto, señor lector, porque, supuesto que nuestra lengua vulgar, a diferencia de la latina, tiene un vuesamerced y otros varios títulos, mayormente cuando no se conoce la calidad y estado de la persona con quien se habla, por no parecer nadie descortés, y, por el consiguiente, malquisto y aborrecido de todos, me ha parecido tratar a vuesamerced con este lenguaje y término, bien diferente de cuantos yo he podido ver en todos los prólogos de los libros al lector, escritos en romance, donde tratan a vuesamerced con un tú redondo, que si no arguye mucha amistad y familiaridad, por fuerza ha de ser argumento de que quien habla es superior y mandón, y a quien se habla inferior y criado. Y hanme movido a esto las mismas razones del susodicho soldado enfermo, atendiendo y considerando a que es la cortesía la llave maestra para abrir la voluntad y afición, y la que, costando poco, vale mucho, y que, en resolución, no puedo perder nada en ser cortés; que antes entiendo perdería mucho si no lo fuese; que quien ha menester es muy necio si regatea cortesías, y más yo, que tanto necesito de todos para que me compren este libro que saco a luz a mi costa, y para que, comprado y leído, me le alaben, con que de camino inciten y muevan unos a otros a que hagan lo mismo, y tenga con esto este libro lo que merece su bondad, y mayor expedición y corrida, y yo mayor ganancia, para que con esto queden todos aprovechados, yo vendiendo y los otros comprando y leyéndole. Verdad sea que para esto último de que alaben estas obras de ingeniosas y agudas, confío dará poco trabajo y ningún cuidado a los aficionados a ellas y a su autor, pues ellas propias se traen consigo la recomendación y alabanza y el Quevedo me fecit; porque son tales, que sólo tal autor podía hacer obras de tanta erudición y agudeza; y ellas, por tener tanto de entrambas, sólo podían ser hijas de tal y tan raro ingenio. Que si el autor es y debe ser conocido y celebrado por estas obras más que por cuantas ha hecho y se le han impreso hasta hoy en su nombre, ellas también quedan estimadas y calificadas por lo que son, con sólo saber (como ya todos saben) que las hizo don Francisco Quevedo. Y con él y con ellas no me da tanto cuidado como podía darme una de las razones que me movió a tratar a vuesamerced con esta cortesía, considerando que no sé en qué manos ni en qué lenguas ha de dar este libro, que sale agora al teatro del mundo donde nunca faltan censurantes y malcontentos, que con toda propiedad, se llaman Zoilos y críticos, días peligrosos a la salud de los buenos entendimientos, de quienes se puede entender lo que dijo el doctísimo jurisconsulto don Mateo López Bravo¹⁶: Ridendi vero, romanuli, et graeculi nostri, qui grammaticorum infantia superbi, et omnium rerum quantum garruli, ignari, triplici lingua stulti, a doctis noscuntur. Porque si vuesamerced las lee, no de prisa ni a pedazos, sino deespacio y con atención todo él, pues no es muy grande (si no quiere que se le pasen algunas de sus muchas sutilezas y agudezas por alto y por entre ringlones), soy más que cierto que no se quejará de que ellas y quien las hizo esparciar y aceptador de personas¹⁷, sino que a todos habla y a todos dice la verdad clara y lisa y lo que siente, sin rastro de lisonja; y si acaso escuece y pica, considere que no es sino sólo porque cuanto se dice es verdad y desengaño, que todos le quieren, y nadie por su casa; y así, no hay sino paciencia, y calle y callemos, que sendas nos tenemos. Y harto mejor fuera quejarse de las faltas tan grandes del mundo, que movieron al autor a hablar tan claro contra ellas, diciendo la verdad; que por eso dijo bien cierto alcalde que vió preso a un estudiante porque hizo una sátira en que decía las faltas del lugar, que harto mejor fuera haber preso a los que las tienen. Y cuando nada desto baste a que deje de haber quien se queje y murmure destas obras y de su autor, quiero hacer acordar a vuesamerced, señor lector, sea quien fuere, aquel cuentecillo de cierto clérigo viejo, que tenía una higuera con sus higos ya sazonados y maduros, a la cual, subiendo unos estudiantes a hacerles declinar jurisdicción bucólica, pensando él, por ser corto de vista, que eran aves o algunas crueles sabandijas, puso en ella espantajos hasta conjurarlos; pero, viendo que nada desto aprovechaba, considerando cuán buenas son las oraciones mezcladas en piedras (armas primeras del mundo), se resolvió de tirarlas a estos tordos racionales, diciendo que también Dios había dado virtud a las piedras como a las plantas y yerbas, y hízolo con tal denuedo, que dió con ellos ramas abajo y muy bien descalabrados. Sin propósito parecerá a vuesamerced este cuento, y será, o por no saberme yo bien explicar, o por no quererme vuesamerced entender (que no hay más mal sordo que el que no quiere oir); pero yo sé lo entenderá si ahonda un poco en sus sentidos varios que le puede dar (como en todo lo deste libro). Y por si acaso quiere que yo lo explique, con ser así que frustra exprimitur, quod tacite subintelligitur, l. jam dubitari, dígole que si acaso no le obliga la cortesía y humildad con que le trato, mire lo que dice, y cómo y de qué murmura y dice mal, si del autor del libro o de sus obras; y guárdese de alguna lluvia de piedras de las muchas verdades duras y secas que este libro tiene y su autor puede enviarle, que le descalabren y hagan caer de arriba abajo, quiero decir, de su estado y buena opinión que tiene de sabio, y no haga le tengan por ignorante, murmurador y soberbio maldiciente, y del número de unos necios que quieren parecer sabios en no haber libro que bien les parezca ni cosa de que no hagan burla y menosprecio. Y guárdense no les suceda a los tales lo que al asno de Sileno, que puso Júpiter entre las estrellas; que por ser ellas tan resplandecientes y claras, y él auribus magnis, como advirtió Luciano, descubrió más su disforme fealdad con grande infamia. Y adviertan que el epíteto del autor es el satírico, y créanme, y no errarán, que es más que temeridad echar piedras del tejado del vecino quien tiene el suyo de vidrio.

    "Y nadie se maraville de que llame a vuesamerced con este título, al parecer nuevo, de ilustre y deseoso lector, porque cuando no le mereciera por la doctrina común y sabida del filósofo, que todo hombre naturalmente desea saber, cosa que se alcanza con el estudio y atenta lición y meditación de los libros buenos, doctos, agudos, ingeniosos y claros; por sólo este libro (que lo es tanto como el que más) le merecía muy en particular, pues es el que ha sido tan deseado, así de cuantos han leído algo destos Sueños y Discursos, como de los que han oído referir y celebrar algunas o alguna de las innumerables agudezas que contienen, lastimándose de verlos ir manuscritos, tan adulterados y falsos, y muchos a pedazos y hechos un disparate, sin pies ni cabeza, y tan desfigurados como el soldado desdichado que, habiendo salido de su tierra para la guerra con bizarría, tallazo, galas y plumas, vuelve a ella después de muchos años más desgarrado y rompido que soldado, con un ojo menos, hecho un monóculo, medio brazo, con una pierna de palo y todo él hecho un milagro de cera, bueno para ofrecido, con el vestido de la munición, sin color determinado, desconocido y roto, pidiendo limosna: como la cortesana que ha corrido a Italia, Indias y la casa de Meca y del gran Solimán. Por lo cual, cuantos han sabido que yo los tenía enteros y leídos por hombres doctos y entendidos, con particular curiosidad y atención me han solicitado con grandes instancias los hiciese comunes a todos, dándolos a la impresión, asigurándome grande gusto, y, lo que más es, grande provecho espiritual para todos, pues en ellos hallarán desengaños y avisos de lo que pasa en este mundo y ha de pasar en el otro por todos, para estar de todo bien prevenidos, que mala praevisa minas nocent. Con que me he resuelto a condescender con el gusto y deseo de tantos, confiado en que vuesamerced, señor lector, me agradecerá este trabajo y gasto con comprarle; que con sólo esto me daré por satisfecho, y aun por pagado. Y por la agudeza y sutil modo de hablar deste libro, porque no caiga en alguna equivocación, ruego a vuesamerced que corrija las erratas que hallare con su acostumbrada benignidad y clemencia, que también sería demasiada presunción y mucha particularidad pretender que saliese este libro sin ellas. Y porque entienda vuesamerced, señor lector, que le deseo toda honra y provecho y guardarle de todo peligro, ruego a Dios nuestro Señor le haga como el rey de las abejas, que contiene y da de sí por la boca la dulzura de la miel, y no tiene aguijón por no quedar muerto picando con él, como acontece a todas las demás abejas, que le tienen, si bien en la cola y no en la boca; y le guarde de correctores de vidas y obras ajenas, y sopladores de las suyas propias, que no se venden, porque ellos venden en ellas a cuantos ven y tratan".

    He aquí el índice de los discursos en la edición de Barcelona, 1635, y de Sevilla, 1641:

    DISCURSOS QUE SALEN EN ESTA IMPRESIÓN, AHORA AÑADIDOS,

    QUE NUNCA SE HAN IMPRESO

    El Libro de todas las cosas y otras muchas más, fol. 88.

    Aguja de navegar cultos, fol. 97.

    La Culta latiniparla, fol. 99.

    YA IMPRESOS

    El Sueño de las Calaveras, fol. 1.

    El Alguacil alguacilado, fol. 7.

    Las Zahurdas de Plutón, fol. 15.

    El Mundo por de dentro, fol. 41.

    La Visita de los chistes, fol. 53.

    El Caballero de la Tenaza, fol. 80.

    El Entremetido y la Dueña y el Soplón, fol. 105.

    El Cuento de cuentos entero, fol. 136.

    EL SUEÑO DE LAS CALAVERAS

    Índice

    Acabó de escribir Quevedo este Sueño a 3 de abril de 1607, a los veinte y siete años de su edad, según nota de su sobrino don Pedro Aldrete, que dice Castellanos haber tenido a la vista. (Edición de Madrid, 1840). Censuráronle a 1.º de julio de 1610 fray Antolín Montojo, del Orden de Predicadores, y a 30 de julio de 1612, el franciscano fray Antonio de Santo Domingo: aquél adversa, éste favorablemente. Publicáronle por vez primera, junto con los otros, las prensas de Barcelona, en 1627, y el mismo año, con algunas variantes, las de Zaragoza, y dos después con grandes alteraciones, las de Madrid. Intitulóse primero El Sueño del Juicio final, y ya desde 1629. Hemos tenido presentes para nuestra impresión la de Pamplona, de 1631; la de Barcelona (Lorenzo Deu), 1635; la de Madrid (Díaz de la Carrera), 1648; las más importantes colecciones de la última mitad de aquel siglo y un precioso manuscrito de la Biblioteca Colombina (Aa., 141, 4), letra de la primera década del siglo XVII. Al margen de las primeras ediciones se ven distribuidas las personas que entran en El Sueño, y, por su orden, son las siguientes: escribano, avariento, escribanos, mercaderes, mujeres hermosas, casada, ramera, médico, juez, abogado, tabernero, sastre, salteadores, capeadores, la locura, poetas, enamorados y valientes, judíos, filósofos, procuradores, desgracias y peste y pesadumbre (contra los médicos), Adán, reyes, Herodes, Pilatos, maestros de esgrima, dispenseros, pasteleros, filósofos, poetas, Orfeo; avariento, y cómo guarda los diez mandamientos; ladrones, escribanos, Judas, Mahoma, Lutero, médico, boticario, barbero, abogado, cómico, taberneros, sastres, ginoveses, caballero, sacristán, adúltera, Judas, Mahoma, Lutero, alguaciles, corchetes, astrólogo, letrado, escribano, alguaciles, avariento, médico, boticario.

    AL CONDE DE LEMOS,

    PRESIDENTE DE INDIAS

    Índice

    A manos de vuecelencia van estas desnudas verdades, que buscan, no quien las vista, sino quien las consienta. Que a tal tiempo hemos venido, que con ser tan sumo bien, hemos de rogar con él. Prométese seguridad en ellas solas. Viva vuecelencia para honra de nuestra edad.

    Don Francisco de Quevedo Villegas.

    DISCURSO

    Índice

    Los sueños dice Homero que son de Júpiter y que él los envía¹⁸, y en otro lugar, que se han de creer. Es así, cuando tocan en cosas importantes y piadosas o las sueñan reyes y grandes señores, como se colige del doctísimo y admirable Propercio en estos versos¹⁹:

    Nec tu sperne piis venientia somnia portis:

    Quum pia venerunt somnia, pondus habent.

    Dígolo a propósito que tengo por caído del cielo uno que yo tuve estas

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