El drama y misterio que rodean la herejía cátara se sitúa en un momento crítico en el seno de la Iglesia católica, que no supo adaptarse al clima de crisis social que provocó su aparición. La reacción de la jerarquía eclesiástica ante el desafío a su autoridad fue sofocar con dureza un movimiento popular que resquebrajó los pilares de la fe.
CRISIS MORAL Y SOCIAL
El 2 de octubre de 1187, Saladino recuperó la ciudad de Jerusalén para el islam. La derrota de los cruzados en la ciudad santa hizo que muchos considerasen que los pecados de los católicos habían impedido conservarla para la cristiandad. En la misma línea, se extendió el convencimiento de que la vida disipada de la que disfrutaban reyes y príncipes de la Iglesia había hecho que Dios abandonase a los cruzados en ese trance. Las noticias que llegaban desde España tampoco eran optimistas. El empuje de la Reconquista se había detenido en Alarcos, donde castellanos y aragoneses habían sufrido una aplastante derrota. La llegada de los almohades a la península había reforzado la presencia musulmana, al mismo tiempo que se extendía el desánimo entre las huestes cristianas.
A finales del siglo xii, se sucedieron varios años de inundaciones que asolaron los campos de cultivo de toda Europa. Las bajas temperaturas arruinaron las cosechas y el hambre se extendió por todo el continente. Los poderosos, a los que no faltaba de nada, acapararon los alimentos, mientras el precio del trigo no dejaba de subir. Al hambre le siguieron las epidemias y aunque desde algunos estamentos se tomaron tibias medidas para paliar el sufrimiento, la situación empeoró. Los caminos se llenaron de multitudes errantes y hambrientas en busca de comida; los bandidos hicieron peligrosos los viajes y la gente moría de inanición ante las puertas cerradas de los palacios y monasterios.
Este caldo de cultivo, donde se coció la miseria y los abusos de los poderosos, alimentó la ira de los campesinos famélicos que veían morir a