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Otro escenario de guerra: La diplomacia insurgente: la misión de José Manuel de Herrera (1815-1817)
Otro escenario de guerra: La diplomacia insurgente: la misión de José Manuel de Herrera (1815-1817)
Otro escenario de guerra: La diplomacia insurgente: la misión de José Manuel de Herrera (1815-1817)
Libro electrónico306 páginas5 horas

Otro escenario de guerra: La diplomacia insurgente: la misión de José Manuel de Herrera (1815-1817)

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La historia del doctor José Manuel Herrera se adentra en las actividades subversivas en territorio estadounidense en la guerra contra el imperio español
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ago 2019
Otro escenario de guerra: La diplomacia insurgente: la misión de José Manuel de Herrera (1815-1817)
Autor

errjson

Lingüista, especialista en semántica, lingüística románica y lingüística general. Dirige el proyecto de elaboración del Diccionario del español de México en El Colegio de México desde 1973. Es autor de libros como Teoría del diccionario monolingüe, Ensayos de teoría semántica. Lengua natural y lenguajes científicos, Lengua histórica y normatividad e Historia mínima de la lengua española, así como de más de un centenar de artículos publicados en revistas especializadas. Entre sus reconocimientos destacan el Premio Nacional de Ciencias y Artes (2013) y el Bologna Ragazzi Award (2013). Es miembro de El Colegio Nacional desde el 5 de marzo de 2007.

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    Otro escenario de guerra - errjson

    OTRO ESCENARIO DE GUERRA

    LA DIPLOMACIA INSURGENTE:

    LA MISIÓN DE JOSÉ MANUEL DE HERRERA (1815-1817)

    COLECCIÓN HISTORIA

    SERIE SUMARIA

    OTRO ESCENARIO DE GUERRA

    LA DIPLOMACIA INSURGENTE:

    LA MISIÓN DE JOSÉ MANUEL DE HERRERA

    (1815-1817)

    Eduardo Flores Clair

    SECRETARÍA DE CULTURA

    INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA

    A Verónica

    quien relata el tiempo e inventa el futuro


    Flores Clair, Eduardo.

    Otro escenario de guerra: La diplomacia insurgente: la misión de José Manuel de Herrera (1815-1817) [recurso electrónico] / Eduardo Flores Clair. – México : Instituto de Investigaciones Antropológicas, 2018.

    1.5 MB: il., tablas. – (Colec. Historia, Ser. Sumaria)

    ISBN: 978-607-539-162-5

    1. Herrera, José Manuel, 1815-1817 2. México – Relaciones exteriores – 1810-1821 3. Diplomacia – Historia – México I. t. II. Ser.

    F1232 F623


    Primera edición: 2018

    Producción:

    Secretaría de Cultura

    Instituto Nacional de Antropología e Historia

    D.R. © 2018 de la presente edición

    Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Córdoba 45, Col. Roma, C.P. 06700, Ciudad de México

    sub_fomento.cncpbs@inah.gob.mx

    Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad

    del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Secretaría de Cultura

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción

    total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,

    comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,

    la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización

    por escrito de los titulares de los derechos de esta edición.

    ISBN: 978-607-539-162-5

    Hecho en México.

    ÍNDICE

    Introducción

    La misión del doctor José Manuel de Herrera

    La confesión del doctor José Manuel de Herrera sobre su viaje

    Cartas robadas al general José Álvarez de Toledo

    Documentos personales del general José Álvarez de Toledo

    Correspondencia de autoridades virreinales

    Anexo. Cronología

    Fuentes

    Índice onomástico y geográfico

    INTRODUCCIÓN

    La historia documental que aquí se presenta está dedicada a la misión diplomática del doctor José Manuel de Herrera. Desde los primeros días del levantamiento de 1810, Miguel Hidalgo y Costilla¹ pretendió establecer relaciones con diversas naciones a fin de solicitarles su apoyo para vencer a la monarquía española y conseguir la independencia. La diplomacia era un frente más de lucha y en la estrategia política adquirió relevancia significativa; los enviados tenían la misión de exponer al mundo las causas por las que combatían, la justicia de sus propósitos y, por medios diplomáticos, alcanzar la paz. De hecho, se procuraba sustituir a la política por las armas; así, los aliados apoyarían al movimiento desde distintas trincheras y serían los árbitros para alcanzar nuevos pactos. Ante el mundo, los insurgentes querían demostrar que las demandas eran equitativas; por ello, a lo largo de tres siglos soportaron una situación desfavorable y la nueva geopolítica acarrearía mejores condiciones para todos.

    La publicación de estos documentos se suma a los que ya han visto la luz en otros tiempos; en realidad, buena parte de nuestra historia diplomática se ha dado a conocer a través de las fuentes primarias, unidas a los estudios que han profundizado en su análisis. Desde nuestro punto de vista, los documentos que hoy se publican son tan reveladores que merecen conocerse a través del puño y letra de los protagonistas.

    Son muy conocidas las colecciones documentales acerca de este periodo y en especial sobre el capítulo de la misión del doctor Herrera. Este trabajo quiere contribuir a las valiosas compilaciones, imprescindibles para nuestra historia como la de Juan E. Hernández y Dávalos, quien buena parte del siglo XIX se dedicó a reunir documentos sobre la guerra de Independencia.² Valioso es también el esfuerzo de Federico Gamboa,³ que siendo ministro de Relaciones Exteriores dio a conocer, con motivo de las fiestas del centenario, los documentos que existían en el archivo de su ministerio.⁴ Hay que resaltar la acuciosidad de Ernesto Lemoine para recoger una gran cantidad de manuscritos dedicados a la vida de José María Morelos y Pavón.⁵ Destacada es la labor de Carlos Bosch García, ya que puso a disposición de los estudiosos de la historia diplomática documentos existentes en archivos nacionales y estadounidenses.⁶ Mencionemos la fortuna del maestro José R. Guzmán de haber localizado un expediente enormemente valioso sobre la misión de José Manuel de Herrera.⁷ Otra correspondencia que reviste gran importancia fue dada a conocer por Estela Guadalupe Jiménez Codinach y María Teresa Franco González Salas, la cual fue entregada a cambio del indulto por uno de los protagonistas de esta historia: el general José Álvarez de Toledo.⁸

    La documentación es muy singular. En su mayoría fueron papeles muy confidenciales, considerados reservados e incluso muy reservados. Por sus características de discreción, algunos de ellos estaban glosados dentro de otras cartas que abordaban temáticas diferentes. Asimismo, se incluyen testimonios de diversos protagonistas para dar certidumbre de que los datos son confiables, así como resúmenes de expedientes que se están actualizando con la información recibida. Se respetó el orden en que fueron localizados en los acervos, con el fin de que se pudiera tener acceso al contenido de una manera similar a la que tuvieron los destinatarios. Otra de las características que los distinguen es que para asegurar que llegaran a su destino, se copiaba su contenido en más de una ocasión e inclusive se procuraba enviarlos por distintas rutas. También resulta fascinante enterarse de que los actores de esta historia cargaban con sus documentos personales a pesar de que estaban en constante huida y frente al peligro. Por eso, al caer en manos de los enemigos se les incautaban todos los papeles que portaban, pues de ello dependía el impedir que se llevaran a cabo los planes y estrategias. Éste era un método de lucha muy efectivo que les permitía adelantarse al contrario y que les causó, a ambos bandos, una serie de ataques exitosos. Los lectores podrán constatar que dichos documentos abordan problemas de suma importancia política y con la incautación de ellos, dejan al descubierto las posibilidades de que el desenlace fuera distinto.

    LA TRAMA

    El desear la independencia de las colonias españolas en América era un viejo anhelo, no sólo de los habitantes americanos, sino de las principales potencias europeas y de Estados Unidos. La iniciativa de emancipación, entre otras cosas, abría la oportunidad de participar en un considerable mercado, acaparar los ricos recursos naturales y sobre todo borrar el dominio español que se había prolongado por tres siglos. Como bien apunta Chiston I. Archer (2008: 273), los británicos que controlaban los océanos alimentaron el sueño de que podían ganar el control del reino más fabuloso del mundo hispánico.

    La ilusión de muchos empresarios era participar de la riqueza que existía en Nueva España. Durante el último tercio del siglo XVIII, el peso mexicano se convirtió en uno de los eslabones más importantes de la economía atlántica, que en todo el mundo, ayudó a expandir el comercio y proporcionó certidumbre a las transacciones comerciales. Este comercio demandaba cada vez más medios de cambios y los pesos mexicanos, gracias a su enorme confianza y aceptación universal, se convirtieron en la mercancía más globalizada que permitió unir los mercados americanos, europeos y asiáticos.¹⁰ En general, el quiebre de la monarquía española representaba una circunstancia que favorecía a las potencias europeas y a los estadounidenses, cuyo fin era disputar la hegemonía en los territorios americanos, y con ello expandir de manera inmediata sus capacidades productivas y extender su poderío hacia otras regiones hasta entonces reservadas a los españoles.¹¹

    Entre diciembre de 1810 y octubre de 1816 se llevaron a cabo seis misiones diplomáticas dirigidas a Estados Unidos.¹² Los líderes insurgentes consideraron la idea de que la guerra no sólo involucraba a los novohispanos, sino que era indispensable expandir el movimiento más allá de las fronteras y requería del auxilio de otras naciones para contrarrestar el poderío de la monarquía española.¹³ Debido a la escasez de la documentación, las actividades de estos plenipotenciarios se conocen de manera muy sucinta y hasta cierto punto incierta.¹⁴

    A Pascasio Ortiz de Letona,¹⁵ guatemalteco dedicado al estudio de la botánica y primer embajador plenipotenciario insurgente, se le recuerda más por la anécdota de que ni siquiera logró salir del país, porque en Molango¹⁶ fue aprendido al intentar cambiar una onza de oro y prefirió quitarse la vida antes de delatar sus planes. No obstante, las instrucciones que llevaba incluían los requerimientos de apoyo que los insurgentes solicitaban y dichos principios fueron la base del resto de las misiones. Entre los más importantes destacan: establecer una alianza defensiva y ofensiva de los territorios, asentar un tratado de comercio y pactar cualquier asunto que contribuyera a la felicidad de ambas naciones.¹⁷

    Al apoyo político se le fueron agregando otro tipo de demandas que solicitaba el movimiento de independencia. Vale la pena hacer énfasis en dos requerimientos significativos; nos referimos a la formación de una fuerza expedicionaria que apoyara a los ejércitos insurgentes y, en segundo lugar, al abasto de pertrechos de guerra. En febrero de 1811 se planeó la contratación de una fuerza expedicionaria constituida por 6 o 10 mil hombres, a quienes se les prometía la atractiva recompensa de un mil pesos por su participación.¹⁸

    En marzo de 1811, el teniente coronel José Bernardo Gutiérrez de Lara,¹⁹ de quien se ha escrito una gran cantidad de historias, tanto por su importancia militar como debido a que los estadounidenses lo reivindican como iniciador de la independencia de Texas,²⁰ corrió con mejor suerte, a pesar de haber enfrentado diversas dificultades en su camino hasta Washington. En diciembre de 1811 se entrevistó con las autoridades de Estados Unidos, quienes se mostraron interesadas en apoyar su causa, aunque declararon una posición neutral. Pero se percató de que, en un descuido, los estadounidenses se podían apropiar de todo el territorio de Nueva España. En su reclutamiento para formar un ejército expedicionario, Gutiérrez de Lara fue infiltrado por agentes estadounidenses, principalmente por William Shaler²¹ y August W. Magee,²² quienes le ayudaron a constituir un pequeño ejército de mercenarios, al que se unió uno de sus rivales más peligrosos, el general José Álvarez de Toledo. La tropa estaba integrada por mexicanos, texanos, estadounidenses e indios. En sus primeras acciones tuvieron éxito y tomaron la población de Béjar,²³ San Antonio. Entonces Gutiérrez de Lara declaró la independencia de Texas.²⁴ Aunque unos días después el sueño terminó, pues en agosto de 1813 el brigadier Joaquín de Arredondo,²⁵ al frente del ejército realista, los derrotó en la batalla de Medina.²⁶

    Los planes de la fuerza expedicionaria no concluyeron con dicho descalabro. Álvarez de Toledo se quedó al frente de un puñado de hombres e intentó reorganizarse, primero con la ayuda de otro plenipotenciario, Juan Pablo Anaya,²⁷ quien tenía la misión de formar un ejército de 56 mil hombres,²⁸ y después con la llegada a Nueva Orleans del doctor José Manuel de Herrera, como se podrá constatar en los documentos compilados.

    La Suprema Junta Nacional Gubernativa de Zitácuaro tenía como prioridad llevar a cabo las gestiones necesarias para establecer relaciones diplomáticas con las naciones que habían conseguido su independencia. El doctor José Sixto Verduzco y José María Liceaga fueron los encargados de delinear la política diplomática insurgente. En junio de 1812 dieron a conocer un formato de carta credencial para acreditar a los ministros plenipotenciarios, en la cual se recogen las ideas y demandas de los insurgentes. Entre otras cosas, se decía que por ausencia del rey y como nación debían sostener los derechos de su independencia. Hacían un llamado a los estados para que influyeran en la impartición de justicia y apoyaran los nobles objetos de la causa. Al designado se le otorgó el título de embajador de la América Septentrional y amplios poderes para establecer tratados, celebrar contratos, pactos de comercio, alianzas y hagáis cuanto vuestra conocida prudencia os dicte.²⁹

    Sin embargo, pasaron algunos meses sin que consiguieran la ayuda internacional. En junio de 1813 se nombró embajador plenipotenciario a Francisco Antonio Peredo, a quien se le encomendó negociar un asunto de suma importancia frente al obispo Juan de Okerón, de Baltimore, representante del papa en América; también se le solicitó que eligiera a un presbítero de la terna constituida por Manuel Sartorio, Vicente Santa María y Joaquín Carrasco, con el fin de que se les dotara de facultades para administrar los santos sacramentos a los insurrectos. Pues el obispo Antonio Bergosa y Jordán invalidó todas las actividades religiosas en las regiones controladas por los insurgentes.³⁰ En otras palabras, el bautizo, la penitencia, la eucaristía, la confirmación, el matrimonio y la extremaunción que efectuaban los curas insurgentes no tenían ningún valor para la santa Iglesia. Asimismo, Moisés Guzmán encontró que el presidente de la Junta, Ignacio López Rayón, se interesó en establecer relaciones diplomáticas con Haití, después de que había declarado su independencia, pero distintas dificultades hicieron imposible que se llevaran a cabo.³¹ La misión se frustró; por lo tanto a Francisco Antonio Peredo le fue imposible abandonar el territorio mexicano.

    Otro de los temas prioritarios respecto a las misiones diplomáticas fue el abasto de armas, imprescindibles para hacer la guerra. Las distintas facciones se vieron en graves dificultades para abastecerse y combatir a sus enemigos. Las armas del rey eran enviadas, en los inicios de la Conquista, desde las fábricas de la metrópoli, principalmente del Real Astillero de Guarnizo, las Atarazanas de Barcelona, La Carraca³² y El Ferrol³³. A partir de 1788, se intentó suministrar armamento a los territorios americanos desde Jimena de la Frontera,³⁴ pero debido a su alto costo e improductividad, esta sede fue sustituida por la fundición de Sevilla.³⁵

    En Nueva España, los realistas intentaron varias veces fabricar armamento y construir barcos pero sus éxitos fueron muy limitados, aunque también es probable que existiera miedo a un levantamiento y aprovecharan los pertrechos para armarse y por ello se prohibió su fabricación.³⁶ En los archivos se conservan abundantes proyectos para construir fundiciones de artillería que jamás se realizaron.³⁷ De hecho, el ejército realista no contaba con suficiente armamento al inicio de la guerra de Independencia. Los cañones situados en las diversas plazas habían sido construidos en los hornos españoles mucho tiempo atrás y su uso se restringía a los cañonazos de salva en las celebraciones. La población novohispana se había habituado al sonido estruendoso y cualquier pretexto era bueno para celebrar con salvas de artillería, ya fuera el nacimiento, cumpleaños o defunción de algún miembro de la Casa Real, el paseo del pendón o la entrada de algún virrey.³⁸ A esta situación había que agregar que entre 1808 y hasta los primeros meses de 1810, se realizó una campaña de recopilación de materiales de guerra con el fin de apoyar la resistencia de la invasión francesa en la metrópoli.³⁹

    A principios de 1810, ante la amenaza de una invasión de los ejércitos napoleónicos, el Tribunal de Minería decidió apoyar la renovación de la artillería novohispana y financió la construcción de 100 cañones de bronce, para lo cual contrató al afamado arquitecto Manuel Tolsá.⁴⁰ Ésta fue la primera fundición de armas en Nueva España⁴¹, pues en general las maestranzas del ejército habían servido sólo para mantenimiento y reparación. Hay que añadir que Tolsá se enfrentó a una serie de problemas para llevar a cabo la comisión, entre otros, padeció serios obstáculos para conseguir la cantidad y calidad del bronce que necesitaba, los trabajadores no tuvieron la habilidad necesaria y mucho menos la constancia. Uno de los problemas que le preocupaban más a Tolsá era el hecho de que los cañones tuvieran el grado de perfeccionamiento, decía es fácil fundir cañones, pero muy difícil que estos sean útiles.⁴² El valenciano conocía que en las fábricas reales el porcentaje de cañones defectuosos podía ser cercano al 30 por ciento y tenían que refundirlos.⁴³

    El levantamiento insurgente generó una alta demanda de armas; sin embargo a las autoridades virreinales, por más esfuerzos que realizaron, les fue imposible fabricarlas con rapidez. A principios de 1811 fue cuando empezaron a funcionar las fábricas en Veracruz, Chihuahua⁴⁴ y la ciudad de México, donde se elaboraron pistolas, carabinas y fusiles de chispa.⁴⁵ Además, Tolsá sólo logró fabricar poco más de 60 cañones de los prometidos.⁴⁶

    Lucas Alamán escribió que la escasez de armas en cierta forma benefició a los insurgentes por sus movimientos masivos, aunque también los criticó por poco efectivos y porque, hasta cierto grado, consideraba que las multitudes sólo estorbaban. Desde el inicio de la guerra, los insurgentes se habían abastecido de armas de los desertores, las que encontraban en los pueblos invadidos y las que les quitaban a los realistas.⁴⁷ Gracias a los reportes de guerra podemos tener una idea sobre el tipo de armas que utilizaban. Los insurgentes echaron mano de lo que tenían más próximo y de su imaginación; las piedras fueron el arma más utilizada, ya fueran lanzadas con la mano o con las hondas; después venían las lanzas y machetes; las herramientas de labranza y de las minas; y las armas de fuego como trabucos, carabinas, fusiles y granadas de mano.

    La nueva historiografía sobre la artillería ha realizado importantes aportes aunque falta mucho por hacer. Juan Ortiz señala que la adquisición y construcción de armamento para uso de los insurgentes no fue un problema grave. Respecto a la fabricación de armamento contaron con la ayuda de los alumnos del Colegio de Minería; además, al parecer existía un mercado de armas donde los rebeldes las podrían adquirir. El autor llega a firmar que por el tipo y cantidad de armamento decomisado a los insurgentes se demuestra que estos gozaban de mayores ventajas que los realistas. Para Ortiz, el enorme inconveniente era la deficiencia en el manejo del armamento y asegura que la falla radicó en su pésima organización.⁴⁸ De acuerdo con estas ideas Moisés Guzmán, quien realizó una investigación exhaustiva sobre el armamento insurgente, afirma que la fabricación se realizó en los lugares cercanos a los yacimientos de cobre y hierro. Según el trabajo de Guzmán, al parecer en la región central del país se podían instalar fundiciones, contaban con los materiales suficientes y tenían buenas instalaciones. En el apartado dedicado a las primeras armas para la libertad se hace mención de 434 piezas de artillería, una cifra en verdad sorprendente, una parte incautada a los realistas, pero muchas fabricadas por los rebeldes. Guzmán distingue tres periodos en la producción de armamento. El primero, que va de septiembre de 1811 a septiembre de 1813, se diferencia por su organización y coordinación de la Suprema Junta Nacional Americana. En la segunda etapa, que coincide con la misma época (1811-1813), hay decenas de fortalezas. Finalmente, entre 1814 y 1815 se reducen las maestranzas por falta de provisiones.⁴⁹ Aunque reconoce que los comandantes exageraban en los informes, podemos pensar que es necesario ponderar dichas cifras, así como evaluar las dificultades técnicas antes señaladas y, sobre todo, distinguir su efectividad.

    Una de las características que más ha destacado acerca de las armas insurgentes ha sido la inventiva e ingenio. Se sabe que lograron cierto éxito en las fundiciones ubicadas en el actual Estado de México: Tecualoya,⁵⁰ Tenancingo,⁵¹ en la hacienda de la Gavia, Almoloya de Juárez,⁵² en Zongolica,⁵³ Veracruz y otras más. Estas obras reflejan el grado de organización técnica y la habilidad para aprovechar los recursos de cada una de las regiones. Por ejemplo, Pedro Celestino Negrete⁵⁴ informó al mariscal de campo José de la Cruz⁵⁵, al llegar a Tancítaro,⁵⁶ Michoacán: mandé destruir varias obras de fortificación de los enemigos bastante bien hechas y con orden, casas y tejavanes de tejamanil para herreros, armeros, carpinteros, fundición de cañones y fábrica de pólvora.⁵⁷ Sin detenerse fabricaron cañones de madera y otros de mala construcción que resultaban de ninguna utilidad.⁵⁸ Mucho menos tuvieron éxito con el experimento de fusiles de cobre, los consideraron inútiles, los destrozaba la tropa y los tiraban a las barrancas.⁵⁹ Pero a pesar de todos estos reveses técnicos, los ejércitos insurgentes demandaban una gran cantidad de armas y sólo se podían satisfacer con el abasto externo.

    LOS PROTAGONISTAS

    La vida de José Manuel de Herrera, principal personaje de esta historia, ha sido expuesta por sus biógrafos cuidando hasta sus últimos detalles. Sin embargo, en este trabajo se intenta proporcionar nuevos datos con el fin de brindar una visión distinta.⁶⁰ Cabe añadir que las actividades políticas del doctor Herrera han sido catalogadas de manera negativa e inclusive ha recibido críticas muy severas. El historiador Lorenzo de Zavala,⁶¹ escribió que Herrera se identificaba por su fatalismo y ahondaba que durante su estancia en Nueva Orleans nada podía hacer de importancia para la causa que representaba.⁶² En este sentido Carlos María Bustamante fue aún más lejos.⁶³ Por su trayectoria política mantuvieron estrechos vínculos e incluso rivalidades y, quizá por ello, considera que Herrera no contaba con la calificación y méritos suficientes como para hacerse cargo de la misión diplomática frente a Estados Unidos. Según Bustamante se dio vida de gran personaje, gastó lo poco que llevaba y sobre todo se endeudó. Para muchos, al igual que Bustamante, Herrera abandonó sus principios y se convirtió en un satélite de Iturbide e instrumento de su tiranía.⁶⁴ Asimismo, otro personaje que conoció a Herrera en su estadía en Nueva Orleans nos proporcionó otro rasgo de su personalidad. Se trata de William David Robinson, conocido por ser el cronista de la expedición de Xavier Mina,⁶⁵ quien escribió que Herrera ayudó con el abasto de unos socorros, poco importantes y agregó que tenía escasos conocimientos del mundo y por consiguiente [era] fácil de engañar.⁶⁶ De hecho, ésta sería una de las señas que distinguían a los letrados novohispanos, quienes a lo largo de la época colonial viajaron sólo a través de los libros y carecían de experiencia en el trato con los extranjeros.

    En 1969, el maestro José R. Guzmán encontró en el Archivo General de la Nación un expediente significativo que arrojó luz sobre la misión diplomática de Herrera. Dicho documento proporciona importantes datos autobiográficos y también es un detallado estado contable de Herrera y su socio estadounidense, el empresario Abrer L. Duncan.⁶⁷ Es importante tener en cuenta, sobre todo para la certidumbre de los datos, que dicho expediente fue producto de una convocatoria del Soberano Congreso Mexicano, que quería premiar a los buenos patriotas con una pensión por los servicios prestados en la guerra de Independencia y haber obtenido nuestra libertad.⁶⁸ En poco tiempo, esta ley se hizo extensiva a los eclesiásticos que participaron en la contienda y obtuvieron un grado militar.⁶⁹ Aunque no por ello se les dejó de reprender de manera cruel: se les tachaba de fanáticos, amigos del gobierno Borbón y güegüenches, en el sentido de curas pícaros.⁷⁰ No obstante, gracias a esta iniciativa podemos enterarnos de algunos aspectos hasta ahora desconocidos acerca de la misión de Herrera, que cambian de manera significativa

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