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Iconografía mexicana XII: Indumentaria y ornamentación
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Libro electrónico439 páginas5 horas

Iconografía mexicana XII: Indumentaria y ornamentación

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Contiene 17 artículos sobre el uso y la costumbre de la indumentaria humana, su estética y su necesidad biológica y social, también se mencionan temas de otras culturas como Egipto, Grecia y Roma, además de los pueblos marginados de los últimos tiempos
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ago 2019
Iconografía mexicana XII: Indumentaria y ornamentación
Autor

errjson

Lingüista, especialista en semántica, lingüística románica y lingüística general. Dirige el proyecto de elaboración del Diccionario del español de México en El Colegio de México desde 1973. Es autor de libros como Teoría del diccionario monolingüe, Ensayos de teoría semántica. Lengua natural y lenguajes científicos, Lengua histórica y normatividad e Historia mínima de la lengua española, así como de más de un centenar de artículos publicados en revistas especializadas. Entre sus reconocimientos destacan el Premio Nacional de Ciencias y Artes (2013) y el Bologna Ragazzi Award (2013). Es miembro de El Colegio Nacional desde el 5 de marzo de 2007.

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    Iconografía mexicana XII - errjson

    Haupt

    INTRODUCCIÓN

    Beatriz Barba Ahuatzin*

    Los seres humanos son los únicos animales que en nuestro planeta producen vestidos, armas defensivas y ofensivas, tecnología para conseguir alimentos y la mayor parte de los satisfactores que requieren. Gracias a su físico, cerebro desarrollado, dedo pulgar oponible, cuerdas vocales, posición erecta por las curvaturas de su columna, visión panorámica, tridimensional y otros detalles biológicos, ha podido evolucionar con mayor rapidez y seguridad que el resto de los animales.

    El vestido le permite adaptarse a diferentes climas y medios, a tal grado que muchos filósofos consideran que sin él, el hombre no hubiera podido sobrevivir a extremosos cambios de temperatura y enfrentamientos con animales más fuertes. La ropa puede ser considerada un instrumento, porque resuelve conflictos de relación entre el medio ambiente y el hombre, y por ello algunos grupos la ven como si tuviera vida propia, como si fuera parte de la naturaleza, y la rodean de símbolos y valores.

    La ornamentación funciona como símbolo, diferencía a las personas, señala el lugar que tienen en la sociedad desde épocas muy lejanas, prehistóricas, hasta nuestros días; anillos, collares, pulseras, ajorcas, cinturones, protectores de cabeza o coronas, pueden ser hechos de piel, de madera, de metales, y variar el número de sus significados. Tardíamente el hombre aprende a manejar materiales preciosos, cuando tiene sobreproducción agrícola y le sobra tiempo para especializarse.

    Al simbolismo de los vestidos y ornamentos se le ha dado tanta importancia que, repetimos, se les da vida propia y valores sociales, y religiosos; en cada sociedad cambia el significado y el valor de estos objetos, que a veces son empleados para producir otros satisfactores fundamentales, como la producción de alimentos o de recreo, donde podemos citar los instrumentos musicales y las piezas de arte.

    Según su finalidad, los instrumentos pueden ser de defensa y ofensa, para la guerra o para cazar, de trabajo, de culto o ceremonias rituales, domésticos, musicales y vestimentas que pueden usarse para aclimatarse o para demostrar jerarquías.

    Algunas partes de nuestro cuerpo pueden ser vistas como instrumentos: las manos, los ojos, los oídos, el gusto, etcétera.

    Este libro sólo contiene estudios del simbolismo y utilidad de los ropajes y la ornamentación, y hay alguna parte que se ocupa incluso de la importancia de la toponimia resultante de dedicar un espacio geográfico al vestuario.

    INDUMENTARIA Y ORNAMENTACIÓN

    Repetiremos que ambos se producen desde la prehistoria y se utilizan en parte como diferenciadores sociales o protectores del cuerpo humano. El hombre utiliza los materiales que lo rodean para fabricarlos: pieles, plumas, vegetales de fibra larga o fibra corta que se tienen que hilar para tejerlos, el marfil de los dientes, huesos, etc. En los climas muy cálidos, el vestido llega a ser un estorbo y sin embargo el hombre lo usa, le da carácter mágico, y utiliza su imaginación.

    En todas las sociedades el vestido tiene una carga muy fuerte de simbolismos, pueden ser prendas sagradas que sólo usen los individuos que han dedicado su vida a la adoración de dioses, o pueden ser vestidos señaladores del trabajo que realiza su dueño; son interesantes los utilizados en grandes festividades comunales como el carnaval, las cortes y las fiestas civiles y religiosas.

    La cabeza, el pecho y las manos son las partes que usan mayor número de ornamentos; la cabeza puede llevar sombreros, coronas, cascos, gorros, aretes, narigueras que atraviesan el septo nasal, y en el pecho ostentar collares, pectorales, corazas; hechos con marfil, piedras semipreciosas, barro, madera, diversos metales y aleaciones. En las orejas y los labios se pueden atravesar piezas de piedras semipreciosas, metales, aleaciones, barro, madera y hueso. El vestido puede ser desde una larga túnica sólo doblada, hasta un barroco vestido cortesano abundante en piezas completamente inútiles, como encajes, deshilados y aplicados.

    Durante el invierno, la ropa cambia de textura, de peso, de materiales y de modelo, porque la ropa sirve para cubrir al cuerpo; mientras que en verano se acortan las mangas, se bajan los escotes y se adelgazan las telas. Hay prendas que sólo son utilizadas por los personajes representativos de instituciones, como capas reales, togas doctorales, taparrabos de chamanes, túnicas de mago, uniformes, etc.; también encontramos piezas de vestir muy particulares pero que se usan esporádicamente, como los vestidos de novia, ropa de duelo, atuendos para ceremonias de paso de edad, que significan un desgaste económico importante porque suben el estatus de la gente que los usa.

    El calzado se utiliza en forma general en épocas tardías, antiguamente se usaban sandalias, zapato cerrado en invierno y diferentes formas para defender el pie de un suelo peligroso, como las puntas levantadas para que no entre la arena en los lugares desérticos; también hay formas inútiles y hasta agresivas, como los zapatos de tacón alto que en poco tiempo pueden deformar la columna vertebral.

    LOS CAPÍTULOS DE ESTE TRABAJO

    En este número de Iconografía mexicana hay diecisiete artículos dedicados a los atavíos y ornamentaciones principalmente del México antiguo, colonial, republicano y contemporáneo; también tres trabajos que nos hablarán de otras zonas del mundo. Los artículos son:

    Algunas razones para la existencia del vestido y el adorno, de Jorge Angulo Villaseñor. Trata de las razones que encuentra para explicar la enorme variedad de vestidos y adornos que ha inventado el hombre a lo largo del tiempo y en las diferentes culturas, usando muy variados materiales, marcando con ello el lugar que ocupan en el grupo al que pertenecen y algunas de sus creencias. También toma en cuenta la adaptación a la ecología que sirve de entorno a las gentes. Es ameno, bien informado y presenta interesantes ilustraciones.

    Análisis iconográficos de la indumentaria y el atavío faraónicos, de Coral García Valencia. Describe cómo era la ropa que llevaban los faraones y que ha sido esculpida o pintada en alguna parte de sus templos o palacios; su descripción es erudita y sobre todo permite, en poco espacio, aprender lo que de otro modo nos obligaría a leer mucho. Ella parte del periodo predinástico, 4000 a 3000 a.C., y termina con una síntesis de los atuendos tardíos, cuando los egipcios formaban parte de la cultura mediterránea y habían dejado de ser el pueblo más avanzado de esas regiones, aunque de algún modo mantenían su prestigio.

    Vestimenta civil y militar de la Grecia y Roma antiguas, de Aída del Rocío Escalera de Audiffred. Continúa con las culturas mediterráneas algunos siglos después de lo que se ha dicho de Egipto. Texto muy documentado e interesante que explica cómo se amarraban y se doblaban las prendas para lograr esas formas tan elegantes.

    Posibles representaciones de atuendos de concha en dinteles mayas, de América Malbrán Porto. El material de su interés es la zona maya y lo dispone cronológicamente, pero se enfoca a la época clásica. Describe para cuántas cosas servían las tierras y arenas llenas de restos de moluscos, caracoles, conchas, que tanto se han utilizado, aun hoy, para construir caminos y algunas otras obras. Para sus descripciones toma como base a cronistas como Fernández de Oviedo y enseña que los caparazones de los animales marinos son tan duros y ligeros que pueden usarse para hacer hasta corazas para los guerreros. Yaxchilán es citada por la autora como la más guerrera de las ciudades del Clásico.

    Grandes ornamentos, colorido y papel en la fiesta de Ochpaniztli, de Beatriz Barba Ahuatzin. Inspirada en la belleza de la festividad de Ochpaniztli, dedicada a tres diosas agrícolas del calendario solar: Atlatonan, Chicomecóatl y Cihuacóatl, la autora describe tanto la festividad como la variedad de atuendos, tan numerosos y vistosos que los especialistas han considerado que, para cargar semejantes tocados, debieron ser de materiales muy ligeros como el papel. Lo interesante es que la diosa que preside es una anciana humilde, Toci, siempre vestida de blanco, con materiales poco lujosos, que tiene una personalidad muy importante porque cuida no sólo a las diosas sino a todas las mujeres. En el artículo se encuentran explicaciones de cómo se hacía el papel de amate, los días que duraba la fiesta, los muchos significados que tenía y los sacrificios que se hacían. Incorpora las ideas de Durán y de Sahagún, que no son iguales, y concluye describiendo brevemente las tres escenas principales de la fiesta y las tres procesiones.

    El representante de Tezcatlipoca en Tóxcatl, de Martha Julia Toriz Proenza. Habla de una fiesta también calendárica dedicada al dios Tezcatlipoca. Hace ver que sus elementos principales tenían un simbolismo en dos campos principales: la agricultura y el ámbito político-religioso. Tóxcatl abarcaba dos fases, una duraba 17 de las veintenas del calendario solar, y otra solamente se verificaba en la quinta veintena, que caía en mayo. Describe con pormenores el atuendo y las ceremonias, así como otros objetos rituales imprescindibles, como la flauta, las flores, los cascabeles y las plumas, y la conducta que obligaban a guardar a los representantes de Tezcatlipoca.

    Xochipilli y la indumentaria de la transformación, de Margarita Treviño Acuña y Emma Marmolejo Morales. Las autoras se enfocan en el tocado y el cetro que lleva Xochipilli y que son el corazón del significado de la fiesta. Aceptan la opinión de Tena de que la indumentaria y las fiestas, así como las deidades asociadas, se refieren a la renovación y transformación de los ciclos vitales de la naturaleza, enfocándose en la agricultura. Se centran en la indumentaria de Xochipilli o Macuilxóchitl, el dios de las flores y las fiestas. Describen su pintura corporal, su atuendo y su relación con las flores y los animales, sobre todo las aves. Concluyen que el tocado de plumas de ave y el cetro con el corazón ensartado, característicos de Xochipilli, están relacionados con el interés social y filosófico de la lucha entre materia y espíritu.

    Mujeres e indumentaria en la toponimia prehispánica náhuatl, de María del Rosario Ramírez Martínez. Relaciona la toponimia con las fibras y los componentes del vestuario femenino y su finalidad, por ello nos encontramos los nombres de algunos sitios que tienen una estrecha relación con alguna parte de la vestimenta, por ejemplo: mujer, ropa, lavado, máxtlatl, camisa, etc.; la autora aprovecha para enhebrar todo lo que se sabe tanto del sitio como del objeto que describe.

    Pasar al otro lado: la máscara de Xochipilli, de Emma Marmolejo Morales y Margarita Treviño Acuña. Hace hincapié en que la identidad y el arraigo con el medio y la comunidad se notan en cada individuo, pero más en los altos mandatarios y hasta en los dioses. Por ejemplo, la máscara de Xochipilli o Macuilxóchitl, que era el príncipe de las flores, pero que se identificaba con las plantas alucinógenas, con las que se entraba en éxtasis y se podía llegar a planos donde vivían otras deidades. Las autoras escogen cuatro representaciones de Macuilxóchitl Xochipilli, que no son todas, sino las que más se conocen. La primera es la del Códice Magliabechi, lámina 1, presidiendo un juego de patolli del cual es el patrón. Lo más visible es el cetro y el escudo que lleva en las manos y sobre el pecho una red para cazar. Otra es un bajorrelieve en forma de teponaztli que a la mitad del cuerpo tiene la máscara de Xochipilli y alrededor de la boca los pétalos de una flor. Asimismo, existe una escultura en piedra que representa a una tortuga, la cual saca la cabeza que, sin discusión, es Macuilxóchitl con su máscara. La escultura más importante y más bella es la de Tlalmanalco, Estado de México. Mide 115 cm de altura y 53 cm de ancho, lo representa sentado en un taburete ornamentado con grecas y flores alucinógenas. En las piernas y muslos también lleva flores alucinógenas y una máscara en el pecho y otra en la cara. Concluyen que la máscara de Xochipilli lleva a la liberación, que las flores de su cuerpo logran el cambio espiritual y la máscara también, de modo que esta deidad está en espera de la renovación del alma.

    Breve semblanza de un guerrero olvidado, de Alicia Blanco Padilla. Estudia tres restos óseos de perros —de los que se consagraban como ofrenda funeraria en la época prehispánica y que Sahagún describe como los compañeros o guías del alma de los difuntos al inframundo—, encontrados en el Templo Mayor de Tenochtitlan: uno de ellos estaba en la Cista 1 y los otros dos en la Ofrenda H y son resultado de la cruza de las especies Canis lupus y Canis familiaris (lobo y perro, respectivamente).

    Elementos animales en la indumentaria, de María del Rosario Ramírez Martínez. Empieza advirtiendo que vestirse con pieles, astas, garras y otros pedazos de animal va más allá de sólo imitarlos, pues trataban con ello de conseguir su fuerza o protección. Usar partes de animales en las vestimentas viene de muy antiguo, y señala que los olmecas del Preclásico, desde 1500 a.C., tuvieron como animal protector al jaguar y su piel se usó para cubrir algunas partes del cuerpo. El nahual olmeca tiene esa intención, como se ve en diferentes esculturas o representaciones. Los chamanes actuales aseguran poder convertirse en jaguares. La autora menciona la leyenda rescatada por Torquemada de que Ahuízotl tenía la capacidad de volverse águila, tigre o serpiente. En el periodo Clásico, de 200 a 900 de n.e., abundan los personajes con enormes tocados y disfraces de coyotes, jaguares, diversas aves, que a veces representaban a deidades, sacerdotes o guerreros, y otros también que buscaban relacionarse con la fertilidad. Recomienda ver las láminas 5 y 6 de la Matrícula de Tributos para observar lo que los mexicas les pedían como tributo a los pueblos que sometían. Actualmente en varios pueblos pueden verse estos disfraces completos, como en Acatlán, Guerrero, donde los tecuanis, danzantes vestidos de tigres, solicitan lluvias.

    Las insignias y atavíos de Quetzalcóatl entregados por Motecuhzoma a Cortés en 1519, de Alberto Diez Barroso Repizo, se basa en una ilustración del Códice Durán, en la que se ve una plática entre la Malinche, Cortés y un enviado de Motecuhzoma, llamado Tlillancalqui, para complementar la idea de que es el primer encuentro que tuvieron los naturales con el conquistador, según el texto de Bernal Díaz del Castillo. Los indígenas lo recibieron como si fuera un dios y le obsequiaron principalmente mantas con motivos de gran importancia; a cambio, los españoles dieron cuentas de vidrio. El artículo describe momentos emocionantes de este encuentro y el autor analiza con cuidado el nombre del tercer personaje. También habla de otras reuniones e intercambios de regalos, como una máscara de mosaico de turquesas. Después de analizar regalos, personajes y crónicas, concluye que este tercer personaje, Tlillancalqui Teotlamacazqui, le da calidad de rito sagrado al acontecimiento, aunque finalmente los indígenas se decepcionaron, al darse cuenta de que no son dioses sino hombres.

    Los atavíos en las figurillas antropomorfas de copal, de Naoli Victoria Lona. Describe qué es el copal y cómo se trabaja. Dice que en el Templo Mayor de Tenochtitlan se han encontrado numerosas ofrendas a los dioses, y uno de los más repetidos es el copal, usado como un conglomerado o preparado para hacer figuras. Habla de los diferentes copales que se pueden encontrar. Se interesa por los atavíos que llevan esas pequeñas esculturas y que permiten imaginar cómo se veían tanto las deidades como los individuos comunes. Describe cada una de las prendas que se usaban. Algunas de estas esculturas son casi de medio metro de largo por 20 cm de ancho. Analiza el físico y deduce que algunas se relacionan con Tláloc y otras deidades, por las deformaciones que presentan. Las figuras femeninas generalmente están sentadas sobre sus rodillas y tienen las manos sobre los muslos, mientras las piezas masculinas están sentadas sobre sus glúteos.

    Entre trapos y sedas. El vestido de los negros en la Nueva España, de Enrique Tovar Esquivel y la doctorante América Malbrán Porto. Como el libro está organizado cronológicamente, ahora vamos a ver problemas de la Nueva España. Aclaran que solamente les interesa cómo visten los negros y mulatos que llegaron a América en calidad de esclavos. No tenían libertad para elegir la ropa y se vestían con los desechos de sus amos, por eso los vemos frecuentemente con sedas, pero éstas ya están muy usadas y maltratadas. Esta situación los obligó a tener una vida más parecida a los españoles que la que tenían los mismos indios, porque se empleaban en el servicio de las casas. Dentro del prestigio de los amos estaba tener a su servidumbre bien vestida y bien comida, pero eso no contaba para los que trabajaban en ingenios de azúcar, minas y haciendas, que pasaron la vida medio tapándose con harapos. Las autoridades coloniales obligaban a que se les diera un mínimo de tres vestidos al año: un par de pantalones, una camisa y un sombrero y a veces un pañuelo y un camisón de lana para el frío. En el siglo XVI los negros también usaron atavíos indígenas y por ley las mujeres negras tenían prohibido ostentar joyería fina a menos que estuviera casada con un español. El resto de las castas también estaban reglamentadas en su modo de vestir. En general la vida de los negros estaba controlada para limitarlos en su conducta, porque eran grupos peligrosos comparados con los indígenas, mansos y obedientes. El negro era esclavo o sea que se podía considerar un bien material que se compraba y se vendía, no así con el indígena que no era libre pero se regulaba por sus usos y costumbres.

    De pies descalzos a rebozos desgastados: la vestimenta de las vendedoras de la ciudad de México, siglo XVIII, de María del Carmen Lechuga García y Braulio Pérez Mora. Los autores utilizan también el tema de las castas de Nueva España y el modo en que se arreglaban a finales de la Colonia. Se basaron en el análisis de los cuadros de castas y razas que se hicieron para registrar a los recién nacidos en México en aquella época. La palabra raza se usaba en tres ocasiones: para señalar a los españoles y en general europeos, para referirse a los negros sin mezcla y para referirse a los indios sin mezcla. Los cuadros mencionados llegaron a ser obras de arte que compraban los europeos y mandaban al Viejo Mundo para que se conociera a la gente que había en América. Se les ponía la ropa característica, los enseres que usaban, las actividades que acostumbraban, y se procuraba que el tipo físico fuera lo más cercano al conocido. La segunda mitad del siglo XVIII ofrece los mejores ejemplares porque muchos cuadros fueron hechos por pintores de gran renombre.

    Máscaras, dominós y trajes, color e imaginación en el carnaval, de María Esther Pérez Salas C. Habla de cómo la moda no se limita al traje sino que también se extiende a otras esferas de actividad humana, como la diversión, la ciencia o el lenguaje. En este trabajo se explica una de las manifestaciones de la moda del siglo XIX; los bailes de carnaval, característicos de la clase pudiente y de grupos europeos. Los trajes que se veían en el carnaval guardan mucho de la moda superada. Los paseos de máscaras eran desfiles de carros llenos de gente disfrazada que se lucía por el paseo de Bucareli durante tres días. Toda la familia intervenía en escoger los trajes, las telas, los ornamentos y las máscaras o antifaces. Se olvidaba la buena educación y en esos tres días los jóvenes se portaban de una manera bastante libre. Las casas se abrían para que pasaran los invitados, pero como no se sabía de quién se trataba, entraba y salía quien le daba la gana. Se hacía gala del ingenio para no ser reconocido y las bromas no tenían límite. Eran abundantes los personajes históricos y los representativos de las pasiones humanas, como Colombina y Pierrot.

    Las rumberas del cine mexicano. Un cambio en el desciframiento del cuerpo femenino, de Cecilia Haupt. Pretende aclarar que en la década de 1940 a 1950 las luchas feministas y el gusto por el cuerpo femenino semidesnudo se anotan un triunfo con la indumentaria para los bailes de origen cubano, en donde se deja libertad a las costumbres de los bailes negros; en los clubes nocturnos se hizo costumbre la bailarina con muy poca ropa que se movía al son de música de percusión convirtiendo su cuerpo semidesnudo en una fábrica de sueños. La música, ritmos afrocaribeños, narraban historias. En México las rumberas empezaron con Margarita Mora en una película de Cantinflas, y las últimas ya eran mujeres casi desnudas que trataban de inventar movimientos nuevos.

    AGRADECIMIENTOS

    Como de costumbre, queremos mencionar a las personas que apoyaron esta publicación, formada por artículos trabajados para el Seminario Permanente de Iconografía de la Dirección de Etnología y Antropología Social del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

    Debemos hablar del cuidadoso trabajo de María Rosalinda Domínguez Muñoz y del empeño de las comisiones formadas por los doctores Jorge Angulo Villaseñor y María Estela Muñoz Espinosa, los maestros Raúl Martín Arana Álvarez, Trinidad Durán Anda, Agripina García Díaz, Coral García Valencia y Cecilia Haupt Gómez, y las profesoras Reina Cedillo Vargas, Carmen Chacón Guerrero y María del Carmen Lechuga García.

    Especial mención merece el maestro Íñigo Aguilar Medina, que como de costumbre nos hizo el favor de dictaminar esta obra.

    * Profesora de Investigación Científica Emérita del INAH.

    ALGUNAS RAZONES PARA LA EXISTENCIA

    DEL VESTIDO Y EL ADORNO

    Jorge Angulo Villaseñor*

    En este ensayo se pretende señalar algunas razones por las que se encuentra esa enorme variedad de vestidos y adornos que se observan en las muchas representaciones iconográficas, dejadas a lo largo del tiempo por distintos grupos culturales. Aquí se considera que en las etapas culturales por las que han pasado todos los grupos humanos ha quedado plasmada una diversidad de manifestaciones materiales en las que se reflejan, en forma consciente o subconsciente, su alcance económico, las conductas sociales y algunos aspectos de su pensamiento político y religioso.

    Los criterios de los investigadores básicamente se apoyan en los remanentes arqueológicos, tanto en las representaciones gráficas como en los relatos históricos y en los testimonios visuales y textuales que los etnólogos y antropólogos que estudian a los grupos contemporáneos observan de las costumbres y tradiciones de quienes viven en forma marginada o que no están totalmente integrados a la sociedad urbana.

    La adaptación física del ser humano al ámbito de su entorno es básica para resolver el problema de su integración al medio ambiente; sin embargo, hay restos arqueológicos y evidencias etnográficas de grupos que han logrado subsistir en áreas geográficas y fisiográficas de clima extremadamente opuesto, manejando tecnologías simples o un tanto similares a las del Paleolítico o el Neolítico; es decir, han logrado adaptarse al medio ecológico en el que han sobrevivido.

    Es de admirar la gran versatilidad y capacidad que el ser humano tiene y ha tenido para integrarse, tanto física como psicológicamente, a los ámbitos primarios que ha escogido para vivir, desde el Paleolítico hasta nuestros días. Pruebas de esa extraordinaria actitud mental se observan en casos tan opuestos como el de los

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