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Sangre y Agua
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Libro electrónico153 páginas3 horas

Sangre y Agua

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Victoria estaba buscando una cita caliente, pero no esperaba salir con un vampiro. Empujada a un mundo donde existen criaturas míticas, Victoria tiene que aprender a adaptarse cuando todos los que la rodean parecen quererla muerta. Encuentra a un amigo y compañero poco probable en un lobo solitario y sexy que la toma bajo su ala y trata de enseñarle a ser un vampiro decente. Con el asesino de Victoria todavía en movimiento y el peligro que acecha en todas partes, ¿podrá superar el hecho de ser una neófita?

Sangre y Anhelo se compone de los siguientes episodios publicados anteriormente:

Primer encuentro

Enemigos y amigos

Neófita

Un lejano adiós

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento20 jul 2019
ISBN9781071500415
Sangre y Agua

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    Sangre y Agua - K. Matthew

    Primer encuentro

    Victoria

    Nunca confíes en un extraño. Eso es lo que los padres de Victoria le enseñaron. Las personas intentarán lastimarte y tomar ventaja si pueden.

    Cuando era joven, siguió ese consejo. Jamás le recibió dulces a extraños o acompañó a alguien que no conocía a un auto. No es que alguna vez hubieran intentado secuestrarla. Victoria siempre había sido de huesos grandes. Oh, a quien engañaba. Siempre había sido gorda. Tampoco es que hubiera algún misterio de por qué era así. La pasta y el chocolate, y los pasteles y la comida rápida. Jamás habían intentado secuestrar a niños gordos. Incluso los pedófilos no estaban interesados en niños gorditos.

    Mientras Victoria crecía, los extraños ya no parecían tan malos. Ninguno de sus conocidos saldría con ella. Siempre había sido la chica sin novio, la única que quedaba relegada, mientras el amor adolescente florecía a su alrededor.

    Como adulta, la soledad se convirtió en algo que Victoria no pudo soportar más, así que recurrió al internet para encontrar el amor. Si hubiera seguido los consejos de sus padres, tal vez no habría terminado en un charco de su propia sangre, sus ojos petrificados por el terror, el marrón oscuro desvanecido y petrificado hasta la muerte.

    Él había parecido un buen tipo. Todos aparentaban serlo cuando los conocías. La mayoría solo quería sexo, sin embargo, Victoria apreciaba la compañía.

    Samuel Aaron, el hombre había dicho que ese era su nombre. Habían bromeado sobre cómo su apellido sonaba como un nombre de pila. Era alto y acuerpado, con una sonrisa taimada, un rostro ligeramente compungido, cabello rubio despeinado, y ojos negros. Antes de que Victoria se diera cuenta, estaba enganchada a su brazo, riendo y sonriendo y pasando el mejor momento de su vida... el último momento de su vida.

    Cuando llevó a Victoria hacia un callejón oscuro, supuso que era para conseguir aquello por lo que había venido. Samuel era demasiado atractivo para ser rechazado, y el pensamiento de tener sexo en público la excitaba. Carpe diem. Aprovecha el momento. Vive el momento. Eso era todo lo que Victoria quería hacer cuando no estaba atrapada detrás de un escritorio, en su aburrido trabajo de nueve a cinco en el departamento de hipotecas del banco nacional. A los veintisiete años, la vida había caído en la monotonía.

    Samuel empujó a Victoria contra la pared, manoseó bruscamente uno de sus pechos. Ella ladeó la cabeza para encontrar sus besos y gimió su aprobación. El toque de un hombre siempre hacía que Victoria se sintiera viva. Muchos hombres eran tímidos, temerosos de los placeres que el cuerpo de una chica grande podría traer,  temerosos de tomar lo que querían.

    Los besos de Samuel eran profundos y dominantes. Sus manos eran fuertes y contundentes, hundiéndose en su suave carne para dejar marcas a su paso. Quiso disfrutar su toque, lo había disfrutado al principio, pero en unos cuantos segundos el placer se convirtió en dolor, y la verdadera intención de Samuel arremetió como una serpiente. El veneno había estado todo este tiempo en sus ojos, pero en su desesperación por sentirse viva y querida, Victoria lo había ignorado. Ahora estaba muriendo por su equivocación. Su mano se posó sobre su boca para evitar que gritara mientras su cuerpo fornido la mantenía presionada contra la pared. Zarcillos de fuego se extendieron por donde los dientes de Samuel se clavaron en su garganta. Canibalizó a Victoria mientras la mataba, sus labios hacían un sonido enfermo de succión al tiempo que su boca bebía la vida en su sangre.

    El mundo se estaba desdibujando alrededor de Victoria, girando hacia la oscuridad. Si solo hubiera escuchado. Leí que cosas como estas ocurrían cientos de veces, pero jamás pensé que me pasaría a mí.

    No le quedaba energía para luchar, y cuando Samuel la liberó, se deslizó por la pared, dejando un rastrojo de sangre. Él se paró junto a Victoria, alto y descomunal, con la misma sonrisa taimada, su rostro bronceado teñido de rojo, y su pecho agitado por el esfuerzo de drenarla hasta dejarla seca. Ante las sombras que los rodeaban, los ojos de Samuel irradiaban vida. Pudo haber sido la muerte en Victoria, pero en ese momento, él parecía más monstruo que hombre.

    Samuel sacó una navaja de su bolsillo, y abrió la cuchilla. Ella abrió la boca para gritar, pero no salió ningún sonido. De todos modos ya era muy tarde. ¿Qué bien le haría gritar? No habían visto a nadie en varias cuadras.

    Los ojos de Victoria miraron fijamente, mientras él se cortaba la muñeca con la cuchilla. Tal vez ahora Samuel también se iba a suicidar. Quizás no quería morir solo. Era un pensamiento romántico y estúpido en medio del horror, pero era lo único que podía pensar.

    Líquido tan negro como la brea se derramó por los costados de la muñeca de Samuel. Victoria repentinamente se sintió enferma, aunque no estaba segura de sí fue por la sangre o porque se estaba muriendo. Su estómago y cabeza eran un océano de olas tempestuosas.

    Samuel empujó la cuchilla hacia un lado y agarró a Victoria de su cabello, jalando su cabeza hacia atrás, la herida en su cuello se volvió a abrir dolorosamente, y en sus ojos se formaron lágrimas hasta caer en cascada por su rostro. Me estás lastimando, quería decir, ¿pero de qué serviría? No era como si fuera a detenerse.

    Samuel empujó su muñeca herida contra su boca, forzándola a abrirla para que su sangre se derramara dentro. La cabeza de Victoria golpeó la pared de ladrillo detrás de ella, y vio las estrellas. Su boca se llenó de chorros de sangre asquerosa, y no había por donde más pasar que por su garganta hacia su estómago. Tosió alrededor del brazo de Samuel, abrumada, sofocada. El corazón de victoria era un tambor en su pecho, contando hasta su muerte. Lup-dup. Lup-dup. Lup-dup...Lup-dup...Lup...dup.

    Él apartó su brazo, y ella se fue hacia adelante, el suelo duro y frío se acercó a su encuentro. El mundo se oscureció a su alrededor. Samuel estaba de pie junto a Victoria, riendo, una risa cruel y llena de malicia, llena de placer por el horrible acto que acababa de cometer. Lo odiaba. Se odiaba a sí misma por meterse en esta situación. Pero no había nada que pudiera hacer, excepto morir.

    Seth

    Había sido otro largo día en la tienda. Todo en lo que Seth pensaba, era en conseguir unas cuantas cervezas y dirigirse a casa para mirar basquetbol. Aunque tomar cerveza era más importante que mirar el juego, así que tomaría hasta estar satisfecho, incluso si tenía que sacrificar los primeros quince minutos.

    —¿Qué vas a tomar, cachorro? —preguntó el barman, un hombre fornido que había trabajado en El Aullido de la Luna por tanto tiempo como Seth podía recordar.

    —¿Cuándo vas a dejar de llamarme cachorro? —Se quejó Seth—. Tengo más del doble de tu edad, ya sabes.

    —Y aparentas tener menos de la mitad de mi edad. Tómalo como un cumplido y sé agradecido. Podrías haberte vuelto viejo como yo.

    El barman tenía razón.  Puede que Seth haya cumplido cien años antes que él, pero tenía menos de la mitad de la edad del hombre, eternamente congelado a los veinte años. Para aparentar ser uno de los más jóvenes, Seth era uno de los hombres lobo más viejos que existía. La mayoría no vivía para ver los cien. Aunque eran criaturas fuertes físicamente, ser un hombre lobo era más peligroso que ser un humano. Si no luchaban entre si y se mataban entre ellos, los cazadores les disparaban, los cazavampiros los mataban o eran masacrados por vampiros. La vida de un hombre lobo definitivamente no era fácil.

    —¿Conseguiste la nueva cerveza Blue Moon? La que es de calabaza —preguntó Seth, rindiéndose ante la lógica del barman.

    —Cerveza Harvest Pumpkin Ale —el hombre lo corrigió, abriendo la nevera de la cerveza para sacar una botella.

    —Es la única de sus cervezas que me gusta. —Tan pronto como el barman deslizó la botella frente a él, Seth retiró la etiqueta, mirando el líquido que había dentro distraídamente. 

    —Tienen algunas que son buenas.

    —Tienen algunas que son tolerables. Compre un paquete surtido una vez.

    —¿Hueles eso? —El barman se tensó, mirando cautelosamente hacia la puerta.

    —¿Oler qué? —El sentido del olfato de Seth era increíblemente débil comparado con otros hombres lobo. A veces se preguntaba si había algo mal en él.

    —Vampiro, viene hacia aquí.

    —Con suerte seguirá su camino —murmuró Seth, sin darle importancia. Si el vampiro era inteligente, giraría y se iría por otro lado. Acercarse demasiado al bar significaría un baño de sangre—. Ah, ahora lo huelo.

    —Hembra. Puedo oler su coño. Y sangre. Sangre fresca. Una pequeña cantidad.

    —Es de ella.

    —Un regalo del Repartidor —el barman se dio cuenta—. Parece que viene por su segunda dosis de muerte.

    El  pensamiento hizo que Seth se sintiera enfermo. Matar vampiros era una cosa. Matar a los neófitos confundidos, que habían sido enviados sin saberlo a la guarida de los lobos era otra. No parecía justo.

    —Un vampiro que odia a los vampiros —murmuró.

    —Un vampiro que ha encontrado nuevas formas creativas de matar humanos —dijo el barman.

    —Ya no son humanos una vez que han sido convertidos.

    —No importa. Están muertos de todas formas. —El barman escudriño la escasa multitud en busca de sus verdugos. Era una noche tranquila. Los martes solían serlo. Como no era comienzo de semana, nadie se sentía lo suficientemente miserable para beber. Y desde que tampoco era fin de semana, no tenía sentido celebrar—. Espero que Marty y los chicos lleguen antes de que ella alcance la puerta. Odio limpiar después.

    —Igual yo.

    Solo había estado presente una vez, cuando el Repartidor envió una entrega. Había sido una escena escabrosa, el pobre bastardo se había tambaleado en El Aullido de la Luna, con los ojos como platos y asustado.

    —Por favor, ayúdenme —había rogado el hombre—. Me atacaron.

    —Te ayudaremos —le había dicho Marty, levantándose junto con su pequeña manada y una sonrisa lobuna en su rostro.

    Fue como algo sacado de una pesadilla. El vampiro fue sujetado y desnudado. Le cortaron la polla y las pelotas y las empujaron por su garganta antes de que lo tendieran en una mesa de billar, cada uno agarrando una extremidad para arrancársela. Seth aún podía recordar los gritos que helaban la sangre. Fue una muerte brutal, no menos de lo que un vampiro merecía, todos habían dicho. Pero ese hombre no había sido un vampiro el tiempo

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