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El sudor de las horas
El sudor de las horas
El sudor de las horas
Libro electrónico112 páginas43 minutos

El sudor de las horas

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Información de este libro electrónico

Deberíamos entender el tiempo como algo vivo, que sufre y siente como nosotros, horas que tienen sus minutos contados siendo conscientes de ello, porque son nuestras.
El sudor de las horas es la tinta convertida en poema de un tiempo al que le queda poca vida.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 feb 2019
ISBN9788416496457
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    El sudor de las horas - Manuel Gutiérrez Tutor

    Deberíamos entender el tiempo como algo vivo, que sufre y siente como nosotros, horas que tienen sus minutos contados siendo conscientes de ello, porque son nuestras.

    El sudor de las horas es la tinta convertida en poema de un tiempo al que le queda poca vida.

    logo-ushuaiaed.jpg

    El sudor de las horas

    Manuel Gutiérrez Tutor

    www.ushuaiaediciones.es

    El sudor de las horas

    © 2019, Manuel Gutiérrez Tutor

    © 2019, Ushuaia Ediciones

    EDIPRO, S.C.P.

    Carretera de Rocafort 113

    43427 Conesa

    info@ushuaiaediciones.es

    ISBN edición ebook: 978-84-16496-45-7

    ISBN edición papel: 978-84-16496-44-0

    Primera edición: marzo de 2019

    Todos los derechos reservados.

    www.ushuaiaediciones.es

    Contenido

    El violinista

    Los cimientos de un poema

    El sudor de las horas

    Suicidio

    El voyeur

    Una cárcel en Perú

    Engaño

    Volver atrás

    María

    Cielo negro

    La permanente mochila

    Sustos

    Pena de muerte

    Fuego

    Miedo

    Nadie es prescindible

    Corrupción

    Confesiones

    Un abrigo llamado noche

    El diván más alto

    Solidaridad

    Te avisé

    Mi última cama

    Vivir sin vivir

    Insulto

    Una sonrisa en otro sitio

    Sangre en el poema

    Vacío

    Los árboles del interior

    Los dos

    Presentimiento

    El peligro de un beso

    El pastor

    El poder del sexo

    Desánimo

    El paso rápido de una extraña mujer

    Esperanza reciclada

    Desesperación

    Vino

    En el Rollo sin ella

    Escrivivir

    Solo cabe salir

    El sabor del pecado

    Mirar las estrellas

    A una vampira

    El castillo

    Tú eres dos

    Presente

    Huida

    Besos de sal

    Pecado

    Secreto

    El cazador cazado

    El agua y el cementerio

    El fin del mundo

    Noches de insomnio

    Camas

    Leña al leñador

    Sin sal

    Hospital abandonado

    Ser nada

    Morir o leer

    Castigo

    A solas con el mar

    Pasar página

    A contracorriente

    Prudencia

    Prioridades

    Una boca desbocada

    Demasiado tarde

    Acoso

    Lucha interna

    Coma

    Sacarla de la calle

    Silencio

    El autor

    Dedicado a mis hijos Nadia y Mateo.

    El violinista

    Y el pobre violinista dejó de tocar.

    Pero empecemos por el principio,

    por aquella esquina con hambre

    de algún músico que la adornara.

    Entonces llegó él, con una maleta vieja,

    envolviéndole un traje negro que no

    tocaba su poca piel.

    Ya no anduvo más, ahí se quedó.

    Abrió la maleta apoyada en el suelo

    y sacó de ella una banqueta plegable,

    un violín y una rosa.

    Metió la rosa en el amplio bolsillo de su traje

    hasta que casi desapareció.

    Se sentó en su banqueta plegable,

    respiró hondo y empezó a tocar.

    Nadie se paraba a escucharle,

    es como si la esquina todavía estuviera sola.

    Todos pasaban de largo.

    Siempre estaba vacío el pañuelo del suelo

    que había extendido.

    No sonaba mal, quizá un poco triste,

    pero no era merecida soledad.

    Así, mañana tras mañana, tarde tras tarde,

    noche tras noche.

    Iba derrumbándose poco a poco.

    De vez en cuando se atusaba el bigote

    con aires de elegancia desfasada

    y seguía tocando.

    Una tarde una chica joven y con una belleza

    acorde con su vestido plisado se detuvo

    en la esquina, frente al violinista.

    Inclinó levemente la cabeza y sonrió.

    Él también lo hizo, se comunicaron al segundo.

    Empezó a tocar más rápido, más alto

    y algo más alegre.

    Era como una calle vacía y dos personas, una

    frente a otra.

    Una absorta en la música, la otra absorta en

    una mirada y una sonrisa.

    Fue magia lo que les pasó, un encantamiento.

    Así hasta tres tardes se quedó la chica ahí quieta,

    embobada.

    El violinista superó su timidez y rebuscó en su bolsillo

    la rosa guardada.

    Estiró su brazo y se la ofreció, y ella la aceptó de buen gusto.

    El violinista se había enamorado.

    Y empezó a pararse gente, y a aplaudir lo que

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