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Los Ninfoleptos
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Libro electrónico172 páginas2 horas

Los Ninfoleptos

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Artistas geniales, de quienes se sospecha padecieron trastornos mentales, como Kurt Cobain, son vistos bajo la lupa del científico.
¿Quiénes son los ninfoleptos? Antiguamente se les identificaba como personajes delirantes frente a las ninfas, cuyas mentes veían emergiendo de una fuente. Sin embargo, ver visiones no era su único infortunio. La depre
IdiomaEspañol
EditorialEditorial Ink
Fecha de lanzamiento14 feb 2019
Los Ninfoleptos
Autor

Óscar Benassini

Óscar Benassini cursó la carrera de Medicina en la UNAM, y ahí mismo la especialidad en Psiquiatría. Semejante sesgo vocacional le permitía evadir su patológica necesidad de escribir. Ha ejercido con fortuna su profesión de médico, la misma que finalmente lo obligó a incursionar en las letras, al principio con inofensivos trabajos de edición de textos científicos y más adelante con la publicación de diversos libros de su autoría, todos ellos dirigidos a profesionales de la salud. Lector voraz pero selectivo, desde siempre, aprendió que leer resulta el camino más corto para saber escribir. Ha leído a los clásicos, lo que sea que se entienda por eso, y tiene especial interés por la literatura mexicana. Ha sido columnista en diversos diarios, y se considera uno de los iniciadores de columna editorial para página roja. Actualmente publica la columna semanal “Territorios Inciertos”, en el diario Excélsior. Contagiado ya del mal de la verborrea, ha escrito libros del género conocido como biblioterapia o autoayuda, convencido de su terapéutica utilidad para quienes padecen los problemas que trata, y ha pretendido que pueden incorporarse novedades de forma a este tipo de textos. Tempranamente seducido por un gran mentiroso, Emilio Salgari, le dedicó una novela a la truculenta vida y muerte del veronés. Ha iniciado y coordinado dos talleres literarios que dieron para un buen tiempo y una que otra buena pluma. Ha publicado cuentos en diversas antologías, ha editado libros de los más diversos géneros, y finalmente ha padecido la necesidad y consecuente necedad de escribir novela negra, amparado, claro, en que no habrá nadie que las lea. Si en algo ayuda, se considera una persona feliz siempre y cuando no esté escribiendo.

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    Los Ninfoleptos - Óscar Benassini

    Puedes observar como la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar también como siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía

    Herodoto

    Historiae VIII –X, siglo V A. de C.

    ¿Cómo presentar a los ninfoleptos?

    Como para tantos otros aspectos fundamentales de la existencia en los que la ciencia y el arte pudieran cruzarse, la discusión acerca de la genialidad y las enfermedades mentales se inicia con excelentes augurios si nos remontamos a la Grecia clásica cuatro o cinco siglos antes de Cristo. Nada tan reiterativo en la historia del conocimiento como enfatizar los avances culturales de aquellos griegos de hace dos mil quinientos años. De tal cantidad y versatilidad de formas de expresión de los asuntos humanos deja testimonio siempre su mitología. Eligiendo como referente su inagotable variedad de mitos y leyendas contamos con un magnífico punto de partida para los fines de estas páginas.

    Para nosotros todo comienza, claro, con las ninfas, criaturas que eran tenidas por emblemáticas de todo aquello que fuera bello y vital, convirtiéndose así en los medios naturales para la recreación estética. Las ninfas eran hijas de Zeus, el padre de todos los dioses del Olimpo, y la tradición histórica religiosa contaba que habían nacido de la sangre que brotó del vientre de Urano –de quien nacerían los titanes– cuando su hijo Crono (Saturno), uno de ellos, lo hirió con una hoz al intentar matarlo, porque había sido dicho que a Urano únicamente podría darle muerte alguno de sus hijos, que ese sería su destino. Titanes fueron también los hijos de Crono: Poseidón, Zeus, Hades y Hera.

    Las ninfas, criaturas divinas por genealogía, personificaron la fuerza que regía la fecundidad y la reproducción en la naturaleza. Por mucho tiempo se les relacionó de modo directo y a veces exclusivo con la fertilidad: la posibilidad de que la vida surgiera. Las ninfas eran hermosas, amaban la danza y la música, y les eran dedicados pequeños templos en los que se les ofrendaban las primeras cosechas. Fue precisamente su belleza la que las convirtió en el tema preferido de innumerables artistas y representaciones plásticas. Una y otra vez aparecen en tantos pasajes mitológicos, sutiles en esencia pero jugando siempre un papel fundamental.

    Habrá que ir de las ninfas al origen de las deidades y su relación con la humanidad, comenzando por los titanes: Del mismo modo que Crono quita la vida a Urano, serán sus hijos lo que lo maten para sobrevivir. Muerto su padre con la ayuda de Cibeles, su madre, los cuatro hijos de Crono se reparten el mundo, y de tal reparto corresponde a Zeus regir sobre la vida terrenal, sobre los humanos. Tres serán los hijos predilectos de Zeus: Apolo, Dionisio y Artemisa; el primero y la tercera habían nacido de su unión con Leta. Cuando Apolo aborda el carro del sol y emprende el viaje en el que busca su destino de dios, Beocia es uno de los primeros sitios a los que llega. Ahí encuentra precisamente a una de las ninfas, Telfusa, y le manifiesta su intención de fundar en ese lugar, junto a una fuente, su oráculo y su culto. Telfusa ve la llegada de Apolo como una calamidad, y con engaños lo convence de que vaya hasta Delfos y establezca su culto en ese sitio. Apolo encuentra ahí una fuente de hermosas aguas, en la que habita una serpiente dragón conocida como Pitón, que practica la mántica y hace oráculos. Le da muerte y la deja pudriéndose al sol.

    Antes de estos acontecimientos, Temis, una de las tantas Titánides hija de Urano, había vaticinado que cómo había sucedido con Urano y Saturno, uno de los dos hijos de ZeusApolo o Dionisio –sería más fuerte que el y lo destronaría para cumplir una vez más con los designios naturales. Para que no se cumpliera este vaticinio Zeus evitaría pelear con sus hijos, decidiendo a cambio legarles la soberanía en forma de conocimiento. Su decisión implicaba una trampa porque tal conocimiento no podía entenderse hasta entonces sin la posesión, con la que Zeus buscó protegerse. Zeus solía manifestarse –darse a conocer– utilizando como medio la metamorfosis, equivalente entonces de la posesión. El dios tomaba la forma de la criatura poseída. Dicen las tradiciones que después de la profecía de Temis y la decisión de Zeus la realidad se inmoviliza, los objetos se fijan, y la metamorfosis –imposibilitada para materializarse en criatura alguna– migra hacia lo invisible, hacia lo intangible, es decir, al reino de la mente. Ahí radicará en lo sucesivo todo conocimiento, el de los dioses y el de los hombres.

    De esa manera la manifestación, en principio atributo divino, se convierte en conocimiento para hacerse accesible a los hombres, condensándose en un lugar que era a la vez una fuente, una serpiente dragón y una ninfa, tres modalidades en la manifestación de un solo ser, que en lo sucesivo podrá habitar en la mente. Sólo mediante manifestación sería posible entonces poseer el conocimiento, que desde adentro podrá desquiciar todo el orden persistente si se hiciera accesible a todos los hombres. Dependerá de las ninfas –y tan sólo de ellas– guardianas del saber, que eso no ocurra, limitando la posesión a un cierto número de mortales elegidos para ello.

    La tradición contiene infinidad de referencias a las ninfas, que podían existir en múltiples variedades. Por ejemplo, las de los árboles, las maderas y los bosques eran llamadas dríadas, múltiples en tanto diversas eran las especies vegetales. Las oréades custodiaban y protegían grutas y montañas. Plutarco mencionará a una de ellas, la ninfa Sphragítides, oréada de un oráculo situado en la caverna del monte Kithairon en Ática, relatando que el oráculo que tenía su antro como sede tenía la facultad de poseer a muchos de los habitantes de los alrededores. Esta posesión, única vía del conocimiento, hacía que quienes resultaran poseídos fueran llamados nympholeptos: tomados, capturados, raptados por las ninfas, requisito indispensable para saber.

    El asunto del rapto de las ninfas y de cómo podía entonces accederse al conocimiento fue motivo de reflexión y disertación para los grandes filósofos. Aristóteles habló de los nympholeptos, aclarando que el rapto, la posesión y el conocimiento les permitían alcanzar la felicidad, llamada eudaimonia. Previamente había afirmado que él podía identificar cinco tipos distintos de tal felicidad: estaba en primer término la felicidad innata, la posibilidad con la que nacíamos todos los humanos; la seguía la felicidad que venía del aprendizaje, y que constituía una ciencia de la felicidad, la ciencia misma si se quiere, como forma particular de conocimiento: episteme; la tercera se adquiría a través del ejercicio y la costumbre, como tertium quid entre lo innato y lo aprendido.

    Estas tres modalidades de felicidad regirían para la enorme mayoría de los seres humanos. Habría sin embargo algunos a los que no les fueran bastante, y el filósofo debió entonces presentar un cuarto y un quinto tipo: nympholeptoi y theoleptoi, dos modalidades de posesión, la primera por las ninfas, la segunda por la deidad. En ambos casos la persona entraba en una condición de ebriedad, de trance por inspiración de un ser divino o bien a través de la mera fortuna, que se conocía como enthousiázontes. Estos dos tipos de felicidad eran de carácter abrupto, las ninfas actuaban repentinamente capturando y transformando a su presa. Para los griegos la posesión fue ante todo una forma primaria de conocimiento; tantos y tantos siglos después tal vez le fuimos llamando inspiración. Posesión o inspiración implicaban para los antiguos el reconocimiento de que nuestra vida mental estaba habitada por potencias que la dominaban y escapaban a nuestro control. La mente era un lugar abierto, sujeto a invasiones, a incursiones súbitas o provocadas, como las de las ninfas. Cada invasión era señal de metamorfosis, es decir, inducía un cambio, y cada metamorfosis se convertía en señal de conocimiento.

    ¿Cuáles fueron las aportaciones de Platón a esta manera de entender a los nympholeptos? Platón proponía que un conocimiento no podía presentarse si no era en términos eróticos; los afectos debían estar ligados a cada incursión y metamorfosis, y afirmaba que la posesión suprema es la erótica; manía erotike postuló que debía llamarse. El empleo del vocablo manía constituye una aportación importante, en tanto por vez primera describe una condición emocional peculiar, la exaltación, ligada a la posesión.

    Los textos antiguos que aludían a como podía llegarse a ser ninfolepto lo describían así: Quienes vean una aparición emerger de una fuente, o sea, la imagen de una ninfa, deliran. El delirio suscitado por las ninfas nace entonces del agua y de un cuerpo que emerge de ella, así como la imagen mental aflora del continuo de la conciencia. Sócrates hablaba de un segundo tipo de manía: manía telestiké, que alude a enfermedades grandísimas y pruebas, a culpas antiguas hacia una potencia ofendida: Eros. Sócrates quiso enseñarnos quizá que de esa condición –patológica tal vez– que es la manía de los nympholetos, la única cura y liberación viene del delirio mismo.

    Regidos por toda esta concepción, el conocimiento y por ende la creatividad se convirtieron en la Grecia clásica en un complicado juego de fenómenos y términos: la posesión o inspiración, los nympholeptoi y los theoleptoi, el trance o enthousiázontes, la vida mental habitada por potencias que escapan a nuestro control, la manía erotike, los delirios suscitados por las ninfas que emergen de una fuente, y la manía telestiké como una ofensa a Eros con el castigo consecuente de la enfermedad. ¿Qué mayor ofensa al dios que crear belleza? La única cura viene del delirio mismo: tal delirio era el arte, ofensa y castigo.

    Dos mil quinientos años después parecería posible afirmar que todos estos míticos conceptos, a pesar de su carácter mágico siguen vigentes, y que al igual que mediante ellos los griegos habrán consignado el riesgo de enloquecer cuando se decide crear, la experiencia humana ha ido reuniendo cualquier cantidad de evidencias de la coexistencia de ambos fenómenos: arte y enfermedad mental en un ineludible vínculo, pero sujetas ahora al rigor del pensamiento científico. Nos quedan de la Grecia antigua sus conceptos míticos y su sabiduría a priori. Partir de ahí ha resultado tan pertinente como lo será partir de nuestra ciencia y su método para ofrecer las pruebas que si a nosotros nos son hoy tan urgentes no parecen haberlo sido para aquellos filósofos.

    De los ninfoleptos y su castigo representado por la enfermedad, su manía. De eso está hecho este libro.

    Del arte y la enfermedad, hablaremos a partir del rigor de la información científica y de cómo queramos interpretarlo cada uno.

    ¿De poetas y locos? En tal caso de Lowell, Sexton o Sylvia Plath.

    1

    Sylvia Plath; de poetas que se matan

    A quienes escribieron versos de esa manera les han llamado poetas confesionales; poesía confesional o confesionalista si atendemos al género y a una mala traducción del inglés, su lengua original. ¿Cómo escribían estos poetas?

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