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Arpegio de Amor y Muerte
Arpegio de Amor y Muerte
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Libro electrónico139 páginas5 horas

Arpegio de Amor y Muerte

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Sebastián es un joven realizando estudios de Periodismo, mientras toca con la banda de su Universidad. Si bien, su sueño es ser locutor de radio, la música siempre lo acompaña, e irá con él durante los ensayos, en las fiestas de graduación encargado de amenizar los eventos y bailes propios de su escuela y, sin duda, al momento de componer.

En busca del amor, conoce casualmente a Isabel, una chica quien le muestra la armonía del amor y la amistad, pero también que las relaciones humanas no siempre son como debieran ser, pues a veces conllevan celos, inseguridades y, generalmente, dependen del tiempo y la oportunidad: nunca sabremos qué habría pasado de haber llegado antes que Eric, su mejor amigo.

En el proceso del olvido y al iniciar un nuevo ciclo escolar, Sebastián se enfrenta a nuevas asignaturas y nuevos compañeros de clase, entre los que conoce a cuatro personas que resultarán de gran relevancia en su vida: Antonio, Manolo, Marcela y Mariela.

Antonio y Manolo se convertirán, a la vez, en sus amigos, rivales y verdugos, al mismo tiempo que desarrollan las prácticas del Laboratorio de Radio de su Universidad.

Marcela, una de las chicas más guapas de la Universidad pondrá su interés en Sebastián, al igual que Mariela, una joven inteligente y aplicada con sus deberes escolares, aunque con una larga fama de antipática, berrinchuda e incluso infantil, aspectos que despertarán ternura y cariño por ella en Sebastián.

Éstas dos mujeres dividen el corazón de Sebastián y le muestran caminos distintos de ser y de vivir. Aunque la vida de uno de los personajes dependerá de la decisión que tome Sebastián...

Una novela universitaria que combina las maravillas del amor y la música con el suspenso de una misteriosa muerte.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 jul 2014
ISBN9781311962522
Arpegio de Amor y Muerte
Autor

Sebastian Laguna

Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Sebastián Laguna (seudónimo de Daniel Enrique Silva Suárez) nació en Ecatepec de Morelos, Estado de México. Ha combinado profesionalmente distintas de sus pasiones: la música y la escritura a la par de su carrera como emprendedor.Fue ganador en 2012 del Premio James McGuire al Emprendimiento (Laureate Universities), un concurso a nivel mundial que reconoce a los mejores planes de negocios de estudiantes universitarios, obteniendo así un financiamiento de 50,000 USD para arrancar el proyecto Ekologi, donde actualmente se comercializan fertilizantes 100% naturales.Entre sus principales obras se cuentan: la novela “El Escritor” que relata las aventuras de un joven periodista tras perder su empleo en un periódico, tras el sueño de convertirse en un afamado escritor; el relato corto de terror “Ojos Cerrados”, que logra transmitir miedo al estilo clásico inspirado en su maestro Edgar Allan Poe, y el cuento “Banda Ancha”, una historia de ciencia ficción donde el autor plantea los peligros de contar con una red de internet libre a nivel mundial.La obra “Arpegio de Amor y Muerte” narra, en forma de alegoría, dos momentos de la vida del autor: el bachillerato y su participación en la estudiantina de la escuela y, por otra parte, el ingreso a la universidad y las vivencias en ese primer año de la carrera universitaria.Sebastián fue seleccionado a nivel internacional en 2014 para ser publicado en dos antologías: 1er, Concurso de Relatos cortos de Ciencia Ficción y el Segundo Concurso de Microrrelatos “Soy Feliz con...”, ambos organizados por Letras con Arte en España. Fue finalista nacional del Concurso de Cuento "Escucharte Aún Más" 2013 por la Asociación Phonak, finalista nacional del 21° Concurso "Carta a mis Padres" 2013 por el Instituto Mexicano de la Juventud y fue primer lugar del 1er. Concurso de "Ensayo Crítico" 2010 por la Universidad Tecnológica de México Campus Ecatepec.Entre otras actividades, es socio de una empresa comercializadora de productos de limpieza; es consultor empresarial en el área de plan de negocios y emprendimiento, imparte cursos de capacitación en empresas sobre temas de desarrollo humano y empresas nuevas, así mismo escribe relatos, cuentos y nuevas novelas.Actualmente trabaja en la segunda parte de “El Escritor” y “Arpegio de Amor y Muerte”. Próximamente desarrollará el género fantástico, creando mundos totalmente nuevos, y escribirá relatos de suspenso en el género policiaco.

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    Arpegio de Amor y Muerte - Sebastian Laguna

    CAPÍTULO 1

    Me había levantado una hora más tarde de lo habitual, eran las nueve de la mañana. Se hacía tarde para llegar al ensayo con la banda de música de la Universidad, en la cual estudiaba Periodismo.

    Llevaba mi increíble violín tres cuartos, con infinidad de aditamentos como el arco, la resina e incluso una funda de terciopelo azul para cubrir el hermoso instrumento. Desde pequeño siempre me gustó la música. Me quedaba horas escuchando a Vivaldi o a Mozart en la sala de mi casa, mientras los demás niños gritaban y corrían por la calle. Yo los miraba desde la ventana con las manos cruzadas por detrás y como fondo musical, Invierno.

    Mis padres se preocupaban porque no parecía de mi edad, era más maduro pero muchas veces sombrío y solitario. La música se convirtió en mi mundo entero; cuando escuchaba cualquier patrón musical, de inmediato lo imitaba agitando los dedos y creaba un compás subiendo y bajando las rodillas.

    —Cariño, ¿no crees que Sebastián pasa mucho tiempo escuchando música? No sale a jugar con los demás niños, está siempre solo.

    —Calmada mujer —decía mi padre siempre tranquilo—, el niño es bueno y eso es lo importante.

    Mi nube de recuerdos se esfumó de pronto. Sólo faltaban cinco minutos para que se me prohibiera la entrada al ensayo; aunque de antemano ya estaba consciente de que eso no pasaría, ya que desde que entré a la Universidad, hacía seis meses, nunca había llegado tarde y por eso era elogiado. No me gustaba llegar tarde a ningún lugar, odiaba profundamente que me dejaran esperando y por lo mismo, procuraba no repetir el mismo error. Como dice el dicho: no hagas lo que no quieres que te hagan.

    Por fin entré; como era de esperarse, todo mundo estaba disperso en la sala de conciertos y por supuesto, nuestro sui géneris instructor no estaba. La sala de conciertos era un lugar enorme, con 1500 butacas perfectamente acomodadas; o al menos era lo que nos hacía pensar la Rectoría de la Universidad. El escenario, muy imponente y amplio, estaba hecho de madera de caoba que brillaba por la luz de los reflectores que se encontraban en las alturas. El telón, de un particular color negro hecho de satín, lograba contrastar más con el lugar. Todos los instrumentos musicales de la banda estaban resguardados justo detrás del escenario.

    —¡Gracias a Dios que llegas Sebastián!, pensamos que no vendrías —me dijo una voz desde el fondo del escenario.

    Ahí estaban todos mis amigos. Cada uno tenía asignado un instrumento. No éramos una banda típica, ya que no nos enfocábamos en un género musical específico, y por eso teníamos tanta variedad.

    Hugo tocaba la batería; lo conocí al entrar a la banda de música. Llevaba ropa del estilo gótico: una gabardina oscura de terciopelo, maquillaje blanco en todo el rostro y su cabello negro, el más brillante que jamás había visto. Era muy gracioso, le gustaba hacer reír a todos a costa de ridiculizarse sin vergüenza alguna.

    En la guitarra estaba una de mis grandes amigas, Luz, que también tenía un buen papel como vocalista del grupo. Su piel era apiñonada, cabello castaño lacio; usaba vestidos hasta la rodilla casi todos los días. Era una soñadora inalcanzable, tal vez mucho más apasionada por el arte que yo.

    Y por último Eric, mi entrañable y mejor amigo que tocaba el bajo eléctrico. Él se parecía mucho a mí y por eso escuchábamos afirmaciones de que éramos hermanos, usábamos lentes cuadrados, cabello cortado bien peinado hacia la izquierda y los zapatos, siempre impecables.

    —Suerte para ti Sebastián, el profesor no ha llegado, ya sabes cómo se pone con todo esto de la puntualidad —las palabras de Hugo eran ciertas, nuestro profesor jamás llegaba tarde.

    —Pero no hay problema, yo jamás llego tarde —contesté con aires de grandeza.

    Como respuesta, hubo silbidos y alaridos. Mis amigos no me trataban mal, pero casi siempre me convertía en motivo de burla por mis excelentes modales, rectitud y sobre todo, buenas calificaciones. Sin embargo, sabía que era su forma de integrarme al grupo, sabía que me querían y apreciaban. Seguimos esperando pues el profesor no llegaba.

    —¿Cómo van tus clases Luz?

    —Muy bien Sebas, gracias. No estaba tan segura de comenzar a estudiar todo esto de Sistemas Computacionales, pero creo que seré una excelente ingeniera así que cuida tu contraseña del correo electrónico —me guiñó el ojo.

    Todos se rieron ante la amenaza de mi amiga.

    —Pues ya soy todo un experto en el ramo automotriz —interfirió Hugo—, realmente será muy fácil terminar la ingeniería.

    —Eso es cierto, señálale cualquier automóvil que pase por la calle y te dirá el modelo, marca, tamaño de motor —dijo riéndose Eric—. En mi caso, la Química es simplemente espectacular, ya verán como en algunos años obtendré un Nobel y apareceré en la Wikipedia.

    Todos seguíamos riendo. Me reí al observar que a pesar de considerarnos adultos por estar estudiando en la Universidad, no perdíamos esos toques de inocencia necesarios para una sana convivencia. Finalmente, todos teníamos sueños profesionales muy diferentes pero nos tomábamos el tiempo para conocer e interesarnos por los demás. Ahí es donde estaba la clave de nuestra amistad.

    De pronto Luz interrumpió.

    —Y tú Sebastián, ¿cómo vas en la carrera?

    —Bien, muy bien gracias —mi forma de responder fue automática, no estaba tan seguro de que estuviera tan bien como decía—. La carrera de Periodismo es excelente, como todos saben, quiero ser locutor de programas de radio pero apenas estoy empezando, ni siquiera sé cómo prender un micrófono –todos entendieron mi chiste y compartieron carcajadas.

    Cuando estudiaba en la preparatoria, había sufrido un gran dilema: debía decidir qué estudiar. La primera opción era, obviamente, estudiar Música, sin embargo, escribir, contar historias y hablar ante un micrófono también se habían convertido en una pasión que no podía ignorar. Tras muchos meses de buscar consejo, hablar con gente preparada y sí, también por influencia de mis padres, decidí estudiar Periodismo. Deseaba ser un locutor o un reportero, y también, tener otra vida, dejar que la música me acompañara sin ser necesariamente una profesión.

    La espera de casi una hora y media terminó cuando nuestro instructor, el doctor en música y fanático del rock and roll, Felipe Manzeur, hizo su triunfal aparición en la ya ruidosa sala de conciertos. El profesor tenía la típica estampa de un amante de la música, cabello chino casi emblanquecido, delgado, usaba un par de lentes que bien me recordaban al gran John Lennon. Manzeur acostumbraba decir que cualquiera que se acercara a él para aprender música, le cambiaría la vida y creo que a muchos nos pasó así.

    Comenzamos nuestro ensayo como cada semana. Diez minutos para afinar todos los instrumentos y directamente repasar el repertorio de rock, música clásica y un poco de pop.

    Había risas provocadas por los cómicos comentarios de Manzeur, que siempre tenía una sonrisa y un buen consejo para alentarnos no sólo en el ámbito musical, sino también en el personal.

    —Recuerden que la esencia de la música, es amar lo que hacen, por sobre todas las cosas. No se trata de leer las partituras y reproducirlas en el instrumento. La magia de este noble arte es sentir, expresar con el corazón, a veces, desgarrarse el alma por lo que ustedes aman jóvenes. Nunca permitan la gente, incluso yo, les pongamos barreras y les insistamos en que no pueden lograr lo que desean. Si en algún momento lo llego a hacer, les ruego me corrijan.

    Eran palabras realmente inspiradoras. Yo me encontraba absorto en todas las posibilidades que tenía mi vida, cuando de pronto escuchamos la voz de uno de nuestros amigos.

    — ¡Ups! —era Hugo.

    —¿Qué sucedió? —el profesor pregunto confundido.

    Extrañamente, el bombo de la batería se había reventado y no podíamos hacer mucho sin él. Hugo se desentendió.

    —Yo lo estaba tocando suavecito, no estaba improvisando algo de metal si es lo que están pensando.

    Con su comentario trató de aligerar el ambiente, pero nadie se rió. Además yo había visto claramente que Hugo le pegaba al bombo más fuerte de lo normal, pero no quise echar de cabeza a mi amigo.

    Después de una larga discusión entre toda la banda y el doctor Manzeur, y de mucho esculcar en la cartera de cada uno, decidimos comprar uno nuevo ese mismo día, ya que teníamos nuestro primer evento formal como banda aquella noche, era la fiesta de la generación egresada de la Universidad, donde muchos alumnos ya habían escuchado que tocaría la banda de música oficial de la institución.

    Acordamos que Hugo y yo iríamos a comprar el nuevo bombo; así que de inmediato tomamos nuestras pertenencias y salimos corriendo al centro de la ciudad para encontrar un nuevo bombo para el evento nocturno.

    Durante el camino, el transporte metropolitano fue muy lento como siempre. Hugo y yo repasábamos una y otra vez cómo había sido el fatal accidente de su bombo, y la desgracia provocada justamente antes del primer evento.

    Después de varias estaciones recorridas, pudimos sentarnos y así aliviar el cansancio provocado por la angustia y desesperación. En ese preciso instante, percibí en Hugo un semblante triste y nostálgico, no dudé en preguntar qué era lo que le pasaba, aunque ya estaba consciente de cuál sería la respuesta que me daría.

    —La extraño —me contestó.

    Efectivamente, era justo lo que pensaba; se trataba del tema del que casi siempre hablábamos cuando estábamos a solas, es decir, su ex novia.

    —La recuerdo a cada momento.

    Me daba un poco de pena recordar su historia. Se llamaba Gabriela. Hugo la en la preparatoria, un año antes de entrar a la carrera de Ingeniería Automotriz. Ella era muy simpática, cabello castaño muy largo; su semblante era muy risueño, tierna y amable; de haberla conocido antes admito que a mí me hubiera gustado.

    Recuerdo cuando los conocí a ellos y a todos mis amigos de la banda. Fue un evento increíble. Inició por la tarde; se colocaron mesas en los cuatro jardines de la Universidad, que coincidían con las cuatro áreas de la institución: al norte estaba la Facultad de Ciencias Sociales, donde yo estudiaría Periodismo; al sur estaba la Escuela de Negocios, al oeste estaba la Facultad de Humanidades y al este, estaba la Facultad de Ingenierías.

    Lo más normal hubiera sido haber ido al

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