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Jataka
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Libro electrónico72 páginas41 minutos

Jataka

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Relatos basados en fábulas budistas.
El origen de las fábulas Jataka se remonta a la India en el momento del surgimiento del budismo (siglo VI a. C.). Los protagonistas suelen ser animales que en ocasiones representan a Buda en una encarnación previa a la humana. Se cree fueron la fuente de todas las fábulas que recorren Occidente.

La Bestia Equilátera inicia su sello de literatura infantil y juvenil La Pequeña Bestia con un homenaje a esta tradición narrativa a través de la colección Jataka.
El ciervo goloso, La liebre temerosa, El elefante y el perro y El toro Amable son las cuatro fábulas que, reelaboradas por María Martoccia y Javiera Gutiérrez e ilustradas por Federico Porfiri, Ale Firszt, Ana Dulce Collados y Sole Martínez, se acercan a algunos de los principios básicos de la filosofía budista a través de historias de humor, amor, respeto y libertad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 jun 2020
ISBN9789871739332
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    Vista previa del libro

    Jataka - María Martoccia

    Índice de contenido

    Cubierta

    El ciervo goloso

    El toro amable

    La liebre temerosa

    El elefante y el perro

    Jataka

    Copyright

    Después de trabajar durante años en un laboratorio, la doc­tora Cintia Moreno decidió ins­talarse en las sierras de Córdoba y abrir un Centro de Recuperación de la Vida Silvestre. Así lo llamó. Cintia tenía tres hijos; el mayor estudiaba veterinaria y los mellizos Rocío y Miguel cursaban sexto grado en una escuela con paredes de adobe, en donde había una directora con la nariz parecida al pico de un aguilucho. Todos en la familia Moreno eran locos por los animales: Miguel se pasaba ho­ras delante de la computadora, buscaba datos sobre las especies en peligro y se mantenía en contacto con diferentes organizaciones internacionales que se dedicaban a proteger a los animales, las plantas, los reservorios de agua y las montañas donde se perforaban minas para extraer oro y cobre. 

    Rocío estaba juntando dinero porque quería ir al Sur a limpiar los pingüinos que llegaban a las costas con el cuerpo manchado de petróleo: desde los cinco años sabía aplicar inyeccio­nes y vendar patas, orejas y alas. Ricky, el hermano mayor que estudiaba veterinaria, los visitaba los fines de semana; vivía con un amigo en la ciudad, en un departamentito chico como una nuez. Pensaba especiali­zar­se en equinos, entrar a trabajar en el hipódromo de la capital y ampliar el Centro que había fundado su mamá, creando un serpentario. Pero sabía que antes necesitaba co­laborar con los gastos del Centro. ¡Cuánta plata se precisa para alimentar y curar a los animales! A la casa de la doctora Cintia no paraban de llegar cuentas: la carne para el puma, las frutas para el mono, los fardos de alfalfa y las bolsas de maíz... Y eso sin contar los antibióticos, las va­cunas, las vendas y el curabichero, que sirve para desinfectar las heridas que se cubren de gusanos. Por suerte, una panadería del pueblo le regalaba al Cen­tro las sobras para que las cocinaran con la polenta y alimentaran a los perros porque, claro, tenían unos cuantos; y también le daban pan y facturas al mono, un macaco que se pasaba la mayor parte del día subido a un jacarandá desde donde controlaba to­dos los movimientos de la casa y lanzaba unos chillidos agudos y penetrantes que pare­cían órdenes; de ahí su nombre, Jefe.

    Hacía unos tres o cuatro veranos, en una estancia de la zona habían empezado a prac­ticar tiro al pichón. Traían unas camionetas con vidrios polarizados llenas de gente que durante horas disparaba a palomas en el cielo. El césped quedaba cubierto de plumas, como si alguien hubiera reventado una al­mohada. Los tres hermanos redactaron un folleto en contra de esta práctica, fueron al pueblo y, puerta por puerta, informaron a los vecinos lo que ocurría. El intendente mismo se presentó en la estancia y la clausuró. A par­tir de entonces, la familia Moreno se hizo res­petar. Todos comentaban el carácter de esta mujer y de sus hijos, y elogiaban la educación de los mellizos y los conocimientos de Ricky. 

    A los mellizos los acompañaba siem­pre una liebre renga que se llamaba Tres y tenía los ojos húmedos y brillantes como las pie­dras del fondo de un lago. Tres había aparecido una mañana de invierno dentro de una caja de

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