¡Arltos personajes!
Por Roberto Arlt
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Roberto Arlt
Roberto Arlt was born in Buenos Aires in 1900, the son of a Prussian immigrant from Poznán, Poland. Brought up in the city's crowded tenement houses - the same tenements which feature in The Seven Madmen - Arlt had a deeply unhappy childhood and left home at the age of sixteen. As a journalist, Arlt described the rich and vivid life of Buenos Aires; as an inventor, he patented a method to prevent ladders in women's stockings. Arlt died suddenly of a heart attack in Buenos Aires in 1942. He was the author of the novels The Mad Toy, The Flamethrowers, Love the Enchanter and several plays.
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¡Arltos personajes! - Roberto Arlt
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Prólogo
El caracterólogo
Desde que Teofrasto, el discípulo de Aristóteles, se tomó el trabajo de clasificar en sus Caracteres los tipos de personas que predominaban en su sociedad, muchas épocas y regiones produjeron escritores abocados a describir los personajes más pintorescos de su entorno. En Argentina, nadie lo hizo mejor que Roberto Godofredo Christophersen Arlt.
Así reveló él mismo que se llamaba en una de sus primeras columnas de Aguafuertes porteñas en el diario El Mundo
. Aún debía presentarse porque era 1928 y sólo llevaba publicada su breve novela de iniciación El juguete rabioso (1926), aparte de algunos cuentos en revistas. Empezaba también a producir obras de teatro, pero faltaba que vieran la luz Los siete locos (1929) y Los Lanzallamas (1931), sus novelas más conocidas.
Las columnas en el recientemente creado El Mundo
hicieron explotar la fama de este treintañero entre el gran público lector. Pero también potenciaron las ventas del periódico, del que Arlt se convirtió en el periodista estrella. Cinco años más tarde salía la primera compilación de sus notas en forma de libro, y desde entonces que sus Aguafuertes no han dejado de circular en distintas ediciones y países.
Las notas de Arlt, aunque siempre atentas al contexto, no buscaban actualidad, y es por eso que han permanecido actuales hasta el día de hoy. Esta cualidad, más propia de la literatura que del periodismo, se aprecia sobre todo en sus retratos, en los que cualquier argentino se puede seguir reconociendo casi un siglo más tarde. Arlt no era discípulo de Aristóteles, de modo que no realizó sus estudios de manera sistemática ni los publicó en serie. Sin embargo, dentro del conjunto de las Aguafuertes forman el grupo más rico y diferenciado. Al seleccionarlos y reunirlos, queda a la vista que catalogar a sus congéneres fue una de las tareas que más disfrutó.
La clave de este disfrute, que se transmite intacto al lector, está en la profunda empatía que establece Arlt con estos personajes, aun con los que merecen su entusiasmado desprecio. Son los que luego poblarán sus novelas, los que conoce de primera mano y en los que no deja de reconocerse él mismo. Con su mirada tan analítica como compasiva, Arlt admite (y nos señala) que hay algo que nos identifica hasta en el más oscuro rufián.
Como todos los personajes de una ciudad, tampoco los porteños pueden ser disociados de su idioma, y es por eso que este estudioso de la vida cotidiana capitalina recurre al lunfardo para describirlos (describiendo, de yapa, la historia del propio lunfardo). Mucho de este lenguaje es ajeno a las nuevas generaciones de argentinos, pero el gesto no dejó de hacer escuela y hoy lo único raro son las comillas queArlt se sintió en la obligación de usar en su momento, como tomando con pinzas su propio idioma.
Mínimas notas al pie ayudan en esta edición a salvar esta distancia idiomática. Lo mismo corre para los nuevos títulos que reciben algunas de las aguafuertes seleccionadas, pensados para resaltar su cercanía mutua dentro del conjunto. El resto no necesita actualización alguna. Los personajes de Arlt no son de ayer ni viven dentro de un libro, sino que aún pueden verse hoy por las calles de la ciudad, sin comillas.
El chico que nació viejo
Caminaba hoy por la calle Rivadavia, a la altura de Membrillar, cuando vi en una esquina a un muchacho con cara de jovie
; la punta de los faldones del gabán tocándole los zapatos; las manos sepultadas en el bolsillo; el fungi
1 abollado y la grandota nariz pálida como lloviéndole sobre el mentón. Parecía un viejo, y sin embargo no tendría más de veinte años... Digo veinte años y diría cincuenta, porque esos eran los que representaba con su esgunfiamiento2 de mascarón chino y sus ojos enturbiados como los de un antiguo lavaplatos. Y me hizo acordar de un montón de cosas, incluso de los chicos que nacieron viejos, que en la escuela ya...
Esos pebetes... esos viejos pebetes que en la escuela llamábamos ganchudos
3 –¿por qué nacerán chicos que desde los cinco años demuestran una pavorosa seriedad de ancianos?– y que concurren a la clase con los cuadernos perfectamente forrados y el libro sin dobladuras en las páginas.
Podría asegurar, sin exageración, que si queremos saber cuál será el destino de un chico no tendremos nada más que revisar su cuaderno, y eso nos servirá para profetizar su destino.
Problema brutal e inexplicable porque uno no puede saber qué diablos es lo que tendrá ese nene en el mate
; ese nene que a los quince años va al primer año del colegio nacional enfundado en un sobretodo y que hasta mezquino y tacaño de sonrisa resulta, y después, algunos años más tarde, lo encontramos y siempre serio nos bate que estudia de escribano o de abogado, y se recibe, y sigue serio, y está de novio y continúa grave como Digesto Municipal; y se casa, y el día que se casa, cualquiera diría que asiste al fallecimiento de un señor que dejó de pagarle los honorarios...
No se hicieron la rata. ¡Nunca se hicieron la rata! Ni en el colegio ni en el Nacional. De más está decir que jamás perdieron una tarde en el café de la esquina jugando al billar. No. Cuando menos o cuando más, o a lo más, las diversiones que se permitieron fue acompañar a las hermanas al cine, no todos los días, sino de vez en cuando.
Pero el problema no es éste de si cuando grandes jugaron o no al billar, sino por qué nacieron serios. Los culpables, ¿quiénes son; el padre o la madre? Porque hay purretes que son alegres, joviales y burlones, y otros que ni por broma sonríen; chicos que parecen estar embutidos en la negrura de un traje curialesco, chicos que tienen algo de sótano de una carbonería complicado con la afectuosidad de un verdugo en decadencia. ¿A quiénes hay que interrogar?, ¿a los padres o a las madres?
Fijándose un poco en los susodichos nenes, se observa que carecen de alegría como si los padres, cuando los encargaron a París, hubieran estado pensando en cosas amargas y aburridas. De otra forma no se explica esa vida esgunfiada3 que los chicos almacenan como un veneno echado a perder.
Y tan echado a perder que pasan entre las cosas más bonitas de la creación con gesto enfurruñado. Son tipos que únicamente gustan de las mujeres, del mismo modo que los cerdos de las trufas, y en sacándolos de eso no baten5 ni medio.
Sin embargo las teorías más complicadas fallan cuando se trata de explicar la psicología de estos menores. Hay señoras que dicen, refiriéndose a un hijo desabrido:
–Yo no sé a quién
sale tan serio. Al padre, no puede ser, porque el padre es un badulaque de marca mayor. ¿A mí? A mí tampoco.
Chicos pavorosos y tétricos. Chicos que no leyeron nunca El corsario negro, ni Sandokan. Chicos que jamás se enamoraron de la maestra (tengo que escribir una nota sobre los chicos que se enamoran de la maestra); chicos que tienen una prematura gravedad de escribano mayor; chicos que no dicen malas palabras y que hacen sus deberes con la punta de la lengua entre los dientes; chicos que siempre entraron a la escuela con los zapatos perfectamente lustrados y las uñas limpias y los dientes lavados; chicos que en la fiesta de fin de año son el orgullo de las maestras que los exhiben con sus peinados a la cola y gomina; chicos que declaman con énfasis reglamentado y protocolar el verso A mi bandera; chicos de buenas calificaciones; chicos que del Nacional van a la Universidad, y de la Universidad al Estudio, y del Estudio a los Tribunales, y de los Tribunales a un hogar congelado con esposa honesta, y del hogar con esposa honesta y un hijo bandido que hace versos, a la Chacarita... ¿Para qué habrán nacido estos hombres serios? ¿Se puede saber? ¿Para qué habrán nacido estos menores graves, estos colegiales adustos?
Misterio. Misterio.
Notas
1. Sombrero.
2. Hastío.
3. Preferido de la maestra.
El hombre de la camiseta calada
(y la planchadora)
Yo lo llamaría el Guardián del Umbral. Cierto es que los que se dedican a las ciencias ocultas entienden por Guardián del Umbral a un fantasma recio y terribilísimo que se le aparece en el plano astral al estudiante que quiere conocer los misterios del más allá. Pero mi guardián del umbral tiene otras cataduras, otros modales, otro savoir faire
.
¿Quién no lo ha visto? ¿Cuál es el ciego mortal que no lo ha advertido al guardián del umbral, al hombre de la camiseta calada? ¿Dónde pernocta el ciego mortal que no ha notado todavía al ciudadano que plancha el umbral, para que yo se lo muestre vivo y coleando?
Es uno de los infinitos matices ornamentales de nuestra ciudad; es el hombre de la camiseta calada. Dios hizo