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El Tercer Asesino
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Libro electrónico106 páginas1 hora

El Tercer Asesino

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El joven y talentoso Consejero Presidencial, el Dumbito, aparece asesinado en su penthouse secreto. La primera dama de la nacin ordena que se determine la causa como un impredecible paro cardiaco. El abuelo, el Nuevo Hernn Corts, un poderoso empresario espaol, sospecha de un crimen poltico y ordena al Pedorro, el Secretario de Gobernacin, que encuentre al asesino para ocuparse personalmente de los culpables. ste, junto con su sub-secretario, el Manitas, buscan la ayuda del Lechuza Cantor, su exprofesor de filosofa, quien a base de elucubraciones y deducciones, los gua a descubrir a cada uno de los responsables, y hasta al asesino que nadie sospecha.

IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento18 jun 2013
ISBN9781463358471
El Tercer Asesino
Autor

RENATO PRADA OROPEZA

Potosí, Bolivia, 1937 – Puebla, México, 2011. En 1969 fue el primer escritor boliviano que obtuvo el prestigioso “Premio Casa de las Américas” por su novela Los fundadores de alba elogiada por Mario Vargas Llosa y Alejo Carpentier. El libro ganó ese mismo año el “Premio Nacional de Novela Erich Guttentag” en Bolivia, consagrándolo como el principal narrador de su generación. Esta novela es el mayor bestseller de la literatura boliviana con 17 ediciones. Lo que vino después es una carrera literaria y de investigación muy sólida que llevó a Renato Prada Oropeza de Cochabamba a Roma, donde completó un doctorado en filosofía en 1972; de Italia a Lovaina, donde hizo un doctorado en lingüística en 1976; y de Bélgica a Xalapa, México, donde fue investigador y profesor en la Universidad Veracruzana y en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Un itinerario de más de 40 años a través de más de 30 obras publicadas: 7 novelas, 8 libros de cuentos, 2 poemarios, 15 libros de teoría literaria, hermenéutica y semiótica, guiones de cine, y, la fundación y dirección de las revistas especializadas Semiosis y Amoxcalli. Renato Prada Oropeza concibió las ideas de dos novelas muy distintas entre sí al mismo tiempo: Hotel Taj Mahal, de género fantástico y El tercer asesino, un thriller político mexicano. Estas novelas que escribió en el mismo periodo, son publicadas simultáneamente en esta editorial.

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    El Tercer Asesino - RENATO PRADA OROPEZA

    Copyright © 2013 por RENATO PRADA OROPEZA.

    Diseño de portada:

    Salvatore Tedde

    Ilustración de portada:

    Monero Rapé

    Fotografía del autor:

    Ingmar Prada Rojas

    Renato Prada Oropeza concibió las ideas de dos novelas muy distintas entre sí al mismo tiempo: El tercer asesino, un thriller político mexicano y Hotel Taj Mahal, de género fantástico. Estas novelas que escribió en el mismo periodo, son publicadas simultáneamente en esta editorial.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2013909977

    ISBN:   Tapa Dura              978-1-4633-5845-7

                 Tapa Blanda           978-1-4633-5846-4

                 Libro Electrónico   978-1-4633-5847-1

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Fecha de revisión: 13/06/2013

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    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

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    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    469338

    Contents

     I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    VII

    VIII

    IX

    X

    XI

    XII

    XIII

    XIV

    XV

    XVI

    XVII

    XVIII

    XIX

    XX

     I

    –La prensa no tiene por qué enterarse de los simples e insignificantes detalles de este lamentable suceso… El doctor Juan Carlos de Marino y Rodríguez murió de un impredecible ataque cardiaco, y punto, ¿entendido? –dijo la Primera Dama de la nación e hizo todo el esfuerzo posible por controlar sus gestos y manifestar un entero dominio sobre sí misma, sobre todo para que las arrugas (¡Esas absurdas e impertinentes filigranas que nunca se están quietas!) no emergieran a la vista tanto del Secretario de Gobierno, como del Subsecretario. Su esposo, con un gesto inhiesto, ausente, permanecía a sus espaldas.

    –Sí, comprendo las razones de Estado, su excelencia, pero los padres del doctor Marino se hallan algo inquietos y sobre todo el viejo cascarrabias, perdone esta expresión, de su abuelo ya me telefoneó pidiendo una autopsia o un certificado de defunción que le garantice que detrás de esto no hay una acción aviesa…, política, pues…

    Los ojos de la Primera Dama se paralizaron, se abrieron como dos monedas centenario. Y, con un sobresalto que le hizo temblar el cuerpo se dirigió a su esposo:

    –Pero, ¿esto es posible, querido Chava?

    El señor presidente se sorprendió con la pregunta. En ese momento pensaba en las deliciosas piernas de su nueva secretaria personal. Está como para chuparse los…

    –¡¿Chavaaaa?!

    –Perdona, pero consideraba la cuestión… Es sumamente delicada, ¿comprendes, mi amor? El viejo casca…, don Juan José de Marino de González…

    –No de González, y González, querido –trituró las palabras la Primera Dama.

    –Bueno… y de González, es uno de los más influyentes miembros de la Cámara de Industria y Comercio de la… Y, además, es suegro de nuestro jefe de Partido…

    –¡Pero, tú eres el Presidente de la República! ¡El Pre-si-den-te! También, en el fondo sólo queremos salvar el buen nombre de su clan…, de su familia. Tú sabes, querido, que Juanchito…, el pobre difunto, estaba totalmente consagrado a nuestra causa… Cualquier escándalo en torno a su muerte nos perjudicará a todos… Con la pinche prensa encima y los comunistas que están siempre sobre mis… ¿Comprendes, Chava?

    –Sí, mi amor… Por otra parte en sus manos estaba toda la coordinación de tu…

    –¡Salvito, Chavita! Ése es otro asunto –masticó las sílabas la Primera Dama y sus ojos desprendieron intensas llamaradas de rabia y desprecio por la torpeza de su esposo.

    El señor Presidente se tuvo que morder, literalmente, no mejor: materialmente, la lengua.

    –Este, ejem –salió en su auxilio el Secretario de Gobierno–. Nuestra estimada y respetada Luchita, nuestra Primera Dama, tiene usted toda la razón del mundo… Es mejor ir directo al asunto… Pensar en cómo salir de este pequeño incidente…

    La Primera Dama le lanzó una mirada fría y seca, digna de un oso polar frente a un iceberg, que delataba el desprecio más profundo y la aversión más franca.

    –Una tiene que pensar por todos ustedes… Primero, calmen al chocho del abuelo: todo saldrá como la sana razón y la prudencia aconsejan. El vejete tendrá todas las explicaciones satisfactorias sobre la límpida e inmaculada muerte de su nieto; segundo, el gobierno le rendirá los homenajes que su abnegado e incondicional servicio se merecen…, ¿verdad, mi amor?

    Sólo al segundo golpe de tacón respondió el señor Presidente:

    –Como tú lo digas… Eso está fuera de toda duda.

    Aunque para él no estaba fuera de toda duda si su señora esposa había advertido la chulada de mujer que le encajó de secretaria particular. Creo que no la vio con la atención debida, concluyó.

    –Entonces, todo queda en sus manos, nuestro eficiente y digno amigo– concluyó la Primera Dama a tiempo que le extendía su apergaminada (a pesar del auxilio de todas las cremas y masajes posibles) mano. Algún pendejo dijo que la edad de la mujer se exhibe en las manos… Por eso María Félix usaba guantes, se dijo la Primera Dama al sentir la humedad asquerosa de los labios primero del Secretario de Gobierno y, después, la más repugnante baba del Subsecretario.

    En cuanto se cerró la puerta y dieron algunos pasos prudentes para que el edecán del Señor Presidente no pudiera oírlo, José Pérez Martínez, el Secretario de Gobierno le susurró a su Subsecretario:

    –Ahora tienes que ganarte los frijoles, mi querido Manitas. Bonita tarea tienes por delante… Y el tiempo vuela, porque esto tiene que salir a la prensa mañana a más tardar, o nos sacan los tanates.

    A ti, ¿qué te preocupa, maricón de mierda?, le iba a replicar Pedro Francisco Hinojosa, el Manitas desde la escuela, a su amigo y jefe directo, pero decidió guardarse su bronca para mejor oportunidad. Sólo atinó a decir:

    –Para eso estamos: para que unos la caguen y nosotros limpiemos la mierda y quitemos el hedor con un aerosol perfumado.

    –Bonita tarea, mi Manitas, porque además tenemos el atenuante que no quise mencionar a la vieja neurótica: el muy cabrón murió en su penthouse… Y su esposa apenas quiso recibir su cadáver cuando le trasladamos anoche… La vieja estaba encabronada con el Dumbito

    –Esto no lo sabía… Te lo guardaste para joderme…

    El hombre gordo, cuyo cuello blanco de su camisa estaba siempre a punto de reventar lanzó una carcajada.

    –Para eso estamos los amigos –dijo a su acompañante y le dio una palmada tan fuerte en la espalda que lo hizo trastabillar.

    Cuando atravesaban el hall de la casa presidencial, añadió todavía.

    –Y el muy cabrón tenía el calzón mojado y apestando a semen, tuvimos que cambiarle, si no su mujer lo capa.

    –Para lo que le iba a servir en el otro mundo.

    –Uno nunca sabe, pendejito.

    II

    –En resumen, señor médico, fue un infarto cardiaco producido por la sobredosis de un estupefaciente, ¿verdad? –concluyó Pedro Francisco Hinojosa con todo el aire de aparentar un control absoluto sobre la situación, que estaba lejos de tenerlo.

    –Doctor forense, si esto no le molesta, señor licenciado –masculló el médico mientras se sacaba los guantes de plástico.

    El cuerpo de un difunto, completamente desnudo, reposaba sobre una mesa de cemento. Carecía de los genitales y había sido mutilado por su esposa después de un acto de vejación sexual al que la tenía sometida como corolario de sus borracheras. No, no se trataba del cuerpo del distinguido Consejero Presidencial,

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