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Mientras mueres
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Libro electrónico243 páginas3 horas

Mientras mueres

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Desde el primer instante, Thomas Vettel fue consciente de que nadie lo sacaría del atolladero en el que estaba metido, pero quienes se empeñan en creer que pueden elegir su destino son unos ilusos: vivir o morir, en muchas ocasiones, no es una opción. Mientras mueres es, de principio a fin, una danza de muerte; un relato donde todos los personajes terminan aceptando que es muy probable que no alcancen a sobrevivir.
Este es un viaje sin retorno de redención hacia lo más profundo del alma donde, como un goteo de sangre, Vettel se sumerge en la búsqueda de un sentido a su existencia mientras decide qué decisión tomar sobre el futuro de su hija. Pero el mundo no gira en consonancia; la venganza, el poder y el dinero tienen un ritmo muy distinto a nuestras propias necesidades.
Al final, a veces solo queda decidir cómo decides morir o cómo deseas vivir.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 feb 2017
ISBN9788416328932
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    Mientras mueres - Javier Hernández-Velázquez

    PRIMERA PARTE

    1

    Isla de Žbel Beyda (antigua isla de Tenerife), en la actualidad

    Ladridos de un perro. Los ojos de María se abren en la oscuridad. Escucha ruidos en el salón. Coge su peluche, sale del dormitorio y se asoma a la baranda de la escalera. Su madre discute con tres desconocidos. María da un paso hacia atrás. No conoce a aquellos hombres, ni entiende su extraña lengua. Uno de los intrusos toma a su madre entre sus brazos y la envuelve. María atrapa en sus retinas los ojos de su madre que la miran. Su vista se agranda. Luego escucha un impacto. Mira sus manos para comprobar si se le ha caído al suelo su muñeco. No. Lo mantiene aferrado. No puede articular palabra. Advierte un calor líquido que baja lentamente por sus piernas. Su cuerpo le avisa de que tiene miedo. Vuelve a mirar a su madre y la encuentra escupiendo sangre en el suelo. En aquella atmósfera de desconcierto, el olor del perfume de lavanda llega hasta su pequeño mundo. Aquellas bellas flores azuladas y su aroma ofician de joya evanescente. Uno de los hombres sube por la escalera. Basta una mirada para traspasar su capacidad de reacción. Con el dedo índice junto a sus labios, aquel extraño le ordena que se mantenga en silencio. Su rostro presenta una mueca de determinación y sus ojos miran con expresión salvaje. Se acerca hasta ella. María lo mira y, al fin, puede pronunciar un grito ahogado de auxilio: «¡¡¡Papá!!!».

    2

    La tormenta estalló a media tarde. A Thomas lo cogió bebiendo un armañac. Una noche encantada se acercaba para poseer su insomnio crónico y doblegar su alma. Delante del ordenador, vació la copa y recordó a su agente deportivo cuando le aventuró que con los años su deseo sexual desaparecería y se concentraría en la gastronomía y el vino. Ante él tenía un triple dilema: por un lado, un mail de su mujer; una carta del consulado español en Berlín; y cerrando el triángulo, el resultado de sus pruebas médicas. Abrió el sobre de los resultados de la analítica y extrajo una hoja con un diagnóstico en negrita a pie de página. Sentía la caída de los granos de arena de su reloj vital, que las manecillas confirmaban girando en la misma dirección. Sonrió antes de doblar el informe e introducirlo de nuevo en el sobre. «Esto tendrá que esperar, amigo», dijo auspiciando la pérdida de apego a la realidad. Volvió a entrar en su correo electrónico. Dudó en efectuar el último clic para abrir la correspondencia. Entretanto, observó la carta del consulado. Miró la pantalla y optó por leer el mail que llevaba tres días esperando la confirmación de su recepción. Sus ojos se tornaron distantes:

    Thomas, te supongo enterado de la situación en Canarias. Reina el caos. Estamos contra el régimen de ocupación marroquí. A diario se producen altercados. Rabat cuenta con elementos colaboracionistas para dar legitimidad al régimen. El Gobierno provisional incumple las resoluciones de Naciones Unidas y la administración norteamericana consiente. Es un aliado preferente que les sirve de escudo frente al integrismo islámico. Yo, con mi actitud beligerante, he puesto en peligro a nuestra hija.

    El viento silbaba a través de los resquicios de las ventanas. Echó una mirada empañada al anochecer. Asistió a un desfile de recuerdos y las dudas se agolparon ocupando el espacio. Había algo incómodo en el mail. Su mujer daba rodeos entre las frases. Reanudó la lectura:

    No tengo claro en quién confiar. No te lo pediría si tuviera otra opción. Necesito tu ayuda. Prométeme que vendrás. Tengo miedo. Tienes una deuda conmigo y con tu hija.

    Encontró la voz de una persona perdida. Abrió el archivo adjunto y desplegó una foto. Al escrutar el rostro de la niña, imaginó un Edén de inocencia. Los rayos del sol rebotaban sobre los ensortijados cabellos de fuego. Se levantó para servirse otra copa y pidió consejo a su Dios Hacedor de Lluvias que paría la tormenta. ¿Cuánto tiempo hacía que no veía a Lucía? Ocho años, aunque seguían casados. Ninguno se preocupó en pedir el divorcio. Cogió el móvil y pulsó el número de su mujer. Su memoria se lo impuso, igual que un prestidigitador te obliga a sacar la carta que quiere. Después de cinco tonos saltó el contestador. Lo intentó una segunda vez con igual resultado.

    Algo importante pasaba para que Lucía recurriera a él. Acertó a localizar la ventana por la que se colaba el frío. Se acercó. El agua caía a cántaros y el horizonte era oscuro. Miró al cielo intentando explicar la realidad y buscando un dios clemente que detuviera los males. A lo lejos, la carretera describía un camino serpenteante bajo la amarillenta luz de los focos de la vía. Apenas se veían árboles a través de la niebla y una lúgubre espesura. No lograba encajar las piezas del puzle que se formaba en aquella noche de perros. Deambuló por la habitación hasta escuchar un relincho de fondo. Probablemente era uno de los caballos de su vecino. Mantuvo los puños cerrados hasta que cesó el ruido. De nuevo se enfrentó a la ventana. Las sombras ocultaban una visión que no conseguiría ver hasta el amanecer. Abrió la tercera carta que había recibido por mensajería urgente desde el consulado. El olor metálico a muerte fresca impregnó la habitación. La esencia de la vida y los veintiún últimos gramos del alma retornaban al vacío. Comprendió que el miedo era libre. Le notificaban la muerte de su mujer, Lucía Suárez Arteaga, en Tenerife.

    3

    Thomas despertó. Se sentó en la cama. En Mönchengladbach se sentía a salvo. Le concedía el mismo asilo en sagrado que abría las puertas de las iglesias medievales a asesinos, ladrones, adúlteros, fugitivos y futbolistas acabados. El mismo origen del pueblo fue una abadía fundada en el año 974 y su nombre derivaba de Gladbach, un arroyo estrecho, que actualmente era subterráneo. La primera idea que vino a su cabeza fueron los cuentos de hadas que le contaban en la cama al acostarse. Recordaba la impaciencia antes de comenzar la narración, seguro de que sus padres estaban a punto de desvelarle secretos de princesas y brujas. Era un niño que tomaba las historias como advertencias para evitar los peligros y el riesgo que corría al confiar en las personas.

    Vivía en una sobria casa en las afueras de Mönchengladbach que le permitía pasar desapercibido. La señora Maier, encargada del servicio, llevaba cinco años con él. Sabía ser discreta y mantenía la casa en perfecto estado de revista: cuidaba del jardín, hacia la limpieza y era una fantástica cocinera. Thomas pagaba generosamente y se hizo cargo del tratamiento de desintoxicación y de un aborto de una sobrina díscola. Ella sospechaba que había pasado algo entre ellos dos, pero nunca se atrevió a preguntarlo. Tocó un interfono. Un minuto después apareció la señora Maier.

    —Buenos días, señora Maier. Necesito un café bien cargado y...

    Dejó la frase en el aire. Le embargaban sentimientos contradictorios. «¿Hacerme cargo de mi hija?» Quizá su madre podría ocuparse de la cría. Desechó la idea. Estaba mayor y deprimida por la caída de la casa Vettel, como para hacerse cargo de una mocosa. Su padre había capitaneado un grupo de empresas del sector de la construcción que habían obtenido beneficios en la reconstrucción en Irak. Pero los negocios se fueron a pique después del crac de la bolsa, al convertirse en uno de los clientes estafados por Bernard Madoff. Ahora era un caballero demasiado viejo y respetuoso. Pertenecía a otra época, a los resquicios del XIX. La niña significaba un problema. Lo menos importante era encontrar al asesino de su mujer. Estaba seguro de que esa respuesta le vendría sola. Thomas equivalía a Jano, dios de las dos caras. Frente al columnista de prestigio y empresario de éxito, existía su otro yo, bifronte, sin escrúpulos. Dos caras mirando a ambos lados de su perfil. El ama de llaves lo trajo de regreso:

    —Le haré un par de tostadas con mermelada. Por cierto, ha llamado su padre. Ya sabe, se pone de los nervios cuando no devuelve las llamadas.

    El patriarca Vettel tenía un genio de mil demonios. No aceptaba consejos y se negaba a soltar las riendas de un negocio ruinoso. Thomas nunca siguió sus recomendaciones, como cuando le aconsejó fichar por el Bayern y escogió seguir en Mönchengladbach.

    —¿Se encuentra bien, herr Vettel?

    Una pregunta inútil para la que no tenía respuesta. Fraülein Maier tenía la habilidad de saber escuchar mientras emitía juicios a través de sus ojos de pájaro. Thomas se levantó de la cama. Alguien pretendía variar el orden de las cosas, y quería tenerlo todo previsto. Recompuso el gesto, sabía que no podía engañarla. Ella lo escrutó, y descubrió que iba a emprender uno de sus extraños viajes.

    —¿Estará mucho tiempo fuera?

    —Espero estar de vuelta en una semana.

    Cuando Thomas se quedó solo en la habitación, volvió a releer el informe médico: «Es importante que pase por la consulta la próxima semana para realizar unas pruebas». El especialista lo esperaría hasta final de mes para operarlo si fuera preciso. La situación que se avecinaba lo obligaba a controlar su impaciencia. No podía mostrar debilidad, ni tampoco quedarse en Mönchengladbach. No podía meterse en un quirófano en aquel momento. No confiaba en los médicos. Podrían dormirlo para siempre.

    4

    No tardó en arreglarse. Cogió un pequeño bolso de mano y, antes de abrir la puerta, se detuvo ante una foto en la pared. Un niño sentado delante del pupitre sostenía un libro abierto entre las manos, mientras miraba al fotógrafo sonriendo. Se acercó y la descolgó. Sostuvo el marco. Experimentó el engañoso sentimiento de eternidad de la infancia. El tiempo es un misterio y todo estaba ya en desorden. Al considerar los acontecimientos, admitía que oscilaran envueltos entre la evidencia y la fe. La mirada del niño de la foto se apagaba, y su confianza desaparecía. Los niños son seres inocentes, en un mundo perfecto, lleno de esperanza y seguridad. Después sobreviene la realidad. Quiso definir su vida y articular un relato coherente que pudiera sostener sin contradicción. Una mentira útil. Resultó imposible.

    Cuando llegó al aeropuerto de Düsseldorf, se sentó en un banco a esperar la orden de embarque. Ordenó una situación inesperada. Lucía estaba muerta. No sentía dolor. En su día tampoco le disgustó desvincularse de la responsabilidad de educar a una niña. Lo que menos necesitaba ahora era una niña con un monótono y retiterativo «¿por qué?» Apareció el fantasma de su mujer: «Ven a buscar a nuestra hija. Serás un buen padre». Lucía jamás se equivocaba. Sin embargo, aquel día, hasta los espectros estaban predispuestos a errar. Alzó la mirada y esbozó una sonrisa helada arrastrando sus pensamientos por la luz que atravesaba los ventanales de la terminal. Sintió la necesidad de que la cafeína empezara a circular por sus venas como una corriente eléctrica. Levantó la vista hacia el cielo. «De acuerdo, Lucía. No sé cómo te las arreglas, incluso después de muerta acabas teniendo la última palabra.»

    5

    Desde el aire, todo adquiere perspectiva. Thomas miró por la ventanilla. Se había convertido en un hombre sediento de espejismos. Encontró un mar de nubes incandescente que cegaba el gran fuego naranja que dormía en el cielo. La isla estaba situada entre los paralelos 28º y 29º N, y los meridianos 16º y 17º O, hacia el norte del trópico de Cáncer. A más de trescientos kilómetros del continente africano. Para los guanches, recibía el nombre de Chinet; los romanos se referían a ella como Nivaria, en referencia a las nieves posadas sobre el volcán conocido como el Teide; algunos mapas del siglo XIV la denominaban la Isla del Infierno, a causa de sus procesos eruptivos; los marroquíes la habían designado Žbel Beyda, traducción de Montaña Blanca. Para Thomas era simplemente Tenerife.

    La cortina de humo que envolvía los negocios de Thomas era su trabajo como freelance. Se consideraba un mercenario en el sentido medieval de lanza independiente, empleado por Walter Scott para referirse a caballeros cuyos servicios podían ser alquilados por quien pagara. El periodismo era uno de los principales sectores donde operaba, e Internet facilitaba la expansión. Colaboraba con el Sport Bild, su relación con ellos estaba formalizada, pero no existían reglas fijas sobre el pago. Thomas tenía la administración de su tiempo, una justificación cara al fisco y autonomía dentro del periódico. Estaba considerado un cronista deportivo influyente. Un generador de opinión en un sector acobardado ante los cambios sociales y tecnológicos, empeñado en sostener contra viento y marea un mundo que hacía décadas que había dejado de existir.

    Regresar a la isla afectaba a su estado de ánimo. Rememoró el instante en que aceptó la propuesta de Heynckes y fichó por el Club Deportivo Tenerife. Durante dos temporadas formó pareja en la medular con el serbio Slavisa Jokanovic. El 8 de abril de 1997 jugó su último partido como profesional. Fue en la ida de las semifinales de la UEFA frente al Schalke 04. Un heroico partido ganado por un solitario gol, a pesar de jugar la segunda parte con nueve jugadores. Dos semanas después, ya sin Vettel, en el Parkstadion de Gelsenkirchen, caerían derrotados en la prórroga.

    El reflejo del sol sobre la ventanilla lo rescató. Recapacitó qué hacer con su hija cuando se hiciera cargo de ella. No tenía otra opción que dejar que los acontecimientos vinieran a él. Místicas luces aparecieron en el cielo mientras la gran maquinaria de las estrellas continuaba su curso escupiendo el nombre de una niña en su cara. Abajo, escondidos por el interminable suelo, comenzaban a adivinarse liliputienses con la visión de la insignificancia de las cosas. ¿Quién puede saber lo que sucederá cuando se inicia un viaje?

    6

    Se enderezó en el respaldo del asiento para el aterrizaje. El entorno retomó las notas góticas que recordaba del aeropuerto Tenerife-Norte, antes llamado de Los Rodeos y ahora Mohamed VI, con su niebla rastrera y espectral que inundaba las pistas. La bandera marroquí ondeaba en las astas del edificio de la terminal. En la información turística se apreciaba el nombre de Žbel Beyda; así como la conversión al islam de las Canarias como islas afortunadas en versión marroquí: Žāzīrāt zahriyyīn. Las indicaciones se cursaban en castellano y en árabe marroquí, la lengua que los nuevos titulares del solar canario llamaban «daría almagribía». Aguardó pacientemente en la cinta de recogida de equipaje. A la salida lo detuvieron dos agentes

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