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Shawndirea: Libro Uno: Las Crónicas de Aetheaon, #1
Shawndirea: Libro Uno: Las Crónicas de Aetheaon, #1
Shawndirea: Libro Uno: Las Crónicas de Aetheaon, #1
Libro electrónico676 páginas8 horas

Shawndirea: Libro Uno: Las Crónicas de Aetheaon, #1

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Traducción al español de Shawndirea: Las Crónicas de Aetheaon. Es el primer libro de la saga que cuenta las aventuras de Ben, quien por azares del destino, logra capturar un hada, enamorándose de ella, y prometiendole llevarla de regreso a su hogar, sin imaginar los enormes peligros que tendrá que enfrentar para ello, internándose en una dimensión de elfos, enanos, magos, brujas y demonios.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ago 2018
ISBN9781386664413
Shawndirea: Libro Uno: Las Crónicas de Aetheaon, #1

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    Shawndirea - Leonard D. Hilley II

    Capítulo Uno

    El sol otoñal brillaba sobre el campo de heno recién cortado en Cider Knoll, Kentucky. Ben Whytten posó su red cazamariposas contra la oxidada cerca de alambre de púas y después limpió el sudor de su frente con el dorso de la mano. El sudor empapaba su playera y sus pantalones vaqueros. Aunque el otoño ya había comenzado oficialmente, la temperatura no lo indicaba. A casi 90° F, el verano se rehusaba a abandonar su clima, y transformaba lo que debiese haber sido una placentera tarde sabatina, en una burla, que invitaba a cualquiera medianamente cuerdo, a permanecer al aire libre en el calor sofocante.

    Desenroscó la tapa de su cantimplora y la inclinó para tomar un largo sorbo de agua fría. Perlas de agua escurrieron por su corta barba café. Suspiró y enroscó firmemente la tapa en su sitio. Sus penetrantes ojos marrones estudiaron el cielo. Ni una nube a la vista. Ni un atisbo de brisa para combatir el calor infernal y pegajoso.

    Ben apartó con los dedos su opaca cabellera marrón lejos de sus ojos. Recogió la red cazamariposas y miró a través del campo color de paja hacia la pequeña arboleda de maples con sus hojas color pastel que delineaban un arroyo serpenteante. La sombra era atrayente, y él calculaba que estaría por lo menos unos buenos 10 grados más fresca que el campo abierto. Tomo una bocanada de aire y avanzó pesaroso a través del pasto quebradizo que crujía bajo sus botas de escalar.

    Coleccionar mariposas durante el otoño era mejor que hacerlo en primavera o verano, ya que la variedad de especies aumentaba. Las variantes otoñales de mariposas eran generalmente más grandes, más brillantes, y solían alimentarse en grandes grupos entre los campos de vernonia, algodoncillo y trébol. Radiantes mariposas cometas se arremolinaban todo a lo largo de las riberas del arroyo. Las regordetas larvas de polilla eran también más fáciles de hallar mientras buscaban sitios para tejer capullos o enterrarse bajo el suelo suave para pupar antes de que se asentaran temperaturas más frías.

    "Si es que el frío en realidad se llega a asentar" pensó Ben El infierno en verdad se habrá congelado

    Grandes y delgados saltamontes brincaban y levantaban el vuelo mientras Ben cruzaba el campo. Sus alas zumbaban mientras los alarmados insectos se deslizaban y planeaban descendiendo, para después alzarse en el aire de nuevo. Al llegar a la sombra debajo de las ramas de los maples, Ben se reclinó contra el grueso tronco de un árbol y cerró sus ojos. La corriente llana corría suavemente. Las cigarras cantaban. A la distancia, un pájaro carpintero picoteaba la corteza de un gigantesco pino caído.  La inclemencia del clima había arrancado varias secciones de la rugosa corteza del pino, revelando la suave madera amarilla que yacía debajo. El calmante sonido de la naturaleza lo relajaba, y él agradecía estar a la intemperie solo.

    El Dr. Isaac Deiko había planeado coleccionar insectos con Ben este sábado en particular, pero al último minuto, había llamado e informado que no podría acudir. Deiko tenía que asistir a ayudar a colocar las mesas para una exhibición de armas en un pueblo vecino.

    Esta noticia no decepcionó a Ben. Prefería capturar mariposas y otros insectos en soledad. El campo abierto era un lugar donde podía dar rienda suelta a sus pensamientos y meditar sobre la vida. Los bosques, acantilados y prados eran los lugares donde se sentía más en paz. Intercambiar a los apresurados y bulliciosos adictos a la tecnología por una vida tranquila, sosegada y sin distracciones, valía más que un millón de dólares para Ben. Él canjearía sin dudarlo todos los artilugios instantáneos, por la tranquilidad que su abuelo y su bisabuelo habían podido experimentar trabajando en sus respectivas granjas.

    Ben mantenía una perspectiva seria sobre la vida mientras que el Dr. Deiko pasaba los días haciendo jugarretas a sus colegas y alumnos, lo cual con frecuencia irritaba y enfurecía a Ben. Sabía que, si Deiko hubiese acudido a este viaje de estudios, las posibilidades de atrapar algo hubiesen sido pocas o nulas, simplemente por el hecho de que Deiko era torpe y revoltoso al caminar.

    Ben ni siquiera había extendido formalmente una invitación a Deiko para que lo acompañara, en primer lugar. De hecho, Deiko se había convidado a sí mismo cuando averiguó los planes de expedición de caza que tenía Ben para el fin de semana. Aunque Deiko era biólogo al igual que Ben, Deiko estaba más interesado en realizar algún descubrimiento que lo hiciera famoso, mientras que Ben amaba a la ciencia y no le importaba si nadie además de sus alumnos sabía de su existencia. Claro que, cuando llegaba la hora de los exámenes finales, la mayoría de sus alumnos probablemente preferirían que de hecho, no existiera. No sólo mandaba a sus alumnos a viajes de estudio infernales, si no que sus exámenes eran considerados aún más dificultosos que una escalada de diez millas a través de escarpados terrenos montañosos.   

    Ben miró de regreso a través del campo y se rió. Él se había arrastrado a través de acres de bosques, cavernas y campos cuando aún estaba en la escuela secundaria. Lo había hecho voluntariamente, sin una sola queja, y aun así, los estudiantes universitarios de hoy en día, vociferaban desdeñosos ante la menor provocación. El reto no era lograr que aprendieran, era lograr que hicieran cualquier cosa que no involucrase apaciguar su necesidad por la tecnología.

    Su frustración interna trajo una nueva ráfaga de calor a su rostro. Estaba a punto de repetirse a sí mismo lo mucho que deseaba que las computadoras y teléfonos móviles no tuvieran tanto control sobre la gente, cuando el suave arroyo burbujeante capturó su atención. El gentil sonido del agua permitía a su mente dejar atrás las tensiones del aula de enseñanza, y lo devolvían a la calma natural que lo rodeaba. Suspiró profundamente y volvió a concentrarse.

    Altas y angostas hojas de hierba, cubrían las orillas arenosas de la corriente llana. Pequeñas mariposas de lunares revoloteaban perezosas de hoja en hoja. Ben sacudió la cabeza. Después de dos horas de caminar entre campos y bosques, había abrigado la esperanza de capturar unos cuantos nuevos especímenes para su colección.  Pero de cada especie que se había topado hoy, ya tenía por lo menos media docena clavada en cajas de cristal en casa. De cierto modo, pensaba que hubiese sido mucho mejor quedarse en casa.

    Pero, a pesar de lo que él consideraba mala suerte, su vida estaba a punto de cambiar.

    Para siempre.

    Se quitó su mochila y la colocó en el suelo. Lentamente descendió y se sentó contra el tronco del árbol para descansar. Bajó la cantimplora y colocó el mango de la red sobre su regazo, mirando correr el apacible arroyo. Algunos pececillos se lanzaban de un lado a otro bajo la superficie del agua mientras los insectos zapateros se deslizaban cual ágiles patinadores sobre la misma.

    Ben estaba empapado en sudor y agotado por el calor. Una fresca brisa se agitaba a lo largo de la corriente, como una invitación a relajarse otro rato. Sus ojos ansiaban cerrarse para tomar una siesta. Luchó contra la urgencia de dormitar a pesar de la tranquilidad y comodidad del sitio. Pero, si nada interesante se presentaba pronto, se iría a casa. Temía realizar la caminata por el seco pastizal hasta su camioneta.

    Ben sacó su cuchillo de cacería de la funda unida a su cinturón y después recogió una rama de roble seca. Talló y cercenó la corteza.

    Quizás era el calor extremo lo que mantenía escondidas a las mariposas más brillantes, pero aún no había visto a ninguna en la arboleda o por la arenosa ribera. Quizás más tarde, hacia el crepúsculo, hubiera tenido mejor suerte, pero se rehusaba a quedarse ahí tanto tiempo. Envainó nuevamente el cuchillo y frotó sus ojos cansados.

    La luz del sol se filtraba a través del pabellón de hojas. Varios pájaros volaban bajo sobre la corriente y entre los árboles. Segundos después, dos mariposas amarillas se deslizaron por la ribera distante y aterrizaron. Una mariposa de mayor tamaño llamó su atención. A primera vista, parecía una mariposa cometa gigante, pero resultó ser una cometa atigrada más grande de lo normal.

    Los dedos de Ben apretaron el mango de la red. Se puso de pie. Caminó suavemente dirigiéndose hacia la corriente para ver mejor a las mariposas. Cerca de la orilla, una mancha metálica azul verdosa, pasó frente a él.

    ¡Diablos! exclamó, mirando las alas parpadeantes planear y deslizarse en la brisa.

    Con increíble velocidad, se arrojaba de arriba a abajo y de izquierda a derecha, a todo lo lago de la corriente. Quizá el calor sofocante o la inminente deshidratación habían afectado su percepción, pero estaba casi seguro de que la mariposa iba dejando un rastro de polvo diamantado.

    Ben se apresuró a correr detrás de la mariposa, ésta sería una adición incomparable para su colección.

    Muy pocas mariposas en esta parte de Kentucky presentaban colores tan metálicos. Pensó inmediatamente en que podría tratarse de una mariposa de alas de telaraña, pero ésta era demasiado grande y veloz para serla. Otra mariposa con colores similares era la mariposa coluda azul, pero el brillo metálico de la mariposa que seguía la corriente era demasiado brillante. Su vuelo era más errático, también. La mariposa coluda solía permanecer cerca de los jardines y dudaba que ninguna fuera a adentrarse tanto en el bosque, ya que las larvas se alimentaban de vainas de frijol.

    Ben se dio cuenta de que acababa de descubrir algo nuevo. Una ráfaga de emoción lo inundó.

    Se apresuró a lo largo de la corriente y saltó sobre un árbol caído. Su súbita persecución, no había pasado desapercibida. La iridiscente criatura se arrojó hacia abajo y se internó en las minúsculas ramas de un arbusto. Pero Ben fue más veloz.

    Mientras el hermoso espécimen alado atravesaba hacia el otro lado del arbusto, Ben extendió la red bruscamente y capturó a su presa. La red se jalaba y se estiraba mientras la captura forcejeaba para escapar.

    Rápidamente Ben, cerró sus dedos alrededor de la red, pero para ese momento, el forcejeo había cesado.

    Abrió la red y se asomó dentro. Sus ojos se abrieron sorprendidos.

    ¿Pero qué demonios...? se preguntó.

    Al fondo de la red yacía una preciosa criatura, pero no la que él había esperado capturar. Sus alas estaban dañadas y raídas. Estaba inconsciente, sospechaba, pero temía que estuviese en agonía o muerta incluso. Escamas rotas y fragmentos de ala cubrían su cuerpo semi desnudo.

    Su emoción por la persecución se transformó súbitamente en remordimiento y pavor.

    ¿Un hada?

    Ben se arrodilló y posó suavemente la red en el suelo.

    Cielos, murmuró.  Espero no haberte matado

    Colocó cuidadosamente su mano izquierda junto a la criatura inmóvil. La empujó hacia la palma de su mano con la punta de sus dedos. Respiraba, pero sus ojos permanecían cerrados. Su rostro radiante era más sublime que el de cualquier mujer que hubiera visto en su vida.

    Una puerta se azotó y resonó cerca de la tapia por donde había aparcado su camioneta.

    Ben miró por encima de su hombro, pero no pudo ver quien había llegado.

    ¡Ben! gritó Deiko.  ¿Dónde estás?

    ¡Maldición! gruñó Ben por lo bajo, mirando por encima del hombre. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?

    Se apresuró hacia el árbol donde yacía su mochila. Cerró suavemente su mano izquierda alrededor del cuerpo flácido del hada mientras rebuscaba dentro de su mochila.

    ¡Ben!

    Ben tomó una botella plástica de boca ancha, la colocó en medio de sus rodillas y desenroscó la tapa agujereada. Echó un vistazo por encima del hombre y vio la figura esbelta de Deiko trotando hacia la arboleda. Deiko sonrío y saludó con la mano cuando cruzaron la mirada. Su trote se transformó en una carrera mientras se dirigía hacia donde Ben.

    Ben colocó al hada dentro del frasco, enroscó la tapa y envolvió el frasco en un trozo de tela blanca antes de empacarla nuevamente en su mochila. Apenas la había colocado y jalado el cierre, los ruidosos pasos de Deiko se detuvieron detrás de él.

    ¿Atrapaste algo bueno? inquirió Deiko.

    No, replicó Ben, levantando la mirada sin hacer contacto visual con Deiko. No hay mucha actividad el día de hoy. Creo que es por el calor.

    Deiko sonrío ampliamente.  "Sí que atrapaste algo. Algo especial."

    Ben sacudió la cabeza, tomó su mochila y se puso de pie. Mira a tu alrededor, Isaac. ¿Qué es lo que ves?

    Deiko echo un vistazo alrededor, pero regresó la mirada hacia la mochila de Ben. Tienes razón, no hay mucho volando alrededor. Pero tú tienes algo.

    ¿Y qué te hace pensar eso?

    Tus ojos. Tienes la misma mirada que los jugadores de póker cuando tienen una excelente mano y no se han entrenado para ocultar su emoción, o como los niños que se encuentran una moneda que se le cayó a alguien más. Diantre, yo he observado a la gente en las exhibiciones de armas cuando han comprado algo por un precio mucho menor que el que realmente vale.

    Ben entrecerró sus ojos y decidió cambiar de tema. ¿Qué tal ha estado la exhibición? Pensé que estarías ahí todo el día.

    Deiko se encogió de hombres. Ese era el plan. No había mucho que ver ahí tampoco. Aunque obtuve un par de buenas gangas. Como esta Ruger

    Sacó un revólver de mano de entre su cinturón

    ¡Muy bien! respondió Ben. Cuidadosamente colocó la mochila sobre sus hombres y se dirigió hacia el pastizal.

    ¿Y bien? dijo Deiko. Alforzó el revólver dentro de su cinturón y se paró enfrente de Ben. ¿No vas a mostrarme?

    El sudor escurría de la melena negra de Deiko y formaba cuentas sobre su frente. Ben estudió la determinación que reflejaban los ojos oscuros y la fuerte mandíbula de su colega. En solo unos segundos, el rostro aniñado de Deiko se había endurecido hasta un rictus digno de un villano asesino. Físicamente, no podía respaldar su amenaza facial. Era alto, flacucho y con brazos muy delgados. Y aunque Deiko probablemente era unos quince años más joven, Ben no tenía duda de que, si se veía obligado a iniciar una contienda contra él, no cabía duda de que Deiko sería quien terminara en el suelo, mirando hacia arriba y sobándose la mandíbula. Pero ahora, estaba el asunto del revólver. Isaac estaba armado y Ben sólo tenía su cuchillo de bolsillo. Aun así, las probabilidades no estaban a favor de Isaac.

    "¿Mostrarte qué?" cuestionó Ben.

    Tu presa. Debe ser algo bastante bueno siendo que te rehúsas a mostrarme.

    ¿Cuántas veces tengo que decirte que no encontré nada?

    Tú y yo deberíamos jugar póker alguna vez. aseveró Deiko.  Haría una fortuna.

    Considerando que yo no juego cartas, probablemente lo que aseveras es correcto

    Oh ¡Vamos, Ben! dijo Deiko.  La hostilidad se percibía en su voz y estrechó sus ojos. ¿Por qué tienes miedo de mostrarme lo que encontraste?

    Ben lo observó por unos momentos. Nunca había visto a Isaac comportarse como un chiquillo malcriado fuera de control. Tenía sus momentos, pero en general, el Dr. Deiko no mantenía este tono de voz grave e intimidante. Pero aquí afuera, lejos de otros, Ben notó la violencia que se escondía dentro del botánico, y que ahora se deslizaba hacia el exterior. Sabiendo que Deiko añoraba la fama y descubrir un hallazgo más allá de lo que la humanidad hubiese visto o podido imaginar, Ben tenía claro que nunca podría mostrarle el hada a Deiko. En cuanto lo hiciera, algo horrible sucedería. Tanto a Ben, como a la adorable hada.

    Deiko no sólamente había mostrado el revólver como su gran adquisición de la exhibición, había establecido una amenaza sutil al revelar que la tenía consigo. Aún faltaban unas semanas para la temporada de caza, y nadie necesitaba una pistola para ir a atrapar mariposas. Había mostrado el revólver por una razón – ya sea como una técnica intimidatoria o simplemente para mostrarse dominante.

    Creo que el calor está afectándote Isaac, apuntó Ben, sacudiendo la cabeza y rodeando a su colega.

    Baja la mochila. dijo Isaac.

    ¿Qué?

    Ben se congeló mientras Isaac cortó cartucho deslizando la cámara hacia atrás y adelante.

    Baja tu mochila. Quiero ver lo que escondes dentro.

    Ben se volvió. Miró a los ojos de Isaac y despúes el revólver.

    Isaac sacudió la cabeza. No, no. Sólo ponla en el suelo.

    Ben frunció el ceño y bajó suavemente su mochila hacia el piso. Sostuvo sus manos frente a él en señal de rendición. Estás cometiendo un error muy grande

    Entonces si encontraste algo.

    ¿Y qué si lo hice? ¿Vas a matarme por ello? inquirió Ben.

    Isaac rió suavemente.  Depende de que tan bueno sea el hallazgo.

    ¿Es en serio?

    Isaac no respondió mientras se aproximaba a la mochila. Sostenía el arma firmemente apuntada hacia Ben y por la soltura que mostraba al cargar el arma, Ben sabía que tenía bastante experiencia usándolas. La mano de Isaac no temblaba ni se agitaba. Su mirada fría revelaba un lado de él que Ben jamás había visto, y se preguntaba que palabras podrían hacer que Isaac apretara el gatillo.

    ¿Y todo por qué?

    Ben consideraba extraño que Isaac estuviera tan empeñado en saber lo que había dentro de la mochila. Había llegado en el momento justo. Había corrido hacia la arboleda tan sólo a minutos de la captura. Sin habérselo dicho, Isaac había asumido automáticamente que Ben había hecho un descubrimiento espectacular. Pero ¿Cómo? ¿Y por qué? Fue entonces cuando Ben notó el par de binoculares que colgaban del cuello de Isaac. ¿Habría visto cuando Ben atrapó al hada?

    Isaac tiró con fuerza del cierre de la mochila, pero teniendo solo una mano libre, no lograba abrirla. La frustración que reflejaba su batalla con el cierre, inquietaba a Ben. Isaac parecía a tan solo segundos de un arranque que bien podría ser mortal.

    Baja el revólver. dijo Ben con voz calmada, casi apologética. Te mostraré lo que hay dentro de la mochila

    Isaac miró hacia arriba con suspicacia.

    Ben sonrió y extendió las manos mientras se encogía suavemente de hombros. Mira, el cierre está viejo y se atasca de cualquier modo. Casi tengo que usar una combinación especial de tirones para poder abrirlo.

    Isaac suspiró y su rostro se ensombreció con remordimiento. Introdujo el revólver de nuevo en su cinturón. No sé qué me sucedió afirmó.

    Si, yo tampoco.

    Lo lamento. Sólo bromeaba.

    Eso no es lo que parecía. Ben replicó con voz neutral.

    Ben se agachó hacia la mochila, pero en vez de tomarla, giró con velocidad y lanzó su bota hacia la entrepierna de Isaac. Los ojos de Isaac se ensancharon. Se encogió sobre sí mismo, se dobló hacia adelante y colapsó de lleno sobre el suelo. Ben tomó el revólver y la mochila.

    Mirando hacia su jadeante colega, Ben sonrió y dijo Nunca fui adepto a las pistolas. Prefiero usar mis manos y pies. O cuchillos

    Isaac gruñía y se retorcía de dolor.

    No se debe jugar con pistolas. Ben dictaminó, volviéndose y alejándose.

    No estaba cargada, replicó Isaac, forzando a las palabras a salir. Carajo, sabes que siempre estoy haciendo jugarretas

    Tienes mucha suerte de no estar muerto. Pude haberte sometido con mi cuchillo en unos pocos segundos.

    ¿Sabías que el revólver no estaba cargado?

    "No, pero eso no hubiera importado. Pude haberte atacado con el cuchillo antes de que apretaras el gatillo."

    Isaac rodó hacia un lado y dijo ¿En verdad consideraste hacer eso?

    Si.

    ¿Al menos me puedes devolver mi pistola?

    "Yo no la quiero, pero ¿qué te hace pensar que te la mereces?"

    La compré

    Ben se encogió de hombros. La dejaré en tu camioneta. Pero necesitas recordar una cosa.

    ¿El qué?

    "Nunca vuelvas a pedir acompañarme a de excursión o a coleccionar insectos conmigo. De hecho, no vuelvas a dirigirme la palabra. Guárdalo, no, márcalo con hierro candente en tu mente. ¿Entendido?"

    Si claro, sin problema. tartamudeó Isaac jadeando dolorosamente.

    Ben se volvió y comenzó a alejarse.

    ¿Entonces a quién le cuento sobre tu mujercita alada? inquirió. Supongo que las hadas si existen.

    Ben se detuvo en seco.

    Eso pensé, sentenció Isaac. Tomó un par de bocanadas de aire y prosiguió Si la atrapaste. Mis ojos no me estaban engañando.

    No sé de qué me estás hablando. afirmó Ben.

    El mundo sabrá de su existencia, afirmó Isaac.  Conseguiré la evidencia que necesito y lo revelaré a todos.

    Ben se apresuró hacia su camioneta.

    ¡Yo la vi! insistió Isaac. Tú la tienes. No puedes mantenerla oculta.

    Ben abrió la puerta de la tapia y gritó El calor te está hacienda delirar, Isaac. Te sugiero que encuentres un sitio donde refrescarte e hidratarte.

    Desarmó el revólver sin balas y arrojó las piezas en la parte trasera de la camioneta de Isaac. Después, subió a su propia camioneta. Encendió el motor, activó el aire acondicionado y rápidamente abrió el cierre de la mochila. Tomó el frasco con el hada y la colocó donde el aire fresco pudiera alcanzarla. Ya se sentía lo suficientemente culpable. Ya la había lastimado con su red. Lo último que deseaba era que ella muriera sofocada por el calor dentro del frasco.

    Capítulo Dos

    Ben condujo por el escarpado camino curvilíneo hacia su casa al borde de un risco. El garaje había sido construido dentro del lado rocoso de la montaña. Aparcó su camioneta y llevó el frasco con el hada adentro de la casa.

    La llevó hacia el estudio donde guardaba su vasta colección de insectos. Las paredes lucían estantes de caoba empotrados en el muro. Cajas con tapas de cristal cubrían las mesas de madera Formica negra. Tenía un microscopio y tablas de empotrar en la mesa de centro. Un montoncillo de La revista de la Sociedad de Lepidopteristas yacía perfectamente acomodado junto a su lámpara.  Después de encender la lámpara de escritorio, abrió el frasco y miró dentro.

    El hada yacía tumbada en el fondo del frasco. Respiraba suavemente, pero aún no había despertado. Sus raídas alas metálicas caían marchitas alrededor de su figura desnuda. Coloridas escamas cubrían sus senos, su trasero y su zona púbica.

    Ben la sacó con gentileza del frasco y la colocó en un grueso trozo de algodón.

    Admirado por su belleza y dolido por el daño que le había causado murmuró Lo lamento mucho...

    Ben tomó otro trozo de algodón y un par de tijeras. Recortó un círculo y lo acomodó dentro de un frasco grande de cristal. Cuando terminó, colocó al hada sobre esta tela y cubrió el frasco con estopilla. Usó una banda elástica para mantener la tela en su lugar.

    Volvió su atención hacia un tablón de empotrar donde varias polillas de cecropia estaban extendidas secándose. Levantó el tablón e inspeccionó las polillas.

    Ben salió de la habitación un momento para traer grillos vivos y alimentar a las dos tarántulas de su terrario. Dejó caer varios grillos en cada jaula. Las grandes tarántulas rápidamente se precipitaros sobre los grillos y perforaron sus suaves abdómenes, girando los blandos insectos entre sus grandes quelíceros.

    ¡Asesino!

    Ben se volvió la mirada hacia el frasco de cristal. El hada estaba de pie ahí dentro, con los brazos cruzados. Lo miraba. Su ceño fruncido arrugaba su hermoso rostro.  Presionó sus manos contra el cristal y las yemas de sus dedos brillaron de color verde. Sus alas maltrechas y raídas colgaban como listones desde su espalda.  

    Bajó la tabla de empotrar y se giró para verla de frente.

    ¡Asesino! sentencio furiosa.

    ¿Cómo te llamas? preguntó él.

    Ella lo miró fijamente. Sus ojos color esmeralda resplandecían de furia.

    Mira, dijo Ben.  Lamento haberte lastimado. Nunca imaginé que algo como tu existiera.

    Cruzó sus brazos y sus ojos se estrecharon aún más.

    ¿Cómo te llamas? ¿Puedes decirme?

    Shawndirea, replicó amargamente.

    Hermoso nombre.

    ¿Después es mi turno? preguntó ella.

    ¿De qué?

    De morir.

    ¿Por qué dices eso?

    Shawndirea señaló los tablones de empotrar con un gesto de la cabeza. "Los mataste a ellos. Y me tienes prisionera en esta... botella de cristal. No veo porque me habrías de dejar viva a mí. "

    No estaba intentando lastimarte.

    Pues lo que intentaste resultó ser brutal... aún así.

    Lo sé. Pensé que eras una mariposa. Nunca me hubiera imaginado que eras...

    ¿Un hada?

    Si. Nunca te lastimaría. No te hubiera capturado. Eres más bella que cualquier criatura que haya visto.

    Y aun así, matas a estos sin el menor remordimiento.

    Ellos no son como tú.

    Ella sostuvo un trozo de su ala destrozada frente a ella para que el pudiera verla.  ¿No? inquirió.

    Ben suspiró.  Ellos son insectos. Tú eres mucho más que eso.

    ¿Lo soy? ¿Entonces, estás diciendo que las polillas y mariposas son menos valiosas que yo?

    Desde luego.

    El ala maltrecha se resbaló de sus dedos. Cruzó sus brazos nuevamente y dijo Humanos. Todo lo que ustedes piensan son tonterías sin sentido. Creen que todas las demás criaturas están por debajo de ustedes. Son mucho más salvajes de lo que creen. Sorprendido, Ben replicó, ¿En verdad consideras a los insectos como iguales?

    Todos tenemos nuestro sitio.

    Y estoy de acuerdo, pero tú eres la única hada que he visto.

    Shawndirea frunció el ceño.  El que no me vieses no significaba que no existiera, ¿o sí?

    No puedo negar que tu existas, pero ¿por qué no vemos a más de tu especie?

    Porque elegimos no habitar su reino, y con buena razón, como puedes ver.  Sostuvo sus brazos a la altura de sus hombros, mostrando los listones maltrechos que habían sido alguna vez sus gloriosas alas. Una lágrima salió de uno de sus ojos y escurrió por su mejilla.

    Ben sintió que sus ojos se llenaron de lágrimas. Lo lamento, de verdad. No sé como compensarte por esto.

    "Obviamente no hay nada que puedas hacer para remediar mi situación.

    ¿Y tú puedes?

    No.

    ¿Entonces las hadas no pueden hacer magia?

    Si podemos. Sólo que no en nosotros mismos.

    Debe haber una manera de reparar tus alas. afirmó él.

    No en este reino.

    Podría llevarte de regreso al tuyo.

    Sufriría un castigo mucho más grande por llevar ahí a un humano que el daño que tú ya me provocaste.

    Cómo ya te dije... dijo Ben, extendiendo las manos.

    No te disculpes de nuevo.

    Ben se inclinó para acercarse al frasco. Miró fijamente a sus hermosos ojos llenos de furia. Mientras ella estudiaba los ojos de él, la frialdad en su mirada se suavizó. Desvió la mirada, luciendo un tanto sorprendida y sobresaltada.

    ¿Te sucede algo?

    Ella limpió las lágrimas de sus brillantes ojos verdes.

    Digo, además de la pérdida de tus alas, desde luego.

    Sobreviviré, si a eso te refieres. replicó en una voz suave y triste.

    Ben asintió con suavidad ¿No... no te vas a desangrar o algo así?

    No.

    Escucha, yo con gusto te llevaría a tu hogar, si me lo permitieses. Por supuesto, tendrías que mostrarme como llegar.

    No, respondió ella. Es demasiado riesgoso para ti y para mí.

    Me temo que es mucho más riesgoso para ambos quedarnos aquí.

    Shawndirea se volvió hacia él al notar la preocupación en su voz.

    ¿Por qué? cuestionó ella.

    No soy la única persona que sabe acerca de ti.

    ¿Y?

    Ben sacudió la cabeza, tomó el frasco en sus manos y lo puso frente a su rostro. No, no entiendes. El hombre que sabe de tu existencia probablemente me mataría con tal de llevarte.

    Oh, yo no soy tan importante.

    Para él lo eres.

    ¿Qué te hace pensar eso? preguntó ella.

    Porque me amenazó con un revólver hace un rato.

    Pero tú me tienes aquí.

    Ben se encogió de hombros. El arma no estaba cargada, pero una vez que averigüe donde vivo, traerá una cargada.

    Dudo mucho que sea tan persistente.

    Si hubieses visto la avaricia en su mirada, me creerías. Es perfectamente capaz de asesinar en el estado mental que tiene en este momento.

    ¿Y si me llevara, qué es lo que me haría? Digo, tu ya me daña—agitó su cabeza e hizo un gesto con las manos. Perdona. Ya te disculpaste. Como sea ¿Qué daño crees que me haría?

    Ben tragó saliva con fuerza y respiró profundamente. Algo peor que lo que yo les he hecho a estas mariposas y polillas.

    Los ojos de Shawndirea se abrieron ligeramente. Su cara palideció. Dejó caer sus hombros.

    Llegar a mi reino no es sencillo. Hay peligros que nunca has visto. Cosas horribles, que ni te imaginas. Criaturas distintas a todo lo que hay en tu reino.

    "Probablemente así sea. Pero estoy en deuda contigo."

    No me debes nada... Lo miró inquisitivamente. Nunca me dijiste tu nombre

    Él sonrió. Ben.

    Frunció ligeramente el ceño, sacudió la cabeza y sentenció Ese nombre no te va.

    ¿Se te ocurre uno mejor? preguntó con una sonrisa tímida.

    Shawndirea cruzó sus brazos y golpeó suavemente su mejilla con su dedo índice. Estoy segura de que algo se me ocurrirá con el tiempo.

    Ben río. Cuando suceda, dímelo. Tengo curiosidad de saber qué escogerás.

    Oh, lo haré. Pero no me debes nada.

    Te llevaré a tu hogar.

    No hagas promesas que no puedas cumplir.

    Ben sonrió a través de su barba. Te llevaré a casa

    Sus profundos ojos verdes se llenaron de nerviosismo y preocupación. Ya veremos.

    Supongo que debo buscar un lugar donde ponerte por esta noche. Este cuarto probablemente te hace sentir incómoda.

    No, está bien.

    ¿Aquí?

    Shawndirea asintió.

    Los insectos muertos obviamente te consternaron hace un rato. ¿Por qué querrías permanecer aquí con ellos?

    Ella se encogió de hombros. Por razones espirituales.

    Ben bajó el frasco con una mirada confusa e inquirió ¿Estás segura?

    Ella asintió.

    No puedo dejarte en este frasco, aseveró él.

    No importa. Estaré bien.

    No quiero que te sientas como una prisionera.

    Ella agitó la cabeza. "Con las alas dañadas, de hecho me siento más a salvo dentro del frasco que afuera de él."

    ¿A salvo de qué?

    Ratones, arañas, o cualquier otra criatura que frecuente tu hogar, replicó ella con una sonrisa burlona.

    "Entiendo, no limpio demasiado. Pero la casa no está infestada de roedores. Arañas, quizá, pero nada de ratas o ratones."

    Ella rió. Sin alas para volar, en verdad me siento más segura en este cuarto de cristal.

    Ben sonrió.Te sacaré a primera hora.

    Capítulo Tres

    Deiko se paseaba por la sala de su apartamento. Desde el momento en que vió a Ben capturar aquella hada, Deiko se vió poseído por un extraño y súbito deseo de tenerla para él. Nunca se había sentido carcomido por un sentimiento con una urgencia tan sanguinaria.  No comprendía ni podía tratar de explicarse por qué tenía que obtenerla a toda costa. No podía deshacerse de la extraña fuerza que lo controlaba.

    Pasó los dedos por su cabello negro y exhaló un gruñido de frustración. Levantó el teléfono móvil de la mesa auxiliar y repasó su lista de contactos. Tocó la pantalla y marcó al encargado del departamento de biología.

    Dr. Thorsom, habla Isaac.

    Thorsom bostezó sonoramente y respondió, Más vale que esto sea importante. Es bastante tarde para estar haciendo llamadas.

    Lo lamento. ¿Puede decirme como puedo contactar a Ben?

    ¿Ben Whytten?

    Si.

    ¿A ésta hora? ¿Para qué?

    Deiko cerró sus ojos con fuerza y se mordió el labio superior. Dejó escapar un suspiro y replicó, Es un asunto personal.

    ¿Es urgente? preguntó Thorsom alarmado.

    Si. Eso creo.

    ¿Ha tratado de llamarle?

    Deiko respondió, No tiene teléfono móvil. Todos en la facultad lo saben.

    A su teléfono fijo, respondió Thorsom con voz firme.

    Está fuera de servicio. O al menos, esa es la respuesta que recibí cuando probé marcar a ese número.

    Entonces, no sé que mas puedo decirle. No tengo ni la menor idea de donde viva.

    Pero usted ha ido de excursión y a pescar con él.

    ¿Y?

    ¿Y nunca lo ha llevado a su casa?

    Nunca. ¿Y por qué eso sería de su interés?

    Sólo me pareció extraño, es todo. Deiko afirmó.

    Ben es un hombre reservado. Le gusta mantener su privacidad dentro de lo que sus deberes de enseñanza le permitan; no tengo idea de lo que haga en su tiempo libre. Siga su ejemplo y no se entrometa en vidas ajenas.

    Las venas en la frente de Deiko se hincharon. Una furia poco familiar surgió en él. Justo cuando había comenzado a gritar al teléfono, se dió cuenta de que Thorsom había cortado la comunicación.

    ¡Maldita sea! vociferó Deiko.

    Deseo haber llamado desde el teléfono fijo, para poder azotar el teléfono al colgar. Su enojo casi lo había hecho arrojar su costoso teléfono inteligente contra la pared, pero se contuvo a segundos de soltarlo.

    Furioso, caminó hacia su ordenador y tecleó el nombre de Ben, su profesión y su puesto en la universidad, esperando que el motor de búsqueda arrojara alguna dirección donde encontrarlo.

    Muy poca información apareció.

    Deiko sospechaba que Ben vivía utilizando un seudónimo, debido a que con Internet, podía rastrearse a la gente con mucha facilidad. Información personal detallada era con gran frecuencia demasiado fácil de obtener. Pero las huellas de Ben parecían haber sido borradas.

    ¿Por qué no tienes ningún rastro que seguir? murmuró Deiko.

    Intentó otro par de búsquedas actualizadas, pero nada nuevo apareció.

    En su mente visualizaba a la pequeña hada iridiscente que Ben había sacado de la red cazamariposas. Quería esa hada. Necesitaba a esa hada. Una vez que la tuviera, todo lo que había soñado, tomaría su lugar – reconocimiento, dinero y éxito. Él seria distinguido como el hombre que había develado que aquel mito ficticio, era en realidad  una verdad genuina. Pero ese no era el único motivo por el cual obtenerla.  Algo más insondable gobernaba su mente y la volvía el objetivo de sus deseos más profundos.

    Pero primero tenía que averiguar donde vivía Ben. No descansaría hasta que hubiera obtenido el hada para él. Arrojó el móvil al sofá y tomó la Ruger que había adquirido en la exhibición.

    Ben sabía más de armas de lo que quería que Deiko supiera. De otro modo, razonó Isaac, Ben no habría desarmado el revólver con tanta rapidez. De hecho, probablemente sólo lo habría arrojado a la parte trasera y se habría ido.

    Una vez que Deiko llegó a casa, limpió el revólver y lo ensambló de nuevo. Había realizado el proceso sistemáticamente, casi sin pensar, como si estuviese bajo trance. Cuando las piezas estuvieron en su sitio, miró fijamente al metal brilloso y sonrió. Extrajo el clip de la pistola y colocó el cartucho sobre la mesa de centro. Abrió una caja de balas y contó diez. Las sostuvo en sus manos hasta que se entibiaron y calculó su peso. Metódicamente, introdujo nueve balas. Sostuvo la última entre sus dedos y la observó fijamente.

    Nuevamente imaginó al hada voladora, y lo exótico de tener tal criatura para sí mismo. Entre más pensaba en ella, menos interesantes le parecían la fama y el dinero. Claro que quería todo eso también, pero poseerla parecía mucho más importante.

    Un instante después, un punzante dolor en la ingle lo hizo contraerse de dolor. El enojo hirvió dentro de él mientras pensaba en la bajeza que había cometido Ben al patearlo. El inclemente golpe lo había derribado del todo, y horas después el dolor continuaba irradiando de su muy amoratado escroto. Temió haber sufrido una ruptura y que fuese necesario acudir a un médico, pero no logró armarse del valor suficiente como para dejar que un extraño inspeccionara la lesión. La perspectiva le era demasiado vergonzosa. Pero si el dolor persistía...

    Fijó sus ojos en la bala de latón. Era increíble que algo tan diminuto fuera capaz de terminar con la vida de un hombre. Una muerte rápida, si el tiro era certero. Una muerte agonizante si no lo era.

    Por el dolor que Isaac sufría, deseaba que su colega tuviera una agonía aún peor. Colocó la última bala dentro del cartucho y lo introdujo a la Ruger. Si hubiera descubierto el paradero de Ben, obtenido el hada esta misma noche y dado por terminado el asunto. Ahora, sin embargo, tendría que esperar hasta que Ben acudiera a la facultad y luego seguirlo hasta su casa. Hasta entonces, la furia de Deiko se intensificó.

    Capítulo Cuatro

    Ben apagó la alarma del despertador cinco minutos antes de la hora programada. Había tenido grandes dificultades para dormir esa noche. No había podido dejar de pensar en Shawndirea. Su impresionante belleza hacía que su corazón latiera con fuerza. Luchó contra su deseo de regresar a la habitación donde ella estaba porque no quería que se sintiese amenazada con su presencia. Pensaba en diferentes cosas que decirle, que preguntarle. Aunque era diminuta, lo intimidaba. Se debatía en encontrar las palabras adecuadas para hablarle, como si practicara invitar a una primera cita a alguna preciosa mujer. No sabía decir a ciencia cierta por qué era que lo hacía sentir impropio, pero su pulso se incrementaba y el sudor recubría sus manos cada vez que pensaba en ella. El nerviosismo le revolvía el estómago.  

    Su belleza lo cautivaba y la perfección de sus facciones estaba grabada en su mente. Aún con sus alas dañadas, ella se conducía con un aire de realeza absoluta. Deseaba de algún modo encogerse a su tamaño, pero aunque pudiera, dudaba que ella alguna vez lo perdonara por el daño que había hecho a sus alas.

    Ben se lamentaba por sus heridas. Trataba de imaginar lo hermosas que habrían sido sus alas antes de encontrarse con él en su camino.

    Se vistió con velocidad. Se deslizó por el pasillo estrecho. Un tanto aprehensivo y un tanto emocionado, se aproximó al estudio donde ella estaba. Nunca había tenido esta mezcla de emociones vibrando dentro de él. Giró la perilla de la puerta suavemente abrió la puerta. La habitación se llenó de suaves zumbidos rasposos.

    El rápido golpecillo de un aleteo suave rozó la puerta. Abrió la puerta de lleno. Impactado, no podía creer lo que veía. Dejó caer sus manos y sus ojos se abrieron grandes.

    Volando por la habitación, estaban todas y cada una de las mariposas y polillas que había coleccionado y colocado en los tablones de empotrar. Las miles que habían estado guardadas en sus cajas de cristal volaban en derredor también.

    Milagrosamente, estaban vivas y aleteando suavemente por los aires.

    Shawndirea estaba sentada en su tela de algodón al fondo del frasco con una amplia sonrisa dibujada en su rostro. Su sonrisa era la más hermosa que él hubiera visto. Sus ojos resplandecían y su rostro irradiaba luz. La curva de sus labios era perfecta. Su corazón se aceleró. Sus encantos fluían con mayor gracia que las mariposas y polillas que flotaban por el cuarto. Por si sola, su sonrisa le hacía agradecer por cada respiro y por cada latido de su corazón. Un mundo sin la vitalidad de su sonrisa, se antojaba  oscuro, manchado, y lleno de pesares.

    Por primera vez en su vida, supo que podía entregar su corazón y su entera devoción a alguien más. Aunque ella era un hada, él podía sentir como su alma llamaba a la de ella. No tenía la menor duda de que este inesperado deseo era cosa del amor y del destino. Se habían encontrado por una razón, y él creía que era algo mucho más grande que sólo llevarla de regreso a su hogar.

    Las mariposas planeaban hasta posarse en la borde del frasco de cristal y lo toqueteaban con sus antenas como si rindiesen homenaje a su reina. Cada vez que una hacía esto, ella soplaba un beso en dirección a ellas y se reía. Las mariposas se suspendían entonces hacia arriba y flotaban perezosamente.

    Ben carraspeó.

    Shawndirea volteó a verlo sobresaltada. . 

    ¿Qué es lo que hiciste? inquirió él.

    Al ver la sorpresa en su rostro, ella se encogió levemente de hombros y arrugó la nariz.

    Los ojos de Ben iban de una mariposa a otro y preguntó "¿Cómo lograste hacer esto?"

    Ella sonrió.   ¿De qué otro modo?

    ¿Con magia? cuestionó él.

    Desde luego.

    Un día antes, se habría puesto frenético, posiblemente habría enloquecido  si algo así le hubiera sucedido a su colección. Pero la calidez de su sonrisa atrayendo las mariposas hacia ella, le hizo darse cuenta de que estos eran mucho más que sólo trofeos que matar y exhibir. Tenían identidades que Shawndirea podía reconocer, y que de pronto él esperaba poder algún día identificar también. Ella tenía un modo de comunicarse con estos gloriosos insectos. Por alguna extraña razón, ellos la conocían.

    Escucharla reír con cada mariposa que la había saludado, había evitado que Ben tomara el asunto como una perdida, e increíblemente estaba ansioso de ver que otras sorpresas revelaría la pequeña hada.

    Todas las especies que había coleccionado durante diez años, ahora flotaban por la habitación. Su archivo y sus expedientes fechados, ahora eran inútiles. Algunos biólogos perdían la razón cuando incendios o inundaciones dañaban sus preciadas colecciones. El sólo sentía ganas de reír. No sentía ninguna pérdida. Sólo una palabra podía explicar lo que había pasado durante la noche.

    Magia.

    Era la única manera de definir lo que había tenido lugar. Todo lo que quedaba en las cajas para insectos eran los alfileres que habían sido como delgadas dagas de acero atravesando sus corazones.  Pero las polillas y mariposas ahora volaban por todo el cuarto. Habían estado secas y marchitas. Las veía deslizarse, gentilmente y en silencio, y de pronto, las vió de forma distinta. Mientras ellas reconocían y saludaban a la pequeña hada, su conexión, su vínculo, era algo inexplicable para él. Cada una era única, y tenía una personalidad que él había fallado en reconocer con anterioridad. Aunque no podía comunicarse con ellas como ella podía, envidió esa habilidad. En lugar de destruir, ahora deseaba preservar.

    La astuta sonrisa que curvaba sus labios, lo hizo sonreír ampliamente. Unos segundos después, se encontró a si mismo riendo a carcajada suelta.

    ¿No estás molesto?Preguntó ella.

    Ben negó con la cabeza. No.

    Me sorprende. reconoció ella.

    ¿Por qué?

    "La mayoría de los humanos estarían furiosos por haber pedido sus trofeos."

    Ben se encogió de hombros. Puede ser. Pero yo no soy como la mayoría de los humanos.

    Shawndirea esbozó una pequeña sonrisa. Sus ojos brillantes miraron los de él y dijo, Estoy empezando a sentir eso, lo cual me ayudará a determinar mejor un nombre más adecuado para ti.

    Oh, ¿aún no se te ocurre ninguno?

    Ella colocó firmemente sus manos sobre su cadera y afirmó Como puedes ver, he estado un tanto ocupada, pero ya no me tomará mucho tiempo.

    Ben sonrió. "Así que es por esto que querías quedarte aquí a pasar la noche."

    Ella asintió.

    Pensé que habías dicho que era por motivos espirituales.

    ¿Se te ocurre algo más espiritual que revivir criaturas de la muerte?

    Supongo que no. Veo que no liberaste a las tarántulas.

    Las arañas no respetan a nuestra estirpe. Liberarlas me pondría a mí y a las mariposas en grave peligro. No puedo permitir eso.

    Ya veo.

    Entonces, dijo ella. ¿Qué es lo que harás ahora que tu colección ha levantado el vuelo?

    Permíteme mostrarte.

    Ben caminó cuidadosamente hacia la ventana al otro lado de la habitación. Varias mariposas revoloteaban contra el cristal tratando de salir. Había tantas polillas prendidas de las cortinas, que la tela apenas y era visible. Abrió la ventana y gentilmente levantó el cristal. Con un golpeteo sólido, sacó el marco del todo.

    ¿En verdad? inquirió ella. ¿Así, sin más? ¿Vas a dejarlas ir?

    Una vez que la brisa fluyó dentro de la habitación, las mariposas planearon libres a través de la ventana abierta por docenas. Las polillas perezosas permanecieron sobre las cortinas.

    ¿Qué esperabas que haría?

    Reclamar tu colección.

    No podría. Sacudió la cabeza. No puedo.

    ¿A pesar de todo el tiempo que le dedicaste?

    No. Me temo que no podría matarlas de nuevo.

    Si yo me teletransportase a mi mundo, y desapareciera al instante para nunca jamás volver... ¿Tratarías de atraparlas de nuevo?

    Su corazón se le encogió más al pensar en verla desaparecer que al ver su colección regresar al bosque. Por un momento no pudo articular palabra. Finalmente, se aclaró la garganta y dijo, Me cuesta trabajo creer que alguna vez diría esto, pero creo que me has arruinado. No podría matar a ninguna de ellas. Ni aquí ni en ningún otro lado. Tendré que quemar mis redes de cacería.

    Bien. asintió ella con un gesto. Eso es sumamente noble de tu parte. Ahora sé que puedo confiar en ti.

    ¿Para qué?

    Shawndirea sonrió. Para llevarme de regreso a mi hogar.

    Te dije que lo haría.

    Lo sé, pero ahora en verdad creo que harás todo lo posible para protegernos.

    El hecho de que mantenga tu existencia oculta del resto del mundo, debería ser suficiente para que supieras que te protegería. Y también es la razón por la que necesito llevarte a casa antes de que mi colega nos encuentre. Su ansia de riqueza y de fama nos deja poco tiempo.

    La preocupación arrugó su frente. ’ ¿En verdad crees que te mataría con tal de tenerme?

    No me atrevo a tantearlo. Ciertamente prefiero no arriesgarme.

    Dudo que alguna vez logre entender a los humanos.

    Ben asintió. "Yo soy uno y yo no entiendo a mi especie tampoco. "

    Metió su mano en el frasco. Shawndirea subió a la palma de

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