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Crionizados: The Third Thaw, #1
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Crionizados: The Third Thaw, #1
Libro electrónico446 páginas5 horas

Crionizados: The Third Thaw, #1

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Historia de un grupo de personas enviadas como embriones congelados a un planeta ubicado a 26 años luz de la Tierra. Este grupo de quince personas, llamado Tercera Reanimación, descubre en su cumpleaños número 16 que las personas que los crían son en realidad robots. Después de cumplir 16 años, la Tercera Reanimación es entrenada para explorar este nuevo planeta y encontrarse con otro asentamiento de alemanes. Una gran aventura, sobre lo que se necesitaría para recrear la civilización. Libro uno de la trilogía.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento26 may 2021
ISBN9781667400655
Crionizados: The Third Thaw, #1

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    Crionizados - Karl J. Hanson

    Para  Lisa,  Julie  y  Page,

    Y  a  la  memoria  de  mis  padres  Dorothy  y  Sig.

    Parte I:

    Nuevo Edén

    ––––––––

    CAPÍTULO  1

    Con un gruñido, Adán se dio la vuelta y se tapó la cabeza con el grueso edredón. 

    —¡Levántate dormilón! ¡Es tarde! —dijo la familiar voz.

    —¿Qué día es, señorita Clara? —murmuró debajo de las sábanas.

    Es ist Samstag —respondió en perfecto alemán la señorita Clara, la Guardiana. Era sábado, pero la respuesta de la señorita Clara, como todas sus declaraciones, sonaba más rutinaria que entusiasta.

    Na, Ja, —respondió Adán, quien recientemente había comenzado a aprender alemán en la escuela.

    Levantando un poco la cabeza, pudo ver por la ventana. Hacía buen tiempo, aunque el cielo estaba un poco más anaranjado de lo habitual y la luna dominaba el cielo matutino. Aún medio dormido, podía escuchar las olas rompiendo en la playa a poca distancia de la casa. La brisa del mar fluía libremente a través de la vivienda de adobe que no tenía cristales en las ventanas. En Nuevo Edén, ninguna de las casas los tenía. Por supuesto, Adán sabía lo que era el vidrio porque estaba aprendiendo a fabricarlo. Había soplado vidrio para fabricar tazas y tazones, pero no había creado nada plano como el cristal de una ventana; sin embargo, había escuchado de una técnica para fabricar vidrio crown. En esta, el maestro vidriero hacía girar la bombilla de vidrio fundido tan rápido que se abría en una hoja circular plana, con una imperfección distintiva, parecida a un ombligo de vidrio. Probablemente Horst, el amigo de Adán, sabía cómo fabricar vidrio crown. Horst sabía muchas cosas.

    Con casi catorce años, Adán medía cerca de 1,75 m de estatura. Tenía el pelo castaño oscuro y estaba algo delgado. En una mañana típica, trabajaba en el campo y hacía las tareas del hogar; por la tarde, asistía a la escuela. Al igual que Horst, recién había comenzado su educación secundaria.  El plan de estudios era muy similar al plan de estudios de la educación primaria, con especial énfasis en lectura básica, matemáticas y ciencias. Ahora, estaba aprendiendo alemán, aunque no entendía la razón de ser de esta asignatura obligatoria.

    La generación de Adán era el resultado de la Tercera Reanimación de las personas que vivían en Nuevo Edén, que era un asentamiento relativamente pequeño; delimitado de un lado por el mar, tenía un área de solo 2,5 kilómetros cuadrados.  Adán y sus catorce compañeros de clase, la Tercera Reanimación, jamás se había aventurado más allá de estos límites, porque estaba estrictamente prohibido. Como se conocían desde la infancia, eran más hermanos y hermanas que compañeros. La mayoría de las veces se llevaban bien, aunque no siempre. Como en cualquier familia numerosa, se habían formado algunas camarillas. Los mejores amigos de Adán eran Hansel y Horst. Hansel era un par de centímetros más bajo que Adán y un poco regordete. Horst era casi tan alto como Adán y tenía el pelo lacio oscuro, casi negro.

    Los sábados por la tarde, después de las tareas domésticas, los adolescentes se dirigían a la playa, tal como lo hacía la mayoría en Nuevo Edén. La empinada ladera arenosa creaba rompientes que los empapaban con niebla salina. Los Guardianes les advirtieron que nunca fueran más allá de las dunas de arena y, sobre todo, que nunca nadaran en el agua debido a las peligrosas criaturas que acechaban bajo la superficie y a los escorpiones gigantes que deambulaban por la orilla. Estas criaturas patrullaban la playa, para atrapar cualquier pez que quedara por allí cuando las olas lamían la orilla; ocasionalmente, los escorpiones luchaban entre sí, valiéndose de sus aguijones para matar a sus oponentes.

    Después de vestirse con su túnica de algodón, Adán se dirigió a la casa de Hansel, donde él y sus amigos habían acordado encontrarse. Su túnica, como las de todos en Nuevo Edén, parecía un saco de patatas con agujeros para brazos y piernas. La prenda estaba blanquecina como resultado del blanqueamiento de la tela con suero de leche y su posterior secamiento al sol. El algodón era áspero, con las semillas aún intactas. Nadie vestía de azul, rojo o amarillo, por la sencilla razón que los tintes de esos colores no estaban disponibles en Nuevo Edén.

    Sus amigos ya lo estaban esperando. Juntos, se dirigieron a la playa arenosa donde Zelda, Ingrid y Greta se encontraban sentadas en sus mantas, tejiendo. Sus largas agujas óseas chasqueaban rítmicamente mientras trabajaban las hebras de algas marinas todavía húmedas, enlazando la trama en cuadrados de treinta centímetros. Los muchachos se maravillaban de la velocidad de sus hábiles dedos, que habían encallecido por los muchos años de trabajo. Los cuadrados se dejarían secar, para que formaran una tela suave; después se coserían para formar mantas y ponchos para el invierno, o para reemplazar las secciones desgastadas de la ropa vieja o la ropa de cama. 

    Todos se quedaron en la hierba ammophila de las dunas, a salvo, lejos de los escorpiones. Mientras las niñas continuaban tejiendo, concentradas en cada puntada, los chavales observaban atentamente como los escorpiones gigantes rondaban la playa, yendo por la arena en formación de zigzag. Los arqueados aguijones sobre sus espaldas, hacían incursiones al azar en las aguas someras, atrapando a los pequeños peces que tenían la mala fortuna de precipitarse entre sus pedipalpos extendidos. Fascinados, los niños estudiaban cómo las venenosas criaturas aplastaban a los peces más pequeños con sus quelas, reservando sus aguijones para las criaturas más grandes. Adán comenzó a trazar con un dedo los bocetos de los escorpiones en la arena mientras sus amigos observaban con asombro la precisión de sus dibujos. Para no quedarse atrás, Hansel recogió arena húmeda y comenzó a construir un conjunto de casas de adobe en miniatura que eran réplicas de su propia vivienda.

    —Ved cómo los escorpiones poseen duros caparazones que los protegen. ¿Alguna vez los habéis visto mudar sus viejas corazas? —preguntó Ingrid.

    —Sí —dijo Zelda, apenas levantando la vista de su tejido —. He visto viejas conchas de escorpión. A veces me engañan, porque me parecen escorpiones, ¡pero no hay nada dentro de ellas! Por cierto, ¿alguien tiene el peine?

    —Lo tengo —dijo Greta, entregándole a Zelda el peine metálico. No había muchos de esos, por lo que tenían que compartir el Peine.

    —No, ese no —dijo Zelda —. Quiero el que tiene las cositas más separadas.

    —¿Qué quieres decir con 'las cositas'? —preguntó Greta.

    —Las púas. Ya sabes, las cositas rectas que peinan el cabello. Mi cabello es demasiado grueso para este cepillo —dijo Zelda, comenzando a sonar agitada, torciendo con sus dedos el cordón de su collar de conchas. Después volvió a ocuparse de su tejido.

    —Lo siento, pero dejé ese peine en mi habitación —dijo Ingrid, pasando sus dedos por su abundante cabellera decolorada por el sol.

    —El mío también está enmarañado, pero estamos en la playa, así que la verdad no importa mucho, ¿o sí? —dijo Greta.

    Ingrid, al ver que Zelda miraba a Gerald, le sonrió a Greta como diciendo:  —¡Te lo dije! 

    De rizado cabello oscuro y tez morena, claramente, Zelda y Gerald se veían diferentes a los otros niños. Zelda y Gerald siempre habían sido buenos amigos, pero ahora que tenían casi catorce años, el rumor era que se gustaban el uno al otro. Era indudable, últimamente, Zelda parecía prestar mucha más atención a su apariencia; su ritual matutino ahora consistía en examinar su reflejo en el estanque cercano a su casa y en peinarse escrupulosamente.

    Finalmente, las agujas detuvieron su característico estrépito. Ingrid remató las últimas puntadas y colocó su duodécimo cuadrado encima del ordenado montón que tenía a su lado. Levantando la vista, le sonrió a Adán y a Hansel, su cabello formaba un halo dorado alrededor de su rostro. Mientras tanto, Zelda completó su montón. Sosteniendo uno de los cuadrados entre sus dedos, miró con orgullo su obra mientras Gerald alisaba las inevitables enroscaduras en ellos.

    Adán y Hansel asentían con admiración, después centraron su atención en jugar a atrapar una pelota de piel de cerdo, mientras que Hansel se había hecho una pila de naipes con hojas de maíz aplanadas. El tiempo pasó con gran celeridad hasta que la voz de la señorita Clara llamó a Adán a cenar.

    —¡Adán! —exclamó en voz alta e inexpresiva —. Adán, ¡es hora de cenar!

    —¡Ya voy, señorita Clara! —respondió Adán —. Voy en camino.

    La señorita Clara, la guardiana, era una mujer adulta indescriptible, de edad indeterminada. Todos los Guardianes tenían un aspecto algo anodino, casi genérico, de hecho.  Dos ojos, nariz, boca: junta todo eso y tienes una cara. Sin embargo, los Guardianes se veían diferentes a los niños, y esto no solo se debía a que fueran mayores. Los Guardianes eran de hecho, bastante atractivos (demasiado atractivos), de una manera peculiar. En realidad, el problema con su apariencia era que se veían perfectos. Incluso cuando tenían motivos para reprender a sus pupilos, las arrugas nunca desdibujaron sus cejas ni se les delineaban líneas pronunciadas alrededor de la boca. Tampoco tuvieron jamás cicatrices, quemaduras solares o imperfecciones, y nunca se les desarrollaron lunares, pecas, manchas de la edad o similares.

    Los Guardianes se ocupaban de los niños; les preparaban la comida, los vestían y los educaban. De hecho, se encargaban de prácticamente todo el trabajo en este pequeño asentamiento que estaba lleno de adolescentes y jóvenes de la Segunda, Tercera y Cuarta Reanimación.

    Nuevo Edén era una comunidad rural completamente autosuficiente donde todo tenía que fabricarse desde cero. Excepto por algunos artículos que se habían traído cuando se estableció la comunidad (un arado de acero, algunas herramientas de acero, una rueca, un telar y algunos instrumentos musicales), todo lo demás fue fabricado por los niños o por los Guardianes:

    Se hilaba algodón, lana y lino en las ruecas.

    La ropa era cosida con hilo.

    La tela se tejía en los telares.

    La tela se teñía con tintes orgánicos.

    Se tejían cuerdas con tela y fibras vegetales.

    El jabón se hacía mezclando grasa, cenizas de helechos y arbustos y cal.

    La harina se producía moliendo trigo sobre molinos de piedra.

    La alfarería se creaba a partir de arcilla, después se ponía a secar y se cocía en hornos; las personas utilizaban cerámica para cocinar.

    La cocción se hacía sobre hogueras hechas con manojos de palos secos de pequeñas plantas leñosas, como arbustos y helechos. No había grandes troncos para quemar, ni carbón. 

    El vidrio se fabricaba calentando una mezcla limpia de sosa, cal y arena en un horno calentado a partir de bloques especiales de carbón de helecho comprimido. El vidrio fundido se soplaba en tazas, tazones y botellas.

    Se fabricaban tuberías de arcilla para el sistema sanitario de la ciudad. La arcilla se extraía del foso local y después se transformaba en tubos que se vitrificaban en el horno.

    Los muebles estaban hechos típicamente de mimbre, fabricado con cañas de plantas aborígenes.

    Las personas creaban su propia música.

    No había muchos materiales disponibles para la comunidad de Nuevo Edén:

    Había poco o nada de acero, a excepción de algunos artículos que habían traído.

    No había madera. Los únicos materiales de madera disponibles eran de plantas como arbustos y helechos. Había algunas cosas de madera, como un piano, que habían traído.

    No había cables.

    No había electricidad.

    No había lámparas.

    No había artículos electrónicos, a excepción de los e-readers.

    No había ordenadores.

    No había Internet.

    No había redes sociales.

    No había radio ni televisión.

    No había música grabada.

    No había automóviles.

    No había comunidades vecinas.

    La comunidad cultivaba: maíz, algodón, hortalizas, trigo y cebada. Criaban animales de granja: gallinas, ovejas, cerdos, vacas, cabras y bisontes.

    En las afueras de Nuevo Edén había un gran campo de caña de azúcar; a los niños se les había advertido que nunca fueran más allá de él.

    ––––––––

    Adán era incapaz de recordar un momento en el que no tuviera deberes. Tan pronto como tuvo la edad suficiente para alimentar a las gallinas o recoger malas hierbas, fue puesto a trabajar. Había muy poco tiempo para el ocio. Él y sus compañeros trabajaban todos los días en los campos, cuidando las cosechas y alimentando a las gallinas, cerdos, ovejas y caballos.

    Los domingos, Adán y la señorita Clara asistían a la iglesia. Todos en Nuevo Edén asistían a la única iglesia en el asentamiento, la cual no era confesional. Los servicios eran en su mayoría eventos de reunión comunitaria, con una pizca de religión. No había oraciones como tal, ni siquiera referencias a un Poder Superior; todos los elementos religiosos se centraban más en la responsabilidad cívica que en las obligaciones religiosas. El edificio de la iglesia era un gran pabellón al aire libre, con los lados descubiertos y una plataforma elevada sobre la que se paraba El Líder. Detrás del podio del Líder había una gran escultura de acero inoxidable en forma de banda de Möbius. Este artefacto fue una de las pocas cosas de metal llevadas a Nuevo Edén cuando se fundó.

    El Líder vestía un traje dorado y un collar verde esmeralda luminoso. El cabello del líder era completamente blanco y cuando caminaba, sus grandes bigotes ondeaban como pendones.  Su presencia era autoritaria, impresionante y dramática.

    —Y reflexionemos sobre nuestras vidas y todo lo que tenemos en este mundo, y seamos agradecidos. Estaremos eternamente agradecidos por las abundantes cosas que tenemos aquí. ¡Seamos felices por todo aquello con lo que hemos sido bendecidos! —exclamaba mientras daba la lección. 

    A medida que su voz aumentaba de volumen, su collar verde brillaba cada vez más; y a medida que su habla se volvía más suave, el collar se volvía más tenue, desvaneciéndose gradualmente de esmeralda a obsidiana a medida que la lección llegaba a su conclusión. Sí, esto era una iglesia, pero también un gran teatro.

    —¡Paz, hermanos y hermanas!

    —¡Y la paz para ti, Líder! —los ciudadanos de Nuevo Edén declararían al unísono.

    Nadie conocía a El Líder personalmente. Se rumoreaba que antes de convertirse en El Líder, su nombre era Graham y que había jugado un papel fundamental durante el establecimiento inicial de Nuevo Edén. Lo que daba origen a este rumor era el hecho de que algunas personas lo llamaban Padre Líder, mientras que otras lo llamaban Líder Graham.

    Adán siempre prestaba mucha atención a las palabras del Líder. En realidad, le tenía un poco de miedo, pero la señorita Clara le aseguraba que así debía ser. Después de todo, el miedo conducía a la obediencia y la obediencia al respeto.

    Cada domingo, El Líder dirigía el servicio semanal y daba La Lección, pero el resto de la semana, nadie le veía. No era una presencia pastoral en la comunidad, pero sus palabras y decisiones sobre asuntos de importancia eran literalmente La Ley.

    Esa noche, poco después de la puesta del sol, después de cenar, Adán se fue a la cama. Por lo general, se quedaba despierto el mayor tiempo posible, leyendo o dibujando mientras hubiera luz diurna o aceite para el alumbrado. Esa noche, sin embargo, fingió dormir cuando la señorita Clara entró en su habitación para ver cómo estaba. Con suavidad, lo cubrió con una manta y luego dobló cuidadosamente la túnica de algodón que él había arrojado al suelo. Por un momento, permaneció cerca de la puerta antes de salir de la habitación. Cuando la escuchó salir, Adán se levantó de la cama, se puso la túnica y la siguió.  En el crepúsculo, apenas podía distinguirla caminando en dirección a los campos. 

    Con cautela, comenzó a seguir a la señorita Clara, manteniendo una distancia segura. Mientras caminaba, vio a otros Guardianes saliendo de sus casas, y que también se dirigían a los campos de caña de azúcar. Los doce Guardianes parecían estar en trance, como si caminaran dormidos. No había comunicación entre ellos y parecían mirar hacia adelante, como si fueran atraídos por el mismo punto focal.

    Cuando llegaron a los campos de caña de azúcar, una abertura apareció. Adán no pudo distinguir qué era exactamente lo que sucedía, pero en un instante los Guardianes estaban parados frente a las hileras de caña, y al siguiente, los altos tallos arqueaban sus puntas para formar un arco que conducía a algún lugar fuera del campo visual.

    Sin dudar, los Guardianes entraron por la abertura.  Después, la abertura se cerró abruptamente.

    CAPÍTULO  2

    Cuando Adán llegó a clase a la mañana siguiente, se sentó junto a Hansel y Horst en la parte posterior del aula.

    —Es muy temprano para sonreír, Adán —dijo Hansel —. Acabo de despertar. ¿Tienes un secreto que quieres contarnos?

    —Sí, ¿qué pasa, señor sonrisas? —preguntó Horst.

    —Anoche vi algo —dijo Adán.

    Pero antes que pudiera continuar, la maestra Guardiana, la señorita Angélica, se aproximó a los niños.

    —Os lo contaré más tarde —dijo Adán.

    Cambiando de tema, consciente de que la señorita Angélica estaba escuchando, Adán le preguntó a Horst, en tono serio: 

    —Horst, ¿cómo va tu alemán?

    Horst le lanzó a Adán una mirada exasperada. Cuando la señorita Angélica se alejó, le dijo a Adán: 

    —Vas a pagarlo.

    Hoy, la señorita Angélica iba a dar clase de alemán.  La gramática volvía loco a Horst. No era que se opusiera a las reglas como tal, pero no comprendía por qué cada sustantivo tenía uno de tres géneros: "der, die o das". La señorita Angélica dijo que algún día encontraría útil el idioma alemán, pero Horst no veía ninguna razón para aprender un idioma extranjero, y mucho menos el alemán.

    Quizá por eso la señorita Angélica consideraba a Horst como el más problemático de sus quince alumnos. Él era el payaso de la clase, interrumpía constantemente o se mofaba de ella. Como maestra —y guardiana— la señorita Angélica había sido entrenada para lidiar con este tipo de comportamiento infantil, parte del proceso de crecimiento.

    Los viernes, la señorita Angélica revisaba el progreso de cada estudiante.

    —Clase, necesito vuestra atención —dijo en su habitual tono monótono, mientras todos socializaban.

    —¡Clase! ¡Necesito vuestra atención!

    Horst hablaba con Adán y Hansel, de espaldas a la señorita Angélica. Al darse cuenta que no estaba prestando atención, la señorita Angélica comenzó a golpear su escritorio con la regla.

    —¡Horst! ¡Horst!

    Adán le dio un codazo a Horst para que se diera la vuelta.

    —Lo siento, señorita Angélica —respondió Horst, adoptando una expresión seria.

    Danke, Horst —dijo la señorita Angélica. —Wie geht es ihnen? — [¿cómo te va?].

    Horst fue tomado por sorpresa por este saludo básico en alemán.

    —Uh, ... uh ... —balbuceó, tratando de recordar esta frase. Entonces, lo consiguió: —¿Es ... geht..mir..gut ...? —respondió, algo inseguro.

    Sehr gut, Horst —dijo la señorita Angélica [muy bien].

    A continuación, dirigió su atención a una estudiante que se encontraba sentada al frente.

    —Eileen, ¿qué piezas de piano has estado aprendiendo esta semana?

    Eileen era una chica delgada, pelirroja, de facciones delicadas. Era por mucho, la más talentosa en música de la Tercera Reanimación.

    —La decimoquinta de las Invenciones a dos voces de Bach, señorita Angélica.

    Horst le susurró a Adán:

    —¿Se lo está inventando?

    Adán sonrió.

    Ajena a Horst y Adán, la señorita Angélica continuó:

    —Si no me equivoco, ¿esa es la última de las invenciones a dos voces de Bach?

    —Sí, es la última, señorita Angélica.

    —¿Y has memorizado todas?

    —Sí —dijo Eileen con orgullo.  Desde los seis años, había desarrollado el oído absoluto: la capacidad de recordar e identificar de oído los nombres de las notas. Ya había acumulado un impresionante repertorio de piezas para piano, en su mayoría de Bach, Mozart y Beethoven.

    —¡Excelente! —elogió la maestra con un ligero toque de entusiasmo en su voz —. ¡Clase, démosle un aplauso a Eileen!

    Los adolescentes habían aprendido recientemente a hacer esta cosa de dar palmadas llamada aplausos. Habían visto un video instructivo, que mostraba a un grupo de personas (algo que aprendieron se llamaba audiencia) que aplaudían después de ver una actuación musical.

    No había libros impresos en Nuevo Edén, solo e-readers, ¡porque no había suficiente espacio para traerles a este lugar!

    Cuando los niños eran pequeños, los Guardianes les leían cuentos. Cada familia —es decir, cada Guardián y niño— poseía un lector electrónico que estaba precargado con una gran biblioteca de libros. Los e-readers también podían reproducir videos instructivos que demostraban cómo hacer ciertas cosas.

    La señorita Angélica centró su atención en las dos adolescentes que se encontraban al final de la clase: 

    —Gertrudis y Eva, ¿cómo vais con el fieltro?

    —Muy bien, señorita Angélica —respondió Gertrudis. Se volvió hacia Eva y le dijo: 

    —Muéstrale.  Con su metro setenta y cinco, Eva sobrepasaba a Gertrudis, que era baja, rechoncha y de huesos prominentes.

    Eva metió la mano en una mochila y sacó un trozo de tela.

    —Este es el fieltro de lana.  No estoy tan segura de que vayamos 'Muy bien'.

    —¿Puedo tocarlo? —preguntó Ingrid.

    —Sí claro, adelante —dijo Eva, entregándole la tela.

    —¡Es mucho más suave que la lana! —dijo Ingrid.

    La señorita Angélica preguntó:

    —¿Lo fabricasteis de acuerdo al video?

    —Así es. Esquilamos, lavamos con agua caliente y retiramos las impurezas restantes. Este pequeño trozo de tela requirió mucho trabajo.

    —¿Para qué lo usaréis? —preguntó la señorita Angélica.

    —Estamos pensando en hacer zapatillas de fieltro —respondió Gertrudis.

    —¿Podéis hacer unas para mí? —preguntó Ingrid.

    Gertrudis y Eva se miraron momentáneamente y luego se susurraron algo.

    —Claro. No hay problema —le dijo Eva a Ingrid.

    Ahora que la Tercera Reanimación había alcanzado la edad para asistir a la escuela secundaria, cada uno de ellos comenzaba a recibir formación en especializaciones profesionales. El tipo de trabajo que harían cuando fueran adultos ya estaba predeterminado incluso antes de que nacieran.

    Adán, por ejemplo, tenía talento para el dibujo y, por lo tanto, estaba tomando cursos de arquitectura y carpintería. Eileen era una excelente pianista y estaba destinada a la música. Gertrudis y Eva eran expertas en trabajo con textiles y confección de ropa. Ingrid, la alumna más brillante en la clase de la señorita Angélica, tenía aptitudes para la biología; de hecho, había sido seleccionada para recibir capacitación médica, por lo que eventualmente podría convertirse en la médica de la aldea.

    Pero las habilidades de Horst eran difíciles de encasillar.  Nieto de un consumado profesor e investigador de química, le habían asignado el papel de futuro químico. A pesar de su inconformidad, era obvio que tenía un gran potencial. Irónicamente, sus travesuras eran, quizás, una indicación de una inteligencia creativa. Después de todo, las malas notas y la aversión por las actividades estructuradas ha sido la pesadilla de muchos superdotados.  Ni Albert Einstein ni Isaac Newton fueron estudiantes sobresalientes. Aunque Horst destacaba en matemáticas y era el alumno más capaz en esa asignatura.

    A menudo se le ocurrían ideas bastante inusuales para alguien de su edad. En una ocasión, Horst le presentó a la señorita Angélica una solución para el número trascendental e, usando una serie de Taylor. ¡En ese momento ni siquiera tenía catorce años!

    Cuando era muy joven, Horst pensaba que el mundo era plano. Pasó horas reflexionando sobre lo que sucedería si alguien navegaba por el borde de un mundo plano. ¿Qué habría debajo? ¿Dragones? Había oído hablar de dragones en los cuentos de hadas, pero lo tomaba con el escepticismo de un científico.  Pero con dragones o sin ellos, ¿qué sucedía cuando se navegaba hasta el fin del mundo? ¿Se podría caer libremente y empezar a navegar de cabeza?

    Después de enterarse de que, en realidad, el mundo no era plano sino un planeta esférico, la imaginación de Horst se desbordó. ¿Qué era un planeta? ¿Qué causaba la gravedad? ¿Qué tan grande era el Universo? ¿De dónde se originó el Universo? ¿Qué era el tiempo? ¿Experimentaban todos el tiempo de la misma manera? ¿Qué era la vida? ¿Estaba el Universo gobernado por las matemáticas? ¿Qué era una onda? ¿Era posible viajar en el tiempo?

    Después de las clases matutinas, los niños hicieron sus deberes. Las tareas diarias variaban según la edad y aptitud. Una de las tareas de Horst era trabajar en el foso, una especie de cantera del que se extraían capas de arcilla y arena.  El foso había aumentado su tamaño desde un pequeño agujero hasta su tamaño actual de aproximadamente 70x70x25 metros. Un camino de dos metros de ancho descendía por todo el perímetro del foso, serpenteando para que los materiales pudieran ser llevados a la superficie sin demasiado esfuerzo.

    Adán, Hansel y Horst eran el equipo que, por ahora, trabajaba en el foso. Hansel tendía a esforzarse mucho para hacer el trabajo, apenas tomándose el tiempo para levantar la vista. Los tres trabajaban duro, excavando con conchas de vieira. 

    Mientras trabajaban, Horst miraba con frecuencia las paredes: estaba fascinado por las diferentes capas que formaban las paredes del sitio de excavación. De vez en cuando, recogía un terrón y lo deshacía entre los dedos, sintiendo su suavidad o aspereza, oliéndolo ocasionalmente. En la parte superior, el suelo era una especie de marga formada por la descomposición orgánica de las plantas. Después, a una profundidad de aproximadamente 10 cm, el suelo se convertía en una arena limosa, hasta una profundidad de 40 cm.  Por debajo de los 40, el suelo era arcilloso.

    Los tres muchachos cavaban para llenar una carretilla con arcilla que sería transportada al horno del que se ocupaba la Segunda Reanimación. La arcilla se usaría para fabricar vasijas y tubos de cerámica.

    Mientras Horst cavaba, golpeó algo duro.

    —¡Mirad esto! —exclamó.

    Adán, que cavaba cerca, miró dentro del agujero. 

    —Parece que has encontrado roca —observó.

    Horst se arrodilló para examinarla. Podía distinguir pequeñas espirales de concha blanca que sobresalían de la roca en cúmulos afilados, mientras que lapas cónicas estaban firmemente incrustadas en su superficie, realzándolas con sus venas gris azuladas.

    —Mirad esto —repitió, señalando la roca. —¿Veis esta concha? ¡Hay conchas de mar en la roca! ¡Nos encontramos en lo que alguna vez fue el fondo de un mar! Quizá esta roca era parte de un arrecife de coral.

    —¿Qué es un 'arrecife'? —preguntó Adán. A estas alturas los tres miraban la roca.

    —Es algo sobre lo que he estado leyendo. Los arrecifes son formados en los océanos por pequeñas criaturas marinas que producen algo llamado coral; un arrecife es una gigantesca estructura de coral.

    —¿Estás diciendo que aquí hubo un océano? —dijo Hansel —. ¿Justo donde estamos parados?

    —Sí, eso creo —dijo Horst —. Obviamente, si aquí hubo un océano, algo debió haber sucedido para que desapareciera. Pero mirad a vuestro alrededor las diferentes capas de tierra alrededor del foso. ¿No creeréis que este suelo proviene del polvo acumulado durante muchos años?

    Adán miró los estratos, indeciso con la teoría de Horst.

    —No lo sé. Es demasiado polvo. Quiero decir, este agujero es profundo.

    Horst estaba convencido de haber descubierto una verdad: el suelo estaba formado por la acumulación de polvo y partículas. Se imaginó al viento arrojando suficiente polvo durante tantos años que ahora podían ver diferentes capas donde alguna vez pudo haber estado un océano. Mientras retrocedía en el tiempo con su imaginación, algo sucedió.

    —Sí... casi puedo verlo.

    —¿Qué ves? —preguntó Hansel.

    —Imagino que aquí hubo un océano y un arrecife.  Fascinante.

    La idea ahora estaba cimentada en su memoria, archivada bajo el tema Rocas y minerales.  Hansel y Adán intercambiaron miradas, como diciendo: ¡Aquí va de nuevo!

    Los muchachos empujaron la carretilla cargada con el material y la llevaron al taller donde Gertrudis y Eva se encontraban sentadas frente al torno, moldeando arcilla para hacer ollas de cocina; Ingrid y Eileen se encontraban sentadas a su lado, decorando los recipientes crudos. Los muchachos vaciaron el nuevo suministro en una gran pila de arcilla y luego le cubrieron con un paño húmedo.

    —Aquí tenéis justo lo que estabais esperando: más arcilla —bromeó Horst —. ¿Os divertís?

    Gertrudis hizo una mueca, exprimiendo el agua de una bola de arcilla blanda como si se preparara para arrojársela a Horst.

    —¡Oye, solo bromeaba! —rio Horst, levantando los brazos para protegerse. Gertrudis lanzó la arcilla al aire, la atrapó, luego la llevó contra la rueda, presionando y levantando el terrón hasta que comenzó a tomar la forma de un tazón asimétrico.

    —Quizá no lo notes pero está torcida —observó Horst tratando de mantener una expresión seria. Gertrudis lo fulminó con la mirada, presionando el volante con el pie. Cuando la rueda giratoria finalmente se detuvo, el tazón estaba algo deforme. Gertrudis sacó el recipiente del cabezal de la rueda y lo llevó al estante de rechazos.

    —¿Están listas para el horno? —preguntó Adán, señalando una hilera de ollas.

    —Sí, esas cinco están secas —respondió Eva, echándose hacia atrás el cabello rubio y ralo. Se secó las manos en el delantal, se puso de pie y se estiró. Ambas muchachas eran hábiles costureras a las que les molestaba el tiempo que pasaban lejos de la tela y el hilo. Al igual que los chavales, eran conscientes que había tareas que

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