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Antonazzi
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Libro electrónico315 páginas4 horas

Antonazzi

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Información de este libro electrónico

Piero es el protagonista de esta nueva novela. Luego de que en Vacaciones en Máncora el autor nos dejara al final del libro con un misterioso ¿continuará? Han pasado seis años y Piero atraviesa por una crisis existencial. Se siente un esclavo del Banco para el que trabaja. Repentinamente se ve en aprietos que apuran su decisión de cambiar el destino de su vida. Renuncia al Banco y una serie de acontecimientos lo llevan al límite entre la imaginación y la realidad, y una lucha interna por prevalecer en sus principios.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 may 2018
ISBN9780463433331
Antonazzi
Autor

Flavio Vaccarella

Flavio Vaccarella nació en el Callao, Perú, en el año 1972. Estudió Administración de Empresas en la Universidad de Lima y culmino una maestría en Webster University, en el estado de Missouri, donde residió por 5 años. Publicó su primera novela Vacaciones en Máncora en el 2003, y Antonazzi en el 2007. Escribe literatura contemporánea, y se caracteriza por describir el mundo interior que viven sus personajes. Actualmente vive en Lima.

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    Antonazzi - Flavio Vaccarella

    Copyright 2007-2018 Flavio Vaccarella

    Publicado por Flavio Vaccarella en Smashwords

    Notas de Licencia de Edición

    Todos los derechos de autor. Este libro es para su uso personal. El libro no puede ser revendido u obsequiado a otra persona. Si usted está leyendo este libro y no lo ha comprado, o no fue comprado para su uso personal, retorne por favor a su retailer favorito y compre una copia autorizada. Gracias por respetar el trabajo duro y encomiables de este autor.

    Tabla de Contenido

    Titulo

    Contenido

    Capitulo 1 Sueño intenso

    Capitulo 2 La vida da vueltas

    Capitulo 3 Esclavitud en el siglo XXI

    Capitulo 4 La cita

    Capitulo 5 Poder y dolor

    Capitulo 6 El noviazgo

    Capitulo 7 La verdad se halla en la comunicación

    Capitulo 8 Vidas afines

    Capitulo 9 La ley de la vida

    Capitulo 10 Elucubraciones

    Capitulo 11 Posición fetal

    Capitulo 12 ¿Amigos o enemigos?

    Capitulo 13 Furia

    Capitulo 14 Utopía

    Capitulo 15 Entre tú y yo

    Capitulo 16 Los delirios de Antonazzi

    Capitulo 17 La naturaleza del ser humano

    Capitulo 18 Si tú no lo haces, yo lo haré

    Capitulo 19 Noche de lágrimas

    Capitulo 20 Voces

    Capitulo 21 Adiós Lima

    Acerca de Flavio Vaccarella

    Otros libros de Flavio Vaccarella

    Conéctate con Flavio Vaccarella

    Sueño intenso

    Soñé que dormía profundamente. Mi cuerpo estaba suelto, libre, sin peso. Flotaba en la cama como si esta fuese una nube. Luminosidad en abundancia que no invadía mis pupilas, abundancia etérea, gravitante. Toqué las puertas del nirvana y se abrieron. Permanecí observando los alrededores, una playa de dimensiones generosas, arena blanca rodeada de palmeras y mar turquesa. Un ave vadeaba hacia el horizonte lejano. Cerneaba las alas lentamente, con prudencia, como si no importara el tiempo, que permanecía estático. La observé con la mirada, no parecía perderse. Su vuelo dejaba un rastro seductor. Respondiendo al llamado de aquella ave de vestido blanco, trepé una quebrada y alcé vuelo.

    Moví mis brazos y floté como un globo de gas en la estratosfera. Seguí la dirección del ovíparo. La alcancé imitando sus maniobras, caída libre, en picada hacia el mar; luego derrapé como ella sintiendo el vértigo de la maniobra. Nos elevamos y en lo alto apreciaba cómo se delimitaba el mar y la playa, amplia, blanca, flanqueada a los lados por dos inmensos cerros. Un riachuelo desembocaba en la orilla. Sus aguas dulces y cristalinas se combinaban con la salinidad del mar donde unos peces alados saltaban con algarabía. A lo lejos, el riachuelo se ocultaba en forma de serpiente rodeado de árboles y jardines de un verde intenso. Volteé y el ave se iba en dirección al Sol. La seguí mas no logré alcanzarla. Sus alas la alejaban rumbo al horizonte y desaparecía como logrando penetrar la inmensidad del Sol. Me encontraba solo, sin rumbo. Sentía la fuerza de gravedad del Sol absorbiéndome, tragándome sin poder impedirlo. Miré hacia lo profundo de la bola de fuego y mis ojos se cegaron ante una luz blanca. La fuerza que me atraía se detuvo. Floté por un momento y aunque mis ojos estaban ciegos, percibí una sensación de tranquilidad y paz. Sosiego que me embriagaba como una garrafa de vino. A medida que mi cuerpo se relajaba, mis ojos iban adquiriendo imágenes. Vi el Partenón, con sus columnas griegas en la loma de una montaña desértica. Observé con meticulosidad cada una de sus formas. En lo alto figuraba una escultura del César, de soberbia nariz prominente mirando al mundo con desprecio. En una esquina, la sombra de una figura humana se escurría traviesamente como queriendo seducirme al igual que el ave de vestido blanco que desapareció en el olvido. Aterricé a las orillas del monumento en búsqueda del trazo de aquella sombra. Caminé lentamente midiendo cada paso que daba. El sendero que circundaba el edificio estaba sembrado de rosas espinosas que me rozaban. La polera que llevaba puesta tenía ya diminutos puntos rojos en los brazos. Seguí dando vueltas en busca de la figura humana hasta que el dolor de las heridas desapareció. Entré al jardín de un cónsul romano y sentado se hallaba un ser con una túnica blanca amarrada al cuerpo con soltura. La figura carecía de rostro mas se podía apreciar la barba hirsuta y el pelo blanco que flameaba con el viento. Ésta parecía conocerme, su trato era familiar y exquisito a la vez. Movía sus manos con suma finura y su diálogo era locuaz y convincente. Me ordenó sentarme en la silla de madera que se encontraba frente a él. Lo hice con curiosidad y temor. Se levantó y llenó de vino un cáliz que me ofreció con una sonrisa que se empezaba a dibujar. Tomé el cáliz y bebí del vino ofrecido mientras observaba sus labios arrugados y su dentadura vieja y vetusta del color del marfil. La figura se volvía a levantar y esta vez asía una rebanada de pan que combinó con un trozo de queso. Vuelto a la silla se le dibujaban las arrugas de la frente, los pómulos y la nariz pronunciada como la del César. Sus trapos blancos cambiaron de color por unos de seda roja con una cinta dorada que rodeaba su cintura. Cuando acabé la rebanada de pan y queso se dibujaron sus ojos, vivaces y brillantes; del mismo color que la miel. Rodeando las sienes se dibujó una hoja de laurel que daba lugar a otras más, unidas por un filamento de oro. No dijo su nombre ni el lugar de donde provenía, se limitó a charlar sobre ideas que justificaba contundentemente con acerbo que jamás haya escuchado en persona alguna. Disertó sobre el nacimiento de las civilizaciones, la vida, la muerte, la omnipotencia, la esencia del ser humano y su debilidad. Tomó una pausa, bajó la mirada y observó en el suelo cómo dos gladiadores luchaban, uno pequeño y débil, el otro alto y fornido. El pequeño era vencido con un golpe mortal en la cabeza por el luchador fornido. El anciano de ojos vivaces vuelve la mirada hacia mí y decreta:

    "El ser humano más fuerte vencerá al más débil".

    Inmediatamente después, eleva el rostro hacia el Sol. Lo señala con su mano marchita y tostada por el Sol. Abre la mano y se aparece un cáliz. Enuncia unas palabras inaudibles y desde lo alto chorrea un líquido acuoso y rojo. Lo bebe con fruición y derrama el resto en el suelo. Vuelve su mirada hacia mí y sonríe, exhibiendo sus dientes enrojecidos.

    Me sentí inquieto al ver aquel rostro anciano siendo saciado por sangre que venía del firmamento. Traté de pararme y no pude. Veía mis piernas, y aunque hacía esfuerzos por moverlas, no reaccionaban ante mis mandatos. Mis piernas eran caballos sin aliento, desgastados y reacios a recibir órdenes. Me veía encarcelado en un cuerpo inmóvil, que no respondía a los impulsos de mis neuronas. Mis ojos observaban la escena sin poder hacer nada. Mis labios no se movían, oponiéndose a preguntar cualquier cosa que refutara los actos del anciano.

    "Bebe conmigo",

    Fue lo que dijo el viejo cónsul. Hice caso a su mandato involuntariamente. La sangre era amarga y espesa como crema. La pasé y sentí mi estómago quemar por dentro. Su perfil se enfilaba hacia el Sol. Lo señalaba con el dedo índice. En ese momento vi pasar por mi mente imágenes aterradoras. Cristianos muertos por judíos, judíos muertos por arios, palestinos muertos por judíos, hijo apuñalando a su padre, madre induciendo un aborto, hijos traídos al mundo muriéndose de hambre, hermano acuchillando a hermano, hermana envenenando a su madre, hijo violando a su madre, anciano muriendo de pena y una niña desnuda y desnutrida estirándose hacia mí.

    El anciano se regocijaba con mi dolor y mi rostro convulsionado por la maldad que me trasmitía. Reía a carcajadas mostrando su dentadura roja como el fuego. De su boca salieron dos enanos que aterrizaron en la superficie. Uno vestido de blanco y el otro de negro. El enano de blanco estaba parado dándole una hostia al enano de negro que arrodillado esperaba la comunión. Éste recibe la comunión y de pronto su alma se escurre por el brazo del otro, quien se apodera de ella viendo cómo los ojos del enano de negro se decoloran y observan sin vida.

    "La mayor debilidad del ser humano es la confianza en otro ser humano",

    Me dijo el viejo cónsul con una sonrisa en los labios mientras todo a su alrededor florecía; decenas y cientos de flores de color violeta abrían sus capullos de donde salían cuervos chillando y volando hacia el cielo. Mi sueño era desquiciado, quería despertar de él mas me era imposible luchar contra mi inconsciente. Mi cuerpo permanecía inmóvil mas mi alma se retorcía en todas las direcciones.

    Como queriendo darme una última enseñanza el anciano se levanta de su silla y estira su brazo. De la palma de la mano caen dos bolas negras que se convierten en sujetos. Uno de ellos le susurra al oído al otro, éste se niega al pedido. El sujeto vuelve a insistir y el otro se niega nuevamente. El primer sujeto sonríe diabólicamente y le estira la mano en forma de puño. La abre y muestra una moneda de oro. El otro sujeto hace un gesto con la cabeza y acepta la moneda. El anciano con ojos color miel fulgurantes termina diciendo:

    "La segunda gran debilidad del ser humano es el dinero".

    El anciano desaparece del escenario y con ello despierto de la pesadilla. Me veo dormido en una cama de sábanas blancas. Descanso en ella con sumo placer, todo ha sido solo mi imaginación. Me siento mejor, abro los ojos y dos mujeres se aproximan. Me señalan un camino que sigo con curiosidad. Ambas me besan. Me doy cuento de que no he despertado aún. Todo pasa muy rápido, me excitan y se marchan. Luego me encuentro solo en un cuarto y las dos mujeres regresan, se acercan a mí y me vuelven a besar. Las acaricio y luego se desvanecen en el aire. Ahora me encuentro solo dentro de una piscina. Trato de salir a la superficie a respirar, pero está bloqueada por una capa de hielo. Intento romperla, pero es muy gruesa. No puedo aguantar más la respiración, estoy a punto de claudicar en mis esfuerzos por sobrevivir. Me ahogo y mi cuerpo levita. Despierto con la bulla de la calle. Tengo sudor por todo el cuerpo. Mis ojos se resienten por la luz que entra por la ventana. Me quedo echado en la cama pensando que ha sido rarísimo. No entiendo el porqué de mi sueño ni tampoco por qué lo recuerdo. Mi boca estaba reseca. Me dirijo a la cocina por un vaso de agua. Vi la cajetilla sobre la mesa del comedor y decidí fumar un cigarrillo para relajar las tensiones de un sueño descabellado. Cierro los ojos y suspendo una bocanada de humo en mis pulmones. Me siento mejor, estoy relajado. Me llega el sueño nuevamente y me recuesto en el sillón de corduroy de mi pequeña sala-comedor.

    Me sentía otra vez en paz, en una playa lejana. Me doy un chapuzón y despierto nuevamente. Me aterroricé de saber que seguía soñando. Estaba harto de los juegos sucios de mi abyecto inconsciente. Grito fuertemente y nadie me escucha. Retorno a la viña del viejo cónsul. El anciano y dos mujeres se aparecen. Ambas me sujetan. El anciano, parado, me señala el Sol. Las mujeres me sueltan. Se ubican al lado del anciano de ojos color miel y le acercan un libro de tapa roja. El anciano me lo entrega, lo acepto involuntariamente y luego dice:

    "Ven conmigo".

    Me estira su mano y yo hago lo mismo. La toco, arde como el fuego.

    "No temas hijo, sígueme".

    Entré en pánico. Grité desesperado. Corrí sin dirección, sin mirar hacia atrás. A unos pocos metros veo un precipicio que salto. Caigo lentamente y mil imágenes pasan por mi mente. Me envuelvo en un túnel que gira sin fin. Lo veo todo como si fuera real mas mi cuerpo no responde. Quiero despertar, pero me es inútil. El fondo del túnel brilla. Grito y escucho mi propio chillido aumentado diez veces, es ensordecedor. Caigo por el túnel más rápido, chillidos. Un tren a velocidad zumba. Siento un estruendo. No puedo más. El estruendo se hace más fuerte, no lo soporto.

    Desperté de aquel sueño gracias a la alarma matutina del reloj despertador. No tenía una pesadilla hacía mucho tiempo. Por lo general mis sueños eran tranquilos, armoniosos. Al menos eso es lo que recordaba porque se sueña más de lo que uno puede imaginar. La mayoría de ellos desaparece en la memoria si no es grabado por un despertar intempestivo como el ocasionado por la alarma del reloj despertador de la mesa de noche.

    Mi sueño no tenía explicación y estaba demasiado agotado para buscarle una. No le encontraba un porqué a tanta barbaridad mas sabía que tendría algún significado. Mi madre, además de ser una ferviente creyente, poseía un don para cosas que contrastaban con su fe ciega. Leía mucho sobre tauromaquia, esoterismo e interpretación de los sueños. Recuerdo pocas cosas, una de ellas era que si se sueña con excrementos trae buena suerte. Ese no había sido el caso y era tan complicado que no valía la pena descifrarlo. Es cierto que no solo no me interesaba saber que los sueños son premoniciones de hechos que suceden luego, sino que además carecía del tiempo necesario para hacer una llamada tan temprano a mi madre y molestarla por una tontería como esa. El tiempo estaba dedicado al trabajo en el Banco. Debía apurarme para arreglarme y no salir tarde del departamento. Me irritaba salir del edificio faltando pocos minutos para la hora de marcar la tarjeta en el demoníaco lector a la entrada del Banco. Eso significaría manejar con prisa y estrellarme contra el tráfico de la mañana, viendo impotente que los carros no se movían y que yo nada podía hacer.

    Aquella mañana no percibí la importancia de mi sueño y de que ello sería el comienzo de lo que acontecería más tarde. En el camino al trabajo hice una recopilación de lo que había vivido, tratando de encontrarle un porqué al bendito sueño. No logré sacar ninguna conclusión al respecto mas sí recordé con nostalgia que mi vida era otra, que ya no era un universitario y que no vivía la vida con la misma intensidad de aquella época

    La vida da vueltas

    Los tres años que pasé con Malena fueron los mejores de mi vida. Como todo llega a su fin, tarde o temprano, nuestra relación también se terminó. Jamás fui tan feliz como con ella y supongo que ella conmigo. No se nos ocurrió tener hijos a pesar de que nos amábamos con intensidad. Sí habíamos pensado en el futuro formar una familia y ese fue el inicio del fin de nuestra relación. Lo que teníamos era libre, apasionado y prohibido, al menos eso creíamos y nos daba resultado. Descubrí que a Malena ni a mí nos interesaba formalizar lo que teníamos. Fuimos entrando en desavenencias por cosas simples que se convirtieron en murallas infranqueables. Después de nuestras tontas peleas nos reconciliábamos haciendo el amor. No era cualquier amor, era siempre algo inesperado como aquella vez que tuvimos relaciones en el estacionamiento de un conocido supermercado del óvalo Gutiérrez a plena luz del día o en el baño de mujeres del Cineplanet del mismo óvalo. Esas cosas nos llenaban de adrenalina, ardíamos en pasión y hacíamos arder de pasión a nuestras espectadoras que se tapaban la cara y por la ranura de sus dedos se deleitaban husmeando en el placer ajeno para luego y con seguridad llegar a casa y azotar a sus maridos, marinovios y amantes de turno. Nunca me consideré un exhibicionista ni liberal, quizá moderado, y cuando el tiempo lo ameritaba, semiliberal, sin embargo, era Malena la que me provocaba irrefrenables pasiones. El sexo fue lo mejor del mundo, aunque desgraciadamente, una vez que la brecha está trazada no hay cómo borrarla. Era obvio que nuestra pasión decaería tan pronto como nos comprometiésemos, y ambos sin decirlo dejamos de vernos. Nos duró unos m eses y rompimos nuestro implícito acuerdo para terminar en un día de verano haciendo el amor en las aguas de la playa El Silencio que de silencioso no tenía nada ya que cientos de morbosos y morbosas no hacían más que gritar, silbar, aplaudir y algunas señoras decir ¡qué indecentes! pero sin voltear la cara. Así fue durante largos meses, creo que un año y medio, en que nos veíamos esporádicamente para culminar postrados en un motel del Cono Norte. Malena escogía lugares recónditos para darle un aire de clandestinidad a nuestra relación, como si fuésemos a vernos a escondidas, como si no quisiese dejar de ser una niña pícara. También lo hacía para escapar de la rutina de nuestros departamentos cuyos rincones ya eran todos conocidos, y porque le encantaba ir por zonas de la ciudad que nadie se atrevía a recorrer.

    Con o sin Malena la vida continuaba y me dediqué a las labores del Banco de la Esclavitud, porque era eso, un centro de esclavitud en pleno siglo veintiuno, y yo era un esclavo que trabajaba doce horas diarias. Nos mantuvimos en contacto por teléfono. Por ese medio me enteré un año después que se comprometió con un pintor, un tal Ramiro Bohemio. Deduje, de lo que me contó, que Ramiro pintaba solo cosas de su imaginación y no vendía un solo cuadro a pesar de sus exposiciones individuales y colectivas. Solo para él tenían significado sus cuadros, probablemente ni Malena los entendía. A Ramiro lo quería y lo mejor para ella era que ejercía poder sobre él, lo dominaba, como solía hacerlo en aquellos viejos tiempos conmigo. Ramiro no se quejaba, Malena lo mantenía y ella se daba el lujo de estar casada con un artista. Ramiro no sería un exitoso pintor, pero era muy guapo, demasiado guapo según lo que decían sus amigas, tan guapo que no debería trabajar sino vivir modelando por todo el mundo ropa de hombres para Dolce & Gabbana. Algunos interesados lo fueron a buscar a su estudio para modelar en pasarelas y revistas de moda, mejor dicho, al cuarto que tenía como taller en la casa de Malena en una zona de Barranco. Aquellos ofrecimientos lo irritaban mucho y lo hacían vociferar que solo mis cuadros están en venta mas no mi cuerpo. Artista y guapísimo eran atributos más que necesarios para cautivar a Malena, que se había convertido en empresaria. El plan de marketing del servicio de jardinería que alguna vez hiciéramos en la universidad lo puso en práctica. Tomó clases de decoración que no necesitaba, según mi opinión, porque tenía buen gusto para decorar y se hizo conocida en la ciudad como decoradora de interiores y exteriores. Quién hubiese pensado que Malena trabajaría y que su trabajo le suministraría una pequeña fortuna. La misma Malena que años atrás me confesara que solo estudiaba en la universidad para conseguir un esposo que la mantenga; pero así es la vida, siempre llena de sorpresas.

    Cuando me llegó el parte de matrimonio me entristecí un poco, casi lloro; bueno, sí, lloré por mi soledad, porque Malena ya no me pertenecería más. Fui a su boda cabizbajo y meditabundo. Iglesia Barroca y recepción en una casa de Cieneguilla. Tiraron la casa por la ventana, perdón, Malena tiró la casa por la ventana porque Ramiro Bohemio no tenía dónde caerse muerto.

    Me sentía muy solo por aquellos días justo cuando se apareció Gracia por mi vida. Pareciese que todo mi pasado se había confabulado para presentarse nuevamente en mi vida y sacar trapitos al aire que tenía sepultados en un baúl que a pesar de los miles de cerrojos se abría sin mi permiso. La imagen de dos chicos agarrados de la mano en una banca de la universidad vino a mi mente. Enamorados acaramelados, jóvenes y llenos de vida. ¿Qué había sido de ella? no supe más desde que la dejé tontamente porque se oponía a tener relaciones prematrimoniales. Tontería o no, fue lo que pasó. Épocas pasadas que no quería ni recordar pero que ahora exigían abrirse paso en una mente tan complicada como la mía.

    La vi en un pasillo del Banco mientras me dirigía al departamento de exportaciones para recoger un reporte. Fue un encuentro fortuito, accidental. Estaba desprevenido, inmutado, caminando por el hall con la cabeza baja, abstraído, mirando el piso y los patrones geométricos que se repetían pletóricos como mis pensamientos inútiles, desaforados sobre la condición de mi existencia que yo mismo había elegido. Sentí una presencia de toda la vida, un olor conocido. Cuando levanté la mirada experimenté una sensación de hormigueo en el estómago. No supe qué hacer. Pasé saliva, mi corazón retumbaba y mis piernas temblaban.

    Gracia acababa de terminar otra larga relación y seguía virgen. No sabía si alegrarme o llorar por ella, qué desperdicio, treinta años y aún virgen.

    — ¡Hola Piero! —dijo Gracia efusivamente— casi no te he reconocido, te ves más gordo y barbudo.

    — Sí, tienes razón, estoy más gordo y barbudo, solo falta que me digas que me veo triste y ojeroso —dije con voz alicaída.

    — ¿Sabes?, creo que tienes razón... no, es una broma, pero sí te noto un poco descuidado, ¿qué te ha pasado Piero?

    — Nada Gracia, es la vida la que me tiene así.

    — Sigues con tus cosas de la vida.

    — Sí, la vida es la culpable de todos mis males, ya no tengo quien me prepare un postre por las tardes como tú lo hacías y quien me caliente las sábanas en este triste invierno de eme.

    — Pobre Piero, te lo juro que me das pena, pobrecito.

    — ¡Solo doy pena! —dije en tono deprimente.

    — No seas tonto, ya vendrán tiempos mejores.

    — ¡Quién iba a pensar que tú me darías consejos a estas alturas!

    — La vida da vueltas Piero.

    — Ya lo veo —dije con sarcasmo.

    Gracia no era la más bonita, pero era simpática, y los años le habían caído de maravilla, estaba guapa, fachosa, pelo rizado y piel trigueña que tanto me gustaba. Pero ¿Gracia y yo juntos? No, eso sí que no, no vale la pena ni pensarlo, para qué, es una locura, solo se me ocurren a mí esas cosas. No tengo remedio, la vida no me juega bien, me taclea por la espalda, sin aviso alguno. Por qué el destino tenía que poner a Gracia frente a mí, para refregarme en la cara que nunca tuvimos sexo, que yo sigo solo y que las cosas nunca cambian. Ni pista de los días felices que pasé en Máncora, ni pista de los análisis del Mudo, ni pista de alegría en mi vida. Y otra vez el

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