Besos de amor
Por Lilian Darcy
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Ahora Jill y su pequeño acababan de llegar a Montana otra vez en busca de ayuda. Necesitaba que Grayson le hiciera otro favor... que se divorciara de ella. Pero cuando se besaron de nuevo, los besos fueron más largos y apasionados. ¿Dejaría marchar Grayson a su bella esposa, o le pediría que se quedara con él más de una noche?
Lilian Darcy
Lilian Darcy has now written over eighty books for Harlequin. She has received four nominations for the Romance Writers of America's prestigious Rita Award, as well as a Reviewer's Choice Award from RT Magazine for Best Silhouette Special Edition 2008. Lilian loves to write emotional, life-affirming stories with complex and believable characters. For more about Lilian go to her website at www.liliandarcy.com or her blog at www.liliandarcy.com/blog
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Besos de amor - Lilian Darcy
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Lilian Darcy
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
Besos de amor, n.º 1294 - abril 2015
Título original: Saving Cinderella
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6357-6
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
Jill ni siquiera sabía su nombre. Las capas de tul del vestido de novia rozaban la pierna del hombre, que estaba mirándola con unos ojos negros en los que se reflejaban las luces multicolores de la sala.
—¿Tú crees que hacemos bien? —le preguntó en voz baja, con su acento de Montana.
—Sí —asintió Jill.
—Pues antes no parecías contenta.
—Ya se me ha pasado.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? Podríamos marcharnos.
—No puedo irme. Estoy sustituyendo a una compañera y si no lo hago, ella perdería su trabajo. Por lo visto, el maratón está en el contrato.
—Ah, entiendo —asintió el hombre.
—Estoy bien, de verdad —murmuró ella.
Pero no lo estaba. Odiaba Las Vegas y echaba de menos a su hijo, que estaba a miles de kilómetros, en Pensilvania.
Jill había conseguido interpretar el papel de Cenicienta en el espectáculo sobre hielo que hacía gira por todo el país, sustituyendo a la protagonista, que estaba enferma. Era el papel que siempre había soñado, pero el contrato incluía ciertas condiciones.
En el salón de baile del casino había fotógrafos, cámaras de televisión y extraños mirándola con expresión de deseo. Y el maestro de ceremonias la llamaba «nuestra Cenicienta sobre hielo», animando a los hombres para que pujasen por ella. Y lo hicieron. Con la cara abotargada, borrachos la mayoría de ellos.
Pero no aquel hombre, el que ganó la «subasta» por quinientos dólares. Había algo muy equilibrado en él. Sus ojos oscuros, su presencia, sus atenciones. Y cuando se pusieron uno al lado del otro, dispuestos a interpretar la charada de la boda, él apretó su mano para darle ánimos.
El cartel de neón la cegaba: Maratón de Cenicienta, decía. Gana la carroza, el palacio, la luna de miel… ¡y a la novia!
—¿Preparados? —preguntó un hombre vestido como un paje del siglo dieciocho, con peluca llena de bucles, calzones de raso y chaleco bordado.
Por primera vez, el público se quedó en silencio. Las otras parejas estaban esperando y el maestro de ceremonias empezó a lanzar un discurso que Jill apenas escuchaba.
—… de cada una de estas bodas… la pareja que más tiempo esté casada… los ganadores se lo llevan todo.
Había una bola de espejo sobre sus cabezas y la orquesta empezó a tocar una canción romántica mientras las cámaras se acercaban.
—Grayson James McCall, ¿quieres a Jillian Anne Chaloner Brown como esposa, para amarla y honrarla hasta que la muerte os separe?
Grayson McCall. Ese era su nombre. Jill levantó la cabeza y sus ojos se encontraron.
Y aunque sabía que no tenía sentido, que era una charada, de repente se le encogió el corazón.
Mirar aquellos ojos era como sentirse envuelta en una capa de terciopelo negro. ¿Y si pronunciase las palabras de verdad, si no fuera parte de un espectáculo televisivo?
—Sí, quiero.
Tenía la voz ronca, profunda. Y lo había dicho sin dejar de mirarla a los ojos.
Fue un momento que Jill no olvidaría jamás.
Capítulo 1
Sam estaba enfermo.
Jill había empezado a sospecharlo antes de que el viejo coche de alquiler los dejase tirados a diez kilómetros de su destino. En aquel momento, sentada con Sam en el asiento trasero de un viejo Cadillac, estaba completamente segura.
—No has terminado el cuento, mamá —gimoteó el niño.
Él nunca gimoteaba. A menos que estuviera realmente enfermo.
Jill le puso una mano en la frente; estaba ardiendo.
—Sí la he terminado, cielo —murmuró, abrazándolo.
—Pero no has dicho lo de «vivieron felices y comieron perdices».
Eso era verdad. No lo había dicho y todo el mundo sabe que los cuentos de hadas terminan así.
Jill dejó escapar un suspiro.
Lo que acababa de narrarle no era un cuento de hadas. Simplemente, intentaba explicarle a un niño de cuatro años por qué habían ido en tren desde Pensilvania hasta Montana para resolver una situación en la que ella no habría querido estar metida.
Sam adoraba los trenes y no había hecho una sola pregunta desde que salieron de casa. Ni siquiera cuando bajaron del tren en Trilby y alquilaron un viejo coche que los había dejado tirados antes de llegar a Blue Rock.
En aquella historia no había un final feliz. Pero Sam, aburrido, harto y muerto de cansancio, por fin le había preguntado qué estaban haciendo.
Quizá no debería haber intentando alegrar la historia. Era lógico que Sam quisiera un final feliz cuando empezó a contar lo del vestido blanco de tul, la Cenicienta con patines y un príncipe muy guapo con sombrero tejano que la había sacado de aquella pesadilla de baile…
—Ese podría ser Grayson, el que va montado a caballo —dijo el hombre calvo que conducía el viejo Cadillac—. Voy a parar un momento.
—Yo… —empezó a decir Jill. Pero no terminó la frase.
Desde el principio, Ron Thurrell, el propietario de la gasolinera de Blue Rock, no le gustó un pelo. Además, era quien le alquiló el cacharro que la había dejado tirada en medio de la carretera.
Debería caerle bien. Al fin y al cabo, se había ofrecido a llevarla hasta el rancho de Grayson McCall, a veinte kilómetros de donde estaba el coche.
Intentaba ayudarla, pero a Jill no le caía bien. Por eso no quería admitir que Grayson no sabía nada de su llegada. Y, por supuesto, no le había contado la razón de su visita.
El señor Thurrell detuvo el Cadillac y Jill vio que un hombre montado a caballo se dirigía hacia ellos. Nerviosa, salió del coche, cerró la puerta para que Sam no se enfriase y se apoyó en la cerca de madera.
No sabía si Grayson la había visto. Para probar, levantó una mano. Después, se quitó el gorrito de lana y lo movió en el aire para garantizar que no pasaba de largo.
Grayson McCall, si era él, acababa de verla. Observándolo acercarse, Jill se dio cuenta de lo cómodo que parecía sobre el animal. Aunque no sabía nada de caballos, se daba cuenta de que él era un buen jinete.
Parecía un caballero de reluciente armadura, pero esa era una comparación de la que debía alejarse.
Medio minuto después comprobó que, efectivamente, era Grayson. No había vuelto a verlo desde el mes de marzo, seis meses antes, pero lo recordaba bien.
No había olvidado lo alto que era, ni su pelo liso de color negro, suave como la seda. No había olvidado el mentón cuadrado, ni la nariz recta, ni la piel bronceada… y sobre todo no había olvidado sus ojos negros.
Y tampoco lo que sintió cuando Grayson McCall la besó. Eso sí que era material para un cuento de hadas.
Él la había reconocido, lo cual no era tan fácil. La última vez que se vieron iba perfectamente maquillada y llevaba un vestido de novia. Aquel día llevaba vaqueros, un jersey de color rosa, una coleta y nada de maquillaje.
Pero la reconoció. Mientras se acercaba, Jill vio los