La fugitiva y el ranchero
Por Lilian Darcy
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Lilian Darcy
Lilian Darcy has now written over eighty books for Harlequin. She has received four nominations for the Romance Writers of America's prestigious Rita Award, as well as a Reviewer's Choice Award from RT Magazine for Best Silhouette Special Edition 2008. Lilian loves to write emotional, life-affirming stories with complex and believable characters. For more about Lilian go to her website at www.liliandarcy.com or her blog at www.liliandarcy.com/blog
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La fugitiva y el ranchero - Lilian Darcy
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2006 Lilian Darcy
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La fugitiva y el ranchero, n.º 1644- septiembre 2017
Título original: The Runaway and the Cattleman
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-506-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
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Capítulo 1
PARECÍA un vaquero contra el fondo rojizo del polvo del desierto interior australiano y el interminable cielo azul.
O, para ser más precisos, parecía la fantasía que toda mujer tenía sobre los vaqueros.
Llevaba un sombrero de ala ancha sobre la frente. Le ocultaba el rostro, de modo que el color de sus ojos resultaba imposible de descifrar, pero un vistazo a su perfil le indicaría a una mujer de sangre caliente todo lo que necesitaba saber. Mandíbula fuerte, boca firme, intensidad en el modo en que observaba el mundo.
Y su cuerpo era incluso más fuerte que la mandíbula, pero no era el tipo de hombre que necesitaba llevar las camisetas demasiado ceñidas para resaltar los abdominales como tablas de lavar y los bíceps voluminosos. Los músculos estaban ahí, inmóviles bajo los vaqueros viejos y el algodón de la camiseta. Había aprendido a conservar la energía para cuando la necesitara de verdad. En ese momento, estaba apoyado con los antebrazos bronceados sobre la barandilla que tenía delante, tal como lo habría hecho sobre la puerta de un corral de vacas.
Era un ganadero australiano, que sólo respondía ante su enorme extensión de tierra, sus animales y su familia.
Nueve de cada diez mujeres le echaban un buen vistazo al pasar a su lado. Ocho de cada diez quedaban impresionadas con lo que veían y les habría gustado averiguar más.
Pero si el ganadero notaba la atención femenina que recibía, no lo demostraba. Era como si los pensamientos de Callan Woods se hallaran a kilómetros de distancia.
—Míralo, Brant. ¿Qué vamos a hacer?
Branton Smith se sentía tan impotente como la pregunta de su amigo Dusty Tanner.
—Estar aquí para lo que necesite, supongo —respondió Brant.
No le sorprendió la risa burlona de Dusty.
—¡Suenas como una columna de consejos en una revista de adolescentes!
Cierto.
Los dos habían estado para Callan desde la muerte de su esposa Liz cuatro años atrás, y daba la impresión de que ese último año se había replegado aún más en sí mismo.
Los tres eran íntimos amigos desde que fueron a la escuela de Cliffside en Sydney hacía diecisiete años. En aquel entonces, habían sido tres jóvenes fuertes y tímidos del interior que salían de casa por primera vez para ir a un internado, en compañía de los hijos de agentes de bolsa, agentes de la propiedad inmobiliaria y magnates de automóviles.
En ese momento, eran socios; dueños de caballos de carrera, cinco animales hermosos y estilizados, de los cuales dos corrían ese día en la feria. Tres de sus caballos entrenaban en un lugar próximo a la extensa propiedad de ganado ovino de Brant, al oeste de las Montañas Nevadas, mientras que los dos que corrían ese día estaban a cargo de un entrenador en Queensland, cerca de la propiedad de Dusty.
Su briosa yegua de dos años, Surprise Bouquet, había realizado una participación razonable en su debut esa mañana. Había terminado quinta entre dieciséis participantes después de una mala salida, y en la próxima carrera mejoraría. Saltbush Bachelor era el caballo en el que depositaban verdaderas esperanzas para ese día.
Callan, Brant y Dusty no podían reunirse muy a menudo, dada la distancia que había entre sus propiedades, pero ese día de carreras era una tradición que mantenían siempre que podían. Callan había fallado un par de años durante la enfermedad de Liz. Ésta había muerto por esa época del año… a finales de septiembre.
Quizá ése era parte del problema de Callan. Las Carreras de Birdsville, septiembre y la muerte de Liz formaban un todo en su corazón.
—Tiene treinta y tres años —musitó Dusty—. No podemos dejar que siga pensando que su vida se acabó, Brant.
De pie junto a sus dos amigos, Callan no pensaba eso.
Sabía que sus amigos estaban preocupados por él, que creían que ya era hora de seguir adelante, de encontrar una nueva madre para sus hijos.
En algún momento, también él había pensado lo mismo.
Para ser precisos, hacía tres años, en esa misma carrera anual.
Aunque para él era como si hubiera sido el día anterior.
Todavía recordaba el pánico, la soledad, el apetito físico, el dolor de su propia pérdida y el dolor aún más duro por lo que sus hijos se iban a perder sin una madre, después de aquel interminable año sin Liz.
Pero, ¿en qué diablos había estado pensando aquel día? ¿De verdad había creído que una chica de ciudad, aficionada a las fiestas, de veintipocos años y con bonitas piernas, con una copa de champán en una mano y una guía de carreras en la otra, podría ayudarlo a seguir adelante?
Las pecas en la nariz no eran las de Liz. Su cabello no tenía la tonalidad rubia del de Liz. Sus curvas, su voz, no eran las correctas. Había estado buscando todas las cosas equivocadas y ni siquiera las había encontrado.
—Están en la barrera —informó Brant—. Parece que el caballo está deseando salir.
—Y Garrett tiene hambre de victoria —añadió Dusty—. Lo montará perfectamente.
Los dos hombres tenían unos prismáticos pegados a los ojos. No querían perderse ni un segundo de la carrera.
Callan se incorporó lo suficiente como para responderles:
—Sí, Mick Garrett es un buen jockey —pero no se llevó sus propios binoculares a los ojos y apenas notó la tensión que dominó a sus dos amigos a medida que avanzaba la carrera.
De hecho, pensó en sus hijos en Arakeela Creek con su abuela, en lo que tenía que hacer con el ganado la semana siguiente cuando regresara a casa, otra vez en lo sucedido tres años atrás en Birdsville y en aquel desastre de una mujer de piernas bonitas que ni en un millón de años podría haberse parecido en algo a Liz.
¡Odiaba recordar! Había estado tan desesperado por el dolor y la soledad… pero, ¿cómo había podido pensar que intimar con una desconocida podría sanarlo, y menos proporcionarles a él o a sus hijos un futuro mejor?
La carrera entró en la curva más alejada de la pista y los colores de los jockeys se tornaron borrosos. Desde ese ángulo, resultaba imposible ver cómo le iba a Saltbush Bachelor. Mientras no lo encerraran por el interior. Mientras Garnett no esperara demasiado para espolearlo.
El impulso de la carrera se incrementó cuando los caballos alcanzaron la recta final.
—¡Lo va a conseguir! —gritó Brant—. Está ahí. Va a ser una llegada muy cerrada. ¿Ves a Dusty? ¿Callan?
Éste no respondió.
Los caballos pasaron al galope, las patas casi un espejismo, los colores de las camisolas de los jockeys mezclados otra vez. Quedaron veinte metros, luego diez.
—Está ahí, está… no, no va a ganar, pero sí será segundo. Es… diablos, está perdiendo terreno, pero va a entrar… —Brant calló.
¿Segundo? Tendrían que esperar el resultado oficial. Brant oyó el sonido distorsionado del sistema de altavoces durante varios segundos y logró captar ganador y colocados. Contando con la distorsión, ninguno sonaba remotamente a Saltbush Bachelor. Su caballo había perdido el tercer puesto por un hocico.
A su lado, Callan ni siquiera reaccionó y Brant y Dusty se miraron.
—Habla con tu hermana, Brant —sugirió Dusty—. Quizá esto necesite un toque femenino. Nuala tiene una buena cabeza sobre los hombros.
—Una buena cabeza llena de ideas descabelladas —indicó Brant.
—Tal vez lo que necesitemos sea una idea loca.
—Sí, porque las normales no han funcionado, ¿verdad? De acuerdo, cuando vuelva hablaré con ella. Pero te lo advierto, quizá se trate de una idea que no queramos escuchar.
Dusty mostró una expresión obstinada.
—Si hay una posibilidad de ayudar a Callan, amigo, en este punto escucharé cualquier cosa.
Capítulo 2
CÓMO vamos a pagarle a Nuala por ocurrírsele este plan de ensueño? —le preguntó Dusty a Brant casi seis meses más tarde.
Las carreras de Birdsville se habían celebrado el primer fin de semana de septiembre. Y era un viernes de finales de febrero. Sus caballos habían disfrutado de un par de victorias prometedoras durante la temporada de primavera. La propiedad de Brant había recibido lluvia por encima de la media, mientras la de Dusty se había abrasado bajo el intenso calor estival de Queensland.
Y Kerry Woods, la madre de Callan, había vuelto a hablar con ambos acerca de lo preocupada que estaba por su hijo.
—Fuiste tú quien dijo que no le importaba lo descabellada que fuera la idea, y que mientras hubiera una oportunidad de ayudar a Callan, lo harías —le recordó Brant, un poco a la defensiva por su hermana, a pesar de que él mismo había tenido algunas fantasías en el último par de semanas, desde la aparición del número de febrero de la revista Today’s Woman.
—Y aquí estoy, ¿no? —replicó Dusty—. Lo hice. Di mi foto para esa condenada revista. Tuve que exponer mis aficiones y quién era, y… —con los dedos indicó que citaría—… lo que busco en una mujer y porque creo que el amor puede durar. Y luego la revista no empleó ni una cuarta parte de lo que dije.
—A ti te fue mejor que a mí con esas preguntas —comentó Brant.
Dusty se encogió de hombros y sonrió.
—Fui más sincero.
—¿Es que no tienes instinto de supervivencia?
—Mucho. Pero no miento bien. ¿Tu hermana realmente cree que Callan va a encontrar lo que busca de esta manera?
Los dos miraron alrededor de la sala. Eran pasadas las seis y el aire acondicionado en el elegante local portuario combatía el persistente calor de Sydney. Las playas estarían llenas de cuerpos bronceados y las calles atestadas de tráfico. Era un lugar atractivo para tomar unas copas, con vistas a Darling Harbour.
Se hallaba a años luz de los paisajes que rodeaban las casas de Brant, Dusty y Callan.
Brant calculó que tenía que haber unas cincuenta personas. Parecían consistir en veinte hombres solteros del interior y veinte mujeres solteras de la ciudad, al igual que algunos periodistas y fotógrafos de la revista y las personas encargadas del catering, que se movían con destreza con bandejas con copas y canapés.
—No encontrar lo que busca, sino averiguar qué busca, según palabras de Nuala —le aclaró a Dusty.
—Nuala, quien acaba de anunciar su compromiso con un hombre al que conoce desde los… ¿tres años? —señaló Dusty—. Oh, sí, es una verdadera experta en temas de pareja.
—Conseguir la ayuda de Nuala fue idea tuya. Y no sale con Chris desde los tres años —dijo Brant, defendiendo las credenciales de su hermana menor—. Al irse a la universidad, ni lo miraba. Fue a Europa durante tres años.
—¿Tuvo novios entonces?
—Aunque ha tachado los nombres de sus archivos personales, sí, tuvo algunos.
—¿Y de verdad cree…?
—¿Quieres que cite sus palabras textuales? «Esto hará que Callan se centre en lo que quiere y en lo que falta en su vida. Le recordará que aún hay algunas mujeres buenas en el mundo aunque ya no esté Liz. Le mostrará que no es el único cuyo corazón se ha…·»
Calló. Iba a decir «hecho pedazos», pero ya no estaban solos.
—¡Hola! ¿A quién tenemos aquí? Dustin, ¿verdad?
La entusiasta estadounidense consultó con discreción unas notas en un portapapeles, mientras un hombre que había a su lado sacaba unas fotos. Los dos eran de la revista.
El flash hizo que Dusty parpadeara.
—Llámame Dusty —dijo.
—Dusty… —la americana sonrió de forma artificial.
Parpadeó y apenas miró en su dirección. Tenía un cabello liso, boca ancha y un aire distraído. Mientras se apartaba de ellos, Brant vio que sus piernas eran bonitas. También Dusty las estudió con interés.
—Hoy has venido a conocer a Mandy, Dusty, ¡y aquí está! —exclamó la estadounidense.
Mandy avanzó. Mediría aproximadamente un metro sesenta y tenía unas piernas corrientes, pero poseía ojos oscuros y una sonrisa abierta.
Dusty pareció un poco desconcertado por la actitud de ella, pero cuando respondió a la pregunta que le había formulado y ella escuchó con esos ojos enormes clavados en su cara…
Hasta Brant habría sentido el ego reafirmado. Resultaba agradable disponer del interés sincero de una mujer. Fue a buscar una copa, preguntándose con cierta curiosidad cuál de las mujeres que había en el salón aún sin pareja le había sido reservada a él.
Al pasar junto a Callan, no pudo evitar notar que su amigo, el objeto de todo ese estrambótico ejercicio, mentalmente se hallaba a kilómetros de allí.
—¿Por qué estoy aquí? —musitó Jacinda Beale para sí misma.
Como siempre, había reaccionado a ese cóctel extravagante como un animal atrapado en un poderoso foco de luz. No conocía a nadie. Aún no le habían presentado al hombre al que se suponía que debía conocer.
La mujer que debía desempeñar esa tarea, daba vueltas alrededor con aspecto tan estresado