El peso del aire y sus consecuencias

Por Ricardo Tronconi

Un inquietante y misterioso narrador, aparentemente loco, grita un desesperado aviso a los lectores: márchense, mientras puedan! La historia que está a punto de empezar es especialmente macabra y, sobretodo, peligrosa... Un tiempo atrás, en una hermosa mansión lombarda se encontraron tres cadáveres brutalmente masacrados con un arma blanca. Los cuerpos, que pertenecían al arquitecto de la mansión, Violeto, a su prometida Mary Ella y al hijo del comisionista, Manuel, se supuso que habían sido masacrados por el mismo Violeto en un ataque de celos, habiendo sorprendido a los dos amantes adúlteros en flagrante y habiéndose suicidado después. Sin embargo, el telón ensangrentado vuelve a abrirse tres siglos después, sobre otra pareja a punto de casarse e irse a vivir a aquella misma mansión: un querido amigo del narrador, Casqual, y su prometida Q. Ella Meri. Estos últimos, invitando al narrador y a su futura esposa a la mansión, junto con un viejo profesor y su mujer y otros dos amigos, se deleitan conjeturando sobre lo que puede haber pasado en realidad hace tanto tiempo y en qué manera pueda haber alterado la situación la torva figura de un lutier, inventor del “laúd compensado”, un misterioso instrumento capaz de medir el peso del aire. En un ciclón de engaños, juegos eróticos peligrosos, pasadizos secretos y mentiras, una sombra de sangre se extiende cada vez más sobre los protagonistas de la historia, hasta que el principio se une con el final y el terrible aviso inicial ya no parece tan privo de sentido. Lograréis no morir... de miedo? El peso del aire os espera, con todas sus consecuencias.

• Idioma: Español
• Editorial: La Novella Orchidea
• Fecha de lanzamiento: 10 mar 2018
• ISBN: 9788827503409

Vista previa del libro

EL PESO DEL AIRE

Y SUS CONSECUENCIAS

Traducción del texto por Martina Guglielmi

CAPÍTULO 1

Aunque me encuentre en condiciones precarias y en un innegable estado de abatimiento, quiero contarte un hecho sobrecogedor del cual fue testigo mi propia vida.

Hasta hace muy poco tiempo llevaba una existencia tranquila y bien planificada, a tal punto que esta no transmitía ningún escalofrío de incertidumbre, ni a mí que era él que la vivía ni a Laiza que estaba a mi lado; con gusto la hubiera cambiado para probar otra vez los excesos de la adrenalina, a costo de perder todo lo que tenía. ¡Qué loco fui! Aún no sabía que mi ansia de euforia me llevaría hacia un barranco de bordes inestables, hasta el abismo del cual no hay vuelta atrás. Ahora quisiera otra vez la mediocridad de un tiempo, que me fue arrebatada sin la posibilidad de reclamarla, por mis acciones depravadas.

Un aviso importante antes de empezar. Si has llegado a leer estas palabras, puede significar solo dos cosas: o estás en el infierno conmigo o estás a punto de entrar en él.

Es mi deber avisarte que aún estás a tiempo: márchate! Si no, peor para ti.

Todo ocurrió durante unas vacaciones cerca del lago, como invitados en una casa de la cual quiero hablaros, o mejor dicho, contaros. Pero empecemos por el principio.

En esa antigua aldea entre los montes lombardos la mansión del pasado oscuro mostraba a los viandantes las marcas inequivocables del tiempo.

Embellecida con maestría por unos arcos equiláteros, tenía un no sé qué de tétrico hasta en los días de sol, cuyo esplendor se habría reflejado en las aguas del lago cercano, si no hubieran sido tan turbias y oscuras.

El arquitecto que la había proyectado en 1600 se llamaba Violeto y había nacido en la ciudad del Torrazzo y de los lutieres. Se murmuraba que un rico comerciante lo hubiera contratado para llevar a cabo su sueño de toda la vida: una casa en el lago, la casa del buen retiro. En principio Violeto había rehusado el encargo, considerando inaceptable, para cumplir con él, el hecho de alejarse de Cremona. Sin embargo, el dinero ofrecido era tan atractivo que al final cedió, considerando sus próximas nupcias con su bella novia y el coste que la celebración conllevaba una prioridad absoluta. Se mudó por tanto a la playa lacustre con su prometida, llamada Mary Ella; ella, a cambio del permiso que le había sido concedido por el padre, había jurado no dormir con Violeto hasta la boda.

Aunque las obras procedían sin parar, algunos inquietantes hechos habían interrumpido el aburrido sucederse de los días, que se alternaban sin sobresaltos. Muy a menudo y cada vez más, según las obras iban avanzando, unos misteriosos sonidos que provenían de las habitaciones de la planta de arriba habían alarmado a los obreros, tanto que el jefe de obras había denunciado el extraño fenómeno más de una vez al seráfico arquitecto.

Sin embargo, Violeto había minimizado el tema diciendo que se trataba de normales crujidos