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Dos almas, un encuentro
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Libro electrónico256 páginas3 horas

Dos almas, un encuentro

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Información de este libro electrónico

“Dos Almas, un Encuentro” es un libro que se invita como compañero de viaje para aquellos que estamos en la búsqueda… Búsquedas que nos lleven a comprender un poco más lo que nos toca vivir, a ver con nuevos ojos viejas experiencias, a sentirnos más plenos…
Esta es la búsqueda que realiza Sonia, consultante de Pedro, quien la orienta, aconseja e interpela sobre los temas que ella “trae a la mesa” para que progresivamente se mire y elija recorrer el camino que le indica su alma, aquel coherente con su verdadero ser. Con cada encuentro semanal, va creciendo la intimidad entre ambos; y asomando un matiz sutilmente distinto en sus miradas.
Al mismo tiempo, se le proponen al lector distintas dinámicas, para facilitar también este recorrido. Teniendo en cuenta siempre, que “todos somos un poco Sonia y un poco Pedro”.
Este libro puede leerse linealmente, siguiendo la historia entre los protagonistas; o al azar, abriendo cualquier página, comprendiendo por qué lo allí escrito es lo que se tiene que leerse en este momento, que paradójicamente nunca es al azar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 nov 2017
ISBN9788827522783
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    Dos almas, un encuentro - Mariana Citroni

    Mariana Citroni

    Dos Almas, un Encuentro

    UNA INVITACIÓN A COMPRENDERNOS

    Este libro es posible gracias una amiga que se llama Graciela Ríos, cuyo afecto incondicional y diálogo abierto ayudaron a plasmar por escrito lo que saben nuestros corazones.

    Dedico estas palabras a las almas que comparten cada día conmigo, y por quienes agradezco todas las noches, especialmente a mis hijos y a Walter, mi compañero de vida.

    Se hallan reservados todos los derechos. Sin autorización escrita del editor, queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio -mecánico, electrónico y/u otro- y su distribución mediante alquiler o préstamo públicos.

    Citroni, Mariana

    Dos almas un encuentro / Mariana Citroni. - 2a ed. -Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Zadkiel, 2017

    © 2016 Citroni Mariana

    Provincia de Santa Fe

    Argentina

    Formato digital a cura de Rosso China

    Editorial Zadkiel

    www.editorialzadkiel.com

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    Presentación

    Es una obra sencilla, una invitación a leer con el alma y asomarse a un nuevo mundo, o al mismo mundo con nuevos ojos.

    Cuando lo tomes en tus manos, puedes leerlo página a página como cualquier novela, o dejarte guiar por tu intuición y abrir en cualquiera de ellas, deteniéndote en las palabras hasta comprender por qué en ese preciso momento es para ti. Leerás lo que necesites, y si lees el mismo texto en diferentes momentos, significará algo distinto.

    Esta obra tiene muchos autores, provenientes de distintos lugares, que se unieron a la danza de las ideas y el juego entre las palabras para introducirnos en un modo más amoroso de vivir.

    Mariana Citroni

    Prólogo

    Siempre supe que un día emprendería este camino pero ayer no sabía que hoy sería el día.

    NAGARJUNA

    Querido Lector:

    Vernos reflejados en Sonia, y tal vez en Pedro, es comenzar a reconocernos y encontrar nuestro camino, si creemos que así lo necesitamos.

    Nos vamos a encontrar con dinámicas y espacios en blanco, es ahí donde propongo que hagamos nuestra propia experiencia, al igual que la protagonista, de mirarnos y observar las situaciones que estamos atravesando. Es como llevar un diario personal a través de las dinámicas, en donde al leer, escribir, ejercitar, tachar…; es decir, atrevernos a jugar, comenzaremos a brillar.

    Hagamos nuestra la historia y el libro nos sanará.

    Graciela Rios

    P.D: Desde Facebook te acompañaremos; puedes enviar los pasos de tu andar a Mariana Citroni. Espacios del Ser.

    1. El primer encuentro

    Cada encuentro entre almas es un regalo divino.

    Sonia no sabe cómo vestirse porque ignora con quién se encontrará; finalmente se pone un jean y una remera negra escote en v que utiliza como comodín. Duda, duda si ir o quedarse en casa, si mandar un mensaje con cualquier excusa o encontrarse con este tal Pedro, que no sabe bien qué hace, pero a su amiga la ayudó, y mucho.

    Empieza a secarse el cabello y antes de terminar, decide ir; después de todo no tiene nada que perder y su vida tal cual está, deja mucho que desear.

    En el camino ensaya preguntas y frases que justifiquen el motivo de la cita. Está atrasada, eso la altera y pasa dos semáforos en rojo sin siquiera notarlo.

    A quince cuadras de allí, Pedro aguarda con paciencia. Ya han transcurrido veinte minutos de la hora acordada. Él está habituado a encontrarse con personas que buscan su orientación; pero en esta oportunidad siente cierta expectativa, como si esperase a alguien que no ve hace años.

    Ha pedido a la moza dos jugos de naranja exprimida; no sabe si a la mujer que está por llegar le gusta, pero quiere hacerla sentir cómoda y esperada.

    —Hola, ¿usted es Pedro? —pregunta una voz femenina.

    Él le sonríe e indica que tome asiento con un gesto.

    —Soy Sonia —continúa ella, y se sienta. Bebe apresurada y con nerviosismo le explica—: Me comuniqué con usted por sugerencia de una amiga, que me nota mal desde hace un tiempo y me dijo que lo llame; pero realmente no sé bien qué hago aquí.

    Esperaba encontrarse con un señor mayor de cabellos blancos y cutis arrugado; se sorprende al reconocer que Pedro tiene apenas unos años más que ella; y le cuesta decidirse si tratarlo de usted o tutearlo.

    —Es un placer conocerte, Sonia.

    —Eso lo dice por quedar bien, ¿no? —afirma ella esbozando una sonrisa. Sonia tiene la particularidad de hablar confianzudamente con cualquiera y en todo tipo de situaciones; cuando está nerviosa, esa confianza se delata con ocurrencias pendencieras como en esta oportunidad.

    Él irgue su espalda, reconoce en ella ese tipo de personalidad que prefiere tener la última palabra, y eligiendo hablar pausada y serenamente, le explica: —Siempre es bueno para mi alma conocer a otra. Soy un convencido de que las personas se encuentran porque tienen que aprender unas de otras. Por lo tanto, no es casualidad que estemos aquí hoy, para ambos este encuentro es necesario.

    —¡Ay! Pero le propuse vernos, porque me dijeron que ayuda a hacer un camino de crecimiento, no al revés —Sonia no se detiene a escucharlo realmente, está buscando recetas e inevitablemente piensa que se equivocó en ir. Al instante, repasando todo lo que tuvo que hacer para llegar, decide no desistir tan rápido—. Lo que quiero, es que me enseñe cosas, me diga qué hacer para que mi vida esté mejor.

    Él comprende lo que pide, pero sabe que sólo ella puede hacer que su vida sea mejor.

    —Puedo acompañarte para que hagas ese camino que quieres; como orientador, facilitador, amigo; sea cual sea el nombre que decidas. Pero inevitablemente los dos creceremos al encontrarnos; y de hecho, ya lo estamos haciendo.

    —Es diferente a lo que había pensado —protesta ella, algo confundida.

    —Lo diferente no tiene por qué ser negativo, ¿no te parece? —dice él, e intentando que Sonia pueda empezar a abrirse, le pregunta—: ¿En qué estás buscando ayuda?

    —Necesito mejorar la relación con mi hijo, realmente es un desastre que no comprendo —se produce un largo silencio, los dos esperan que el otro continúe el diálogo; ella decide sincerarse—: En realidad necesito mejorar toda mi vida, aunque no sé de qué modo pretendo que me ayude con eso.

    Pedro la escucha, su sola presencia calma a Sonia y podría calmar hasta el viento furioso.

    —Puedo estar aquí los miércoles y hablaremos de lo que quieras, lo que te preocupa, del tema que propongas o de lo que surja al encontrarnos.

    —¿Tengo que traer una lista de mis dramas? —pregunta ella con tono incisivo y larga una carcajada contenida.

    —Elige algo sobre lo que quieras empezar a hablar, luego irá surgiendo lo que tenga que surgir. ¿Este horario te queda bien?

    Sonia piensa que tanto misterio no es necesario, pero accede; la calma interior que siente en este momento le ayuda a decidir querer verlo otra vez.

    —Sí, mejor a las cinco, porque para llegar a las cuatro tengo que correr mucho y me retraso, como habrá notado.

    —¡Bueno! Entonces los miércoles a las cinco nos encontramos en este bar, si estás de acuerdo.

    —¿Y me dirá qué hacer?

    —Tú decidirás que hacer —explica él—. Nosotros conversaremos y lo que resuene en tu corazón será lo que necesites escuchar, entender, trabajar; ya verás.

    —¿Cómo es eso? Con todo respeto, Pedro, ¿me puede explicar un poco más qué haremos cuando nos encontremos? Porque no entiendo, me habla demasiado misterioso; pensé que usted era algo así como un maestro que me daría instrucciones para cambiar lo que no soporto de mi vida —reclama con explícita impaciencia.

    —Sonia, ante todo trátame de , que soy apenas unos añitos mayor —afirma sonriendo con picardía— y además me gusta que hablemos con confianza.

    Sonia lo mira y se pregunta cuántos años tendrá, sospecha que ronda los cincuenta y cinco o sesenta años. Pedro continúa: —Cuando hablamos sobre algo y nos moviliza, es como quitar el polvo y ver lo que ya estaba, pero no notábamos. —La mira a los ojos y le dice—: Podemos, entonces, percibir el aroma de la manzanilla, la luz de un cuadro de Renoir o el canto de un zorzal. Eso es lo que haremos: descubrir un nuevo mundo, en el mundo de siempre. Pero es algo que haremos juntos, de hecho ir haciendo ese camino depende más de ti que de mí.

    Sonia asiente, pero interiormente está confundida, y pregunta: —Y dentro de este nuevo mundo, ¿puedo ser una mejor mamá?

    —La que descubrirá eso, serás tú.

    —Bueno. —Sonia reúne las migas del mantel para ocultar la perplejidad de su rostro y continúa—: Entonces, ¿qué debo saber?

    —Los descubrimientos se hacen poco a poco. —Ella alza la vista y él prosigue—: Ven con tu corazón abierto, a la mente déjala en casa descansando.

    —¿Por qué ese raro pedido?

    —La mente analiza, compara y busca desestimar aquello que no coincide con los modos en que percibe el mundo, se juzga, me juzga. Lo que haremos entre nosotros es comunicarnos desde el alma; y a este tipo de conversación la mente no está invitada… o por lo menos, no siempre.

    —¿Hago algo antes de venir? —pregunta Sonia, buscando algo concreto, en esta conversación que le resulta impalpable.

    —Camina, contempla el mar, medita, dúchate o respira profundo, no importa qué, simplemente trata de llegar serena y dispuesta, así podemos escucharnos sin las interferencias de lo cotidiano.

    —Lo intentaré —enuncia aliviada por tener algo definido que hacer, y corriendo la silla se levanta—. Nos vemos la semana que viene, entonces —afirma, aunque ignora si regresará a encontrarse con este hombre que le infunde paz, pero al que no entiende. Le recuerda la sensación de tratar de comprender la explicación en el taller mecánico sobre por qué no funciona su auto.

    —Te espero a las cinco.

    Pedro la ve alejarse, y aunque este es su primer encuentro, siente que la conoce desde hace mucho.

    2. Felicidad

    La felicidad es goce pleno, vivir en profunda alegría.

    El jueves posterior a la cita, Sonia tomó la decisión de volver a encontrarse con Pedro. De modo reiterado venía a su mente una de las frases que él dijo sobre descubrir un nuevo mundo en el de siempre y esto le generaba curiosidad.

    Le costaba definir el tema a tratar, temía parecer banal o que él piense que ella era muy complicada. Probablemente así era, pero prefería que los demás no lo notasen. El domingo a la noche luego de escuchar diez minutos de reclamos de su hijo sobre su aparente incapacidad materna para comprender sus deseos, le puso título a su problema Mi gran tortura: la infelicidad de Simón y se ocupó de pensar para sí misma distintos ejemplos que ameriten que este sea el tema inicial.

    Es miércoles…

    Esta mañana, Pedro está intranquilo, algo poco frecuente en él; quiere descubrir por qué siente tanto interés en que Sonia acuda al encuentro. Elige creer que aprenderá algo especial en el vínculo con ella; y con eso por lo pronto, le es suficiente.

    A las 16:45 ya está esperándola. Sonia llega puntual y con entusiasmo, como si nunca hubiese dudado en asistir. Se sienta y luego de un ligero saludo de cortesía, expone:

    —Me dijiste que piense un tema de conversación; y después de meditarlo en la semana, decidí que me gustaría charlar sobre cómo hacer para que mi hijo Simón sea feliz.

    —¡Qué interesante! —afirma Pedro, y agrega—: Ese tema merece ser acompañado por dos trozos de lemon pie. ¿Te apetece?

    Sonia afirma con placer y se pregunta cómo este hombre sabe que muere por el lemon pie, sospecha que tal vez lea la mente y al instante se ríe de su ridículo pensamiento.

    —¿Y qué es para ti la felicidad? —interpela Pedro, una vez hecho el pedido al mozo.

    —Tener logros en la vida —responde ella automáticamente—. En el caso de Simón, con sus ya diecisiete años; que se reciba, forme su familia, tenga medios para vivir holgadamente, cosas así.

    —Y tú, Sonia. —Pedro la mira con ternura paternal y le pregunta—: ¿Qué logros deseas tener?

    —A ver, déjame pensar… —Sonia se acoda sobre su rostro—. Deseo que mi hijo se sienta orgulloso de quien soy, viajar por el mundo, terminar el posgrado, que me asciendan en el trabajo, tener una casa de fin de semana en la playa, que mi madre esté bien de salud, tener muchos amigos… Con todo eso creo que sería

    feliz. —Ríe forzosamente.

    Sonia utiliza el humor irónico, para evadirse de situaciones incómodas; y mirarse a sí misma le es sustancialmente incómodo.

    —¿Cuál de todas esas cosas dependen exclusivamente de ti? —continúa Pedro.

    Ella lo piensa unos instantes y con dudas responde: —¿Ninguna?

    —Nosotros creemos que nos harían felices determinadas situaciones, vínculos, poseer tales o cuales objetos, títulos, puestos; pero nada de lo que nos hace felices está fuera, nada. La felicidad depende de cada uno de nosotros.

    —Si fuese como dices, todos seríamos felices —reprocha Sonia.

    Necesita resistirse a la idea de que es responsable de su felicidad, y más aun de su infelicidad.

    —Es que nos olvidamos de dónde encontrarla —afirma Pedro—. La buscamos fuera, cuando está aquí —dice al mismo tiempo que señala con la mano su pecho. Luego, expone contundente—: Ser feliz es un compromiso con uno y con la vida.

    —¿Y de qué se trata ese compromiso?

    —De conocernos, amarnos y confiar en que sucede lo que tiene que suceder, aunque contradiga nuestros deseos.

    Sonia, algo abrumada por lo que está escuchando, pregunta: —Entonces, ¿la felicidad no es cumplir todos nuestros deseos como suponemos la mayoría?

    —Cumplir deseos nos aporta una especie de emoción eufórica que dura un período corto y es una vivencia interesante —responde Pedro—, pero en ese esfuerzo de búsqueda hacia afuera, invertimos tiempo y energía a tal punto, que nos olvidamos de ir hacia adentro, sin darnos cuenta. Lo que percibimos cuando se vive de esa forma, es que nada alcanza, que siempre falta algo y que hay que ir por más o ¿no? —explica sonriendo.

    El diálogo entre los dos es ahora más relajado y abierto. Les traen el pedido y eso le da un tiempo a Sonia para pensar una respuesta.

    —Siempre pensé que cuando lograra determinadas cosas o que ciertas situaciones cambiaran sería feliz. Es como si la felicidad estuviera en algún lugar y yo la fuera a alcanzar en un futuro —dice, y luego recorre visualmente el bar para aclarar sus pensamientos—. Pero entonces, si no es así, ¿qué tendríamos que hacer?

    Para Sonia esto es nuevo, se siente movilizada y necesita tiempo. Pedro observa cómo el rostro de ella se tensa, pero sabiendo que no puede decirle algo diferente sólo para aliviarla, responde: —En principio, invertir la dirección de búsqueda… e ir hacia adentro —hace una pausa—, descubrirnos y ser honestos con lo que encontramos.

    —¿Qué es lo que hay que descubrir?

    —Quiénes somos, y con ello, nuestra alegría. Descubrir que cada día es un regalo para disfrutar y un aprendizaje para descubrirnos y descubrir el mundo.

    —¿Y adiós preocupaciones, malestar y tristezas?

    —Vivir con alegría no quiere decir dejar de experimentar tristezas o no preocuparse por nada; sino tener confianza en que estamos viviendo lo que necesitamos, aceptar esto, y elegir cómo vivir cada momento y circunstancia de nuestra vida, según quienes verdaderamente somos.

    Sonia levanta la mirada y lo mira fijo a los ojos.

    —Por lo que voy entendiendo, y dame tiempo a solas para que lo procese, mi pregunta de hoy no tiene sentido, porque es Simón quien tiene que encontrar por sí mismo cómo ser feliz; tal vez no sea tener una carrera y una familia, como yo creía.

    Pedro asiente con una sonrisa y le propone: —Estimúlalo a que haga su propia búsqueda; recordando siempre, que la felicidad para él probablemente no sea la misma que para ti. —Y agrega—: ¿Quieres que te dé una tarea para la semana?

    —¿Me ayudaría?

    —Y… tendrás que arriesgarte.

    —Okey. Dime.

    —Trata de darte cuenta de qué le estás pidiendo a tu hijo que no tiene que ver con él, sino contigo y tus creencias o teorías.

    Sonia frunce levemente el ceño y toma su cartera. Pregunta a Pedro cuánto le debe por la consulta; él le explica que el cosmos se encargará de pagarle, que no se preocupe por ello.

    —Bueno, pero lo que consumimos lo pago yo —dice sin admitir discusiones, y dejando unos billetes sobre la mesa, se levanta.

    —Gracias.

    —Gracias a ti, Pedro.

    Le da

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