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La microbiota intestinal
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Libro electrónico115 páginas2 horas

La microbiota intestinal

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Los microorganismos, sobre todo las bacterias, que habitan nuestro intestino se conocen como microbiota intestinal. Los llamamos “microbios” en sentido despectivo como si solo representaran una amenaza, a pesar de que a principios del siglo XX ya se empezó a hablar de bacterias “buenas”. En la actualidad, ya sabemos que la microbiota intestinal es la encargada de cooperar con nuestro mecanismo de defensa a las enfermedades, de digerir componentes de la dieta e incluso del desarrollo neurológico. Además, puede modularse a través de la dieta y el estilo de vida. La pérdida de equilibrio en la microbiota intestinal puede dar lugar a enfermedades como la obe¬sidad, la inflamación intestinal y algunos trastornos neurológicos. Entonces, ¿es mi microbiota intestinal la responsable de muchas de las cosas que me pasan? Este libro repasa una historia microscópica para comprender la verdadera importancia de estas bacterias.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 feb 2017
ISBN9788490972854
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    La microbiota intestinal - Teresa Requena Rolanía

    1

    El universo de los seres vivos

    "The telescope makes the world smaller;

    it is only the microscope that makes it larger".

    G. K. Chesterton, Heretics, 1905

    No existe prácticamente un lugar en el planeta Tierra donde no podamos encontrar bacterias. Están en todos los hábitats imaginables, en cada hoja de las plantas amazónicas, bajo las arenas del desierto, en el hielo de la Antártida, en el fondo de los océanos, en los volcanes y en las fuentes naturales de agua hirviendo. No es sorprendente, por tanto, que se encuentren también en el interior y exterior de todos los seres vivos, desde los más simples a los más complejos, como el ser humano. El conjunto de bacterias y otros microorganismos presentes en cada hábitat se conoce como microbiota. Lo que puede sorprender es que la microbiota forme una unidad con los seres vivos, un todo que interactúa constantemente, un holobionte. Para comprender esta íntima asociación debemos explicar muy brevemente la historia desde el principio.

    La Tierra se formó hace unos 4.500 millones de años cuando hubo condiciones necesarias para la aparición de agua líquida en forma estable. Los primeros indicios de vi­­da datan de hace 3.850 millones de años; el fósil más antiguo es de hace unos 3.400, y los organismos pluricelulares no aparecieron hasta hace unos 1.000 millones de años. Posiblemente la aparición de vida en la Tierra fue una cue­­stión de azar y confluencia de factores propicios en el momento preciso, como ocurre tantas veces en la vida. Pero sea como fuere, la realidad es que existen microorganismos llamados extremófilos que viven en condiciones muy extremas de pH, altas o bajas temperaturas y radiación, lo que indica que posiblemente las primeras células fueron microorganismos que aparecieron en nuestro planeta cuando este aún se encontraba en condiciones muy inhóspitas para cualquier otro tipo de vida.

    Las teorías sobre el desarrollo de los seres vivos han enfrentado a los creacionistas, que defienden un concepto estático de la aparición y duración de las especies, con los evolucionistas, que sostienen un concepto de cambio gradual y adaptación al medio, lo que conlleva a la aparición de nuevas especies. Entre unos y otros se encontraron las teorías del naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829), que asumían que la vida podía aparecer por generación espontánea aunque no permanecía inmutable, sino que evolucionaba por tanteos y sucesivamente desde formas de vida más simples hasta más complejas, debido a cambios del entorno o de los hábitos. Un aspecto esencial de la teoría lamarckiana es que los cambios adquiridos se trasladan a la descendencia en lo que se conocía como herencia de los caracteres adquiridos. Medio siglo después, Charles Darwin (1809-1882), en su obra El origen de las especies (1859), proponía que las especies cambian de forma gradual y aleatoria y que, posteriormente, la presión de la selección natural favorece aquellos cambios que hacen que los organismos se adapten mejor al medio. Esta teoría fue duramente criticada por corrientes de pensamiento conservadoras, que sostenían que la herencia solo podía tener lugar a través de las células reproductoras y categóricamente afirmaba que estas no podían ser afectadas de ningún modo por las células somáticas, por muchos cambios adaptativos que hubiesen adquirido. Además, las ampliamente aceptadas leyes de Mendel, propuestas por el monje agustino Gregor Mendel (1822-1884), padre de la genética, apoyaban una transmisión aleatoria de las características genéticas de los parentales, lo que resultaba incompatible con la idea de una transmisión de características concretas adquiridas por selección

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