La musa
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La musa - Iván Barrientos Martos
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
Colección: Novela
© Iván Barrientos Martos
Edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes.
Diseño de portada: Antonio F. López.
Fotografía de cubierta: © Fotolia.es
ISBN: 978-84-17011-28-4
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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Me gustaría agradecer la elaboración de este libro a esas personas que han hecho posible que hoy esté físicamente entre nosotros; a la editorial Letrame por todo el apoyo en el camino y por darme la oportunidad de poder cumplir un sueño desde pequeño; a todos aquellos que ya no están y que no dejaron más que polvo y arena en mi corazón y también a ese pequeño y afortunado círculo de confianza que han tenido el privilegio de ser hasta la saciedad acribillados con mis charlas y comentarios sobre libros y han sabido salir vivos.
Pero mi más preciado agradecimiento se lo he de dedicar a mi hijo, que desde antes de nacer, ya me sentía orgulloso de él, y también a mi persona amada que, sin su testarudez, comprensión y un incansable ánimo para ayudarme en este mar de incertidumbre, habría naufragado en mi penoso viaje sin rumbo. También dar un caluroso abrazo a todos los que han apreciado, en mayor o menor medida, el valor que tiene este libro para mí y espero que me acompañéis por más tiempo en mis aventuras y que os guste tanto como a mí me gustó crearlo.
A todos vosotros, os debo este libro que tenéis hoy aquí.
Iván Barrientos Martos
Me ató a sus brazos, con placer tan fuerte, que, como ves, ni aun muerta me abandona.
- Dante Alighieri.
Prólogo
Un oscuro mal nació de las entrañas de Asia, entre los años 1338 y 1339 en una confusa época de guerras, hambre y enfermedades. Cuando la gente empezó a manifestar los efectos de dicho mal, hubieron personas que, despavoridas, intentaron escapar de ella, pero tan solo consiguieron propagar más y más su efecto; y con cada animal y persona portadora, hubieron cada vez más víctimas, que morían sin explicación alguna y sin un atisbo de piedad o misericordia.
Nadie estaba a salvo de su mano negra, nadie. Los que negaban su existencia, morían llenos de extraños bultos y comidos por las propias heridas que les salían; y aquellos que, en vano, intentaban acabar con ella, contemplaban exhaustos e impotentes, como sus esfuerzos no eran más que tirados por tierra; sin explicación, sin saber nada más que lo que veían. Poco a poco y sin que nadie consiguiera hacer frente a tan mortal intruso, solo podían ser testigos del remolino de destrucción y muerte que les azotaba sin descanso.
Este mal, como una ola de putrefacción y enfermedad, dejaba tras de si, campos perdidos, cadáveres y desolación sin siquiera detenerse. No había escondite posible ni mar lo suficientemente lejano como para escapar de él. Pronto, todo el mundo se vería sacudido por su ira. Todos conocerían el rostro de la muerte. Un rostro que, amenazante, arrasaría toda esperanza de vida en las ciudades y pueblos de Europa, sin descanso, paciente pero mortal, mostrando el verdadero horror que aguardaría a ciudades como Florencia...
Capítulo 1
El sonido de las pisadas se ahoga por los escandalosos gritos de los comerciantes de la plaza. El ambiente huele a pescado y a queso, y hay momentos en los que uno debe apartarse para no chocar con cualquier otro viandante. Los vendedores muestran con orgullo sus recién adquiridas mercancías como si de oro o de joyas se tratase. Todo pasa desapercibido en este mercado, pues los paseantes centraban sus miradas en los productos, pero no se fijan que un ratero anda al acecho de obtener un fresco botín. Y estando en Florencia y siendo la época que era, el ratero hoy se llevaría un buen pellizco.
Un joven de la zona mira con desinterés la comida, la gente que se apretujaba cada vez más y los toldos de los puestos del mercado.
-¡Compren, compren! -gritan los tenderos casi al unísono.
El joven agarra con fuerza su bolsa, pues los rateros podrían, en cualquier momento, arrebatársela. Mientras avanza, los tenderos presentan con más ahínco sus mercancías.
-¡Buenos días, caballero!¡Mirad mi pescado!
-No me interesa -dice el joven tensamente.
-No verá pescado más fresco que el mío. ¡Coja esta merluza y lo verá!
-Esta merluza no está fresca, se nota a un kilómetro. Y no solo eso, más de la mitad del pescado de la parada está en mal estado.
El tendero pone cara de ignorancia por el comentario del joven y dándose la vuelta, busca con la mirada a compradores más inocentes. El joven sigue caminando por el mercado, pero algo capta su atención por encima de todo el ruido que pudiera haber. Se acerca al puesto que le había llamado la atención; era una tienda de pintura y cuadros. Coge uno con desconfianza y lo mira atentamente.
-¡Buenos días, señor! Veo que le ha llamado la atención este pequeño lienzo.
El joven estaba en silencio. No podía creer lo que estaba sosteniendo entre sus manos. Sus ojos se tornaron oscuros de repente y desapareció cualquier atisbo de sonrisa en su rostro.
-Verá, este cuadro es de un pintor llamado Giovanni Ferro. Tiene un arte exquisito como se puede apreciar. ¿Os suena el pintor?
-Vagamente -alcanzó a decir el joven.
-Se dice de él que es un hombre excéntrico y que rara vez sale de casa. Al menos, eso se dice por el pueblo. Y este cuadro que vos sostenéis en las manos se llama...
-A la sombra de un olivo.
-¿Cómo lo habéis sabido?