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El retorno del Señor de los Cielos
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El retorno del Señor de los Cielos
Libro electrónico638 páginas9 horas

El retorno del Señor de los Cielos

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La UDO y la Federación del Este compiten por los recursos mundiales y la conquista del espacio buscando la supremacía.

En medio del caos y las guerras consiguientes, donde los mobile suit son la máquina de combate más destructiva, la UDO desarrolla la primera nave intergaláctica bautizada como Galaxy I, en una carrera frenética con la Federación, que desarrolla su Genesis, para ser los primeros en lanzarla hacia el espacio profundo. Entretanto, un grupo de personas que quieren la unión y la paz mundial crean Mir, considerado un grupo criminal por los gobiernos de los dos bloques por oponerse a sus políticas, y entran en su propia batalla.

Pero mientras los humanos se desgastan en sus guerras sin sentido, los Ur, un pueblo de seres prácticamente inmortales, llega a las puertas del Sistema Solar en sus naves gigantes seguidos por las flotas de otras razas sometidas a ellos, lo que obliga a los gobiernos mundiales a hacer un cambio radical en sus políticas para defenderse del posible enemigo que se les viene encima o perecer en el intento.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 oct 2014
El retorno del Señor de los Cielos

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    El retorno del Señor de los Cielos - Pedro Luis Carballosa Mass

    Prefacio

    El espacio permanecía en calma. Ese punto estaba relativamente lejos de la estrella más cercana y en él había reinado por miles de millones de años el frío intenso y la profunda oscuridad.

    Sin embargo, la calma que parecía eterna no duró mucho, de pronto una luz deslumbrante, casi como si se hubiera producido una silenciosa y enorme explosión, se encendió conformando una pequeña esfera que a su vez se expandió rápidamente hasta llegar a un diámetro de varios cientos de kilómetros, iluminando su oscuro entorno con una brillante luz blanco-azulada, mientras que en su parte interna se reintegraban decenas de naves gigantescas como si salieran de la nada.

    Las naves, que podían verse debido a su inquietante envergadura incluso cuando la esfera luminosa que las envolvía continuaba refulgiendo, estaban construidas con la geometría de un huevo y permanecían ordenadas en una cerrada formación de batalla semejante a una letra hache cuyo centro estaba ocupado por otra nave, ligeramente más grande, que se encontraba bien protegida por las que la rodeaban.

    La luminosa esfera se mantuvo brillando por varios segundos, refulgiendo como un pequeño sol en medio de la nada, pero luego se disolvió lentamente como si hubiera sido de humo, dejando las naves que estaban dentro de ella en libertad mientras mucho más lejos otras dos grandes esferas de luz se producían.

    En ese momento, cuando la visibilidad se hizo mejor con la desaparición de la esfera luminosa, pudo verse que las naves gigantescas no estaban solas, más bien permanecían rodeadas de otras menores que parecían de varias clases y podían contarse por miles, pululando como insignificantes abejas en una gigantesca colmena, mientras en la superficie de las naves mayores parpadeaban lentamente las luces rojas de posición que la recorrían como líneas curvas entrelazadas, semejando una complicada guirnalda y recordando a ciertos peces que viven en las profundidades marinas.

    En el mismo instante en que en la lejanía se manifestaban el resto de los vehículos espaciales que habían llegado dentro de las otras dos esferas, el puente de la enorme nave que estaba situada en el centro de la formación de batalla y que a pesar de ser enorme solamente ocupaba una pequeña porción de la parte delantera de ésta, permanecía inmerso en la penumbra, sólo una leve luz blanquecina que prácticamente no penetraba la oscuridad lo iluminaba desde sus costados y permitía ver que era un recinto de grises paredes metálicas que se perdían en la negrura y que mostraba en su sección delantera varios puestos de mando situados en forma de semicírculo, en cuyos paneles de material negro brillaban miríadas de lucecitas de varios colores.

    Los puestos de mando estaban ocupados por unas criaturas bípedas vestidas de negro, como el entorno que las rodeaba, de casi cuatro metros de estatura, complexión fuerte, piel grisácea que hacía que parecieran de piedra y ojos verdes, luminosos como luciérnagas.

    Los rostros lampiños de las criaturas, que se encontraban sentadas en unas sillas de elevado respaldo, no mostraban nada que recordara una nariz y se mantenían herméticos, mirándolos no podía decirse que reflejaran ninguna emoción. En su superficie, larga y estrecha, se dibujaban unas duras facciones muy bien definidas y en su parte baja había una pequeña boca mientras que en cada uno de sus costados crecía lo que parecían unas puntiagudas orejas de murciélago.

    Las criaturas mantenían sus rostros vueltos hacia las pequeñas pantallas holográficas que se desplegaban continuamente delante de ellas. Estaban en silencio, ocupadas delante de los puestos de control sin hacerles mucho caso a las parpadeantes luces que los hacían semejantes a un cielo nocturno lleno de estrellas, mientras otra criatura parecida, pero de una envergadura un poco mayor, estaba sentada en el centro del enorme recinto sobre uno de los puestos de mando que sobresalían en ese sitio y posaba sus dos luminosos ojos de un verde fosforescente en la enorme pantalla holográfica que cubría la pared delantera del puente, por encima de los puestos de mando de la nave.

    En el centro de la enorme pantalla podía observarse como resaltaba entre las demás una pequeña estrella, semejante a una pelota amarilla en medio de un océano negro salpicado de rutilantes burbujas de estrellas, que la criatura miraba como si estuviera muy interesada en ella.

    Era claro que la estrella estaba relativamente lejos del sitio donde las naves se encontraban. Era pequeña pero mucho más grande que las que la rodeaban y la criatura la observaba con el rostro pensativo, sabiendo que su llegada a ese sistema planetario aún demoraría. Desde donde se encontraban las enormes naves debían moverse por inercia, economizando los recursos que les quedaban, pero eso no debía importarle mucho a una raza de seres prácticamente inmortales, ¿qué significaba para ellos el paso de los milenios?

    En los extremos laterales del puente, a cada lado de la criatura gigante, habían instaladas unas estructuras a manera de gradas cuyos asientos eran ocupados por otros seres muy diferentes de los que ocupaban los controles.

    Precisamente sobre éstos caía la luz blanca, que iluminaba más el puente en ese sitio y los hacía visibles, mientras sus ojos se mantenían vueltos hacia donde estaba sentado el que miraba la estrella. Los seres eran diferentes entre ellos, sin embargo, eran iguales por la manera en que permanecían en respetuoso y mudo silencio, expectantes, muchos de ellos dentro de lo que parecían unas escafandras como si el sitio donde se encontraban no estuviera en condiciones de mantenerlos con vida.

    En ese instante, cerca del puesto de mando principal que estaba situado en el centro del semicírculo de puestos de mando, se produjo un ligero movimiento que provocó que los luminosos ojos de la criatura que había estado mirando la estrella se desviaran para quedarse observando como un ser semejante a ella, que portaba como ella misma una capa oscura que le servía de símbolo de su elevado rango y mostraba en su cintura la roja espada calorífica de los oficiales, miraba una pequeña pantalla de datos que se había desplegado.

    El ser se movió hacia el puesto de mando que había a su lado luego de ver lo que había en la pantalla y dio ciertas instrucciones en voz queda, pero después caminó hacia el puesto donde estaba sentado el que lo estaba mirando, como si en lugar de encontrarse en una nave en medio del espacio estuviera en una gran sala de un palacio metálico.

    -Poderoso Indela. –dijo la criatura de la capa oscura en su extraña lengua, hincando su rodilla en el gris suelo, en cuanto estuvo delante del puesto de mando del centro del puente.

    -¿Qué quieres Inesu? –preguntó el Indela, gobernante supremo de los Ur, indicándole con un gesto que se levantara por lo visto bastante molesto, lo que produjo que sus ojos brillaran por un momento más intensamente.

    -Hemos concluido el salto dimensional exitosamente y la estrella ha sido identificada, estamos a las puertas del sistema de los Terracón como era su deseo. –dijo Inesu luego de erguirse de nuevo.

    -Bien mi fiel Inesu, pero es una lástima que no hayamos podido dar el salto hasta las inmediaciones del planeta Terracón, sabes que necesitamos reabastecernos de inmediato. En este instante nos encontramos vulnerables y nunca se sabe qué podemos encontrarnos, recuerda que los Kraken nos estaban siguiendo de lejos. –dijo el Indela de los Ur con voz más calmada.

    -Lo siento, Indela, nuestras reservas de energía no eran suficientes para recorrer esa última distancia llevando nuestra inmensa flota, pero muy pronto estaremos cerca del planeta Terracón como lo desea.

    La criatura que estaba sentada miró a la otra con evidente condescendencia y sus ojos se quedaron emitiendo una suave luz verde opaca.

    -Bueno, supongo que no debes preocuparte demasiado Inesu, si los Kraken nos encuentran les lanzaremos los Draconis y será peor para ellos. –dijo y miró por un momento la estrella que continuaba en la pantalla.

    -Mantén el rumbo de la flota Ur e informa a los Erm y a los Okras que nos siguen con sus flotas. Entraremos en el sistema Terracón después de varios milenios de nuestra última visita y no quiero más contratiempos, sabes que ellos pueden ser muy molestos. –habló nuevamente el Indela después de una corta pausa, posando sus ojos sobre su Comandante de Flotas y Amo de los Pueblos, e hizo un gesto con una de sus grandes manos indicándole que podía retirarse.

    Inesu se retiró con presteza hacia los paneles de mando luego de hacerle a su Indela una última reverencia, su capa negra ondeaba como una bandera mientras caminaba de espaldas a éste, que volvió a quedarse mirando la estrella, ensimismado.

    -Pequeños Terracón, después de varios milenios estoy regresando. El Señor de los Cielos está de vuelta, yo Anu, no los he olvidado. –murmuró y sus ojos brillaron más intensamente de nuevo, reflejando las emociones que Anu sentía sin que pudiera imaginarse que en el mundo Terracón las cosas ya no eran iguales a como las había dejado.

    Capítulo Primero

    I

    Transcurría el invierno del 2215 y la Tierra estaba dividida en dos grandes bloques político-militares que la dominaban y luchaban entre sí por los escasos recursos naturales que no se habían agotado en el planeta.

    Debido a eso, en uno de estos bloques conocido como Unión Democrática Occidental, que reunía a las potencias de América, Europa y a Japón, reinaba una calma incierta.

    La UDO ocupaba varios países que conservaban nominalmente su independencia con el pretexto de defenderlos de la injerencia de la Federación del Este y esto causaba constantes fricciones con ella, su mortal e irreconciliable enemigo, con quien mantenía una cierta paridad y que reunía bajo su sombra a varios países de oriente y de África encabezados por la superpotencia china.

    Por su parte, la Federación había comenzado recientemente a mover unilateralmente varios de sus inmensos ejércitos y eso causaba que las fricciones con la UDO se incrementaran. Especialmente luego de que invadiera la base Mendel, enorme complejo de investigaciones que la UDO había colocado dentro de su zona de influencias en la órbita de Marte.

    Entretanto la situación internacional se complicaba, sobre una delgada y zigzagueante carretera que unía la base de lanzamientos espaciales Ulysses Simpson Grant con la ciudad del mismo nombre que estaba situada cerca de la costa este del norte de Panamá, estaba cayendo una copiosa lluvia.

    La base Grant estaba situada en medio de una selva y esa carretera, una de las que la comunicaban con las poblaciones relativamente cercanas a ella, estaba bordeada por enormes árboles mientras por la misma se movía, deslizándose silenciosamente y a baja velocidad, un potente Ford eléctrico negro herméticamente cerrado.

    En la cabina del Ford se encontraba sentado un hombre de unos cincuenta años cuya cabeza estaba cubierta de pelo negro entrecano y sus ojos, de un azul profundo, no se separaban ni por un momento de la carretera por donde se movía su coche, que prácticamente no se veía debido a la lluvia que caía sobre ella.

    El rostro del hombre, cuyo nombre era John Stuart Smith, era rubicundo y de prominentes mandíbulas, sus mejillas estaban bien rasuradas y en conjunto mostraba una expresión preocupada a la vez que sus manos se crispaban sobre el volante del coche que conducía vestido con un saco gris, entre las solapas del cual destacaba una corbata blanca con lunares rojos.

    La noche pasada Smith, que era comandante de la UDO y dirigía la base Grant, había recibido un mensaje de voz de su viejo amigo, el médico Samuel Estefan Wood, donde éste le decía que debía presentarse en su consulta en el hospital general de la ciudad la mañana siguiente.

    Ese mensaje del médico, para ser honesto, no lo había sorprendido mucho ya que hacía unos meses que sentía que su salud se deterioraba y eso debía haber quedado reflejado en los resultados de su chequeo médico rutinario.

    El comandante Smith se había felicitado por haberse hecho el chequeo médico obligatorio con Samuel, ya que con éste podía negociar mientras que con los médicos de la base Grant no hubiera podido hacerlo y en caso de que necesitara reposo podían separarlo de su cargo, cosa que en ese momento no podía permitirse.

    Pero eso no había impedido que se sintiera disgustado con ese viaje. Smith era un hombre muy ocupado y sólo porque era Samuel quien lo había llamado había dejado por un momento sus importantes ocupaciones en la base y el resto de los papeleos urgentes de los que debía encargarse para poder viajar a la base Aurora, la enorme base que la UDO mantenía en la luna, donde pensaba dedicarse a un asunto muy importante.

    En ese instante unas potentes ráfagas de viento movieron las grandes copas de los árboles que bordeaban la carretera, sacando a Smith de su ensimismamiento dentro de la cabina de su coche y haciendo que sintiera otro escalofrío recorriéndole la espalda debido a las fiebres que lo estaban hostigando, mientras que en su boca percibía el sabor salado de la sangre que manaba constantemente de sus encías.

    -¡Maldito viento! –masculló Smith posando por un momento sus ojos en los árboles que bordeaban la carretera, cuyas copas se movían enloquecidas, mientras pensaba en lo que sucedería si uno de ellos llegaba a caerse y le bloqueaba su camino.

    El hospital de la ciudad se encontraba a una hora de la base, lo que el comandante consideraba una enorme pérdida de su tiempo, pero para empeorarle más las cosas desde muy de mañana había estado cayendo esa inoportuna lluvia que lo obligaba a ir más despacio de lo que hubiera podido, haciendo su viaje más largo.

    Sin embargo, era una suerte para Smith que esa vieja carretera fuera poco utilizada ya que la gente generalmente prefería otra, mucho más amplia y moderna, pero que el comandante no había seguido porque siempre estaba bastante más concurrida debido a los constantes suministros que la base Grant recibía por varias vías para lanzarlos hacia el cosmos.

    El volumen de los suministros era inmenso debido en gran parte a que las relaciones de la UDO con la Federación del Este habían estado empeorando con los meses y debían mandarle abastecimientos a la base en la luna donde se estaban construyendo otras naves de combate para engrosar la ya bastante grande Séptima Flota y para mantener los enormes complejos productivos de Aurora completamente operativos, donde se producían mobile suit de último modelo.

    Debido a eso, incluso por esa vieja carretera de vez en cuando un pesado camión se mostraba delante de Smith, saliendo de la niebla que la lluvia provocaba en el camino y llevando un pesado remolque mientras se movía en sentido contrario, levantando con sus grandes gomas, un poco mayores que la estatura de un hombre, el agua que cubría la carretera y haciendo que su potente motor rugiera sobreponiéndose a los sonidos de la borrasca cuando pasaba por su lado.

    En esas ocasiones, luego de que el camión pasara, el comandante se veía obligado a pasarle un paño a su parabrisas delantero que, a pesar del constante ir y venir de los limpiaparabrisas que llenaban la cabina con el leve zumbido de sus motores, no dejaba de empañarse y no le permitía ver con claridad lo que había delante de su coche.

    En esos momentos Smith miraba con disgusto el cielo, que podía verse en los breves instantes en que la lluvia caía con menos fuerza y el viento se calmaba. Éste era de un gris oscuro por el oeste, presagiando que la borrasca se mantendría durante muchas horas, mientras las luces del coche eléctrico permanecían encendidas para que los enormes camiones lo vieran.

    Los días grises como ese nunca le habían gustado a Smith, pero ese sentimiento había empeorado desde que había participado en las desastrosas operaciones que el ejército de la UDO se había visto obligado a llevar a cabo hacía ya más de dos años en la frontera de Irak con Irán, país este último que en esos momentos se había declarado oficialmente perteneciente a la Federación del Este, pero que ya desde antes era claramente su satélite y, por voluntad propia o porque desde Beijing lo habían incitado, había intentado ocupar a su vecino por la fuerza.

    En las escaramuzas que se produjeron entre las fuerzas de la UDO que ocupaban Irak y los invasores, ésta había perdido varias divisiones de infantería contra la infantería mecanizada enemiga. Pero por fortuna para ellos, en la batalla de Bagdad se había logrado repeler la invasión y los refuerzos enviados a última hora, en su mayoría mobile suit MWNT-K200 Pandora, obligaron a los restos del ejército iraní a retirarse mientras era perseguido hasta muy profundamente dentro de su propio país.

    El comandante, que en esos nefastos días dirigía una división de infantería mecanizada, había sido enviado como parte de los refuerzos y recordaba nuevamente cada vez que veía la lluvia las marchas forzadas que su división había llevado a cabo.

    La cantidad de soldados que Smith había visto caer inútilmente en los cruentos combates que se habían producido por la irresponsable maniobra de la Federación del Este le habían quitado los deseos de continuar en la infantería mecanizada y desde que concluyeron las operaciones había pedido encargarse de una base de lanzamientos, donde había permanecido hasta el momento.

    En eso pensaba Smith cuando, gracias a las mismas rachas de viento que lo habían preocupado, la lluvia comenzó a hacerse cada vez más débil y para el momento en que el Ford negro se detuvo delante de un cruce ferroviario por donde una potente locomotora eléctrica se esforzaba en mover un largo convoy de vagones de carga, los primeros rayos del sol comenzaron a caer sobre la zigzagueante y mojada carretera haciendo que el comandante se quitara un peso de encima, ya que eso permitiría que las naves de descenso que esperaban en la base pudieran ser lanzadas hacia el cosmos y no debería soportar una llamada desde el mando del ejército en Washington, como si él fuera el culpable de la borrasca.

    En ese momento comenzaron a pasar frente a su coche varios vagones plataforma llevando sobre ellos enormes piezas de bruñido metal parcialmente cubiertas con lona, las cuales llamaron su atención ya que lo más probable era que esa carga se dirigiera a la base Grant para ser conducida a la luna.

    -Estos deben ser más materiales de los Colossus para la base Aurora. –pensó Smith mirando como pasaban, reflejando los débiles rayos solares en su superficie, mientras la locomotora pitaba con insistencia y se movía pesadamente.

    Pero el sonido que produjeron las gomas de un vehículo deteniéndose detrás del suyo desvió su atención y Smith se puso a mirarlo por el retrovisor de su Ford. Éste era un jeep verde olivo perteneciente a la base y en la iluminada cabina el comandante pudo ver a dos jóvenes en cuyo uniforme blanco y azul, propio del ejército de la UDO, se distinguía la insignia de subtenientes del ejército unido. El rostro de uno de ellos lo conocía bien aunque el joven no conocía a Smith, su expediente había estado sobre su escritorio en los últimos días junto al de otros jóvenes oficiales escogidos por sus cualidades para pilotar el nuevo modelo de mobile suit MWAT-KB304 Colossus que se estaba desarrollando en Aurora.

    En esos momentos el proyecto Colossus continuaba siendo un secreto, pero era probable que en la Federación ya estuvieran informados acerca de él. La actividad de espionaje entre las potencias se había incrementado exponencialmente con el paso de los meses, lo que reforzaba la idea de varios dirigentes del ejército de la UDO de que la guerra por el control del mundo entre las dos grandes potencias era inminente, idea ésta con la cual el comandante concordaba completamente.

    El mismo Smith conocía del proyecto solamente debido a que la base Grant había debido encargarse últimamente de una gran parte de los suministros para su ejecución, ya que las bases que normalmente lo habían estado haciendo no daban abasto con éstos y los mandos estaban nerviosos, no solamente con el comportamiento que estaba manifestando la Federación del Este, sino con las noticias que llegaban desde el espacio profundo. De no ser por esa causa el comandante Smith nunca se hubiera enterado de su existencia y el problema en que estaba pensando hacía unas semanas sin encontrarle solución no hubiera podido resolverlo.

    En cuanto supo del proyecto Colossus, Smith se ofreció como voluntario para encargarse del mando de las nuevas divisiones de mobile suit de esa clase que se estaban conformando en Aurora y su solicitud fue aceptada inmediatamente debido a su enorme experiencia en ese campo. Pero había permanecido en la base Grant para dejarla en óptimas condiciones operativas y esperar a que llegara su hija de Europa. Lo único malo de eso era que en su escritorio había estado creciendo una pequeña montaña de expedientes entre los que se encontraba el del jovencito que había detenido su jeep detrás de su coche mientras la locomotora se movía por la vía cuyas barreras estaban bajadas.

    Precisamente el sonido intermitente emitido por esas barreras que bloqueaban la carretera mientras se levantaban sacó a Smith de las reflexiones en que se encontraba sumido.

    Los muchachos del jeep verde ganaron velocidad rápidamente y pasaron por un lado del Ford moviéndose hacia la ciudad antes de que el coche eléctrico de Smith se moviera de su sitio. El comandante pensó mirándolos en que por lo visto ya le habían dicho a ese joven que en breve partiría en la nave de descenso clase Prometheus nombrada Alcatraz hacia la base Aurora y quería divertirse un poco en su último pase en la Tierra.

    -Diviértete cuanto puedas muchacho que ya pronto no podrás hacerlo. –dijo Smith en voz queda mientras miraba con el rostro entristecido como el jeep se alejaba y ponía su propio coche en marcha, pensando en los problemas que se le venían encima.

    En la última semana, luego de la captura de Mendel por el ejercito de la Federación del Este, la situación internacional había empeorado enormemente porque en la batalla que se había desarrollado con la guarnición de defensa de Mendel la Federación había desplegado su nuevo modelo de mobile suit de propósito general, MWNT-X025 Isis, que causó gran impresión en los círculos militares de la UDO por su poder destructivo y maniobrabilidad en el espacio, no obstante conocerse que el poder de esa clase de equipos de combate dependía en gran medida de la pericia de su piloto.

    Desde que el mundo se había dividido prácticamente en dos gigantescos bloques militares no había estado más cerca de una guerra mundial, incluso cuando se producían hostilidades localizadas constantemente como la guerra en Irak y en otros países, ocupados por la UDO ilegalmente desde el punto de vista del gobierno de la Federación del Este.

    Sin embargo, eso la población de la UDO lo sabía ya que había sido profusamente informado por los canales principales de noticias. Lo que no se había dicho era que las sondas de exploración que se habían desplegado en los confines del Sistema Solar para el lanzamiento de prueba de la enorme nave intergaláctica Galaxy I, habían comenzado a enviar información hacia la Tierra sobre la presencia de enormes objetos no identificados que se movían en su dirección y al parecer no eran de origen natural.

    No había dudas de que el departamento de control de la información de la UDO estaba haciendo muy bien sus labores. En cada uno de los confines de ésta la población ignoraba lo que estaba sucediendo y solamente los mandos del ejército habían sido informados sobre el problema. El mismo Smith había sido convocado por causa de eso para que la base Grant elevara en muchas veces el volumen de los suministros que enviaba hacia Aurora y la construcción de cruceros de batalla clase Neptune y nuevas unidades de Colossus se había disparado con enormes gastos que habían hecho que la economía de la UDO se resintiera.

    Pero InterTel, el sistema centralizado de información de la UDO, no había comunicado a los varios pueblos que conformaban ésta ninguna información sobre la existencia de los objetos no identificados. El gobierno intentaba con ello, según le habían informado a Smith, evitar cualquier clase de reacción que pudiera producirse si llegaba a conocerse la noticia de que un posible contacto con seres procedentes del espacio profundo estaba por producirse, de los cuales se desconocían completamente sus intenciones pero presumiblemente eran hostiles.

    Todo parecía indicar que los potentes radares de la base que la Federación mantenía orbitando Tritón habían detectado el fenómeno que en los círculos militares de la UDO habían bautizado con el nombre en clave de Agente X.

    El comandante sabía que la Segunda Flota espacial de la Federación se separaba de su base en Tritón, aunque esa base ya estaba muy lejos de la región en ese momento debido a que Neptuno se había estado moviendo por su órbita, para luego dirigirse directamente en la dirección desde donde había sido detectado el Agente X por las sondas de la UDO, superando rápidamente la 3ra velocidad cósmica seguramente para desprenderse de la gravedad del sol e interceptar los objetos desconocidos antes de su entrada en el Sistema Solar que los humanos controlaban.

    Smith pensaba mientras conducía y los rayos del sol, cada vez más potentes, secaban la carretera por donde se movía su Ford, en que si algo había que envidiarles a los orientales era que se decidían con rapidez. La UDO no había decidido mandar ni siquiera otras sondas para investigar el fenómeno y solamente lo monitoreaba desde lejos con las que ya había desplegado, mientras en el senado se discutía a puerta cerrada el proyecto del presidente para hacerle frente a ese potencial enemigo con una calma que sacaba a Smith de sus casillas.

    Sin embargo, podía reconocerse que además del marcado incremento en la producción de naves de combate y mobile suit Colossus, se había incrementado la construcción de nuevas divisiones de unidades inteligentes R-20 de robots humanoides de combate y el reclutamiento de nuevos efectivos, dándole el visto bueno a casi cualquiera que se presentara como voluntario, cosa que por otro lado se hacía desde hacía bastante y a Smith siempre le parecía incomprensible que se presentaran varios, incluso gente con dinero, por lo que no era eso lo que los inducia a hacerlo.

    El comandante pensaba en esto sin explicárselo mientras su Ford salía a un enorme claro. Desde las masacres en Irak la perspectiva de una guerra no lo entusiasmaba, incluso cuando delante del resto de los oficiales se comportaba como si eso le interesara. En su vida ya había visto como corría demasiada sangre en vano, pero la conservación de su propia vida no le importaba.

    La preocupación principal del comandante era su joven hija Claudia que en ese momento debía estar viajando desde un centro de investigaciones genéticas en Europa para reunirse con él en la base Grant. Todavía no le había dicho los planes que estaba pensando para ella y sabía que le costaría convencerla, pero estaba dispuesto a esforzarse lo necesario porque lo hacía por su propio bien, para garantizarle la vida a su querida princesa.

    Desde que Eloísa, su esposa, había muerto en un accidente mientras viajaba en coche, el comandante había estado pendiente de sus dos hijos.

    Hernán, su hijo de más edad, no le preocupaba ya que en ese momento se entrenaba en los simuladores de la base Aurora para ser piloto de un Colossus. El chico había cumplido hacía poco los veintiocho años y ya había estado en múltiples escaramuzas contra el ejército de la Federación pilotando cazas F-116 Eagle y mobile suit Pandora.

    No, no había que preocuparse por el oficial Hernán James Smith. Él mismo lo había propuesto para piloto de los Colossus cuando le dijeron que reclutara el nuevo personal, no porque fuera su hijo, sino porque su propia hoja de servicios como experto piloto de Pandora, la máquina robótica de combate más moderna de la UDO que se encontraba en explotación, lo hacía una buena opción para el puesto.

    Sin embargo, la pequeña Claudia de veintidós años de edad le recordaba siempre a Eloísa. Ella era como una niña y vivía como había vivido su madre, separada del duro mundo real y protegida constantemente por su padre. La chica se había dedicado a sus estudios genéticos y era una persona gentil y delicada a la que su padre no pensaba dejar desprotegida con lo que se les venía encima.

    Los profundos conocimientos de genética de Claudia le daban la posibilidad de ocupar un puesto en la primera nave intergaláctica de la UDO y posiblemente de la Tierra, la Galaxy I, nave clase Leviathan donde se estaban realizando investigaciones secretas para la creación de un nuevo ser humano más robusto, inteligente y resistente, modificado genéticamente para que pudiera vivir en el espacio por largos períodos sin que lo dañaran las radiaciones que en los humanos comunes provocan envejecimiento prematuro si la nave no dispone de los costosos equipos que generan un campo magnético de protección, cosa que por otro lado consume una buena parte de la potencia disponible. Ese era el momento idóneo para llevarla a Galaxy I, después de que la base Mendel, líder en ese campo, cayera en manos de la Federación hacia una semana y ésta no hubiera devuelto el personal científico que vivía en ella, lo que ciertamente representaba un duro golpe para la UDO.

    -Mi princesa debe entenderlo, debe ir a la Galaxy I en el Múrmansk para salvarse. –murmuró Smith mientras sus manos se crispaban nuevamente sobre el volante de su coche y su cuerpo se estremecía por la fiebre que lo molestaba.

    -Esa es la única solución, pase lo que pase en esa nave estará más segura que en la Tierra. La Cuarta Flota espacial de la UDO protege Galaxy I de cualquiera que intente hacerle daño y si la cosa se complica en la Tierra, con la Federación o con el Agente X, la nave puede irse a salvo de nuestro sistema. –pensó Smith, entrecerrando sus ojos y haciendo que su Ford incrementara la velocidad, después de haber salido de una curva de la carretera.

    El Ford se movió dócilmente con más rapidez, deslizándose en silencio y entrando en una zona ya más cercana a la ciudad, donde a los lados de la carretera en lugar de bosques podían verse extensos sembrados.

    La seguridad de su hija era precisamente lo que había hecho que Smith se decidiera a presentarse como voluntario para el mando de las nuevas divisiones de los Colossus y no el patriotismo que se le endilgaba en el que ya no creía hacia bastante. Esa era la única solución que había encontrado para que su pequeña Claudia saliera de la Tierra, en guerra inminente, y se salvara de lo que viniera del espacio profundo.

    En ese preciso instante Smith volvió ligeramente la cabeza hacia la ventanilla derecha de su coche y una leve sonrisa se dibujó en el, hasta ese momento, preocupado rostro.

    Por la ventanilla Smith pudo ver como en la lejana base Grant despegaba una nave de descenso cargada de suministros con destino a la luna, dejando detrás de sí una estela de humo blanco de vapor de agua y remontándose cada vez más rápido en el mismo cielo que hasta hacía poco le había impedido su despegue.

    II

    En la penumbra de un pasillo lateral de uno de los pisos del enorme anillo rotante que conformaba la base de investigaciones Mendel en la órbita de Marte, un hombre rubio, de elevada estatura y de poderosas espaldas, que portaba un raído uniforme blanco y azul con las insignias de capitán del ejército espacial de la UDO, se esforzaba visiblemente con una pequeña laptop delante de una de las pantallas planas de acceso a Eve, la computadora central de la base, que estaba sujeta junto a su panel de mando en una de las paredes del recinto pintadas de rojo.

    El rostro del capitán, marcadamente ruso y de fuertes facciones, donde crecía una barba dorada de varios días, parecía cansado y se hallaba profusamente cubierto de sudor debido en parte a que se encontraba en una base ocupada por el enemigo, lo que debía provocarle un enorme stress, pero especialmente debido a que los pasillos eran calurosos luego de que los sistemas de enfriamiento de la base quedaran funcionando a mediana capacidad por la escasez de energía.

    La pantalla plana de la computadora proyectaba una luz verdosa en el oscuro pasillo que incidía sobre él y le daba a su rostro una apariencia macabra, unido a las profundas ojeras que rodeaban sus ojos, que eran de un verde claro.

    En ésta se dibujaba una y otra vez el logo de Mendel, indicando que le introdujeran la clave, mientras a espaldas del hombre, recostada contra la pared, podía verse bajo esa misma luz verdosa la rejilla metálica de un conducto de ventilación, donde había estado escondido y por donde solía moverse después de la caída de la base para no ser detectado por las fuerzas ocupantes de la Federación.

    Desde hacía una semana, cuando la base había sido capturada, ese capitán de la UDO había estado vagando por ésta a escondidas, intentando entrar en el sistema de información de Eve para poder obtener un pase hacia uno de los múltiples hangares que se encontraban en el eje central de Mendel, justo como le habían encomendado que hiciera. Pero eso le había resultado muy difícil y a esas horas no lo había logrado.

    Mientras el capitán se iba moviendo cada vez más cerca de los hangares del eje central, subiendo a los pisos más elevados que conformaban el anillo rotatorio, sentía como se debilitaba casi imperceptiblemente la gravedad simulada por la rotación de éste. Pero en donde se encontraba se podía sentir una fuerza sólo un poco más pequeña que la de la Tierra, que solamente existía en los primeros pisos situados en las capas exteriores.

    El capitán de la UDO llevaba ya un buen rato intentando romper el sistema de seguridad de la computadora de Mendel en ese oscuro pasillo lateral, utilizando para ello un lento ataque de fuerza bruta mientras la pequeña pantalla de su laptop mostraba su pausado progreso en una barra que se dibujaba en una ventana de su sistema operativo, cuando sintió unos lentos pasos que se movían en su dirección cruzando el pasillo principal a donde el suyo conducía.

    En cuanto sintió los pasos el oficial de la UDO desconectó rápidamente su pequeña laptop del panel de la computadora, que había permanecido conectada a éste por medio de un delgado cable, para luego moverse hacia el otro extremo del pasillo mascullando algo incomprensible y sumergiéndose en la oscuridad reinante, mientras guardaba su pequeño equipo en uno de los grandes bolsillos que su pantalón poseía en la región de los muslos.

    Muy pronto pudo ver desde su escondite como dos oficiales, que portaban el uniforme verde y rojo del ejército espacial de la Federación del Este, pasaban por la abertura que unía su pasillo lateral con el principal por donde éstos caminaban.

    Los oficiales de rostro marcadamente chino y bien rasurado, caminaban juntos mientras conversaban calmadamente, seguros de que la recién capturada base estaba en sus manos, sin darse cuenta de que desde la negrura unos ojos verdes dignos de un lince los miraban reflejando un odio extremo.

    La conversación se desarrollaba en mandarín, el idioma oficial de la Federación del Este, pero el capitán de la UDO podía entenderlos a la perfección debido a su buen entrenamiento, que incluía el dominio del idioma del enemigo que los civiles normalmente no estudiaban.

    -Están comentando que el presidente de la UDO ha estado diciendo últimamente que nuestra ocupación de esta base es ilegal y que ellos no estaban desarrollando ninguna investigación sobre sistemas biológicos para usos militares en ella. –dijo el capitán, que era el de mayor rango, y miró el rostro de ojos rasgados del jovencito que caminaba a su lado, sólo un poco más joven que él.

    -¡Parece que cree que puede engañarnos con esas patrañas! –habló nuevamente después de una corta pausa, con un acento duro en su voz.

    -Pero la realidad es que no hemos encontrado indicios de que se estuvieran haciendo esa clase de cosas en esta base. –dijo el joven sargento que caminaba a su lado, encogiéndose de hombros con expresión de duda en su rostro, y sintiendo de inmediato sobre él la mirada inquisitiva de su compañero.

    -Por otro lado, he estado pensando en que la UDO pudiera declararnos la guerra por esto, ya que esta base está completamente fuera de nuestra zona de influencia que las potencias acordaron en las reuniones de Paris de hace cinco años. –balbuceó con evidente miedo mirando de reojo a su capitán, que se había quedado observándolo.

    -Está claro que no hemos encontrado nada, pero eso sólo se debe a que no hemos podido hacernos con las notas y los demás materiales que continúan en las cajas fuertes, porque nuestros servicios de inteligencia informaron que en esta base se estaban haciendo investigaciones biológicas secretas y ellos nunca dicen nada incorrecto. –refunfuñó el capitán desviando la vista del rostro del sargento que caminaba a su lado por el silencioso pasillo y posándola en un punto indeterminado delante de él.

    La visibilidad era muy mala en ese largo pasillo principal de Mendel que permanecía prácticamente a oscuras, ya que solamente las débiles luces de unas lámparas de semiconductores de difusores cuadrados que había en la superficie superior de éste lo iluminaban pero sólo estaban encendidas unas pocas de ellas, separadas por largos pasajes de negrura.

    -Ellos borraron la información de la computadora central poco antes de que pudiéramos capturar la base. Lo hicieron de prisa, seguramente después de hacerle copias, para que no supiéramos lo que hacían. ¿No crees que eso nos indique que ocultaban cosas importantes? –dijo el capitán después de varios pasos y miró de nuevo el rostro de su compañero.

    Los oficiales continuaron caminando en silencio durante unos segundos, seguidos de cerca por el capitán de la UDO que se ocultaba en las zonas oscuras del largo pasillo recorriendo rápidamente las pequeñas islas de luz producidas por las débiles lamparitas. Pero muy pronto la última voz que había hablado volvió a escucharse.

    -De igual manera yo no creo que los de la UDO nos declaren la guerra. Pero de ser de ese modo peor para ellos, sabes que en estos momentos su economía no marcha muy bien y podríamos eliminarlos de una vez para siempre. –dijo sonriendo en la penumbra, demostrando que esa idea había rondado su mente.

    -¿No sería maravilloso que pudiéramos hacer de una vez un mundo comunista donde no existan las guerras y la gente viva segura? –preguntó y el sargento volvió a mirarlo con la duda pintada en su rostro.

    -No creo que eso sea sencillo, ellos no nos dejarán hacerlo y ni siquiera en este sitio podemos estar confiados ni por un momento. –dijo el sargento luego de una pausa, suspirando con expresión entristecida, y el capitán se quedó mirándolo.

    Estaban muy cerca de la siguiente lamparita que iluminaba débilmente una pequeña porción del oscuro pasillo principal, donde había dibujado en una pared un número dieciocho, indicando el piso donde se encontraban.

    -Los de monitoreo dicen que el crucero de batalla Gamow se mueve hacia nosotros y es un clase Neptune, los más modernos y grandes de la UDO. –habló el sargento con preocupación posando su mirada en el rostro de su compañero.

    Las palabras del sargento hicieron que su compañero se quedara callado, con expresión pensativa y los ojos negros sobre la cercana lucecita.

    Eso ya lo sabía sin que se lo dijeran. El crucero de batalla USS George Gamow era una enorme nave de combate de la UDO que había logrado notoriedad ganando la mayoría de las escaramuzas en las que había participado, causando mucha preocupación en el ejército de la Federación, donde casi cada soldado estaba consciente de los rumores que se escuchaban de que su comandante, un hombre muy rico, gastaba una parte de su dinero contratando ilegalmente a un nutrido grupo de mercenarios que utilizaba en sus misiones.

    -Bueno, igual el Gamow no puede hacer nada incluso cuando el grueso de nuestra gloriosa división de Isis ya va de regreso a la Tierra. –dijo el capitán luego de una pausa, con orgullo en su voz, recordando como su propia hermana era un oficial de esa división y miró a su compañero con seguridad.

    -Recuerda que hemos capturado cientos de científicos y mientras los mantengamos de rehenes no se moverán contra nosotros, saben que si su población se entera de que pusieron en peligro la vida de unos civiles la pasarían mal porque increíblemente en la UDO la opinión pública es importante. –continuó diciendo, viendo como su compañero no quitaba la vista de su rostro.

    -Pero si eso no bastara para convencerlos, en los hangares de esta base hay estacionados decenas de cazas Falcon y nuestros poderosos destructores de la Tercera Flota, el Victory y el Peacemaker, se mueven hacia nuestras coordenadas para darnos protección. –concluyó el capitán mirando nuevamente la débil lucecilla que les mostraba una porción del pasillo.

    -No quiero contradecirte Jieshi, pero eso no es exactamente del modo en que lo dices. Recuerda que los científicos se refugiaron en la nave de evacuación de Mendel, la cual nosotros no controlamos. –le recordó el sargento, incrédulo y el capitán resopló con impaciencia.

    -Mira, yo lo que veo es que últimamente siempre le encuentras pero a lo que nuestro gobierno ordena, si sigues de esa manera me voy a ver obligado a mencionarte delante de nuestro representante del Partido, lo que sabes que no me gustaría, porque estás constantemente demostrando muy poca confianza en las decisiones de nuestro dirigente supremo y eso no está permitido. –dijo el capitán un poco molesto con su compañero, posando sus rasgados ojos negros en los de éste.

    El sargento sintió como un escalofrío recorría su espalda escuchando esas palabras del capitán. En el ejército de la Federación se estilaba que un político que representaba los intereses del Partido y por lo mismo del pueblo, poseyera cierto poder sobre los mandos militares, los cuales debían obedecerlo si se pronunciaba en contra de cualquier oficial sospechoso de no serle incondicional a la sagrada causa que representaban.

    El capitán de la Federación se dio cuenta de que el rostro de su compañero había empalidecido visiblemente bajo la luz de la cercana lamparita y le sonrió de una manera cordial para que se calmara.

    -Tranquilo Li, no pienso mencionarle nada a nadie, pero debes cuidarte de donde dices esas cosas, pueden pensar que estás escuchando las patrañas de los imperialistas de la UDO, nuestro enemigo común. –habló el capitán en voz bastante baja, como si sintiera miedo de que los escucharan, dándole a la vez a su compañero unas palmaditas en la espalda y sacándolo del ensimismamiento en que se había sumido.

    -No es eso Jieshi, lo que pasa es que estoy un poco preocupado con esta situación. Tú sabes que yo le soy fiel a nuestro pueblo y deseo que se mantenga para siempre nuestro sistema comunista. Por otro lado, sería maravilloso que lo que dices se haga realidad y podamos liberar a los demás pueblos del yugo de la UDO. –replicó el sargento sintiendo como su compañero lo miraba con una sonrisa en los delgados labios.

    -Te voy a decir una cosa Li… –dijo el capitán luego de una corta pausa, mirando nuevamente por un momento el pasillo que seguían para luego posar sus ojos sobre la mejilla del sargento.

    -En el caso de que esa nave de evacuación se separe de Mendel, nuestros cazas la destruirán sin remedio. Ellos deben de saberlo y por eso se quedarán donde están y nosotros capturaremos a los científicos y sus notas y estaremos en posesión de las pruebas para que el mundo vea lo que hacen los de la UDO y de una vez se decidan a seguir nuestra senda, que es la verdadera. –continuó diciendo el capitán visiblemente exaltado y miró hacia la lámpara que ya estaba a unos pocos pasos de ellos.

    -Posiblemente esos infames imperialistas, enemigos de la humanidad, estuvieran intentando sabotearnos. Esta base se encuentra relativamente cerca de donde estamos construyendo nuestra nave intergaláctica Genesis y no les sería difícil hacerlo utilizando uno de los mortíferos virus que han hecho a lo largo de la historia. Estoy seguro de que lo harían para ser ellos los únicos que dispongan de una nave de esa clase, dejándonos en desventaja, porque no pueden ver que nuestra gloriosa nación se desarrolla y los sobrepasa rápidamente. –declaró el capitán luego de una corta pausa, con la luz de la lamparita ya cayendo sobre su rostro de ojos rasgados.

    -Pero incluso si no estaban haciendo esos virus dañinos, hemos visto que estaban manipulando el genoma humano, lo que es ciertamente más peligroso, ¿o es que ya olvidaste los documentos que encontramos en los laboratorios cuando estábamos revisando los expedientes?, sabes que eso está prohibido por las leyes internacionales y es seguro que debido eso lo hacían en esta base, bien lejos de la vista de los organismos pertinentes, para que nadie interfiriera en sus patrañas. –habló nuevamente el capitán después de pensarlo un poco.

    -Eso no significa nada, sabes que nosotros mismos estamos desarrollando un extenso programa de clonación humana y desde hace años estamos recogiendo muestras de ADN para reproducirlas en masa. Las necesitamos para nuestro ejército en el cosmos y especialmente para la gente de la dotación de la Genesis. Pienso que es posible que ellos necesiten lo mismo para su Galaxy I. –replicó el sargento.

    -Eso es lo que dije hace un momento, siempre encuentras una manera de compararnos con los imperialistas y no debes hacerlo. –replicó el capitán y se detuvo para mirarlo a los ojos, poniendo su mano derecha sobre el hombro de su compañero.

    -Métete en la cabeza que no somos lo mismo que ellos y eso sólo lo hacemos porque es necesario para defendernos de los infames de la UDO. Pero no es lo mismo hacerle una copia a una cosa existente que la creación de una nueva especie, eso sí provocaría problemas. Después nos van a venir de nuevo con lo de la raza definitiva y entonces sí que la guerra será inevitable. –declaró el capitán levantando el dedo índice de su mano derecha, gesto que repetía a menudo, recordando las clases de historia que había recibido.

    En ese momento el capitán se quedó en silencio, pensativo, mientras su compañero contenía los deseos de decirle que en la UDO podían decir lo mismo sobre ellos, que su programa era un medio para defenderse de su enemigo.

    -Pero ya que lo mencionas, esos científicos podrían servirnos en nuestro propio programa, de ese modo matamos dos pájaros de un mismo disparo, se los quitamos a los imperialistas y concluimos más rápidamente nuestros programas de clonación para defendernos. –concluyó el capitán y se miraron mientras una sonrisa se dibujaba en los labios de éste, ya bastante bien iluminados por la lamparita que difundía su luz blanca en esa parte del pasillo.

    El rostro del capitán de la UDO se contrajo con una dolorosa mueca cerca de ellos. Éste había estado prestando oído a la conversación de los oficiales de la Federación del Este mientras los seguía, especialmente cuando mencionaron el Gamow y los destructores de la Tercera Flota, pero esas últimas palabras provocaron su ira.

    En su mente volvió a ver el rostro del coronel Johnson, jefe de la guarnición de defensa de la base Mendel, mientras les hablaba a los oficiales poco antes de que se produjera la ocupación de ésta por parte del ejército de la Federación.

    -La Federación seguramente lo que persigue con esta invasión es apoderarse de nuestros científicos para sus propios programas egoístas. Por eso inventa un pretexto detrás de otro y si nosotros no logramos protegerlos, ellos se verán obligados a realizar investigaciones en contra de los intereses de su propia nación, lo que es peor que la propia muerte. –habían sido sus palabras.

    El coronel Johnson había reunido a los escasos efectivos que había en la base en cuanto los oficiales de monitoreo detectaron la ofensiva de varias naves de la Federación y les había dado un discurso acerca de la importancia de ésta para el futuro de la UDO y del por qué era importante que no cayera en las manos del enemigo.

    Pero después las cosas se habían complicado y la superioridad numérica del enemigo se había hecho sentir rápidamente. El mismo coronel Johnson había luchado hasta su muerte y de las exiguas fuerzas de defensa no había quedado prácticamente nadie.

    El capitán recordaba mientras observaba a los oficiales de la Federación cómo había salido con vida porque el coronel, ya herido en la enfermería y viendo que no podrían oponerse a los invasores hasta que llegaran los refuerzos como había planeado, le había dado la orden de esconderse en los conductos de ventilación para que la nave de evacuación pudiera escaparse luego con su apoyo.

    -Tú eres uno de nuestros mejores pilotos de combate, por eso debes hacerlo, debes salvarlos a cualquier costo o será una deshonra para nosotros. –le había dicho el moribundo refiriéndose a los científicos.

    Johnson, incluso estando malherido, había continuado luchando hasta la muerte, haciéndole honor a las palabras que siempre decía luego de darles un discurso.

    -Los efectivos de la UDO no se rinden, mueren luchando en la batalla contra el enemigo. –murmuró recordando que después de despedirse de él, Johnson había rechazado evacuarse en la nave junto a los científicos con una mueca de desprecio en el rostro y se había quedado en su puesto, disparando con su MP45, hasta que cayó muerto y la base dejó de pertenecerle a la UDO.

    Pero el capitán no había podido cumplir con la última orden de Johnson hasta ese momento. Por mucho que se había esforzado las cosas no le habían ido bien y en su cintura continuaba el sistema de comunicaciones que éste le había dado para que informara a Marian, piloto de la nave de evacuación, cuando estuviera listo para que comenzaran

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