Dejando atrás Dalanzadgad, capital de la provincia de Ömnögovi, en Mongolia, nos adentramos en el que posiblemente sea el enclave más vasto e inaccesible de Asia Central. Nos estamos refiriendo al desierto del Gobi. Aquí no hay autovías ni señales de tráfico. Durante varias jornadas por pistas de tierra, las montañas de Altái, los altos picos del País de las Nieves (Tíbet) y las densas estepas rusas van dejando su lugar a las eternas planicies arenosas propias de la patria de Gengis Kan, donde la nada se extiende a derecha e izquierda, arriba y abajo e incluso dentro y fuera de uno mismo. A veces, para dejar en evidencia al perenne vacío, surge la tienda de fieltro –yurta– de alguna familia de nómadas que se resisten al encanto de las ciudades y prefieren sufrir los rigores del frío invierno y del caluroso verano en estos lares con tal de mantener puras las tradiciones de sus ancestros.
Con ojos profundos en rostros curtidos, los míticos habitantes de estas latitudes se caracterizan por su gran hospitalidad, posiblemente fruto de una vida dura a la par que sencilla, así como por la rudeza tanto de sus palabras como de sus actos. Algunos son seguidores de la escuela Gelug del budismo tibetano (gorros amarillos). Otros, sin embargo, se reconocen como fervientes discípulos de algún santo musulmán y se denominan a sí mismos sufíes. Aunque en realidad todos albergan en sus rituales y creencias una parte del chamanismo original –tengrismo– característico de estas regiones antes de la llegada tanto de la doctrina de Budha como del islam. Secretos de los que no se puede hablar a los extranjeros, puesto que forman parte del legado místico de un pueblo que lucha por permanecer inalterable a pesar del vigente avance de la tecnología así como de la infame represión que sufrieron durante la dominación soviética.
ASTRONAVES EN LA PREHISTORIA
Contra todo pronóstico, el periodista y escritor italiano Peter Kolosimo –autor de Astronaves en la Prehistoria (Plaza & Janes, 1976)–, en una de sus travesías por las dunas de Khongoryn, aseguró haber asistido a una atávica ceremonia de iniciación en la que un hombre, según sus propias palabras, co- menzó a envolverse en una especie de capa de piel oscura, luego cubrió su rostro con una máscara y se dirigió a la muchedumbre que estaba a su alrededor con estas palabras: «Ahora me marcho. Es hora de partir. Me voy al lugar donde viven mis antepasados. Esos que caminan en la noche. Esos que vuelan de estrella en estrella. Poderosos ellos que navegan por el mar del firmamento con alas de luz». Luego se dio la vuelta y se metió en una yurta, de la que comenzaron a salir una especie de llamaradas como si fuese una nave espacial emprendiendo el ascenso a otros mundos.
PUERTAS DIMENSIONALES
Y no sería de extrañar, puesto que el lugar donde nos encontramos es rico en leyendas de habitantes de otras esferas, de ciudades escondidas bajo tierra, de fabulosos tesoros –tanto físicos como espirituales–, así como de portales interdimensionales donde el viajero podría contactar con aquellos