La vida imposible
Por Eduardo Berti
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Los microrrelatos de Eduardo Berti recorren de manera natural todas las realidades posibles, paralelas, simétricas o inversas, con un humor y una ironía dignos de maestros como Borges, Wilcock o Cortázar. Un libro capaz de despertar una sonrisa incluso cuando se está hablando de terrores y obsesiones, de monstruos y seres fantásticos, o simplemente de niños que amenazan (como en el cuento que da título al volumen) con hacernos la vida imposible.
"Con una prosa fluida, precisa, vigorosa, sin concesiones al criterio corriente de que sólo lo excrementicio es expresivo, la imaginación de Berti discurre libremente por los territorios que le importan", Ernesto Schoo, La Nación
"Leerse este libro es como beber champán a cortos tragos. Cuando finaliza la lectura, uno advierte que lo ha pasado en grande sondeando estas piezas pequeñas"
José Ángel Barrueco, Literaturas.com
"Lleva la marca personal de Berti: la búsqueda cautelosa del placer del texto a partir de gestos tan sutiles que harán creer a más de un lector que la inteligencia es un mérito propio"
Guillermo Saavedra, Rolling Stone
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La vida imposible - Eduardo Berti
Eduardo Berti
La vida imposible
Eduardo Berti, La vida imposible
Primera edición digital: mayo de 2016
ISBN epub: 978-84-8393-525-5
© Eduardo Berti, 2014
© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016
Voces / Literatura 188
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Índice
Doble vida
Caso del reloj
La última mujer
La edad de oro
Una voz distinta
Toreo remoto
El traductor apresurado
Por aproximación
El caso del director
Pendiente del correo
Las manos al revés
Este libro no existe
Noticias antes de tiempo
Mentira
Un pecador
La repetición
Maternidad
El décimo
Una criatura del pasado
Variantes del ajedrez
Alguien igual
Una máquina curiosa
Un artista y su falsario
Lectores de sangre
Déjà vu
Laringe
Los sueños de mi hermano
El árbol personal
Paternidad
Un solo cuadro
Traición
La vuelta y media al mundo
Cinco hombres
Caso del cerrajero
Casa del niño y el mago
Una novela premonitoria
Resucitado con las flores
Treinta guiones para un film
Son ropas
Trampa
El movimiento
El feo
Mariposa humana
Eduardo Berti
Un arco equívoco
Vueltos bestias
El jardín cercado
Otra actriz frustrada
La vida imposible
Diálogo y subtítulo
El museo de los marcos
El hombre igual
Mi padre vuelto perro
El bis
Demasiado temprano
El abogado cazador
Anotación
El camello
Desde atrás
Mise en abîme
Correspondencia ventrílocua
Artificios
Amantes idénticas
La compañera de al lado
Dos películas
El verdadero padre
El dolor del odontólogo
El don
El milagro
Recuerdos espejados
Caso de los pájaros
Las palabras por venir
Propia moral
Cuatro monstruos
Una escuela perpetua
Caso de los actores
Sobre la puerta
Bovary
El hijo
Sin continuación
Tiro en la nuca
El destino en los bolsillos
Qué es la muerte
Los libros por venir
Rectílocuo
Génesis
Dos reinas
Estaremos perdidos
Edición corregida
Otro dinosaurio
A muerte como una prisma
Esqueleto
Ramonerías
Doble vida
En cuanto supe que mi padre había llevado en sus últimos treinta años una doble vida, sucumbí a la curiosidad y averigüé el nombre de su otra mujer y la dirección del otro hogar. Llamé a la puerta con una excusa cualquiera –una inspección de la compañía de seguros, o algo así–, y una mujer alta y equina me invitó a entrar. Entonces no pude dar crédito a lo que veía: el interior de aquel hogar era una réplica perfecta del que habíamos compartido mi padre, mi madre y yo; los mismos muebles, los mismos sillones con el mismo tapizado distribuidos exactamente igual, y hasta los mismos cuadros, los mismos platos de porcelana y las mismas esculturas de yeso.
De vuelta en casa, esa noche me dediqué con malévolo placer a desordenar los muebles y a revolver las cosas en los estantes. Mi madre seguía perpleja mis movimientos, pero no le dije nada de mi visita a la casa y cenamos en silencio.
De pronto recordé la vez que, siendo un niño, rompí el jarrón chino que flanqueaba el diván. El enojo de mi padre al saber del accidente me había parecido desproporcionado. Ahora podía entenderlo. Podía incluso imaginarlo al día siguiente, destruyendo a conciencia el jarrón igual, sólo para conservar la simetría con su otro hogar.
Caso del reloj
En un pequeño pueblo de Guatemala hay un extraño reloj de arena. No mide ni medio metro de altura y ocupa el centro de una plaza colonial, presidida por una iglesia del siglo xviii. La alcaldía ha contratado a cuatro hombres para que mantengan aseado el reloj –atracción principal en cien kilómetros a la redonda– y para que lo den vuelta sin tardanza toda vez que se haya agotado. Esto último no es simple dado que la arena nunca cae a igual velocidad por el cuello: en ocasiones se toma diez minutos, en otras demora hasta cuatro o cinco horas, sin que haya entre cada vaciarse ninguna clase de secuencia lógica. Sin embargo, si se observa con cuidado, se verá que los guardianes siempre acaban dándolo vuelta veinticuatro veces por día, ni una más ni una menos, como si cada periodo establecido por la arena equivaliera, para el reloj misterioso, a cada una de las horas que conforman un día.
La última mujer
Ella sentía tanto pudor que evitaba desvestirse en su presencia. Un pudor desmedido, observó él. Un pudor que ocultaba, se diría, algún misterio. Por fin le dio la espalda, se quitó la blusa y volteó enseñándole unos senos puntiagudos, aunque cruzando los brazos a la altura del abdomen. «¿Ves?», le dijo sin mirarlo. «Ningún hombre vio antes esto», y le mostró en consecuencia su asombroso cuerpo sin ombligo.
«Cuando nací –contó–, no hizo falta cortar el cordón umbilical. Tiraron de él y mi ombligo se arrancó, limpio y entero, del vientre. Mi padre me puso Eva, como la primera mujer que, al nacer de la costilla de Adán, también carecía de un ombligo. Mi madre se sobresaltó y, en un arranque de superstición, exclamó que si la primera mujer había nacido sin ombligo, ahora yo podía ser muy bien la última. Los médicos rieron de buena gana; aun así, hasta que en el ala contraria no nació la siguiente