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El rey lombriz
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Libro electrónico236 páginas2 horas

El rey lombriz

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Información de este libro electrónico

El Rey Lombriz es la historia de Buny, un discapacitado psíquico de cuarenta y dos años que vive con su madre, la señora Teresa, en un barrio marginal de ninguna parte cuya variada fauna urbana representa a los abandonados de la sociedad y, entre los cuales, destacan tres:
-Besi, una joven prostituta, protectora y amiga inseparable de Buny desde que lo conociera en el colegio público donde ambos intentaban sobrevivir. Una amistad a prueba de golpes, a pesar de las oposiciones de la mamá de Buny.
-El Señor-Señora, un transexual amigo de Besi, que es odiado y ultrajado por sus vecinos.
-Y la mujer calva, apodo por el que es conocida la solitaria Matilde, una enferma de cáncer terminal reconvertida a médium y vidente.
Un giro en su cotidiana vida de barrio hace que estas cuatro personalidades tan diferentes emprenda un viaje hacia su destino.

El Rey Lombriz surge primero como guion de cine y, finalmente, ve la luz como una novela de ficción poco corriente.
IdiomaEspañol
Editorialenxebre books
Fecha de lanzamiento22 abr 2015
ISBN9788415782759
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    El rey lombriz - Sonia Escolano

    El Rey Lombriz

    Sonia Escolano

    Título: El rey lombriz

    Diseño de la portada: Sadrac González

    Primera edición: Abril, 2015

    © 2015, Sonia Escolano

    © 2015, Sadrac González

    Derechos de edición en castellano reservados para todo el mundo:

    © 2015, Enxebrebooks, S.L

    Campo do Forno, 7 – 15703, Santiago de Compostela, A Coruña

    www.descubrebooks.com

    ISBN: 978-84-15782-75-9

    Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de la propiedad intelectual.

    A mi abuela, que fue y que todavía sigue siendo.

    A mi madre, que me ha hecho parir a Buny.

    A mi tía, que nunca se cansó de mí.

    A Sadrac, que vive en mis entrañas.

    A Amparo, que me sacó de las otras entrañas.

    A Paco, que sabe quererme.

    A Buny, cada día a Buny por hablar poco y escuchar mucho.

    Indice

    Primera parte

    EL CAMBIO I

    BUNY

    BESI

    EL SEÑOR GALLINA

    EL SEÑOR–SEÑORA

    LA MUJER CALVA

    LAILA

    SALUD MENTAL

    LA FIESTA DE CUMPLEAÑOS

    EL HOMBRE DE LA MALETA DE COCODRILO

    PEPE, EL GOLONDRINA

    UN FAVOR MUY ESPECIAL

    FAUSTINO

    Segunda parte

    EL CAMBIO II

    LOS HOMBRES DE TRAJE BLANCO

    FORD ROJO 1980

    EL INCÓMODO PASAJERO

    PIRRI

    LA VISITA

    QUINIENTOS

    MATILDE

    BUNY PIERDE EL CONTROL OTRA VEZ

    EN EL MALETERO

    SIRENAS

    Primera parte

    EL CAMBIO I

    —¿Sabes bailar?

    —Qué idiota eres.

    —Contesta, ¿sabes bailar?

    —¿Después de veinte años me lo preguntas? Es increíble.

    —Quiero sacarte a bailar.

    —Tú estás loco.

    —¡Ojalá lo hubiera estado antes!

    —Déjame, que voy a preparar la cena.

    —No, espera.

    —Oye, ¿otra vez vienes bebido? ¿Otra vez?

    —No, no he vuelto a beber desde hace una semana, ni lo pienso hacer más.

    —No te acerques.

    —No, por favor, no temas. Te prometo que no he bebido.

    —¿Has tomado otra cosa?

    —No, por Dios, no me he tomado nada. Entiendo que no me creas, pero juro que te digo la verdad.

    —¿Qué te pasa entonces?

    —Solo quiero saber si sabes bailar, o si te gusta, y si quieres cojo el coche y nos vamos a bailar toda la noche.

    —¿Y ahora por qué te interesan tanto esos planes?

    —¿Cuántos años tenemos?

    —¿Qué?

    —¿Qué cuántos años tenemos?

    —Tú vienes borracho.

    —No joder, ya te he dicho que no. Tienes treinta y seis años y yo treinta y ocho, no quiero que acabes siendo vieja y yo haberte dado una vida de mierda. No digas nada, sé muy bien el infierno que has pasado conmigo.

    —Me gusta la música… de esos bares americanos con sombreros y chicas que sirven el café en un recipiente transparente.

    —Eso es un bar country.

    —Sí, country.

    —¿Dónde podemos comprar un sombrero para mí?

    —¿Para ti?

    —Claro, tengo que ir de vaquero ¿no?

    —Bueno... sí.

    —Pues lo primero es conseguir uno.

    —¿Tienes a otra mujer?

    —¿Qué?

    —Que si tienes a otra mujer

    —En absoluto. Eso es una gilipollez.

    —Entonces, ¿qué coño pasa? ¿Por qué estás así de raro?

    —No lo sé. Quizá sea por algo que vi. La semana pasada.

    —¿Qué viste?

    —Vi algo que me hizo pensar en muchas cosas.

    —Dime, ¿qué viste?

    —No sé cómo explicarlo, solo sé que iba borracho como siempre y no quise beber más.

    —¿Dónde era?

    —En la calle. Había un montón de gente alrededor de un portal; sacaban a alguien muerto. No sé si era un hombre o una mujer pero por la mano parecía más bien una mujer. Una mujer gorda. Entonces lo vi; era un hombre algo más mayor que yo. Creo que era subnormal por su cara, la tenía chata, y por el modo en el que miraba a aquella mujer muerta… una cara tan…

    —¿Tan qué?

    —Tan triste y a la vez tan calmada. Tan llena y tan vacía. Era como un pájaro que se acababa de caer del nido y veía el mundo por primera vez.

    —Está bien. ¿De qué color quieres el sombrero?

    —¿Estaré ridículo con él?

    —No, tonto, parecerás un auténtico vaquero.

    BUNY

    Imaginemos que el mundo no es redondo. Imaginemos que tiene forma de lombriz, una lombriz larga y húmeda, casi siseante. En cada anilla estarían situados los países y cerca de su diminuta cabeza habría un pequeño océano.

    Estas cosas siempre las mascullaba Buny calle abajo, hiciera una espesa lluvia o el más helado de los vientos. Siempre caminaba pensando en el mundo con forma de lombriz. Se imaginaba a sí mismo vestido con un traje, como esos que veía en las películas o el que se ponía cuando acompañaba a su mamá al banco a sacar el dinero que daban a Buny todos los meses, pero las corbatas no eran para el verano y tenía que contentarse con los enormes tirantes negros que su mamá había comprado en el mercado, de goma elástica para sujetarle bien sus gigantescos pantalones de deporte.

    Buny jamás se ataba los cordones de sus voluptuosas zapatillas; ya había aprendido que si se caía, siempre tendría que levantarse. Se cambiaba de ropa porque su madre se enfadaba mucho si no, aunque no podía evitar el rastro de manchas de aceite en los pantalones o mermelada en las camisas.

    La nariz de Buny era chata, sus ojos rasgados y su boca diminuta, pero perfecta para poder sonreír. Tenía el pelo corto y negro, pesaba más de cien kilos y sus dedos carecían casi de uñas. Como se dice, Buny tenía cara de buena persona. Y lo era. Una vez se encontró una tortuga al lado de un árbol. Tenía el caparazón pintado con spray rojo y azul. Buny la cogió y la llevó a casa, y entre él y su madre consiguieron quitarle la pintura. Tutes se quedó con ellos muchos años, hasta que se secó y dejó el caparazón solo.

    Además Buny era un gran pensador, de pocas palabras como el serlo requería. La mayoría de transeúntes ya lo conocían, al igual que a su madre: la gran señora Teresa. Especialmente las mujeres que salían de la peluquería con esos moños extravagantes que tanta gracia le hacían a Buny, y que siempre se acercaban hasta la ventana donde la gran señora Teresa asomaba su enorme cara rosada por las rejillas oxidadas para cuchichear con ellas.

    La señora Teresa de joven había sido prostituta y, en sus años de gloria, madama de un club. En aquellos momentos de su vida nadie le dijo que tendría un hijo subnormal. No podía ni imaginarlo; pensaba en dejar ese trabajo, en irse de ese barrio para siempre. Tomaba medicación por una esquizofrenia pasajera. Ella tenía un Imu. Y lo veía casi todos los días en sitios donde nadie más lo podía ver. Si montaba en el autobús, el Imu se sentaba a su lado, la miraba y le preguntaba cómo estaba. Después el Imu se bajaba una parada antes que ella. Si en el club entraban hombres para beber una copa con las chicas, el Imu estaba sentado al final de la barra tomando un cóctel. Si estaba viendo la televisión, el Imu la veía con ella. Imu era de color negro y muy delgado. Cuando la señora Teresa dejó de fornicar con los clientes, el Imu se fue para siempre y ella pudo dejar de tomar la medicación. Fue entonces cuando conoció al desgraciado de su marido. Era un camionero analfabeto aunque con bastantes dientes en la boca. Pronto le puso el anillo en el dedo y pronto tuvieron a Buny.

    Cuando nació hubo una gran tormenta donde llovieron gusanos y lagartijas. Las calles, las aceras y las paredes se llenaron de ellas y trepaban por los coches y por las piernas de las niñas de falda corta. Buny nació estrangulado con el cordón umbilical, no podía casi respirar y tardó largo tiempo antes de emitir el primer llanto por venir a este mundo. Sus ojos se abrieron y vieron el blanco inmaculado de la sala de partos, y la luz que emergía de los neones blancos penetró entre sus pupilas y su boca. Pesó cinco kilos. Un médico con los guantes manchados de sangre le dio el bebé a la señora Teresa y otro médico de bata blanca le explicó que su hijo era especial, con todo lo que conllevaría serlo.

    Buny empezó a caminar con cuatro años y a caerse con dos. Nunca aprendió a escribir más allá de su nombre y solo sabía dibujar algo parecido a un árbol y una nube; eso sí, de diferentes colores.

    —Mi Buny no es tonto —decía su madre—. Es un poco más lento que los demás, pero no es tonto.

    No aprendió a hablar hasta casi los cinco años, pero aprendió a amar muy rápidamente. Podía amar a una simple flor que estaba sola en la calle y que nadie se detenía a observar. De cien personas que pasaran junto a ella, solo una podía detenerse a observar su belleza, y ese era Buny.

    BESI

    Con quince años Buny tuvo su primera experiencia con la muerte. La primera de varias. Fue en la clase de natación del colegio. Un niño con la cara llena de pecas y escaso de dientes, al cual se le escapaba la saliva entre la comisura de los labios, fue a buscar a Buny a los vestuarios con dos niños más: uno obeso con un apretado bañador y otro pelirrojo con el pelo de punta. Buny se duchaba en agua fría porque no sabía cómo utilizar el agua caliente y estaba tiritando.

    —Buny, ven, que queremoz enseñarte algo —dijo el niño escupiendo gotitas de saliva.

    Sin decir nada, siguió a aquellos, muy probablemente, pequeños hijos de puta, hasta donde estaba la piscina. El agua era de un azul metálico y no había nadie.

    Tienez que coger la pelota —le ordenó el niño cogiendo una pelota y tirándola al agua.

    —No —negó Buny. Y se quedó mirándolos sin más.

    Tienez que buscarla o me chivaré al profesor —amenazó el niño sonriendo.

    —Miedo —dijo Buny.

    ¡Erez un cobardica, cobardica, cobardica! —empezó a cantar el niño. Y el resto de niños se unieron a él.

    —Buny va —dijo tirándose al agua sin pensarlo dos veces.

    En el momento que se lanzó al agua, los niños salieron corriendo hacia los vestuarios y lo dejaron completamente solo. Buny no sabía nadar y comenzó a mover los brazos y las piernas como podía. Poco a poco empezó a cansarse y a hundirse más y más, y su corazón iba muy rápido. Se ahogaba. La cabeza ya estaba casi bajo el agua y podía escuchar los mismos sonidos que había debajo de la bañera de su casa. Buny pensó en ballenas durante un instante y después se terminó de hundir. Entre los sonidos de ballenas, sintió que algo caía cerca de él y luego notó que le tocaba; una pequeña mano lo agarró y tiró. Una niña se había tirado al agua con la ropa puesta, lo cogió por los hombros apoyando su enorme espalda contra su diminuto pecho y empezó a mover sus pies con gran esfuerzo. Avanzaba poco a poco, pero avanzaba. Llegó al borde de la piscina y colocó las manos de Buny en el bordillo, salió del agua con un salto y le dio la mano para que subiera trepando al bordillo. Al salir del agua, Buny vomitó y la niña le dio unas palmadas en la espalda.

    —Hola, Buny, ¿te encuentras mejor? —preguntó la niña.

    —Buny mal —dijo vomitando de nuevo.

    —Me llamo Besi y quiero ser tu amiga —se presentó con una sonrisa.

    Buny la miró unos instantes y vio lo más hermoso que había visto en su vida: a Besi. Ella estaba ahí, sonriéndole mientras las gotas de agua le resbalaban por las mejillas hasta llegar a la arquitectura de su barbilla. Su pelo estaba empapado en una coleta y, al hablar, se le veían dos paletas de conejo un poco entreabiertas. Buny la observaba desde el suelo mientras pensaba que era como el hada rubia que adornaba sus sábanas, pues era tan menuda que al lado de Buny parecía Campanilla. Besi hacía que todo desapareciera a su alrededor y quedara borroso en perfectas manchas de colores.

    —¿Cuántos años tienes? —preguntó Besi.

    —Quince —dijo Buny.

    —Yo tengo siete —dijo ensanchando la sonrisa aún más.

    Buny sonrió por primera vez y le acarició la mejilla izquierda.

    —Acompáñame, Buny —dijo poniéndose en pie y proponiéndole la mano. Buny cogió la mano y se puso de pie torpemente—. Espérame aquí, Buny, no te muevas de aquí. ¿Entendido? —preguntó Besi con un tono autoritario, a lo que el chico respondió con un asentimiento de cabeza.

    Besi corrió hasta la salida de la piscina. Buny agachó la cabeza y comenzó a observarse los pies y el modo en que un poco de agua se había quedado atrapada entre los huecos de sus dedos, hasta que Besi apareció de nuevo con una bolsa blanca de plástico en la mano.

    —Buny, vente conmigo.

    Siguió a Besi hasta los vestuarios masculinos. Varios niños se quejaron de su presencia, a los que ella contestó haciéndoles un

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