Otra vez amantes
Por Sharon Kendrick
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Lisi era consciente de que su pequeño necesitaba un padre desesperadamente, pero ella no podía afrontar tener que compartir la custodia con Philip. La solución que él ofrecía era que ella y el niño se fueran a vivir a su casa... ¿Lo hacía solo para estar con su hijo o acaso quería que Lisi fuera su amante una vez más?
Sharon Kendrick
Sharon Kendrick started story-telling at the age of eleven and has never stopped. She likes to write fast-paced, feel-good romances with heroes who are so sexy they’ll make your toes curl! She lives in the beautiful city of Winchester – where she can see the cathedral from her window (when standing on tip-toe!). She has two children, Celia and Patrick and her passions include music, books, cooking and eating – and drifting into daydreams while working out new plots.
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Otra vez amantes - Sharon Kendrick
Editado por Harlequin Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Sharon Kendrick
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Otra vez amantes, n.º 1336 - agosto 2014
Título original: The Mistress’s Child
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4657-9
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Sumário
Portadilla
Créditos
Sumário
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
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Capítulo 1
Cuando Philip entró en la oficina, todos los sueños y las pesadillas de Lisi se hicieron realidad. Se sintió mareada y enferma, pero supuso que solo era un efecto de la repentina aceleración de su pulso.
Hasta aquel instante el día había sido perfecto; era su última tarde de trabajo antes de las vacaciones de Navidad. Había estado pensando en los arreglos de la fiesta de cumpleaños de Tim, que se celebraba al día siguiente, y preguntándose como todo el mundo cuándo dejaría de nevar.
Observó los elegantes y duros rasgos del recién llegado, y sus dedos, hasta entonces ocupados en el teclado del ordenador, se quedaron quietos. Todo en ella se detuvo; su corazón, su cuerpo y su alma. Durante un largo e inacabable momento sus miradas se encontraron y Lisi pensó en la posibilidad de decir algo, pero era incapaz de pronunciar palabra alguna.
Philip seguía tan devastador como siempre, pero estaba más delgado y el elegante abrigo que llevaba no ocultaba su dura musculatura.
El instinto le decía que debía levantarse y preguntar qué estaba haciendo allí, cómo se atrevía a aparecer después de haberle roto el corazón, pero se jugaba demasiado y sabía que no podía permitirse el lujo de escuchar la voz de su instinto.
—Hola, Philip —dijo al final, con más tranquilidad de la que sentía.
El sonido de su voz baja y rasgada sorprendió a Philip y hundió todas sus defensas. La maldijo y recordó sus suaves y blancas piernas cerradas alrededor de su cuerpo, mientras él entraba más y más dentro de ella, incapaz de poder controlarse.
Se sintió como si acabara de volver a la vida. Había pasado años en un vacío emocional y físico, pero Lisi había conseguido destrozar su helada indiferencia con el sencillo acto de pronunciar su nombre. La boca de Philip, normalmente sensual y exuberante, aparecía ahora fina y seria.
—Vaya, por un momento he pensado que no te acordarías de mí —bromeó él.
Lisi pensó que se habría acordado de él incluso estando muerta, aunque no hubiera tenido una prueba, viva, que le recordaba a Philip todos los días. Se mantuvo impasible, pero en realidad estudió con intensidad cada uno de los detalles de su cara, buscando alguna similitud con su hijo. Sin embargo, no las encontró. Philip era de piel ligeramente morena, a diferencia de Tim, y los ojos azules del chico palidecían ante el maravilloso color esmeralda de su padre.
Al pensar en Tim, su corazón se aceleró. La aparición de Philip era tan extraña que temió que lo supiera. Pero no podía saberlo, no debía saberlo.
—Por supuesto que te recuerdo —afirmó, con tanta calma como pudo—. Siempre recuerdo...
—¿A todos los hombres con los que te acuestas? —la interrumpió.
Lisi se ruborizó, indignada por el comentario, y tuvo que hacer un esfuerzo para no recordarle que aquello estaba completamente fuera de lugar, que de hecho él no había querido acostarse con ella. Pero no quería hablar de su relación pasada, así que decidió cambiar de tema y averiguar, de una vez por todas, lo que pretendía.
—No. Iba a decir que siempre recuerdo a los clientes de esta empresa, sobre todo si están tan relacionados con ella como tú lo estuviste. Hicimos un gran negocio contigo, señor Caprice. Vendimos muchas propiedades gracias a ti.
Philip se sorprendió un poco al observar que recordaba su apellido, aunque no sabía si debía sentirse halagado por ello. Hasta entonces sospechaba que solamente había sido un hombre más en la larga lista de hombres de Lisi y en consecuencia creía que no se acordaría de un detalle así. Pero por otra parte, se dijo que él mismo la había recordado, día tras día, durante los años transcurridos. Había intentando olvidarla, sin éxito, y pensó que había llegado el momento de poner fin a aquella situación.
La observó con atención. El paso del tiempo no parecía haberla afectado, y mucho menos a su cara, la más bella que había contemplado jamás. No se maquillaba, y eso le daba un aire de pureza que contrastaba abiertamente con un innata sensualidad.
Sus ojos azules, almendrados y como de sirena, seguían adornados por unas enormes pestañas tan oscuras como su cabello negro, de color ébano. Philip pensó que parecía una bruja, una tan tentadora y con un cuerpo tan hermoso que cualquier hombre la habría confundido con el paraíso. Llevaba puesta una falda y una blusa de cuello alto sin demasiado estilo, como si no quisiera llamar la atención, pero bastó que se inclinara hacia atrás para que su vista se clavara en sus inolvidables senos, que parecían ligeramente más grandes, y en su estrecha cintura.
Lisi deseó que no la mirara de aquel modo. Recordó la atracción que había sentido por él y el posterior rechazo. Le habría gustado decirle que se marchara, pero no era hombre al que se pudiera presionar; si quería quitárselo de encima, tendría que actuar de otro modo.
—¿Y bien? ¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó ella.
—¿Eso es una oferta? Suena irresistible.
—Gracias.
—¿Le dices eso a todos los hombres?
—La mayoría son lo suficientemente maduros como para saber lo que quiere decir esa frase —respondió, con frialdad—. ¿Estás interesado en comprar alguna propiedad?
—Deja esa actitud tan seria conmigo, Lisi. Tenemos una relación muy cercana y no viene a cuento.
—Tuvimos una relación muy cercana —corrigió ella.
Philip miró a su alrededor. En una de las esquinas del despacho había un árbol de Navidad. Lo disgustaba aquella época; era demasiado comercial, y además aquellas iban a ser sus primeras Navidades en Inglaterra en mucho tiempo. Había estado viviendo en Oriente Medio y justo entonces se dio cuenta de que la lejanía le había servido como defensa para no pensar en las cosas que lo disgustaban. Y las Navidades le recordaban el remordimiento, el deseo, el dolor, la pérdida.
Miró las manos de Lisi y notó que no llevaba anillo de casada. Naturalmente, aquello no significaba en absoluto que no estuviera viviendo o saliendo con alguien, pero en cualquier caso eso no habría evitado que hiciera lo que pretendía hacer.
Se sentó en una butaca, al otro lado del escritorio de la mujer, y volvió a observarla. Por el gesto de su boca, supo que todavía lo deseaba. A pesar de todo, lo deseaba.
—Debo confesarte que me sorprende que sigas trabajando aquí —afirmó.
—Resulta que me