Libro electrónico162 páginas3 horas
Noche tras noche
Por Kristin Gabriel
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¿Cómo podría descubrir lo que ocultaba si lo único en lo que podía pensar era en divertirse junto a ella?
Cuando Mia accedió a sustituir a su amiga en un estudio sobre el sueño, no pensó que acabaría compartiendo cama con un hombre como Nate Cafferty. Pero su vida era demasiado complicada como para enredarse con un tipo tan sexy que hacía que Mia olvidara hasta su nombre. Lo que podría ser un tremendo error...
El detective privado Nate Cafferty esperaba que participar en aquel estudio científico le daría la oportunidad de acercarse a aquella misteriosa mujer que no era quien decía ser. Pero parecía que no podía concentrarse en nada que no fuera el seductor cuerpo que tenía al lado...
Cuando Mia accedió a sustituir a su amiga en un estudio sobre el sueño, no pensó que acabaría compartiendo cama con un hombre como Nate Cafferty. Pero su vida era demasiado complicada como para enredarse con un tipo tan sexy que hacía que Mia olvidara hasta su nombre. Lo que podría ser un tremendo error...
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Noche tras noche - Kristin Gabriel
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Kristin Eckhardt. Todos los derechos reservados.
NOCHE TRAS NOCHE, Nº 1388 - junio 2012
Título original: Night After Night…
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0159-2
Editor responsable: Luis Pugni
Conversion ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Capítulo Uno
Mia Maldonado supo que había problemas en cuanto oyó «Blue suede shoes» sonando a todo volumen. Elvis siempre implicaba que había una crisis en ciernes.
Entró en la casa, de estilo Tudor que había alquilado un año antes, con la esperanza de que el lujoso barrio de Filadelfia atrajese a clientes ricos.
Había funcionado, hasta que se hizo novia del mejor carpintero de su empresa. Tenía la mala costumbre de perderse por hombres como Ian Brock. Hombres que estaban tan guapos con unos vaqueros ajustados que hacía caso omiso al resto de sus genes: esos que los llevaban a mentir, engañar… y a robarle la cordura.
Cuando vivía en Chicago, le habían roto el corazón tantas veces que lo había donado a uno de los hospitales de la ciudad, en nombre de todos sus errores. Errores como Bryan, Andrew, Jeff, Wyatt y Justin. Después se había trasladado a Filadelfia, para empezar desde cero.
Pero Ian era la prueba de que aún no había aprendido la lección. Había abandonado a Mia tres meses antes, robándole el corazón y la mayoría de los clientes. Se había jurado que sería su último error romántico. En el futuro haría caso a su cabeza, no a sus hormonas.
Por suerte, contaba con su mejor amiga, Carleen Wimmer. Se habían conocido un año antes en un pase matinal de Lo que el viento se llevó. Eras las dos únicas espectadoras y terminaron compartiendo palomitas y quejándose de que ya no había hombres como Clark Gable. Después de la película, Mia le ofreció a Carleen trabajo como asistente suya.
Decidieron unir sus limitados recursos y Carleen se trasladó a la casa. Eran almas gemelas y compartían la pasión por las películas antiguas, la comida tailandesa y los mercadillos al aire libre. La naturaleza cauta y amable de Carleen era el complemento perfecto a la impulsividad de Mia.
Pero pronto perdería a su compañera de piso. Carleen iba a casarse al mes siguiente con Tobias Hamilton, un hombre de sangre azul cuyos ancestros se remontaban a la llegada del Mayflower. No parecía importarle que su prometida hubiera crecido en un remolque en vez de en Park Avenue.
Mia se alegraba por Carleen, aunque Tobias era un poco insulso. Quizá eso fuera bueno: los hombres insulsos no se liaban con cualquier jovencita mona, no rompían corazones. Ella no era quien para criticar la vida amorosa de nadie, la suya acababa de terminar en desastre. Sólo esperaba que no fuera contagioso.
El salón, que hacía las funciones de despacho para su negocio de diseño de interiores, estaba vacío. También era mala señal. Fue a bajar el volumen de la música y vio envoltorios de chocolatinas sobre el escritorio. Chocolate y Elvis. Eso era serio. Carleen seguía una dieta estricta para poder ponerse el vestido de novia de época que habían utilizado generaciones de mujeres Hamilton.
Dejó el abrigo y el bolso y fue a buscarla. Carleen estaba sentada en la cocina, inclinada sobre un enorme envase de helado de chocolate y almendras. Faltaba más de la mitad.
–¿Qué ocurre? –preguntó Mia, sin más preámbulos.
–Lo he estropeado todo –Carleen alzó la cabeza. Tenía manchas de máscara alrededor de los ojos verdes.
–No puede ser tan malo –Mia sacó una cucharilla del cajón y se sentó frente a ella.
–Oh, sí –Carleen siguió con el helado–. Se acabó.
–¿Qué se acabó?
–La boda. Tu negocio. Mi vida –suspiró Carleen.
–Bueno, empieza desde el principio –Mia tiró del envase de helado, intentando no dejarse llevar por el pánico–. ¿Qué ha ocurrido?
–Toby se ha ido –Carleen se apartó un mechón rubio de la mejilla húmeda–. Ahora mismo está en un avión, camino de Alemania.
–¿Por qué?
–Porque su madre me odia. Sólo me ha visto una vez, pero me odia. Beatrice Hamilton no me considera lo bastante buena para casarme con su único hijo.
–Un momento –intervino Mia–. ¿Estás diciendo que su madre lo ha enviado a Alemania?
–No, pero está detrás de todo. A Toby siempre le ha fascinado el mundo del espectáculo. Hace poco su madre le presentó a un guionista, y ahora Toby va a producir su película. Van a rodar en Fráncfort, estará allí tres semanas.
–Pero volverá a tiempo para la boda, ¿no?
–Eso espero –Carleen agarró de nuevo el helado–. En serio, Mia, esa mujer está empeñada en separarnos. Intenté decírselo a Toby cuando lo llevé al aeropuerto, pero acabamos peleándonos. No quiso escucharme. Está muy molesto por lo de Harlan.
–Eh, un momento. ¿Quién es Harlan?
–Debería haberte explicado eso antes –Carleen soltó un suspiro–. Harlan Longo. El millonario al que le gusta hacer de científico.
–Sí –Mia la miró, confusa–, ¿qué pasa con él?
–Me apunté a su estudio sobre el sueño, para salvar Reformas Mia. Paga tres mil dólares por participar; el otro día dijiste que el negocio se iría a pique, si no hacíamos publicidad.
–¿Te apuntaste para ayudarme?
–Es lo menos que podía hacer. Nunca podré pagarte todo lo que has hecho por mí. Darme trabajo, aceptarme en tu casa cuando no tenía dónde ir –Carleen sonrió–. Eres la hermana que nunca tuve.
–Somos amigas, Carleen –Mia tragó saliva, emocionada–. No me debes nada.
–Pues considéralo un regalo de despedida –repuso Carleen–. Toby quiere que nos traslademos a Hollywood. Me sentía fatal por dejarte con todas esas facturas sin pagar. Tenía que hacer algo.
–No te preocupes por mí. Estaré bien –dijo Mia, comprendiendo cuánto iba a echar de menos a su amiga.
–Mira, el negocio no va bien. Cada vez que hago las cuentas hay más números rojos. Por eso, cuando recibí la invitación de Harlan para participar en el estudio, me pareció la solución perfecta.
–Harlan Longo no es científico de verdad, ¿no?
–No, pero es muy rico –Carleen lamió su cuchara–. Lo suficiente para que la gente lo llame excéntrico en vez de loco. Puede permitirse gastar dinero en experimentos sobre el sueño. He oído decir que incluso ha montado un laboratorio. Se supone que voy allí esta noche. Pero…
–Pero… –animó Mia.
–Toby cree que Harlan Longo está desequilibrado y no quiere que vaya –suspiró Carleen–. Se enfadó mucho. Lo malo es que ya he utilizado el dinero de Harlan para pagar una campaña publicitaria en la radio –la miró a los ojos–. Quería darte una sorpresa.
–Oh, Carleen –Mia pensó que nadie había hecho algo tan desinteresado por ella.
Sus padres le habían enseñado el valor del trabajo, pero no entendían que quisiera crear su propio negocio. Nunca lo habían dicho en voz alta, pero sabía que contaban con que fracasara. Esa posibilidad se acercaba de forma alarmante.
–Si le molesta tanto, quizá no deberías hacerlo –la publicidad podía salvar su negocio, pero Mia no quería que fuese a costa de la relación de su amiga con Toby.
–Pero el dinero…
–Ya encontraré un modo de arreglarlo –dijo Mia, aunque sabía que no conseguiría otro préstamo.
–Ian Brock es quien debería arreglarlo –barbotó Carleen–. Se llevó todos tus clientes cuando se fue a trabajar para esa empresa de decoración.
–No debí enamorarme de un hombre que trabajaba para mí –Mia movió la cabeza–. Sobre todo, sabiendo que es uno de los mejores carpinteros de Filadelfia.
–Es verdad que hace maravillas con esas manos –admitió Carleen.
–Créeme, lo sé –los recuerdos inundaron su mente–. Pero tengo que dejar de pensar en él y concentrarme en buscar clientes. No puedo permitir que mi vida personal interfiera con mi negocio. Y tú no puedes permitirte poner el negocio por encima de Toby.
–No sé qué haré si lo pierdo –lloriqueó Carleen.
–No vas a perderlo –le aseguró Mia. En ese momento se le ocurrió una solución obvia–. ¿Por qué no te sustituyo yo esta noche?
–¿Qué? –Carleen parpadeó.
–Participaré en tu lugar. Tampoco tengo mucho más que hacer. Además, como has utilizado el dinero para el negocio, es lo más justo.
–Pero Harlan Longo espera que vaya yo. He rellenado un cuestionario y he firmado un contrato. No sé cómo reaccionará si me retiro en el último minuto.
–Dudo que le importe –dijo Mia–. Esos proyectos de investigación no son más que un pasatiempo para él. Nadie se los toma en serio.
–Yo no estoy tan segura –protestó Carleen–. Él se los toma muy en serio. Al menos, me dio esa impresión cuando hablamos por teléfono la semana pasada.
–Entonces simularé que soy tú –improvisó Mia–. No se dará cuenta.
–No puedo pedirte que hagas eso –los ojos de Carleen brillaron con esperanza e inseguridad.
–No me lo estás pidiendo –replicó Mia, animada–. Me ofrezco voluntaria. No le enviaste una foto, ¿verdad? Yo soy morena y tú rubia. Notaría la diferencia.
–No envié fotos –Carleen pensó un momento–. De hecho, no me pidió ninguna descripción física. La mayoría de las preguntas del formulario eran sobre mis hábitos de sueño. A qué hora me acuesto, cuánto tiempo duermo, cosas así.
–Tendrás que resumirme tus respuestas –Mia tapó el envase de helado–, por si me pregunta algo.
–¿De veras crees que funcionará?
–Claro –Mia estaba entusiasmada. Sustituir a su mejor amiga podía ser la distracción perfecta para dejar de pensar en Ian–. Sólo tengo que dormir allí, ¿no?
–Eso es –confirmó Carleen–. Por lo que sé, Harlan quiere estudiar el efecto de distintos entornos en los patrones del sueño. Por ejemplo, la diferencia entre dormir en una habitación cálida o una fría, o con las luces encendidas en lugar de apagadas.
–Suena bastante fácil.
–Tienes que llevar tu pijama favorito –aconsejó Carleen–, y tu propia almohada. Harlan dejó claro que quiere que los participantes estén cómodos.
–¿Eso es todo?
–Creo que sí –Carleen se encogió de hombros–. El contrato estaba lleno de cosas legales, así que lo leí por encima. Seguro que te dará más detalles cuando llegues.
–Voy a preparar la bolsa –dijo Mia.
–Estoy deseando llamar a Toby para hacer las paces –Carleen se levantó de la silla–. ¿Seguro que no te importa sustituirme?
–Llámame Carleen a partir de ahora –sonrió Mia.
–Esa Carleen Wimmer es problemática –Nate Cafferty le dio una carpeta a su cliente y
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