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La época de los grandes descubrimientos
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La época de los grandes descubrimientos

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eBook Interactivo. Al mismo tiempo que los europeos luchaban entre sí denodadamente y realizaban las mejores obras artísticas de su historia, se lanzaban al mar dispuestos a desarrollar su economía de forma industrial y marítima, descubriendo los confines del Atlántico, del Índico y del Pacífico para establecer allí su poder económico y militar. El resultado, como no podía ser otro, fue el gran desarrollo comercial de sus países al mismo tiempo que un continuo enfrentamiento bélico por predominar en aquellas zonas unos contra otros. Estos resultados negativos se vieron compensados históricamente por la posibilidad de extender su arte y su cultura a los cinco continentes.
IdiomaEspañol
EditorialHiares
Fecha de lanzamiento1 feb 2015
ISBN9788416014095
La época de los grandes descubrimientos

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    La época de los grandes descubrimientos - Ernesto Ballesteros Arranz

    CIRCUNSTANCIAS QUE RODEAN LOS DESCUBRIMIENTOS

    Es difícil explicarse todos los motivos de los descubrimientos del siglo XVI. Entre ellos debemos destacar el celo religioso y el afán de lucro. Hasta el siglo XII, tanto en España como en Portugal, había sido posible aumentar los medios de fortuna venciendo moros y apoderándose de sus tierras. Pero a partir del siglo XIII, la mayor parte de las tierras estaban ocupadas y no había medio de seguir conquistando terreno. La conquista y colonización de las Madeiras y de las Canarias son una consecuencia de esta circunstancia. En estas islas los españoles y los portugueses encontraron las tierras que ya no encontraban en la Península.

    El comercio de especias, sedas, marfil, etc. era una ocupación rentable que había dado origen a muchas fortunas. La única vía de comercio de estos artículos era el Mediterráneo, y éste se encontraba en manos de los italianos, que impedían cualquier tráfico a los demás europeos. El único producto explotable que podía conseguirse en el Atlántico era el pescado, ocupación que, si no rentaba grandes beneficios, producía hábiles y arriesgados marinos. Los portugueses y los vascos se internaban profundamente en el Atlántico buscando pesca abundante y variada. El atractivo del Atlántico era tanto mayor cuanto que las leyendas medievales ocupaban la imaginación de los marineros portugueses y españoles con tesoros escondidos, riquezas ignotas y depósitos de perlas y piedras preciosas. Pero ese atractivo se veía refrenado por las leyendas sobre los monstruos terroríficos que poblaban el Océano (FIG. 1).

    A la condición bélica y proselitista de los pueblos peninsulares, que llevaban varios siglos de lucha contra el infiel, y a la necesidad de comerciar con Oriente (bloqueado prácticamente por los italianos) se suma en el siglo XV un nuevo acicate. Los mismos italianos ven obstaculizado su comercio con Oriente cuando los turcos se apoderan de Constantinopla. Los artículos llegan en muy escasa cantidad y no bastan para satisfacer el pequeño mercado del lujo europeo. Los príncipes y nobles, que eran los que compraban esos artículos, sienten cada vez más necesidad de las sedas, especias, alfombras, perlas, piedras preciosas, etc…, y aumentan su cotización a precios astronómicos. Esta subida del precio de los artículos hace más apetecible la aventura del mar. Los italianos luchan diplomáticamente y por las armas para tener caminos abiertos hacia Asia, pero estos caminos no resultan practicables más que en períodos cortos e intermitentes. El comercio oriental se puso difícil incluso para los italianos. La invasión turca no sólo había yugulado las relaciones comerciales con Oriente, sino también las culturales. Europa había sido fecundada por el Islam, en su papel de difusor de la cultura helenística y alejandrina. Europa sentía, por ello, añoranza por mantener un paso abierto hacia Oriente. No podía prescindir de los contactos culturales que había mantenido durante varios siglos con los árabes.

    Por otra parte, los habitantes peninsulares, que durante varios siglos habían sostenido una tensión bélica y religiosa contra los musulmanes, no podían renunciar sin mayor motivo a una vida peligrosa y aventurera. Solían dedicarse a la ganadería trashumante y seminómada, porque era la dedicación que mejor cuadraba con sus condiciones de vida. Estos ganaderos, habituados a la guerra, eran unos hombres perfectamente adaptados a cualquier tipo de conquista, gentes que preferían la vida difícil y siempre incierta de la lucha, a la vida sedentaria y sin ambiciones del labriego. Estos pastores formaron el mayor contingente

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