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Tan lejos de Dios
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Libro electrónico99 páginas1 hora

Tan lejos de Dios

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Información de este libro electrónico

Tan lejos de Dios aborda, desde la claridad expositiva, el complejo mundo de las relaciones humanas y los sentimientos: cómo nos afecta el otro e incide en nuestra vida.

Dieciséis relatos donde la brillantez de la narración contrasta con la dura realidad de los comportamientos humanos. Roxana Popelka, en su segundo libro de relatos, cree en las palabras y en el tipo de verdad que representan.
IdiomaEspañol
EditorialBaile del Sol
Fecha de lanzamiento14 sept 2015
ISBN9788416320028
Tan lejos de Dios

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    Tan lejos de Dios - Roxana Popelka

    COCTEAU Y OTROS INCOMPRENDIDOS

    Era finales de Febrero. Un mes de un frío intenso, de heladas nocturnas, de muchos grados bajo cero. Andrés se había vuelto a despertar a las tres de la madrugada por Javier, su hijo de seis meses que abría los ojos justo a esa hora y no los volvía a cerrar hasta las cinco, por lo menos. Una tortura pensaba Andrés. Lo sé, aunque es mi propio hijo no deja de ser una tortura.

    Hacía cuatro años que se había casado con Paula. Precisamente en ese instante dormía plácidamente en la habitación de al lado. Habían decidido hacer turnos de una semana por Javier, que era un llorón. Turnos flexibles, tan flexibles que a Paula casi nunca le tocaba dormir en la misma habitación que su hijo. Siempre daba una excusa, la que fuera: la cabeza, la regla, el trabajo, el cansancio acumulado, el estrés. Paula siempre se salía con la suya y Andrés cedía. Andrés cedía porque había perdido la capacidad de discernir entre lo normal y lo anormal, entre lo bueno y lo malo, entre el sol y las precipitaciones débiles. Así que se despertaba a las tres de la madrugada y no volvía a pegar ojo. Javier lloraba. Lloraba y pataleaba en su cuna de plástico azul, regalo de su abuela materna, que a esas horas debía de estar viendo la televisión metida en algún canal de pago.

    Andrés se levanta y trata de calmar al niño. Lo coge y lo mece despacio. Javier mira a su padre como diciendo: ah, bien, eres tú, y se queda tan tranquilo en sus brazos hasta que se duerme. Es entonces cuando Andrés lo mete nuevamente en la cuna, lo tapa y va a la cocina a por un vaso de agua. No puede conciliar el sueño, así que decide tomar una copa de Jack Daniels sentado en el sofá del salón.

    Andrés es poeta y traductor. Traduce del castellano al inglés y viceversa. Últimamente no recibe muchos encargos de traducciones y Paula le culpa por malgastar el tiempo haciendo poesías sin rima que nadie aprecia en un mundo cada vez más cadencioso. Trata de que no le influyan los comentarios hirientes de Paula, pero le afectan. Sabe que Paula es una pelagatos, que no es nadie aunque se crea muy lista por tener una carrera superior y haber finalizado un máster en administración de empresas. Administración de empresas piensa Andrés, que en ese momento saca un libro de la estantería de siete baldas color haya de 203 x 80 x 34 cm. La estantería cuenta con un sistema de fijación invisible y, al elegirla, Andrés y Paula pudieron escoger entre el color peral, wengué o color haya. Al final se decantaron por el haya.

    Andrés saca de la estantería de siete baldas un libro de Jean Cocteau titulado Oda a Picasso, poema de 1917. Abre una página al azar y lee:

    se

    pasea

    sobre el asfalto

    tan dulce

    a las 7 horas 1/2

    de Septiembre

    al borde

    de los grandes cafés

    a la tinta

    donde los ángeles

    escriben sus cartas

    alrededor

    de árboles de Navidad

    después

    os deja en libertad

    y consulta

    el grado de obediencia.

    A continuación se queda pensativo en el sofá recostado sobre un almohadón, con la copa de whisky en una mano y el libro de Cocteau en la otra. Esta noche quiere olvidar que tiene una esposa que duerme en otra habitación y un niño llorón de solo seis meses. Le gustaría emborracharse, le gustaría desaparecer de todo ese embrollo en el que está metido, aunque no sabe cómo. Tiene miedo. Ahora apoya el codo en el reposabrazos del sofá. Cambia de postura y se lleva las manos a la cabeza como diciendo: qué hago yo aquí.

    Paula se despereza. Mira su reloj esférico Newfeel de la mesilla de noche. Son las siete de la mañana. Antes de levantarse de la cama piensa qué ropa se pondrá hoy. Tiene que estar presentable, un evento importante, mucha gente que viene de lejos. Vienen de Toulouse, Francia, y de la región de Bretaña. Intercambio de opiniones sobre arte contemporáneo. Visten ropas caras, se nota. Son modernos, se nota. Los hombres de negro y zapatos de punta; la moda actual. Ellas, con el pelo naranja o rubio, corto o largo, también a la última. Con el bolso en bandolera, trenzas postizas que caen sobre la cintura, y faldas de Sybila o de otro modisto más famoso aún. Paula piensa que su armario no está a la altura de las circunstancias y manda rápidamente a la canguro que le planche una camisa blanca de Zara. Se la pondrá con un chaleco de Armani. La canguro plancha a toda prisa a las órdenes de Paula, que es dura y no le pasa ni una arruga.

    La canguro se desquita de Paula y de otras mandonas como ella a base de pastillas de colores y de alcohol, de mucho alcohol.

    Los fines de semana la canguro y sus amigas van a fiestas donde todo el mundo se pone hasta el culo de drogas y Gin Tonic’s. Y los dueños de las casas donde se celebran las fiestas cierran las habitaciones con llave para que los invitados no entren y les de por meterse mano o follar, subidos a las camas desvencijadas. En esas fiestas uno puede ver de todo; gente sudando la gota gorda o hablando de estupideces ininteligibles porque la música está muy alta, gente sentada en los sillones mirando hacia el infinito, gente que cambia la música y pone sus propios compactos, gente que baila sin ritmo, o con ritmo aunque ensayado de otras fiestas.

    La canguro de Paula y Andrés se llama Bárbara y mientras plancha la ropa minúscula de Javier escucha canciones de Mercromina, La Costa Brava y de la excéntrica Kikí d'akí en su Mp3. Le gustaría haber estudiado una carrera universitaria, Derecho, por ejemplo, pero se atascó con las matemáticas de 4º de la ESO y dejó de estudiar. Algunas de sus amigas son licenciadas en Económicas, Historia del Arte, o Filología Inglesa, pero no acaban de encontrar un empleo acorde con sus estudios y se dedican a cuidar niños, como Bárbara, o a ser cajeras de hipermercado. Otras se han marchado a Madrid y viven en pisos compartidos con tres o cuatro estudiantes, todos de distinta nacionalidad. A veces, cuando se juntan, hablan de lo jodido que está el trabajo, de todo lo que han estudiado para nada, de los madrugones, de las estúpidas entrevistas con los directores de recursos humanos de empresas punteras, que las miran directamente a las piernas y les preguntan a bocajarro: tú, qué sueldo crees que te mereces, o si piensan quedarse preñadas en los próximos tres meses, y cosas así. Y cuando Bárbara queda con sus amigas, no solo hablan de la carestía de la vida o de la vivienda, también hablan de los tíos que han conocido y de los polvos que han echado con esos tíos, que no

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