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Tortugas acuáticas
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Libro electrónico85 páginas1 hora

Tortugas acuáticas

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Dentro de lo que últimamente se ha venido a denominar Nuevo Realismo, la voz de Roxana Popelka se revela como una de las más lúcidas e intensas de la actualidad, profunda, incisiva y salvaje, al tiempo que nítida y tierna. Tortugas acuáticas, su primer libro de cuentos, disecciona con una inusual madurez el entramado de la pretendida sociedad de bienestar en que vivimos, sus miserias latentes, sus mentiras y servidumbres, sus trampas, su automatización, sus consecuencias anímicas y sus secuelas. Las relaciones de pareja, los problemas de comunicación, los fracasos sentimentales, el trabajo, los hijos, el paso del tiempo, la convivencia y los sueños rotos son los hilos conductores de este magnífico conjunto de relatos que la autora reúne por primera vez en formato de libro, tras varias (brillantes) incursiones en el campo de la poesía, la pintura, la fotografía y el diseño gráfico. Diversidad de doctrinas que cristalizan en una prosa cortante y áspera, a veces irónica y otras tierna, siempre reflexiva, rica en matices y tonos, tan corrosiva y desoladora como el propio tiempo en que vivimos. Una voz femenina sorprendente y reveladora, imprescindible dentro del panorama actual de la nueva narrativa española.
IdiomaEspañol
EditorialBaile del Sol
Fecha de lanzamiento4 abr 2015
ISBN9788416320011
Tortugas acuáticas

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    Tortugas acuáticas - Roxana Popelka

    15 GRADOS, EL AGUA ESTÁ MUY FRÍA

    Tengo 11 años y estoy esperando a mi madre. Estoy subida al sofá mirando por la ventana; muchos árboles, muchos eucaliptos que aplastan con sus raíces las de otros árboles. Es verano, son las 11:30 de la mañana y hay mucha gente de camino hacia la playa. Por ahí veo pasar a una madre con sus dos hijas cargada con una sombrilla y un capazo a rebosar lleno de toallas, de juguetes; rastrillos, palas, cubos, muñecas calvas, gafas de bucear y aletas. El verano es así; llevar objetos divertidos de un lado para otro, para no aburrirse no vaya a ser que entre el maldito tedio, sofocante. Las niñas van con sus cubos, dos cubos idénticos, del mismo color, de color verde aceituna y llevan una pamela espantosa de color rosa que hace juego con sus sandalias. Se les ven los dedos a las niñas, por las sandalias. No me gustan las sandalias abiertas porque los dedos de los pies son feos, demasiados dedos, yo quitaría dos por lo menos.

    Deben ser gemelas bivitelinas o mellizas monocigóticas, ¿qué más da? Su madre tiene prisa y las azuza. Ellas van despacio, primero un pie y después el otro, hablando entre sí, jugando con los rastrillos y el cubo, doblan la esquina del edificio y las pierdo de vista.

    Vivo al lado de la playa, pero nunca voy por las mañanas, el agua está muy fría, 15 grados según el servicio informativo de megafonía que también informa de la hora: «son las 12:00 de la mañana, hora facilitada por relojería Quarzo, donde lo mismo es más barato». Aunque lo que verdaderamente me incomoda de las mañanas es la gente. En su mayoría gente engreída, bastante soberbia, endiosada, fanfarrona y presumida, especialmente engreída. Muchos alquilan una caseta durante toda la temporada de verano, son casetas multicolores de rayas verticales u horizontales o monocromas, restos decimonónicos, reliquias a conservar por el alcalde (o alcaldesa), el concejal de turismo y los habitantes de la ciudad que tratan de revivir un tiempo pasado y no quieren perderlo y también que no se adaptan a los nuevos tiempos, sobre todo porque no entienden qué significa la palabra Contemporáneo, creen que se refiere a un nuevo tipo de planta carnívora que crece en estos parajes verdes y naturales. En las casetas se desvisten familias enteras; la madre, la hija, el hijo, la tía que es hermana de la madre, la abuela con artrosis y el bastón que se pierde en la arena fina y suave. Las amigas de la hija mayor que lleva aparato para sus dientes escalonados y sucios, pero es una niña bien y quiere seguir siéndolo, así que tendrá que usar aparato en sus dientes, dentro de un año se lo quitará, justo cuando le venga la regla y entonces le dolerán los ovarios y tomará Ibuprofeno una vez al mes, para los dolores, y ella estará orgullosa de tener la regla, de ser una mujer, de pensar en ser madre algún día no muy lejano, y mientras se cambia en la caseta de la playa, mientras se quita el vestido sin mangas rojo y amarillo y se pone el bañador marca Famosa, está pensando, seguro, me apuesto lo que sea a que está pensando si hoy vendrá a la playa Borja Somolinos, un niño bien de una familia bien procedente de la capital, de Madrid, porque aquí en provincias somos gilipollas, no somos nadie y encima somos castaños oscuros como esos salvajes indígenas de El Dorado, además aquí no hay auténtica burguesía, tenemos que importarla, y vienen a veranear y alquilan chalets cerca del club de tenis y vienen con sus chachas, y las chachas traen consigo el uniforme completo y saben abrir la puerta y atender al teléfono a la perfección: «¿de parte de quién, por favor?, no, no está, se ha ido a la peluquería y al tinte, volverá a las dos menos cuarto». Y las chachas están tan integradas en las familias bien que hasta votan Falange española y hasta tienen la banderita de España colgando del jersey de los domingos, y de misa, porque todas las niñas bien y sus padres, sus padres no que se quedan fuera de la iglesia esperando mientras toman el vermut y miran de reojo a la camarera que está muy buena. Pero los demás, o sea, la madre, la hija mayor, la mediana y el hijo van a la iglesia de San Julián o de San Pedro, que son las más chic de la ciudad porque si no vas a misa no te ven y luego no existes, además el cura te pone falta y luego no te empareja con un niño bien de apellido compuesto.

    En la playa, la gente bien que va por las mañanas, aunque el agua está muy fría, llega con sus ropas de marca y lo invade todo, invaden la escalera 15 y la 14, y parte de la escalera 13. Las niñas bien sesean, si no seseas te echan del club y te mandan a un colegio público y mixto donde hay piojos y tienen que echarte ZZ por toda la cabeza para matarlos, y tienes que estar tres días en casa con el ZZ puesto y no puedes salir a la calle porque tienes ZZ en el pelo y está pegajoso y ya no sabes qué hacer en casa durante tres días, te aburres tanto que revuelves los cajones y encuentras cosas que no se deben encontrar como camisones de tu madre muy cortos y muy abiertos o sujetadores demasiado finos, pero me callo y no digo nada, no pregunto nada y me lo imagino todo.

    Las madres de las niñas bien se desvisten en las casetas y a los 5 minutos aparecen con un bañador estampado que les cubre una barriga fofa, como a punto de estallar y se tiran en la toalla toda la mañana y se echan crema Nivea, la extienden por todo el cuerpo. Las madres no tienen

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