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Invasores de Marte - Las aventuras de Joaquim y Eduardo
Invasores de Marte - Las aventuras de Joaquim y Eduardo
Invasores de Marte - Las aventuras de Joaquim y Eduardo
Libro electrónico493 páginas5 horas

Invasores de Marte - Las aventuras de Joaquim y Eduardo

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Joaquim es un chiquillo pecoso de 11 años que no se conforma con ser un niño normal y, en compañía del amigo, Eduardo, se mete a investigar casos extraños e indescifrables. 

Los invasores de Marte es la primera parte de esta saga, que comenzó en 1969 durante el régimen militar. Joaquim está convencido de que los marcianos preparar una invasión de la Tierra. Ahora queda por convencer a Eduardo y el resto de la pandilla de amigos de la escuela para desenmascarar el malvado plan de los extraterrestres. Pero esto no es una tarea fácil. En la búsqueda de pruebas de la presencia de extraterrestres en nuestro planeta, los chicos van a venir a través de los enemigos sin escrúpulos y traicioneros. Lo peor de todo: sargento Gomes, personificación de la violencia, el representante de la represión de los años de la dictadura, dispuesto a hacer cualquier cosa para capturar a los dos pequeños héroes, que él etiqueta como terroristas peligrosos. Pero el sargento tonto y sus hombres no saben que, los niños utilizarán toda su creatividad, travesuras y armas secretas, para llegar a la cima y ganar todos los desafíos.  En medio de las turbulencias de la época,  Joaquim y Eduardo van a contar con la ayuda de sus amigos Carlos, Bruno y Eloy, que, como ellos, viven los últimos años de su infancia, rodeado de fantasía y aventura. Inspirado por autores como Juan Carlos Marino (El genio del crimen) y en la serie de libros de “Firefly Collection”, Las aventuras de Joaquín y Eduardo traerá de vuelta a los jóvenes lectores, el placer de la investigación y la deducción, con una trama que va una época en que no existían los teléfonos celulares, a pensar en computadoras personales era ciencia ficción y, por diversión, era suficiente para salir de casa para reunirse con amigos y jugar a la pelota, andar en bicicleta o... Meterse en problemas!

Pero no se equivoquen: esto no es un libro sólo para niños. Los adultos también podrán divertirse y recordar los días de la infancia, donde todo era una gran aventura, y siempre había un misterio que descifrar en cada esquina.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento19 ago 2016
ISBN9781507107379
Invasores de Marte - Las aventuras de Joaquim y Eduardo

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    Invasores de Marte - Las aventuras de Joaquim y Eduardo - Michael Ruman

    Se lo dedico a mis marcianos favoritos

    Eliana Sérgio Fabio Castelli

    Brummel Clinton Vanessa Ronald Célia

    Anna Sarah Gabriel Daniel Oomny Danny Logan Nado Lizbeth Natalia

    Bernardete Valquíria Roberto Suraia Samantha Cris

    Ana Felippe Teresa Luizinho Betinha  Blanche Clair Antonio Ana Terezinha Flavia

    a los amigos del Colegio Meninópolis

    ––––––––

    Agradecimientos futurísticos

    Carolina

    ––––––––

    Lucharon contra los marcianos con valentía

    Michel Adélia Antonio Maria Cristina Rosa Jonas Eva Corina Eugeny Madalena

    Agradecimiento especial, espacial y artístico

    Bruno de André

    ––––––––

    Para

    Hazel

    Antonio Luiza

    Alice Ana Alex

    Lucia Ligia

    Prólogo

    Me llamo Joaquim, tengo 11 años de edad y la historia que voy a contar es real.

    Sucedió el último domingo. No tenía nada que hacer, entonces decidí ir hasta el lago, que queda cerca del internado en el que estudio. Mis amigos y yo siempre nos encontramos allí los fines de semana, quiero decir, cuando no hace mucho frío ni llueve. Solemos nadar durante mucho rato y, cuando nos cansamos, vamos a explorar el bosque que queda del otro lado de la orilla y se extiende hasta la ladera de la montaña. En esa época del año, el lugar queda prácticamente vacío y las personas sólo aparecen para hacer picnics, pasar el tiempo o simplemente andar de un lado a otro. Meterse en el agua helada es para quedar como un témpano. ¡Confieso que, a veces, hasta me gusta tirarme al lago, solo por diversión, para sentir el cuerpo casi congelado, y entonces salir y gritar como un loco! Pero voy a tener problemas serios, en caso de que mi madre descubra mi chiquillada y, créanme, tiene un sexto, séptimo y un octavo sentido para saber que mentí o hice alguna travesura. Te vas a resfriar, dice. ¡Si eso sucediera, te voy a castigar! ¡Aj! ¿Desde cuando el agua fría hace que la gente se resfrié, eh? ¡Los adultos tienen cada cosa! De cualquier modo, aquel día no tenía intención de mojar ni siquiera los tobillos. Para huir del tedio, un simple paseo de ida y vuelta al lago sería suficiente. Tenía la esperanza de encontrar algún amigo que, como yo, estuviera allí por azar. Podíamos jugar a la pita, al escondite o jugar con la pelota.

    Espere. No apareció nadie. ¡Los bobos debían estar encogidos en su camas, cubiertos hasta el cuello, tiritando de frío! ¡Allá ellos, voy a jugar solo!

    Después de correr de un lado para otro, buscando tesoros perdidos debajo de las piedras y cavar trincheras para defenderme de los piratas, me cansé y me apoyé en un árbol para releer Un Capitán de quince años, uno de mis libros preferidos de Julio Verne . Aunque sé como termina la historia, siempre me divierto con las aventuras de Ricardo Sand, que, con apenas 15 años, se vio obligado a mandar un navío llamado Pilgrim, después de haber muerto el capitán. Estaba casi en la mitad, cuando oí un ruido extraño, un zumbido continúo, seguido de un batacazo muy fuerte. Salí de mi refugio y miré a mi alrededor, intentando localizar la fuente de aquel ruido, cuando noté una luz rojiza en el medio del bosque. Agarré inmediatamente mi mochila y corrí para el otro lado de la orilla, después, anduve más de 100 metros hasta alcanzar el claro, en la mitad del camino que conduce a la ladera de la montaña. Ese lugar lo utilizan mucho los grupos de jóvenes que van a acampar, e imaginé que podría haber sucedido algún accidente, como una bombona de gas que explotó y cosas así, que explicarían el estruendo y el destello. No había nadie, y mi teoría se desmontó.

    Pensé, pensé y pensé un poco más... Encontré otra explicación: una avioneta fuera de ruta ¡Eso mismo! La neblina densa que se forma en esa época del año confundió al piloto, que dio vueltas y más vueltas, acabó sin combustible y necesitó hacer un aterrizaje de emergencia. Siendo de ese modo, decidí que sería mejor buscar, localizar los destrozos y ayudar a los supervivientes.

    Atravesé el claro hasta la otra parte del bosque y anduve alrededor de unos 30 o 40 metros, cuando sentí que alguien me observaba.

    Me detuve, miré para los lados y sentí escalofríos cuando oí pasos.

    — ¿Quién está ahí? — pregunté, sin que nadie me respondiera.

    Silencio.

    Mi reacción fue una mezcla de alivio y aprehensión. No haber obtenido una respuesta no significaba necesariamente estar solo, ¿verdad? ¡Si yo fuese el piloto del avión accidentado, seguramente, daría señales de vida, por otro lado, un animal a la espera de su presa, no!

    ¡Brrrrr!

    No soy un cobarde, por eso, avancé. Como ya había caminado tanto, no me costaba nada seguir un poco más y descubrir lo que ocasionó aquel sonido y luz tan extraños.

    Mereció la pena ser insistente. Cuando estaba cerca de la ladera, avisté tres hombres en una actitud sospechosa. Al aproximarme, noté que cargaban un objeto metálico, un cilindro reluciente, de un metro y algo de longitud. Estaban parados en frente de la ladera y, a no ser que tuviesen la intención de escalar, no tenían para donde ir.  Me escondí detrás de un arbusto, por si diesen media vuelta para retomar el camino del claro. No fue lo que hicieron. Uno de ellos, que tenía los cabellos blancos, fue hasta una piedra muy grande y redondeada, dio la vuelta y movió una cosa que hizo que se abriese en la pared un agujero, enfrente de él. Entonces metieron el cilindro en el interior de la montaña. Movido por la curiosidad, fui detrás. Aunque el túnel fuese estrecho y oscuro, decidí no encender ninguna linterna para no llamar la atención, por eso, procuré tener cuidado encogiéndome para no resbalar y lastimarme, perderme en algún laberinto , o peor... Pisar alguna cucaracha. ¡Odió las cucarachas! Están cubiertas de una cáscara rellena de moco asqueroso, que se esparce por el suelo cuando la pisas.

    ¡Aj!

    ¡No vi ninguna, es verdad, pero sólo pensar en la posibilidad de que una de ellas subiera por mi pierna, aj! Para no correr riesgos, seguí caminando usando la táctica de andar por lugares oscuros donde pueda haber cucarachas: a cada paso, levantaba bien la pierna , después la otra, y así avanzaba, como si fuese un soldado ruso desfilando. Eso hizo que perdiera terreno, pero después apreté el paso y conseguí alcanzarlos. Por poco no me descubren: cuando doble una curva, me tropecé con el trío... Más bien con la espalda de ellos. No me vieron porque examinaban una pared de piedra que cerraba el camino. Era una dificultad insuperable. Cuando pensé que iban a desistir, el hombre de cabellos blancos sacó un pequeño objeto negro del bolsillo del sobretodo y lo encajó en una abertura de la pared. En un abrir y cerrar de ojos, se abrió un nuevo pasaje, y prosiguieron. Dejé que se alejaran y me escurrí por la abertura, que daba a una gran caverna. Mientras buscaba un lugar seguro para esconderme, los tres llevaron el cilindro hasta una plataforma de granito y la colocaron sobre ella. Hecho esto, abrieron una maleta y de ella sacaron varios cables coloreados. Estiraban y conectaban uno a uno, en la carcasa del objeto. A medida que mis ojos se acostumbraban a la débil luz, mi atención se volvió hacia el lugar increíble en el que me encontraba. Quedé admirado por las enormes estatuas dispuestas por toda la extensión de las paredes, formando un semicírculo en torno a la plataforma donde los hombres trabajaban.

    ¡Brrrrr!

    Me entró un escalofrió por todo el cuerpo. Los ojos de aquellas gigantes de piedra estaban vueltos hacia el centro, como si vigilasen el lugar y supiesen todo lo que sucedía por allí. Una mirada fija y aterradora. Su ropaje era similar al que usan los sacerdotes que ví en las ilustraciones de los libros de Historia. ¿Serian fenicios? Nuestro profesor nos contó que estuvieron en la región hace muchos, muchos años. Este podría ser uno de sus templos, pensé. Un pensamiento ruin vino a mi cabeza: ¿a quién profana un lugar sagrado, no se le castiga por eso? Leí que muchos exploradores murieran misteriosamente después de invadir las pirámides y tumbas de los faraones. ¿Será que, al abrir el pasaje, algún virus mortal se liberó y fuimos condenados a morir lentamente? ¡Sólo me faltaba eso: ser envenenado por mi propia curiosidad! ¡Vaya, ya estaba viendo la bronca que me iba dar mi madre, en caso de que me pusiera enfermo! ¿Cómo explicar que la culpa no fue mía sino de ellos?  ¡Solo estaba espiando!

    Tardé un poco en quitarme eso de la cabeza y en concentrarme en la misión: investigar lo que aquellos sujetos estaban tramando. Mientras los otros dos movían los instrumentos que conectaran a los cables que hacía poco habían unido al cilindro, el hombre de cabellos blancos cogió un libro con la cubierta brillante y lo abrió. ¿Pero que demonio de libro era aquel?, pensé, que, en lugar de papel, ¿tenía una superficie iluminada en uno de los lados y teclas en el otro? No soy un burro, entonces percibí que se trataba de una linda y moderna máquina de escribir. Conforme tecleaba, surgían por el vidrio los textos más diversos, símbolos y diseños coloridos. ¡Quien me diera tener una de esas! ¿Remington, Hermes o Royal, cual de esas empresas habría adoptado una manzana como símbolo?

    Cuando terminó de usar la máquina, el hombre escribió algunas notas en un cuadernillo, después guardo todo dentro de la maleta y señaló a los otros. En pocos segundos, estaban preparados para marcharse. Abandoné mi escondite, disimuladamente, antes de que me viesen. Salí de la caverna, seguí por el túnel oscuro y, una vez fuera, pegué un salto hasta un arbusto, donde espere a que aparecieran los tres. Una vez más, el hombre de cabellos blancos dio una vuelta en la piedra y accionó el mecanismo que cerró el pasaje secreto. Después, abandonaron el lugar.

    Esperé un poco, para cerciorarme de que no volverían, entonces corrí hasta la piedra para buscar el botón o lo que hubiese utilizado. ¡Nada, mierda! ¿Cómo hizo aquello?

    Lo único que encontré fui un montón de cucarachas.

    ¡Aj! Deseaba tanto explorar aquel lugar fascinante, ¿pero cómo? Hasta intenté usar una rama para hacer palanca, pero no había ranuras en la pared.

    ¡Nada, nada!

    Pensé, pensé... ¡Coño, mil veces, coño! Aquel cilindro no me salía de la cabeza. ¡Era pesado, de eso estaba seguro! Vi el esfuerzo que hacían para cargarlo. ¿Será que en su interior había un tesoro? ¡Plata, oro, joyas! ¿Si fuera verdad, por qué no lo abrieron y listo? Sólo sé... ¿Cómo no pensé en eso antes? ¡Una bomba! ¿Será que encontraron una bomba de la Segunda Guerra e intentaban desarmarla? ¿O... Pretendían activarla para destruir alguna base secreta en Colombo? ¡Base secreta, una paranoia! Aquí no tienen nada que destruir, solo el internado. ¡Aaaah! No serán tan idiotas. Estaban interesados en lo que había dentro de aquel objeto plateado, estaba seguro de eso.

    ¿Pero el que?

    Pensé, pensé y pensé...

    Necesitaba obtener respuestas, pero ya empezaba a anochecer y existen cosas con las que hasta un explorador poco temeroso como yo tiene que preocuparse: llegar tarde a la cena es una de ellas. ¡Si eso sucediese, el bedel de la escuela iría a delatarme al director, que llamaría por teléfono a mi madre, que, en la primera oportunidad, me castigaría!

    ¡Grrrr! ¿Será que nadie entiende que los descubridores de misterios no pueden tener un horario tan rígido? ¡Tenemos derechos!

    Hummm... Me acordé del boletín. Tal vez fuese mejor olvidar los derechos de las grandes pioneros, por un tiempo. ¡Ese no fue un mes del cual me pueda enorgullecer, por culpa de aquella... De aquellas dos... Tres notas rojas!

    ¡Aj, boletín!

    No se podía hacer nada más, dí media-vuelta.

    En medio del camino, tuve más de una vez la sensación de que alguien me seguía. Por un instante, pensé que los hombres habían vuelto, pero cuando oí el gruñido descarté la posibilidad.

    ¡El tercer escalofrío de hoy! Calma, Joaquim. Necesitas disminuir el paso y respirar con tranquilidad, intenté convencerme. ¡Leí en algún lugar que a los depredadores les atrae el olor del miedo de las presas y, cuando eso sucede, saben que deben de atacar! ¡No sé si eso tiene el mismo olor, pero en mi caso irían a sentir una peste de miedo! Un paso detrás del otro. Mucha calma... Respiración suave... Lenta... Lenta... Muy suave, sin miedo, sin...

    El rugido del animal sanguinario provocó que saliera en desbandada. ¡Calma, joder! ¡A la hora de la verdad, no interesa lo que está escrito en los libros o lo que dice la gente... Hay que correr y no mirar hacia atrás!

    Finalmente cuando alcance el margen del lago, paré para tomar aliento. ¡Fue cuando surgió del medio del follaje la criatura más tremenda, horrible y asquerosa que había visto en toda mi vida! No era un ocelote ni un jaguar, tampoco se parecía a ningún animal conocido en esa región. ¡Tenía forma humana, pero su cuerpo era oscuro, con la piel verdosa, con escamas y cubierto de porquería amarillenta que parecía moco! Los ojos eran rojos y los dientes, como eran tan grandes, se salían de la mandíbula. Mi corazón se aceleró y mis piernas flaqueaban, pero sabía que necesitaba reunir fuerza y valor para huir o me haría añicos.

    Reculé.

    Retrocedí dos pasos. Avanzó lo mismo que yo. Miré para los lados, buscando una vía de escape, pero, antes de que intentase algo, saltó enfrente de mi y me cortó el camino. ¡Me dio a entender que estaba jugando conmigo, demostrando que era una presa fácil y que, cuando quisiera, me mataría! Después, sucedió lo más increíble: sonrío e hizo una seña con el dedo, para que me acercase.

    ¡Pueden llamarme loco, pero de la manera en la que me miraba, era como si me conociera! ¡Entonces abrió la boca y rugió... Una, dos, tres veces! Juro que oí mi nombre, Joaquim. Grité como un condenado y corrí lo más rápido que pude. Cogí la senda de tierra y sólo paré de correr cuando llegue al colegio, en cima de la montaña. ¡Pueden llamarme cobarde, pero va hacer falta tiempo hasta que tenga valor para volver al lago solo!

    Los mejores amigos

    Se arregla el pelo castaño-claro, frunció el ceño, rasca la punta de la nariz, se frota los ojos verdes, frota la oreja, balancea los pies de un lado para otro, retoca el pelo de nuevo y, finalmente:

    — ¡Jajajajaja! — se carcajea Eduardo.

    — ¿Qué pasó?

    — ¡Jajajajaja!

    — ¿No te gustó?

    — ¡Jajajajaja!

    — ¡Eh, deja de reír!

    — Disculpa, pero...

    — ¿No te gustó, no es eso?

    — No es eso.

    — ¡No te intriga!

    — ¿No crees que esa historia es un poco... inadecuada para usar como redacción?

    — Doña María Aparecida siempre incentiva la creatividad.

    — Lo sé, Joaquim. El problema es que el tema de la redacción era: Qué es lo más interesante que te pasó durante el fin de semana. ¡Fue eso lo que quisiste decir con inadecuada!

    — Eso fue lo más interesante que me sucedió durante el fin de semana, ein!

    — ¡Pero dices que fue un sueño!

    — Fue un sueño interesante que tuve el fin de semana. ¿Eso no cuenta?

    — ¡Jajajajaja!

    — ¡Oooooo!

    — Esta bien, disculpa. Es que pones una cara tan graciosa cuando...

    — ¡Oooooo!

    — Está biennnnnnnnnnnnnn, ya paro! — se recompone — Si lo quieres saber, me gustó lo que escribiste.

    — ¡Acabas de decir que no es una buena redacción!

    — Es que parece más- piensa- una historia de verdad, sabes?

    — ¿Uh?

    — Como un capítulo de un libro.

    — ¿Libro?

    — Eso. Bien podrías escribir el resto. ¡Una aventura con mucho misterio, monstruos y demás!

    — Na, ¡No se si tendría capacidad para eso, tengo problemas con las comas, puntos y comas y esas cosas!

    — ¡Hahaha!

    — Lo encuentras divertido porque para ti eso es fácil.

    — Tu madre es profesora, ¿por qué no le pides que te ayude?

    — ¿Clases particulares con mi madre, estás loco?

    — Sólo fue una sugerencia. Deberías pensar en eso, es una pena no aprovechar esas ideas.

    — Lo sé. Creo que nadie va a tomarse en serio lo que escriba un gracioso.

    — ¡Que va! Toma como ejemplo a Helena, ella solo es un poco mayor que nosotros y sus padres ya están pensando en buscar un editor para publicar su primer libro de cuentos.

    — Escribe bien, pero las historias son un poco aburridas, llenas de ñoñerias de niñas enamoradas, zapatitos rojos, caballos blancos y cosas de esas.

    — Ahhh, no es cierto.

    — Crees eso porque estás enamorado —  provoco.

    — ¿Qué dices?

    — ¿Se te nota en la cara, no?

    — Que va, yo sólo... — Niega con la cabeza.

    — ¿Sólo que?

    — Las personas son amigas, ein. ¿Será que no se puede ser amigo de una niña?

    — Se puede, claro que se puede. Pero como solo somos amigos, no se nos queda cara de bobos cada vez que ella se acerca.

    — ¡A mi no se me queda cara de bobo!

    — ¡Jajajajaja!

    — ¿Ey... Ya te he dicho que no estoy enamorado! Ganas de desviar el tema.

    — ¿Qué tema? Si es esa la idea de escribir un libro, ya he dicho que no soy bueno en eso.

    — ¿Como lo sabes, se no lo intentaste?

    — ¡Nunca me tiré de un precipicio y sé que no es bueno para la salud, jajajajaja!

    — ¡Qué listo!

    Eduardo se tira en la cama y mira fijamente para el techo, callado. En lo que se refiere a esto, guardo mi manuscrito en el cajón del escritorio, junto con tantos otros que ya escribí. Creo que tiene razón, no es el tipo de trabajo que doña Maria Aparecida espera recibir.

    — Y tú, ¿sobre que trata tu redacción?

    — Aún no la hice.

    — ¿No?

    — Quedé en blanco. ¡Sabes, mi fin de semana no fue tan apasionante como el tuyo!

    — ¡Jajajajaja! Como ya dije, fue solo un sueño.

    — Será. ¡Por lo menos, sueñas!

    — Bueno, la gente pasó un tiempo en el seno de su madre, ¡es verdad!

    — Siempre hacemos eso.

    — Huimos del cachorro.

    — ¡Grrrr, no quiero ni acordarme!

    — Robamos naranjas del vergel de la señora Titina.

    — Mi fin de semana fue divertido. ¡Mi amigo Joaquim y yo casi recibimos unos buenos escobazos de la señora Titina, todo por culpa de su obsesión enfermiza por las naranjas!

    — ¡Jajajajaja!

    — ¡Me lo pasé bien en el circo!

    — Odio el circo.

    — Puedes escribir sobre tu miedo a los payasos.

    — ¡Oooooo! ¿Quién dijo que tengo miedo? No me gustan, sólo eso. — Niega con la cabeza de nuevo.

    — Lo sé. Vi la expresión de su cara cuando aquel gordo se acercó a nosotros.

    — Está. — Me encaro — Vamos a suponer que tenga miedo... Escribir sobre eso es decretar una sentencia de muerte en la escuela, verdad?

    — Hummm. Tienes razón. ¿Ya has pensado lo que tu querida Helena va a pensar de ti?

    — ¡Oooooo! ¿Vas a parar?

    — ¿Quieres saber? A mi tampoco me gustan los payasos, son muy raros.

    — ¿Ves? ¿Por qué no escribes acerca de eso?

    — Puede ser. Antes, necesito un título de impacto.

    — ¡Mi vida de payaso!

    — ¡Graciosillo!

    — jejejeje.

    — Hummm... Los payasos astronautas, una historia de terror — empiezo mi narración con voz siniestra — En esa nueva redacción de Joaquim, doña María Aparecida y toda nuestra clase de primer curso de enseñanza secundaria conocieron a Zilomar, el payaso espía de otro planeta. ¡Su misión: contactar con los terráqueos y descubrir su punto débil, preparando el ataque de las fuerzas destructivas de su mundo sin gracia! ¿Qué tal?

    — ¡Jajajajaja!

    — ¿No?

    — ¡Jajajajaja!

    — No estás ayudando mucho, ¿sabes?

    — Ahhh... ¿Quieres saber? Mejor marcho para casa a ver si tengo alguna idea para esa redacción, si no quiero que me pongan una mala nota.

    — Cierto. Mañana nos vemos.

    — Ciao, Joaquim.

    — Ciao.

    Abro mi cuaderno y quedo mirando para la hoja en blanco.

    Odio a los payasos...

    Mi fin de semana fue vulgar

    No sucedió nada interesante. Fuimos al circo, por no haber otra cosa. Quería ir al cine, pero todas las películas que están en cartelera son para adultos.

    Solo quedaba el circo.

    Malabaristas, trapecistas y aquellos payasos peleándose y tirándose cosas el uno al otro.

    Tengo que admitir que los trapecistas hasta son divertidos, desafían a la muerte con aquellas acrobacias que realizan en lo alto, solo para entretenernos. Pero los payasos... Parece que están tristes.

    Uno de ellos se llamaba Raspadinha. El pobre recibió de todo el mundo: le dieron patadas en el culo, le echaron agua y tinta por encima, y le hicieron las mil y una perrerías. Si hiciese eso a un compañero, me expulsan del colegio y, como mínimo, me cae una bronca de mi madre. Pero en el circo pueden hacer lo que quieran con el Raspadinha. Después del espectáculo, va al camerino, se quita el maquillaje borrado y mira su imagen en el espejo sucio y roto. Entonces, llora.

    ¿Por qué las personas se ríen de esa violencia? ¿Y si un día Raspadinha decidiera vengarse, lo encontrarían gracioso? ¡Probablemente lo despidieran! Decepcionado, seguiría por la carretera desierta hasta la próxima ciudad, sin dinero ni nada para comer. Pediría empleo en otro circo y una vez más sería Raspadinha, el payaso, enseguida sería humillado a cambio de algunas sonrisas.

    Los payasos están tristes. ¡Mi fin de semana fue vulgar!

    Aula de doña María Aparecida

    Todos me miran. ¿Qué pasa, no os gusto? ¡Claro que no! Después de oír un montón de tonterías como: Qué educativa fue mi visita al Museo de Ipiranga, Mi fiesta de cumpleaños, Gané un cachorrito lindo... ¡Les obligué a tragarse mi visión cruel y devastadora sobre el mundo del circo!

    ¿Nada? ¿Nadie va a hacer ningún comentario? ¡Deja de morder la uña! ¡Deja de sonreír! Decid algo. Eh, doña María Aparecida, y usted? ¡No me decepcione, doña María Aparecida, es una de mis profesoras favoritas!

    ¡Triiiiiim!

    El timbre de fin de clase termina con la tortura silenciosa.

    — Niños... Quienes no hayan tenido tiempo de leer su redacción en clase, dejadla sobre la mesa para llevármelas para corregir. ¡La semana que viene os doy las notas a todos!

    Da la orden y espera. Parece que le divierte el corre-corre del los alumnos atropellándose para entregar los trabajos y después apretujarse en el umbral de la puerta, discutiendo para ver quién va ser el primero en salir de clase. Espero a que el tumulto baje. Miro donde está Helena, que tranquilamente ordena cuadernos y libros antes de colocarlos en el maletín. Siete pupitres atrás, está mi amigo, boquiabierto. ¡Ah, como me gustaría tener una cámara para inmortalizar ese momento! Después viene con esa historia de que no está coladito por ella. Sin ninguna prisa, Helena se acerca a la profesora, sonríe ampliamente y entrega tres hojas de papel de mano, sujetas por un lacito de envolver regalos.

    — Una lástima que la clase terminase, Helena. ¿La próxima vez serás una de las primeras en leer, ¿está bien?

    — ¡Sí maestra — responde la niña con altanería —, modestia aparte, me quedó muy bien! Pero comprendo, que nuestro tiempo es limitado.

    — Sí, Helena.

    Eduardo se abre paso y tímidamente coloca dos hojas sobre la mesa.

    — ¿Y tú, Eduardo, tu fin de semana también fue aburrido?

    Doña María Aparecida me mira directamente, con sus enormes ojos castaños, mientras espera la respuesta de mi amigo. Fue una indirecta. Seguramente, no quedó muy contenta con la crítica al mundo del circo.

    — Más o menos — se retrae — no sucedió nada interesante. Cosas normales.

    — Lo sé.

    Sin mucha prisa, la maestra más linda del mundo cierra la bolsa, pasa las manos por el pelo negro y liso, arregla el cuello de la blusa de seda y, para acabar, se ajusta la falda blanca con flores azules. Intento disimular, pero no soy capaz de dejar de admirarla. ¡Podría hacer eso durante horas, días, semanas seguidas! No duró mucho tiempo, ya que Helena se colocó entre la maestra y yo, reclamando la atención para si misma.

    — Me gustó la tuya, Joaquim — espeta —, sólo que no estoy de acuerdo en que los payasos sean personas tristes. ¡Traen tanta alegría a las personas!

    — Puf— respondo sin ganas de discutir el asunto.

    — ¿Y tú, Eduardo? — Helena sigue con el asunto.

    — ¿Qué pasa conmigo?

    — ¿No te gustan los payasos?

    Se encoge de hombros.

    — Bien , niños — doña María Aparecida nos interrumpe — ¡hasta luego!

    — ¡Hasta!

    — Ciao, ‘m'stra!

    — ¡Bueno, — Helena se despide —, nos vemos mañana!

    — Uh, Helena. — Eduardo corta el camino de la amada.

    — ¿Si?

    — Tú...

    — ¿Si?

    — Me gustaría saber si...

    — ¿El qué?

    — Me gustaría saber si tú...

    — ¡Eh, vosotros los tres!

    ¡Maldita sea! Cuando iba finalmente a desembuchar, de repente aparece Oswaldo, el hombre con el bigotito ridículo, el pelo embadurnado de Brylcreem y una indumentaria ceniza clara. ¡Oswaldo, el bedel, el chismoso, el perverso!

    — Está prohibido estar en el aula después de que acabe la clase- nos informa con su habitual impaciencia. — ¡Salid todos!

    — Ya estábamos...

    — ¡Ahora! — Insiste y apunta hacia el pasillo.

    ¡Salimos, bajo la mirada severa de Oswaldo, el chismoso!

    Ya en la calle, la curiosa Helena da más chance a su amigo.

    — ¿Qué es lo que me querías decir, Eduardo?

    — Nada importante, déjalo para después.

    — Vale, hasta mañana.

    — Hasta.

    Le da la espalda y va a encontrarse con sus amigas, Berenice e Lurdinha. Las niñas estaban de cháchara, sonriendo y molestando a los chicos mayores que pasaban.

    ¡Piiiii!

    Pedroso, el conductor del transporte escolar, pita.

    — ¡Marchemos, muleques!

    ¡Piiiii!

    El personal se sube sin prisa alguna, solo para provocar. Otros esperan a los padres. Poco a poco la acera de enfrente de la escuela se vacía.

    Un regalo para Helena

    — Burrrrroooooo!

    — ¡No molestes!

    — Burrrrroooooo!

    — ¡Ya dije que es la gota que colmó el vaso!

    — ¡Tardaste tanto en hablar con ella, que Oswaldo apareció y lo estropeó todo!

    — No pasa nada. ¡Era para tomar un sorbete un día de estos, no tiene prisa!

    — ¿Cómo? ¿Llevar a tu novieta para tomar un sorbete no es importante?

    — No, quise decir...

    — Burrrrroooooo!

    — ¡Oooooo!

    — ¿Sabías que celebra su cumpleaños la semana que viene?

    — ¿Y qué?

    — ¿Ya te invitó a la fiesta?

    — No.

    — ¿Ves?

    — ¿El que?

    — ¡No te invitó!

    — Si, fue lo que dije. — Eduardo saca un Dadinho del bolsillo, lo desenvuelve y lo mete entero en la boca.

    — ¿Si no te invitó, cómo vas a darle el regalo?

    — ¿Qué regalo?

    — ¡El qué vas a comprar, no!

    — ¡Jajajajaja!

    — Mira solo... Tú llévala a tomar un sorbete después de la escuela, entonces aprovecha y te invita. Sonríes, dices que compraste algo especial, exclusivo, solo para ella, sabes... ¡Entonces, se derrite y ya está!

    — ¿Ya está?

    — ¡Si te besa, ahí tú le cuentas que te gusta y empezáis a enamoraros!

    — ¿Fácil, no?

    — Uhum.

    — ¡Jajajajaja! Apuesto que hasta escogiste el regalo que le voy a dar, no es así?

    — Hummm... Flores?

    — No. es alérgica

    — ¿Chocolate?

    — No, engorda. ¡Tiene miedo a engordar!

    — ¿Un osito de peluche?

    — ¡Me niego a dar eso a nadie!

    — ¿Un libro?

    — Hummm...

    — ¿Hummm si o hummm no?

    — Hummm... — Se rasca la cabeza.

    — ¡Habla entonces!

    — Puede ser. Pero es necesario que se escoja bien, no puede ser ninguna porquería.

    — ¿Uno raro, que tal? Puedes darle la primera edición de un libro extraordinario!

    — ¿Estás mal? Estoy sin cuartos, ¿cómo voy a comprar una cosa cara de esas?

    — ¿Olvidaste que tu madre es dueña de una tienda de viejo? ¡Todo lo que tenemos que hacer es buscar!

    — Creo que tienes razón.

    — ¡Claro que la tengo!

    — ¡Pero no me invitó... quiero decir... a la fiesta!

    — ¡No importa! — Le doy una palmada en el hombro — Siempre hizo eso, todos los años, desde primaria. Esta vez no nos va a dejar fuera.

    — Siempre hay una primera vez.

    — ¡Oooooo! ¡que ganas de ser pesimista!

    — ¡Jejejeje!

    — Hazme caso, vas a acertar.

    — Ok, te hago caso.

    — Genial. ¿Vamos a hacer eso hoy mismo, después de la comida, quedamos?

    — ¡Quedamos!

    Nos despedimos. Entro en la casa de la izquierda y él en la de

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