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Leyenda Dorada: Mitos, Leyendas y Crimen, #1
Leyenda Dorada: Mitos, Leyendas y Crimen, #1
Leyenda Dorada: Mitos, Leyendas y Crimen, #1
Libro electrónico334 páginas5 horas

Leyenda Dorada: Mitos, Leyendas y Crimen, #1

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Si amas los thrillers históricos, esta novela te cortará el aliento desde el primer momento.

Una saga del siglo X narra la llegada de un náufrago Vikingo a una ciudad maya. Allí es aceptado como un avatar del dios Kukulkán y se casa con una princesa de la región.
Un hilo genético vincula a esos personajes brumosos con una joven arqueóloga mexicana en la época actual y a través de ella con los miembros de una expedición organizada para encontrar El Gran Paititi, legendaria ciudad perdida de los Incas en Sud América. Los mitos sobre civilizaciones perdidas son recurrentes en todas las culturas ya que ejercen una atracción romántica irresistible en el alma humana. La búsqueda se desarrolla al comienzo en la selva amazónica entre Perú y Brasil y luego en los bosques de tierras altas peruanas.
La expedición ha atraído la atención de personajes muy peligrosos liderados por un ex oficial de inteligencia soviético que están en busca del Paititi por sus riquezas con el fin de ponerlas al servicio de un proyecto de restauración de la potencia mundial.
Por último, un extraño grupo milenarista de supuestos descendientes de los Incas tiene la intención de expulsar a todos los extranjeros que contaminan su suelo sagrado y así preservarlo para el día de la resurrección del vasto Imperio.
Todos estos elementos interactúan en la novela logrando la creación de un suspenso sostenido hasta el clímax final.

Este libro es parte de la serie "Civilizaciones, mitos y crimen."

IdiomaEspañol
EditorialCedric Daurio
Fecha de lanzamiento25 oct 2014
ISBN9781502234612
Leyenda Dorada: Mitos, Leyendas y Crimen, #1
Autor

Cedric Daurio11

Cedric Daurio is the pen name a novelist uses for certain types of narrative, in general historical thrillers and novels of action and adventure.The author practiced his profession as a chemical engineer until 2005 and began his literary career thereafter. He has lived in New York for years and now resides in Miami . All his works are based on extensive research, his style is stripped, clear and direct, and he does not hesitate to tackle thorny issues.C. Daurio writes in Spanish and all his books have been translated into English, they are available in print editions and as digital books.

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    Leyenda Dorada - Cedric Daurio11

    Oscar Luis Rigiroli

    Copyright © 2014 por Oscar Luis Rigiroli

    Todos los derechos reservados. Ni este libro ni ninguna parte del mismo

    pueden ser reproducidos o usados en forma alguna sin el permiso expreso por escrito del editor excepto por el uso de breves citas en una reseña del libro.

    Publicado en 2014 en los Estados Unidos de América

    Se trata de una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, lugares, eventos e incidentes son o bien los productos de la imaginación del autor o se utilizan de una manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o eventos reales es pura coincidencia.

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Epílogo

    Del Autor

    Sobre el Autor

    Obras de O.L.Rigiroli

    Coordenadas del Autor

    CAPITULO 1

    LOS TRONCOS DE LA PRECARIA balsa crujían y se deslizaban entre sí al compás de las olas que se tornaban siempre más intensas, con picos cada vez más altos y valles  cada vez más profundos. Bjorn miró de reojo a las cuerdas del  extremo que oficiaba de proa, y constató con preocupación que estaban muy deterioradas por el efecto corrosivo del agua salada y  la acción mecánica de desgaste producida por los movimientos entre los maderos. No durarían más de unas pocas horas, y luego la balsa se disgregaría en la inmensidad del océano.

    La aventura había comenzado dos años antes en Islandia, de donde habían zarpado media docena de drakkars en la primavera boreal. Corría el año 1024, aunque en el universo cultural de  Bjorn la existencia de calendarios no estaba incluida.

    Habían navegado en primer término con rumbo a Groenlandia. Este era ya un trayecto habitual para los marinos vikingos, aunque para Bjorn era su primera experiencia en viajes oceánicos. Acostumbrado a los angostos valles y a los fiordos acantilados noruegos e islandeses, la vastedad de las planicies heladas de la inmensa isla le había asombrado. Esta fue la primera de las nuevas experiencias que iban a expandir el mundo del joven a niveles que podía siquiera sospechar.

    Luego de una estancia de un mes en Groenlandia, la partida escandinava se había nuevamente hecho a la mar rumbo al oeste, a las brumosas aguas del gran océano, tras la borrosa pista de Leif Ericsson y sus hombres, llegadas a su conocimiento a través de inciertas sagas.

    Luego de un borrascoso viaje, habían arribado a una playa cubierta por rocas planas, a la que identificaron con la Helluland descubierta años atrás por Leif, yermo pelado en el que permanecieron sólo lo suficiente para reparar los daños producidos por las tormentas en los drakkars. Helluland corresponde posiblemente a lo que hoy conocemos como Bahía de Baffin, en el extremo noroeste de Canadá.

    Zarparon luego con el propósito de llegar a Vinland, el sitio establecido por los noruegos en la costa de la moderna Newfoundland, quizás en L´Anse aux Meadows, y en el cual los colonos de esa nacionalidad habían permanecido por varias temporadas. Las continuas tormentas en un año particularmente inestable desde el punto de vista climático les empujaron aceleradamente hacia el Sur, a la vez que les impedían  aproximarse a las costas durante semanas completas, en las que padecieron hambre y sed. De las doce naves se perdieron dos, de las cuales no tuvieron más noticias. Otra de las pérdidas fue la orientación proporcionada por las narraciones de los viajes vikingos anteriores, que les habían servido de referencia hasta allí. Los síntomas del escorbuto, el temido mal de los marinos sin acceso a vegetales frescos, comenzó a hacer estragos entre la tripulación.

    Luego de innumerables días navegando en medio de tempestades que se alternaban con períodos de calma  en medio de una espesa bruma que les impedía orientarse, se levantó la niebla y consiguieron poner rumbo hacia el oeste, hasta que al cabo de un día y medio avistaron la costa. Esta estaba constituida por altos acantilados, sin bahías naturales que pudieran albergar a las naves y permitieran recalar en ellas. Recorrieron el contorno sinuoso de la costa hasta que finalmente divisaron una angosta franja de playa, hacia la que pusieron proa. Al arribar encontraron aliviados que un bosque de coníferas se extendía hasta corta distancia de la playa, lo que les aseguraba una provisión de madera para reemplazar palos, cuadernas, remos y hasta una quilla, todos ellos rotos o perdidos en los azarosos días anteriores. Otro rasgo favorable del sitio estaba constituido por  un arroyuelo que desembocaba en el mar, el que les daba acceso a la indispensable agua dulce, cuya escasez se había tornado crítica.

    Permanecieron dos semanas en el lugar, tiempo durante el cual exploraron los alrededores, constatando que la playa era limitada en su extensión y recursos, por lo que decidieron proseguir su navegación más al sur.

    Tras otra semana de viaje, divisaron lo que desde el mar parecía ser una extensa planicie. Hacia ella se dirigieron y luego de atracar en un estuario acogedor, protegido de las olas y corrientes próximas a la orilla, establecieron un campamento con vistas a establecerse en el lugar por un tiempo más prolongado. Para ello edificaron chozas con los materiales disponibles en el sitio, básicamente algo de madera, paja, piedras y tierra.

    Permanecieron en el campamento durante aproximadamente tres meses, en los que recorrieron nuevamente el hinterland, cazando, explorando y buscando vestigios de población humana. En las narraciones hechas por Leif Erikson y otros viajeros anteriores se hacía referencia a contactos esporádicos, a veces amistosos y otros cruentos, con skraelings, como habían llamado a los aborígenes que habían hallado. Dado su doble carácter de guerreros y comerciantes, los vikingos estaban listos para realizar contactos pacíficos u hostiles, pero en todo caso la conveniencia de  buscar entrar en  contacto con pobladores nativos o eludirla era una consideración importante que debía realizar el jefe de la expedición.

    En sus salidas y excursiones no encontraron indígenas, pero si hallaron huellas e indicios de que seres humanos de pies pequeños merodeaban por los alrededores. Esto abonó la creencia de que estaban siendo observados y quizás vigilados. Por ello decidieron establecer guardias permanentes en puntos relevantes de la planicie, para no ser tomados de improviso por potenciales atacantes. Las guardias se realizaban en forma discreta, buscando que no fueran evidentes para observadores externos. Esta precaución resultó providencial, como lo demostraría el tiempo.

    Dos drakkars que habían emprendido el viaje a Groenlandia para reponer vituallas, armas y ropas perdidas en las tormentas, regresaron bastante antes de lo previsto. Explicaron que habían encontrado el establecimiento nórdico de Markland, situado en lo que conocemos como  península de Labrador, por delante del que habían pasado involuntariamente de largo en el viaje de ida, en el medio de las continuas tempestades. En Markland obtuvieron las armas y elementos necesarios. Los tripulantes de ambas naves trajeron la novedad que misioneros cristianos habían llegado a la colonia procedentes de Islandia, y se habían producido roces entre ellos y los vikingos paganos que seguían el tradicional culto a Odin y Thor.

    Durante la noche anterior había llovido copiosamente, en medio de descargas eléctricas atronadoras y caída de rayos en las inmediaciones. Los hombres estaban mal dormidos y cansados por la vigilia forzada relacionada con el control de las inmediaciones y la descarga de las naves arribadas, por lo que la vigilancia quedó transitoriamente relajada. El alba  comenzó a despuntar en medio aún de las brumas que se iban desgajando paulatinamente, dando paso a una incierto resplandor.

    Un grito agónico quebró el silencio nocturno, procedente de uno de los hombres que estaban de guardia en el norte. Superando la fatiga y el sueño, inmediatamente se pusieron en práctica las medidas de defensa que eran parte constituyente de  la disciplina de un campamento vikingo. Los guerreros se despertaron mutuamente, y como todos dormían cerca de sus armas, en apenas instantes estaban en pie de guerra. Una vez dilucidado el origen de la alarma los líderes ordenaron a sus hombres y tendieron líneas de defensa, formando una típica escuadra rodeada de escudos. Luego de unos instantes de tensión, con la lenta aparición de la claridad, las nieblas delante de ellos se levantaron y súbitamente divisaron una  horda de hombres  semidesnudos y armados aproximándose desde el interior en varias  líneas ondulantes. A una orden del  jefe de la expedición Thorvald, los arqueros vikingos prepararon sus arcos, y a un nuevo grito una nube de flechas cayó sobre los skraelings, produciendo numerosos claros en la primera fila de los atacantes. Los supervivientes aceleraron el paso hacia la línea de los noruegos, animados por el pequeño número de estos. Algunos dardos hirieron a unos pocos defensores, cuyos puestos de combate fueron prestamente cubiertos por los hombres que estaban en segunda fila. Justo en el momento en que los indígenas llegaban a la línea de escudos, por encima de estos emergieron un enjambre de largas lanzas, en los que quedaron  ensartados los primeros atacantes. Una nueva nube de flechas cayó sobre los aborígenes que venían rezagados, produciendo nuevas brechas en sus filas. La ola de atacantes vaciló momentáneamente ante los acontecimientos imprevistos, y en ese instante la línea de escudos se alzó sobre el terreno, un rugido aterrador partió al unísono de las gargantas de los defensores y las lanzas acometieron a la horda agresora.; tras ellas brillaron al sol emergentes las temibles espadas de los vikingos, cercenando, decapitando y finalmente poniendo en fuga a los nativos, quienes desconcertados por una técnica de combate desconocida para ellos, no conseguían poner un freno al ímpetu del contraataque. Espadas y lanzas compitieron en provocar estragos entre los aborígenes ahora en huida. Los noruegos patinaban en el suelo impregnado de sangre de sus rivales, a quienes persiguieron hacia el pie de las suaves colinas de las cuales habían surgido. Al llegar a ellas, el jefe Thorvald dio a su auxiliar la orden de sonar la trompa, y el contraataque cesó súbitamente. Los vikingos retrocedieron ordenadamente, cuidando de rematar a los enemigos heridos, de modo de no dejar peligros a sus espaldas. Al regresar al campamento, un formidable hurra surgió de sesenta gargantas, cerrando el sangriento episodio.

    Luego de otra prolongada estadía, sin que se registraran contratiempos adicionales, los navegantes se embarcaron y pusieron proa al sur para continuar su exploración de zonas a las que nunca habían llegado los escandinavos previamente.

    Nuevamente debieron soportar fuertes temporales que duraron cuatro días y que los apartaron muy lejos de su curso. Al término de las tormentas, el drakkar en el que viajaba  Bjorn había quedado aislado, sin contacto con el resto de la flota. La embarcación, tripulada por once hombres recaló finalmente en una costa barrosa en la que descendieron para reaprovisionarse.

    Bjorn se alejó del lugar del desembarco  armado de un arco y su espada, en busca de caza. Luego de una extensa e infructuosa excursión, decidió volver junto con sus camaradas para descansar y colaborar en la erección del campamento. Cuando se acercaba oyó ruidos que le preocuparon, incluyendo gritos humanos. Apresuró su paso hasta llegar a un montículo elevado y allí su respiración se interrumpió al constatar la situación: en la playa se desarrollaba un combate cuerpo a cuerpo entre los miembros de la tripulación y un nutrido grupo de salvajes. Numerosos cuerpos caídos se esparcían en el terreno. Bjorn no dudó un instante y se lanzó a lo que constituyó su bautismo en combate individual. Bajó corriendo de la elevación en que se encontraba con su espada desnuda y cayó sobre la retaguardia de los indígenas sembrando destrucción a su paso, Los dos primeros skraelings que se interpusieron en su camino cayeron con tremendos tajos en sus torsos. El siguiente lo enfrentó con su lanza pero su cabeza voló lejos de un solo tajo. La batalla ganaba en intensidad y el número de atacantes poco a poco asfixiaba la resistencia de los marinos. Bjorn se acercaba a un núcleo particular entre  los nativos, donde podía distinguir un hombre a quien por su atuendo identificó como un jerarca. Pensó en matarlo para intentar hacer desistir del ataque a los subordinados privados de comando. Lanzó su peso entre los que lo rodeaban, destrozando con su espada a varios de los custodios, y recibiendo varios lanzazos en su cuerpo, y cuando ya se acercaba a su objetivo un golpe en la cabeza le hizo perder el conocimiento.

    El Sol en el rostro le hizo despertar. Constató que el mínimo movimiento le producía un intenso dolor, de modo que estuvo un largo rato hasta juntar fuerzas para incorporarse. Se sentó en la tierra y allí pudo verificar el estado de su cuerpo. Las heridas de lanza habían desgarrado su cuerpo en numerosos sitios, y estaba prácticamente cubierto de su sangre y la de sus enemigos. Sobre la tierra yacían los cadáveres destrozados de tres de sus compañeros, incluyendo el de Thorstein, quien había arribado desde Noruega junto con él. No se veían cuerpos de los skraelings caídos, los que  seguramente sus compañeros  habían llevado consigo al retirarse. Los restos del campamento humeaban y no se veían rastros del drakkar. Bjorn llevó a cabo una reconstrucción mental de lo ocurrido en base a las evidencias visibles: los sobrevivientes nórdicos habrían conseguido hacer  la embarcación a la mar, abandonando la playa perseguidos por los nativos, y sin poder retirar los cuerpos de sus camaradas caídos. Por lo visto, tanto ellos como los indios lo habían dado por muerto, y paradójicamente a ello debía su supervivencia.

    Largos días permaneció Bjorn en esa playa desolada, mientras sus heridas cerraban y su cuerpo se reponía. Había enterrado a sus camaradas, construido un precario refugio contra la intemperie usando ramas y algas traídas por el mar, mientras se mantenía precariamente alimentado con moluscos, algunas aves cazadas con flechas y peces lanceados por fortuna. Lamentablemente el sitio era avaro en alimentos  y otros elementos necesarios para la vida, y el agua pura que surgía de una vertiente situada tierra adentro era su único recurso abundante. Por ello, el joven emprendió la marcha bordeando la costa, subiendo a los acantilados que limitaban la playa, e internándose en la meseta situada detrás. Allí dio pronto con el cauce de un arroyo que discurría en forma paralela a la costa y decidió seguir su curso por falta de una mejor alternativa. Después de un  par de horas de caminata, llegó a un bosque de árboles de hojas caducas, y supuso que sería el mismo que llegaba al borde del acantilado; fatigado y dolorido, decidió descansar antes de decidir sus acciones futuras; se recostó en un montón de hojas y quedó dormido de inmediato con un sueño que se prolongó  por largas horas. Al despabilarse, su mente vagó un tiempo sin propósito definido, hasta que una idea comenzó a tomar forma en su cerebro. Valiéndose de su espada, cortó varios árboles jóvenes cuyos troncos luego limpió de ramas, tarea que le llevó un día y medio; cuando juzgó que había obtenido suficientes troncos para su propósito, los hizo caer rodando desde lo alto de la barranca hasta la orilla del mar.

    De regreso a la orilla laboró pacientemente durante varios días en el armado una balsa o jangada, uniendo los troncos entre sí con material fibroso de enredaderas que crecían en torno a los árboles de las inmediaciones. Tres troncos colocados  en forma perpendicular al largo de la balsa, uno en cada extremo y el otro en el medio, dieron una cierta rigidez al conjunto; una tabla introducida entre los troncos de popa oficiaría de quilla y evitaría que la balsa se fuera de ronza en medio del mar; esta disposición proporcionaría un cierto gobierno a la embarcación. No tenía medios para improvisar una vela, lo cual reducía su propulsión a los caprichos de las corrientes marinas. Durante un par de jornadas recolectó alimentos y agua fresca, la que guardó en el interior de los frutos que colgaban de las ramas de unos árboles, a los que había  vaciado de su contenido y llenado con el vital elemento.

    Finalmente se hizo a la mar una vez más, esperando encontrar playas más acogedoras y con más recursos para la vida que aquella en que se encontraba. Con relación a la posibilidad de encontrar seres humanos, sus sentimientos eran encontrados. En efecto, por un lado le angustiaba ya la soledad, pero por otro, sus encuentros con los pobladores de las tierras que había ido encontrando en su camino habían estado signados por la hostilidad y luchas sin cuartel.

    De esta forma Bjorn se encontró en la situación con que comienza nuestra narración. Había ya consumido todas sus provisiones,  y la última borrasca nocturna le había hecho perder toda referencia costera y sentido de dirección. El remo que utilizaba como timón, en realidad solo una tabla plana, también se había perdido en el mar en la noche, y la precaria embarcación no tenía ya gobierno. Por lo demás, las toscas sogas que unían sus maderos ya se estaban desflecando en el agua salada, lo que ponía un fin  cercano a la navegación. Bjorn intentó sobreponerse al abatimiento, pero la fatiga y el sueño de tantas jornadas lo vencieron. Consiguió atarse a los troncos de modo que la marejada no lo arrojase al mar y quedó profundamente dormido, con las olas batiendo encima de la balsa.

    Despertó con un plácido calor extendiéndose sobre su cuerpo. Hacía mucho tiempo que no experimentaba una sensación agradable parecida. Cuando abrió los ojos, el fuerte sol del mediodía subtropical lo deslumbró, forzándolo a cerrarlos. Se incorporó pesadamente, y constató que se hallaba en una playa de arenas blancas y finas. La pleamar lo habría depositado en ella y ahora las aguas se habían retirado. Calculó que se encontraría cerca del mediodía. Al girar su cabeza hacia tierra firme, vio  un conjunto de palmeras que se extendía hacia el interior. Lo maravilló la imagen edénica que se desplegaba ante sus ojos, completamente fuera del rango de sus experiencias previas, particularmente cuando rememoró sus pensamientos lúgubres que lo asaltaban cuando se hallaba en alta mar, últimos pensamientos que en realidad recordaba.

    Notó con alivio que su espada se encontraba aún a su lado, pero el resto de las pertenencias con que se había hecho a la mar habían desaparecido. En su situación, la falta del mínimo elemento ligado a la vida diaria era una pérdida sensible, pues sería otra necesidad que no podría ser satisfecha.

    Xquic miró con ansia hacia sus costados, constatando que los hombres aún la rodeaban. Acababa de vadear el río, empujada por sus captores, tropezando una y otra vez con las piedras del fondo, cayendo y tragando agua, lastimándose los pies y tobillos, con sus brazos atados al guerrero que la conducía como si fuera una animal de carga. Pero el objeto de sus preocupaciones era su ama y señora, la princesa Xchil, hija de Yum Tu Kin, rey de su tribu y de la ciudad de Dzibilchaltun. Ambas habían viajado a la alejada ciudad de Mayapan, cerca de la costa del mar, para que Xchil conociese a su futuro marido, hijo del rey local. Estaban  acompañadas de una escolta  de veinte guerreros, conducidos por un primo de Xchil y seleccionados entre los más valientes de Dzibilchaltun. En el camino habían sido emboscados por un contingente más numeroso de los feroces combatientes de Uxmal, la creciente potencia entre las ciudades mayas del Yucatán y principal competidora de Mayapan. En la lucha sin cuartel que siguió, los guerreros de Yum Tu Kin fueron exterminados, no sin antes haber matado docenas de soldados de Uxmal. Finalmente, Xchil y Xquic habían sido capturadas, atadas y arreadas hacia la ciudad de los agresores. El jefe del contingente se percató de inmediato que sus cautivas eran doncellas de alto rango, y razonó que el reyezuelo de Uxmal recompensaría bien su captura. Por ello, había evitado que sus hombres violaran o tocaran siquiera a las prisioneras, ya que llevarlas intactas aumentaba su valor. Ambas eran mujeres jóvenes y bellas, una de ellas estaba ricamente ataviada y era seguramente de familia real, y la otra estaba vestida como una sacerdotisa, y con toda probabilidad eran vírgenes, lo que aumentaría el interés de sus jefes.

    Luego de una veloz retirada para evitar patrullas de hombres de  Dzibilchaltun, el jefe uxmaleño había consentido un breve descanso, en el cual las dos jóvenes pudieron acercarse entre sí. Xquic notó que su princesa estaba ausente, y pronto cayó en cuenta de que estaba entrando en uno de sus profundos trances. La madre y abuela de Xchil eran médiums muy notorias en Dzibilchaltun, y su descendiente había heredado sus poderes. En ciertas ocasiones de gran tensión nerviosa, la muchacha se desconectaba de la realidad y tenía visiones. Xquic reprimió sus ansias y esperó a que  su dueña volviera a  su estado de conciencia normal.

    Luego de un buen rato, Xchil relajó los músculos de su cara, en sus labios afloró una enigmática sonrisa, y abrió los ojos, parpadeando por la acción de la luz.

    —La liberación está cercana— musitó.

    — ¿Cómo puedes decir eso, en la situación terrible en que nos encontramos?—gimió Xquic  angustiada.

    —Te pido que confíes en mí. He tenido una visión muy fuerte –contestó la princesa.

    Xquic vaciló, no deseaba albergar esperanzas vanas, pero lo cierto era que cuando Xchil había tenido premoniciones firmes en el pasado, las mismas se habían visto confirmadas de alguna forma, no obstante lo borroso de las mismas.

    En ese momento el jefe de los guerreros impartió órdenes de proseguir la marcha. Aunque los distintos dialectos de la lengua quiché hablados en las distintas ciudades tenían diferencias marcadas entre sí, los de Uxmal y Dzibilchaltun eran mutuamente comprensibles y las muchachas se prepararon para proseguir el camino, aunque ahora su desaliento estaba matizado por una pequeña luz.

    Llegaron al claro en la floresta casi al mismo tiempo, Bjorn tuvo un instante de preaviso, producido por el ruido de la comitiva de guerreros y sus cautivas. Por la premura en alejarse del camino entre Dzibilchaltun y Mayapan, los uxmaleños no habían destacado exploradores precediendo a la tropa. El vikingo tuvo tiempo de extraer su espada y ponerse en guardia, mientras los guerreros nativos emergían inadvertidos de la jungla. El jefe de la  comitiva dio orden de atacar al ver un hombre sólo, pero su orden se perdió en la confusión entre sus filas. Bjorn entendió el sentido del mensaje y sin dudar acometió a la partida de guerreros aun antes de saber cuántos eran. Su espada abrió surcos sangrientos entre los indígenas, que rodaron antes de saber lo que ocurría. Algunos de ellos intentaron hacer frente al torbellino, pero su torsos fueron partidos y sus cabezas voladas en una orgía de sangre. Los árboles que rodeaban el sendero formaban una masa compacta, de modo que los guerreros enfrentaban a Bjorn de a pares, y el resto no podía rodearle usando la ventaja del número que a la postre les hubiera permitido dar cuenta de él. Finalmente, los sobrevivientes intentaron reagruparse pero la fuerza del ataque no permitió ningún retroceso, los guerreros se estorbaban unos a otros en su intento de fuga, y  cayeron bajo la fuerza superior del noruego y el arma de hierro, contra la cual sus lanzas y espadas eran ineficaces. El jefe uxmaleño intentó atravesar al enemigo solitario con su lanza, pero un golpe de la espada desvió el golpe y un segundo cercenó su cabeza.

    Bjorn completó su obra sobre los últimos supérstites y pronto se percató que solo él estaba de pie, en medio de cuerpos abatidos. Varios hombres gemían y se retorcían en el suelo, y el vencedor puso fin a sus sufrimientos siguiendo la dura ley de los combates de esas épocas. Contó catorce cuerpos

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