API: Asistente Personal Inteligente
Por P. Emmerich
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Un relato corto.
Raúl, un joven de 30 años, soltero, desempleado y perdido, se somete al consejo de su asistente personal inteligente, API ―lo último en tecnología de inteligencia artificial―, para transformar su vida, la que ha ido de mal en peor desde que perdió su trabajo a raíz del apogeo de las máquinas inteligentes. ¿Encontrará Raúl la felicidad que ansía? ¿Será API un compañero fiable o un parlanchín que difunde medias verdades?
Nota: Esta historia NO ha sido escrita con inteligencia artificial. ¡Apoyemos la creatividad humana!
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API - P. Emmerich
A mi amigo
Juan A. Gómez-Pintado
API: Asistente Personal Inteligente
––––––––
En un futuro cercano...
El día que cumplí treinta años recibí un regalo. Suspiré rendido: los esfuerzos de mi madre por que salga del pozo llegaban a un extremo. Se gastó un dineral, posiblemente la pensión de varios meses, en un life coach de inteligencia artificial, un aparato metálico, brillante, en forma de langostino, que te acomodabas en la oreja. Hablaba, escuchaba y tenía un ojo, una cámara que registraba y procesaba la realidad, tu realidad, tu vida destrozada en pixeles, para recoger las piezas rotas y ponerlas en su lugar. API, tu Asistente Personal Inteligente, era lo último en tecnología de inteligencia artificial, una Alexa con un ojo, una Siri omnisciente, un ChatGPT al portador...
Cuando lo encendí, me pidió mi nombre y una breve introducción. Al rato escuché una voz familiar que me asustó: «Bienvenido, Raúl. Soy API, tu transformador de vida». Era mi propia voz, más pausada, más reflexiva, ¡más inteligente! El dispositivo había clonado mis cuerdas vocales e imitaba mi forma de hablar. API me explicó que el crecimiento personal se aceleraba cuando el usuario escuchaba una voz familiar. Algunos preferían un tono autoritario que imitara un superyó. Otros, la voz de una madre comprensiva y cariñosa. Me ofreció clonar a mi madre. Rechacé la proposición con un tajante «no». ¿Qué otras opciones había? Las que concibiera tu imaginación: voces de vivos o muertos, de diablos o santos, de políticos o comediantes, de artistas o billonarios, de tu ex, de tu mejor amigo... Dios, Yoda, Lisa Simpson y, por supuesto, Scarlett Johansson figuraban en la lista.
No quería enamorarme de mi aparato ni volverme loco, así que opté por una voz neutral, andrógina, a modo de un subconsciente despierto que hablaba en voz alta. Me pareció lo más sensato y seguro, aunque seleccioné un tono más casual que el estilo formal del principio.
API, inalámbrico y discreto, ya conocía mis datos básicos y antecedentes, como son la edad, mis medidas corporales, hábitos perniciosos, gustos y opiniones, información íntima que mi madre había ofrecido en detalle. Descarté la mitad, reintroduje medias verdades y me inventé el resto. Ni mi peso ni mi afiliación política eran importantes. Solo el diablo sabía dónde acababa esa información.
API aclaró que lo más importante era lo que yo desconocía de mí mismo, esas fuerzas subterráneas que se manifiestan sin pedir permiso o disculpas y que hacen estragos en tu vida diaria sin que te des cuenta, corroyendo la confianza en ti mismo y en tus congéneres. Su función principal era brindarme una oportunidad de autoconocimiento y maduración. API no era un mero secretario para recordar citas, un mapa digital para encontrar direcciones o un procesador de texto: API era un transformador de vida.
No tenía nada que perder, puesto que mi vida hasta el momento había ido de mal en peor. Terminé la carrera de diseñador gráfico, pero cada año se actualizaba la tecnología con una versión superior. Poco me servía la creatividad porque las máquinas lo hacían mejor. Se les dictaba lo que el cliente necesitaba y ellas, en cuestión de segundos, lo hacían mejor, ¡mucho mejor! Si el cliente quería un corto de publicidad para un nuevo producto, por ejemplo, para una bebida energética adelgazante con una carga poderosa de nutrientes, la máquina producía veinte, cuarenta, cien alternativas... las que quisieras, en un abrir y cerrar de ojos: una explosión de colores y fuegos artificiales, imágenes de cuerpos esbeltos que fluían en líquidos brillantes sobrevolando paisajes surrealistas, volcanes de frutas y chicas anoréxicas con enormes senos de silicona.
Mi rol al principio consistía en ajustar y elegir, conversarlo con el cliente y volver a afinar y elegir, un proceso interactivo que también fue reemplazado porque las máquinas calculaban probabilidades de éxito y de compatibilidad con el cliente, por lo que mi participación se limitó a presentar las mejores opciones. Eso también fue reemplazado porque las máquinas podían exponer los resultados sin titubeos ni