Bajo el viejo fresno
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La posguerra
Solo tenía once años, ganaba el pan guardando un rebaño.
Si hacía frío, con andrajos me abrigaba
y en verano el ardor soportaba.
¡Ay!, niñez de mi edad privada.
Soñé que soñaba cuando fuera mayor
olvidaría mi niñez desgraciada.
¡Ay!, guerra maldita guerra cruel cegada
cargada de odio y de rencor, de niñez quebrada.
Cuántos como yo sufrían de estas sin razón pasada,
que jamás haya guerra,
que niños como yo no sufran más por ansias
de poder y en sangre derramada, porque
más vale la paz y el amor, que una guerra ganada.
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Bajo el viejo fresno - José María Cardenas Ramos
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© José María Cardenas Ramos
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de cubierta: Rubén García
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1068-658-8
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».
PRÓLOGO
Muchas veces nos preguntamos qué es la esencia de la vida, y no siempre encontramos una respuesta, quizás porque estamos en otros asuntos que nos distraen, metidos en nuestros problemas o incluso porque no somos capaces de respirar y sentir la esencia de la vida.
En este libro, entre otras cosas, quizás puedas encontrar o intuir qué es lo realmente importante. Desde mi pobre entender, lo importante es la verdadera amistad, sin que tenga que ver la edad, ya que no tiene que ser motivo de desaliento cuando se está a la escucha sincera del otro.
El amor como antorchas encendidas que nunca se debe de apagar; el perdón, qué grandeza tan grande. Poder unir las dos cosas y poder encontrar la esencia de la vida.
Este libro está escrito en parte narrando una triste historia y, por otra, la imaginación del autor, tanto en lo acontecido en nuestro pueblo en la guerra civil española de 1936. Pero dentro de esa tristeza, nace el gran amor entre David y Rosa, se encuentran en momentos de desesperación, pero van a ser capaces de unir sus vidas en una actitud de nobleza compartida.
Vamos a observar también el terror que se encontraba el pueblo en la guerra civil, de cómo ha marcado en la historia para aquellos que le tocaron vivirla. Veremos la nobleza, humildad de la gente en esa época y de cómo siempre estaba en la ayuda del más necesitado, acto de bondad en tiempos difíciles.
Este libro está escrito desde más profundo amor, de un autor que padeció los signos de la posguerra y de cómo se plasma la verdadera amistad, el recuerdo de años pasados y de cómo ahora se valoran la vida y las actuaciones con los más necesitados, con los que más nos quieren, incluso con los que nos han educado.
.
Dedicado a mi querida familia. Y a aquellas personas que me enseñaron a amar y perdonar en la medida de mis posibilidades como humano que soy y a creer en el infinito amor de Dios. Pilares de mi existencia.
Así como mi actual esposa, Gloria Eunice Guzmán, que con su ayuda, apoyo y colaboración ha sido posible darle luz a esta obra.
.
Era una preciosa mañana de primavera, se me apetecía dar un paseo por el campo. Me encaminé hacia un camino por el que nunca había paseado, a medida que la mañana avanzaba el sol primaveral calentaba más y más y empecé con un poco de cansancio. A lo lejos puede ver un hermoso árbol con una gran sombra; por fin pude descansar.
Cerca del tronco había una piedra cuadrada más de un metro de larga. «Qué buena idea he tenido —pensé—, al fin voy a poder descansar», y agradecí la buena sombra del árbol y al que lo puso allí.
Mirando a mi alrededor contemplé las maravillas de la naturaleza. El sol y el viento jugaban con las ramas del precioso árbol. El sol penetraba entre sus hojas al tiempo que el viento mecía sus ramas y en lo más alto, un nido de canasto; su trenzado alrededor de las ramas era perfecto. Sé qué pajarillo sería. De pronto, escuché un alboroto en el interior del nido y pude observar cómo su madre le traía su comida del día. Al ver esa imagen, pude observar que su plumaje era multicolor, amarillo y negro. Y pensé: «Qué maravillosa es la naturaleza, cada cual cumple con su cometido: aquel pájaro salió del nido y estoy seguro de que fue por más comida para sus polluelos».
Seguí con mi descanso observando como el campo estaba pintado de multicolores de belleza, de sus flores en aquella mañana primaveral. Cerca de mí, un hormiguero con grandes hormigas de color marrón oscuro había hecho un camino de ida y vuelta con pequeñas semillas en la boca y las depositaban en la entrada de aquel hormiguero, y otras las introducían. ¡Qué misterio! Seguro que cada una de ellas tenía su trabajo: unas las traían, otras las guardaban en sus graneros subterráneos para alimentarse en los días fríos y lluvioso del invierno.
Así transcurría la mañana en la sombra de aquel hermoso árbol cuando, al mirar hacia el camino, vi a lo lejos que alguien se acercaba. Pensé que tendría compañía, y así fue: un hombre de estatura mediana, muy delgado, se acercaba hacia la sombra de aquel árbol. Por su aspecto, era mayor que yo, calculé que por sus pasos vacilantes tendría más de ochenta años. Al acercarse a mí, voz casi apagada, me dio los buenos días y dijo:
—¿Me permite que me siente a su lado?
—Sí, por supuesto, encantado —le contesté yo. Observé que al sentarse se le escapó un suspiro de alivio, nos miramos, permanecimos en silencio. Dirigiéndose a mí, por lo tanto, rompiendo el silencio, me preguntó:
—¿Usted es de por aquí? Pues no lo había visto nunca.
—Es la primera vez —le contesté—. Nunca me había alejado tanto, pero me alegro de haberlo hecho y descubrir este paraje tan bonito y, en especial, este hermoso árbol.
—Me alegro de su buena impresión. Para lo que guste, me llamo David —contestó él con ánimo de agradar.
—Un nombre bonito, además, bíblico. Yo me llamo Jacinto.
Y con las mismas, nos dimos un apretón de manos David y Jacinto. Me dispuse a preguntar:
—Dime, David, ¿qué clase de árbol es este?
—Es un fresno, un hermoso y viejo fresno. Él conoce toda mi historia, o casi toda, amigo Jacinto.
Me quedé un poco sorprendido porque apenas nos habíamos conocido y me había llamado amigo, por lo cual me dio cierta alegría. Quizás querría contarme alguna historia a la sombra del viejo fresno. No me equivoqué, me dirigió la palabra nuevamente y me dijo:
—Amigo Jacinto, bueno, si me permite llamarle Jacinto.
—Encantado.
Observé que su rostro se había iluminado porque una pequeña sonrisa apareció en la comisura de sus gruesos labios.
Y se dirigió a mí diciendo:
—Amigo Jacinto, yo soy mayor que tú por lo menos diez años, nacía en el año 1926, en el mes de diciembre.
Le interrumpí un momento para decirle:
—Nací en el mismo mes que tú, pero en el 1934.
—Bueno, pues ya tenemos algo en común, y, dicho esto, me gustaría contarte cómo descubrí a este viejo fresno, viejo ahora, pero cuando lo vi por primera vez era de casi mí misma edad. Eran malos tiempos, España tenía serios problemas, se decía que entraríamos en una guerra civil, de eso ya te contaré otro día, pues estuve a punto de ir desde el primer momento. Espero, amigo Jacinto, no aburrirte, si te cansas de escucharme, me lo dices y en paz, me callo.
—Amigo David, ¿sabes una cosa? Pues le digo: estoy muy a gusto escuchándote, y por supuesto que te escucharé, porque seguro estoy de que seguiremos teniendo muchas cosas en común. Así que te escucho.
—Gracias, amigo Jacinto —contestó David—. Como te he dicho, eran malos tiempos, no había mucho trabajo y algo había que hacer, me dediqué a hacer cisco