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Engar. La leyenda del collar
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Libro electrónico595 páginas8 horas

Engar. La leyenda del collar

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Información de este libro electrónico

¿Y si te dijeran que no estamos solos?
La humanidad ha convivido a lo largo de los siglos con razas de otros planetas.
El equilibrio está por romperse y las posibilidades son escasas.
Todo indica que la eterna lucha entre los dos mundos enemigos, Engar y Zainez, comienza de nuevo. Y la primera víctima en la mira es el planeta Tierra.
En esta situación, Emily, Rhaus y Abraham compartirán camino, objetivos y aventuras comunes, al mismo tiempo que el universo a su alrededor no hace más que reducirse.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 may 2024
ISBN9788410685123
Engar. La leyenda del collar

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    Engar. La leyenda del collar - Oriana Melchor

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Oriana Melchor

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Ilustración de portada: Camila Caricatto.

    Dibujo y diseño de mapas: Efren A. Melchor.

    Ilustración de mapas: Gabriel García.

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1068-512-3

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Dedicado a mis padres y mi hermano;

    sin ellos, esto seguiría siendo solo una idea.

    .

    «No es el más fuerte de las especies el que sobrevive,

    tampoco es el más inteligente el que sobrevive.

    Es aquel que es más adaptable al cambio».

    Charles Darwin.

    .

    .

    Nociones

    El tiempo en Engar es etilar y cíclico. La división más importante y larga es la etila. Son un total de seis etilas:

    Kaopat

    Jellquix

    Templat

    Bizelpal

    Zeniko

    Trianty

    Cada etila está dividida en dos et: el et de Tila y el et de Tuth y cada et transcurre en una transición de tres periodos.

    1

    Eclosión

    Oblium frotó la frente de Ferton que yacía en el suelo, totalmente inconsciente.

    «¿Qué locura has hecho?», pensó.

    Oblium estaba desesperado, Ferton había creído en él y ahora estaba en un estado deplorable. Y Eliol, su otro amigo, se encontraba raptado por sus enemigos.

    Los árboles chocaban entre sí por la ventisca feroz que predominaba en el ambiente y que se compaginaba con la acelerada lluvia, logrando que el sendero se convirtiera en algo mucho más aterrador que de costumbre.

    Alzó la vista, esa noche la luna era menguante y volvía a resplandecer en el cielo. Necesitaba de la luna y su poder, le urgía el enlace que todas las noches tenía con ella. Estaba acabado en el suelo, completamente lleno de sangre, y sus poderes parecían zanjados. Por quinta vez observó la luna y algunas lágrimas recorrieron sus mejillas.

    «¡Vamos!».

    Oblium cerró los ojos y se dio cuenta de que moriría en el sendero, a manos de Oiwad.

    Eliol soltó un quejido, ya su voz no tenía el suficiente ímpetu para dar un grito completo, ni siquiera podía llegar a algo parecido a un grito. Godfor lo tenía atrapado y amenazaba con matarlo y Oblium no hacía nada al respecto. Los separaban solo unos cuantos metros y Oblium lloraba sobre el cuerpo inconsciente de Ferton. Eliol estaba desesperado, Oiwad los mataría a los tres en cualquier momento y él sería el primero. Volvió la vista hacia su amigo en un último intento de esperanza, pero este cayó desplomado al suelo junto a Ferton.

    Oblium no pudo escuchar las reacciones de sus enemigos, no pudo controlar lo que estaba sucediendo. Algo succionó su alma y su cuerpo inerte cayó al suelo.

    El chico dio vueltas una y otra vez, vueltas repetidas en atmósferas distintas. Oblium intentó liberarse de lo que estaba sucediendo, pero era imposible, aquello se había apoderado de él y estaba siendo trasladado.

    —¡Mis amigos! —gritó desgarradoramente.

    Oblium nunca dejó de hacer movimientos desesperados, tenía que regresar y salvar a Eliol y a Ferton, no podía dejarlos morir.

    «¿Qué es esto?».

    Las tonalidades que lo invadieron pasaron de ser claras, a obtener un color totalmente oscuro, distante y escalofriante. El chico se detuvo de súbito sobre un lugar terrestre. Las vueltas habían cesado, la lluvia se había detenido y no estaba en el sendero.

    Se puso en pie de un salto, estaba en un lugar abandonado, en una casa a poco de caerse en ruinas, totalmente vacía, solo contaba con una enredadera que se había apoderado de casi todas las paredes.

    Estaba confundido y nervioso, no reconocía el lugar, jamás había pisado esa casa y no comprendía lo que estaba sucediendo. Comenzó a caminar, necesitaba encontrar la salida y escapar. El sendero lo esperaba.

    En la habitación contigua se escucharon unos pasos agitados y seguidamente un grito de mujer que se desplazó por toda la atmósfera de la casa, pero no sonó desesperado, fue un sonido doloroso y hasta cierto punto esperanzador. Corrió inmediatamente hacia la habitación continua, necesitaba descubrir qué estaba ocurriendo; si no estaba solo, alguien podía darle información.

    Las habitaciones no tenían puertas, todas las paredes estaban comidas y sucias, los pasos resonaban ampliamente por las fisuras del suelo. Se detuvo un momento en la pared que daba entrada a la habitación. Había personas dentro, escuchaba las respiraciones y el grito sucesivo de una mujer.

    «¡Vamos!».

    Entró con sigilo, no quería alterar a los que estuvieran ocupando el espacio. Esa habitación, a diferencia del resto de la casa, estaba cubierta por pasto seco y en toda la zona estaban dispersos algunos harapos.

    Entre una de las rumas de pasto seco estaban escondidos dos niños sucios y malolientes. Observaban hacia el frente con curiosidad y con temor de ser descubiertos. Oblium los observó y palideció al reconocerlos.

    —Tyler, Anastie —dijo con voz temblorosa.

    Sus hermanos parecían no oírlo, Oblium escuchó otra vez el grito y corrió hacia el final de la habitación. Encontró a su madre tirada en una cama de pasto, dando a luz con ayuda de una viejita que no reconoció. A su lado estaba su padre, que le sujetaba la mano con fuerza y, junto a ella, sus dos hermanos mayores, Gian y Giorte.

    —¡Mamá! —gritó desesperado, pero nadie se volvió a verlo.

    Se observó las manos y seguidamente el cuerpo, nadie lo veía, era como un fantasma en una escena pasada que no recordaba haber vivido.

    «Estoy muerto».

    Se acercó sin temor a su familia, todos sus hermanos estaban muy jóvenes, deseaba abrazar a su madre, pero dio un paso atrás. La viejita sacaba a un bebé del vientre.

    —Es un niño —sentenció la mujer con el bebé en brazos.

    El padre sonrió y la viejita sacó un cuchillo de su cintura, lo limpió en un cubo de agua que tenía a su lado y le cortó el cordón umbilical. Seguidamente, enjuagó la cara recubierta de sangre del bebé y con cautela se lo llevó a la madre, que temblaba por la debilidad. La vieja acercó un trapo húmedo y se lo colocó en la frente.

    —Sostener al niño te hará bien.

    La mamá asintió y observó los ojitos del bebé, su boca, su nariz, sus cachetes, su rostro completo, lo único que no estaba recubierto de sangre. Era un niño hermoso, de ojos claros como la luna. El padre se agachó hacia ella y sus dos hijos mayores se alejaron un paso.

    —¿De qué tiene cara? —preguntó el padre con calma.

    El chico tenía los ojos aguados, ya había escuchado esa pregunta en el nacimiento de sus hermanos menores, Jeremía y Jermis. Era la pregunta que siempre hacía su padre cuando nacía alguien en la familia.

    —Oblium. —La mujer lo miró con detenimiento—. Tiene ojos de Oblium.

    El Oblium que venía del sendero quedó sin aliento. Era su nacimiento. Antes de poder reaccionar, desapareció de la casa desquebrajada y apareció en otro lugar que ya conocía.

    —¿Las tierras abandonadas?

    Las tierras abandonadas eran hectáreas y hectáreas de terreno desalojadas y dominadas por una mala hierba que crecía descomunalmente.

    Oblium había estado en muchas ocasiones en ese lugar, por su silencio, por su soledad, pero en ese momento se escuchaba un sollozo. Se dirigió al ruido, intentando recordar y rememorar qué situación de su vida tendría que volver a ver, pero ningún recuerdo llegaba a su mente. Se sintió colapsado, no sabía qué estaba sucediendo con él, minutos antes había visto su nacimiento y una sucesión de imágenes que no podía describir.

    Se sorprendió al encontrar a un Oblium mucho más joven llorando en las tierras abandonadas.

    Recordó ese momento, jamás lo olvidaría. El chico se arrodilló en el suelo. Su yo más joven no podía verlo, ni escucharlo, pero veía como un espejo su dolor y lo recordaba en carne viva.

    —¿Por qué me hacen ver esto?, ¿por qué estoy viajando al pasado?, ¿qué está sucediendo?

    Nadie contestó las preguntas, no se escuchó ningún ruido, solo el llanto del chico en la soledad de los terrenos.

    —Oblium, ¡por fin te encontramos!

    Ferton y Eliol, sus amigos más cercanos, corrían por los terrenos hacia el Oblium más joven, desesperados y con lágrimas en los ojos. El Oblium del recuerdo no se volvió a mirarlos, tenía la vista enterrada en el suelo y el ánimo por los pies. Los dos chicos se sentaron delante de él y bajaron la vista.

    —Te hemos bus…

    —Quiero estar solo.

    —Lamentamos la muerte de Gian —dijo Eliol con lágrimas en los ojos.

    —Dirás el asesinato —Oblium alzó la vista—, fue asesinado como mi madre. ¡Están masacrando a mi familia!

    Oblium estaba arrodillado, solo podía ver a su yo más joven y sentir el mismo dolor, la misma impotencia, apretó la mano como dos puños y le pegó al suelo con ira.

    —Oblium, ya hemos hablado de…

    —Ustedes no entienden —gritó Oblium desesperado.

    —¿Qué no entendemos? —Eliol estaba furioso—. Dime entonces, dime, ¿quién pretende liquidar a tu familia?

    —Dos accidentes lamentables —sentenció Ferton.

    —Ferton Zeromski y Eliol Dunuvits —interrumpió Oblium—, prometo hacer justicia, el que los haya asesinado a sangre fría, lo pagará.

    Ferton y Eliol cruzaron miradas sin decir ninguna palabra.

    Oblium escuchó las palabras de su boca como una grabación, se puso en pie con calma y se acercó a su otro yo, que lloraba sin consolación. Oblium se disponía a limpiarse las lágrimas, pero su mano traspasó su cuerpo. El chico dio un paso atrás, el cielo oscureció por completo y los tres chicos desaparecieron. Parpadeó, seguía en las tierras abandonadas; sin embargo, otra escena de su vida se desarrollaba.

    El Oblium de la escena estaba acostado, observando cuidadosamente la luna que regía en creciente, sonreía y se perdía en la belleza que impregnaba.

    El chico se observó, en ese recuerdo estaba tan tranquilo viendo la luna. Hasta ese momento él no sabía que tenía poderes, cosas extrañas siempre le sucedían, como su conexión inexplicable con la luna, pero jamás se había imaginado que realmente algo diferente corría en su sangre.

    La luna desapareció y la superficie dejó de ser natural. Se escucharon algunos sonidos de engranajes y reconoció el lugar.

    El interior de la torre del reloj.

    A su lado se encontraba Eliol totalmente desplomado, el chico estaba golpeado y totalmente desesperado. La puerta principal se abrió y entraron casi corriendo Ferton y Oblium.

    —¡Eliol!

    —¡Aléjense! —gritó Eliol y como un gusano se arrastró por el suelo para distanciarse.

    Ferton corrió a levantar a Eliol, pero este dio un grito desgarrador y Ferton dio un paso atrás.

    —Huele a sangre —susurró Oblium—. ¿Qué te está sucediendo?

    —Soy un monstruo.

    Las palabras de Eliol se perdieron entre el llanto desesperado del chico. Ferton y Oblium cruzaron miradas con un poco de confusión. Oblium dio un paso al frente y se agachó hasta donde Eliol lo dejó llegar.

    —Tienes que hablar con nosotros —sentenció Oblium con rudeza—. En este mundo tan cruel contamos con pocas personas, y en este momento, Eliol Dunuvits, cuentas solamente con nosotros.

    Ferton estaba confundido, tenía una intuición latente de que poco a poco perdía a su amigo. Eliol se puso en pie con dificultad, chorreaba sangre y estaba moreteado.

    —Después de lo que haré, necesito que me maten.

    —¡Imposible! —soltó Ferton—. Yo no pretendo hacerte daño.

    El Oblium de la escena respiró con preocupación.

    —¿Esto te lo hiciste tú mismo? —preguntó intentando mantener la calma.

    —No creerías nada, Oblium.

    —Entonces ayúdame a creer.

    Eliol se alejó hacia la pared más cercana, estaba lastimado y lo único que deseaba era morir. Alzó sus manos y de ella comenzó a sacar chorradas de agua. Ferton dio un grito ahogado y se alejó lo más que pudo. Oblium recibió el impacto de algunas porciones de agua, intentó serenarse, jamás en su vida había visto nada parecido.

    —Soy un monstruo, ¡mátenme!

    Oblium se acercó y lo sujetó por el cuello.

    —Nadie puede enterarse de esto —sentenció Oblium—. Por tu bien, esto debe ser un secreto.

    Eliol bajó la vista con culpabilidad y Oblium dio un respingo.

    —¿Quién lo sabe? —Eliol permaneció en silencio y Oblium se desesperó—. ¡Habla!

    —No lo sé, alguien que se hace llamar Oiwad.

    En ese instante, su yo más joven no podía comprender lo que sucedía, incluso al Oblium que venía del futuro; todavía le costaba procesar la información. Oiwad siempre había sido su gran enemigo.

    El panorama cambió completamente. El Oblium original fue trasladado a otro momento de su vida. Estaba en un patio trasero repleto de artefactos usados y de escombros. El espacio era reducido y poco habitable, y en el centro del lugar reposaba un tronco enterrado.

    —¡No!

    Oblium corrió descontroladamente hacia una construcción que reconoció rápidamente, su casa. Se adentró por un largo pasillo y caminó hacia la habitación que compartía con sus otros hermanos. Allí estaba, su otro yo, tan real y vivido, veía por la ventana el cielo y la magnífica luna llena que lo acompañaba; estaba extasiado ante la conexión que guardaba con la luna. El Oblium del recuerdo se observó las manos y con ellas hizo desaparecer los objetos que se encontraban a su alrededor.

    —¡No! —gritó descontroladamente Oblium, pero sabía que solo era un espectador, no podía interferir ante lo que ya había sucedido.

    El Oblium más joven sonrió y volvió a mirar la luna; en todas sus facetas, en cualquier noche y en todo momento, la luna lo acompañaba. Apenas un tiempo después de que Eliol descubriera su fuerza, él había descubierto que también podía realizar cosas sobrenaturales. Antes lo había sospechado por su conexión con la luna, pero su cuerpo jamás había dado señales de algún poder o habilidad diferente.

    El Oblium del recuerdo apretó sus manos y de ella comenzaron a brotar grandes manchas de piedra. Se relajó y todo desapareció de su cuerpo. Oblium estaba anonadado, con solo concentrarse, podía hacer cualquier tipo de cosas, su cuerpo no lo limitaba a una sola fuente de poder, como era el caso de Eliol. Cada día se redescubría, cada momento evidenciaba otra nueva hazaña. El chico movió sus brazos y desplegó una llamarada de fuego, dio un paso atrás e intentó apagarlo, pero más fuego se desprendió de sus manos. Oblium estaba pálido, todo a su alrededor comenzaba poco a poco a quemarse y no podía hacer nada.

    El Oblium que venía del sendero era solo un espectador ante su propio recuerdo. Cuánto deseaba cambiarlo, ayudarse desde un futuro no tan distante, pero no podía. Escuchó los pasos acelerados acercándose a la habitación y se observó como si fuera un espejo. El Oblium que tenía delante estaba tan preocupado y desencajado, sin la capacidad de controlar la cantidad de poderes que corría por sus venas.

    La puerta dio un movimiento brusco y Anastie se llevó las manos a la boca.

    —Jeremía y Jermis —gritó desesperada—. ¡Busquen agua, que esto se está incendiando!

    Anastie fulminó con la mirada a Oblium, al niño que tanto odiaba y que arruinaba sus vidas día tras día. Tyler llegó con agua, junto a Jeremía y Jermis, ninguno podía creer lo que estaban viendo. Oblium estaba desplomado en una esquina sin poder moverse, mientras toda la habitación se quemaba a su alrededor.

    —¿Qué hiciste? —preguntó molesto Tyler.

    Anastie apretó los puños de sus manos y escupió al suelo con asco.

    —Merece el castigo —sentenció sin ningún tipo de piedad.

    Tyler volvió la vista hacia sus dos hermanos menores, que se habían quedado de pie con la boca abierta.

    —¡Y ustedes apaguen ese fuego o también recibirán un castigo!

    Jeremía y Jermis asintieron con rapidez y salieron corriendo en busca de más agua.

    —Acércalos.

    —Pero Anastie, el fuego está…

    —¡Que lo traigas, maldita sea! —vociferó sin paciencia.

    Tyler asintió y se deslizó con cuidado por la habitación hasta llegar a Oblium. Su hermano menor estaba agachado, totalmente pálido y cubierto por un sudor asqueroso. Tyler lo jaló por los cabellos para ponerlo en pie y el chico gritó con fuerza, Oblium intentó poner resistencia, pero Tyler se acercó al chico.

    —Un paso en falso y el castigo será tu muerte.

    Jeremía y Jermis apaciguaron el fuego por completo y Tyler llevó a rastras a Oblium hasta el pasillo. Anastie le escupió en el rostro y le escudriñó la mirada, le sentía el miedo y el sufrimiento en la piel. El miedo era visible y palpable. Anastie sonrió complacida.

    —Al tronco.

    Tyler sostuvo por los cabellos a Oblium y lo empujó hasta el patio trasero.

    —¡No! —gritó Oblium.

    Oblium exhaló un último grito de súplica. No podía soportar ver cómo era maltratado, no aguantaba sus recuerdos, no deseaba volver a vivir el dolor. Todo se tornó más doloroso cuando Tyler lo comenzó a amarrar y seguidamente Anastie sacó el látigo. Oblium volvió el rostro y vio a sus hermanitos menores escondidos por el miedo.

    —¡Basta!, ¡por favor, basta! – suplicó el chico sin recibir respuestas.

    La casa desapareció y el tronco se perdió en una espesa neblina.

    Eliol y Ferton se encontraban detallando la espalda de su amigo en las tierras abandonadas. La espalda estaba totalmente destruida, consumida por los golpes del látigo que le habían comido la piel y con hilos de sangre que brotaban sin control.

    El Oblium más joven no podía moverse, el dolor de la espalda le impregnaba todo el cuerpo, y como si eso fuera poco, se había arruinado la boca de tanto morderla para aguantar el dolor. Su estado general era deplorable, sudaba a ratos y temblaba sin causa aparente.

    —No te muevas, hombre —dijo Eliol.

    —Tampoco puedo —susurró Oblium.

    Eliol intercambió miradas con Ferton, y Eliol asintió.

    —Te diremos algo que creemos te pondrá de mejor estado de ánimo.

    El Oblium más joven intentó alzar la vista, pero en ese momento no sabía si realmente existía algo que pudiese lograr semejante cometido, se sentía consumido y destruido, era arrastrado por esas dos fuerzas magnéticas, que en grandes escalas, eran capaces de quitarle la libertad.

    —Tengo poderes —afirmó Ferton.

    Ferton se puso en pie e hizo levitar las plantas y las rocas que tenía a su alrededor.

    La versión más joven de Oblium, profirió un intento de sonrisa, le alegraba que los poderes de su amigo por fin se hubiesen desarrollado, ya no soportaba la tensión que tenían que vivir día tras día por la falta de energía de Ferton, pero ni siquiera eso era capaz de hacerlo salir de su infierno, nada de eso le devolvería la vida.

    El verdadero Oblium se perdió entre la neblina, pero sus lágrimas ni siquiera pudieron ser cubiertas por la humedad del lugar. Odiaba profundamente esos recuerdos y detestaba el odio de sus hermanos Anastie y Tyler. En ese momento de su vida, las marcas menos dolorosas estaban en su espalda.

    La neblina se consumió y los árboles de los terrenos abandonados fueron desapareciendo uno a uno, hasta que la planicie del lugar fue adquiriendo todas las características arquitectónicas de un callejón abandonado.

    Oblium quedó de pie por algunos segundos, pasmado ante el recuerdo que lo obligaban a revivir. Luego reaccionó y, ante la oscuridad que le proporcionaba la noche, corrió hasta el final del callejón. El mínimo quejido llegó a sus oídos y por segunda vez en todo su existir lo vio. Se agachó para ayudar, pero sus manos traspasaron el cuerpo. Oblium se puso en pie y se pegó a la pared.

    «No puedo interferir».

    Unos pasos se acentuaron hasta el callejón.

    —Aquí —sentenció el Oblium que pertenecía al recuerdo.

    Oblium y Eliol corrieron lo más rápido que pudieron al escuchar el quejido del hombre.

    —¡Ferton! —gritó Eliol desesperado.

    Eliol le quitó la soga del cuello, Oblium del recuerdo palpó el corazón y respiró al darse cuenta de que todavía latía. Su amigo estaba golpeado y totalmente destruido, pero seguía vivo. Ferton, en un intento de movimiento, sujetó con dureza el cuello de Oblium. Sus ojos estaban rojos por los golpes y guardaban en sí un poco de vida; esa vida, esa pequeña atención que le quedaba, la dirigió hacia el Oblium más joven.

    —No hagas fuerza, ya te sacaremos de aquí —habló Oblium.

    —Va por ti —dijo en un suspiro debilitado.

    El Oblium del recuerdo perdió por un momento el aliento y Eliol quedó pasmado.

    El verdadero Oblium sonrió con amargura ante su propia sorpresa ingenua.

    «Va por ti».

    No se había equivocado, iba por él como en algún momento fue por su familia. Oiwad iba por él.

    El callejón desapareció con un estremecimiento visual, en su lugar, Oblium apareció en el sendero. Hacía un frío desgarrador, muy adecuado para la soledad de la noche, alzó la vista y la luna era menguante. El chico cerró los ojos, se enfrentaba al recuerdo de su destino más inmediato.

    Tres chicos corrieron con todas sus fuerzas delante de él, como si huyeran de algo, pero Oblium sabía que no huían; por el contrario, iban a un encuentro.

    —Me llegó el turno.

    Cuando logró alcanzarlos, ya estaban en el final del sendero con la compañía esperada.

    Justo en la parte derecha del lugar estaba una chica a la que llamaban Nore, era totalmente delgaducha, con expresiones frías y las venas de sus brazos estaban acentuadas de una forma poco natural. En el lado izquierdo estaba Godfor, resaltaba por su nariz en forma de gancho, pero con una mirada penetrante, capaz de desnudarte. El único que se encontraba en las alturas, flotando sin ningún tipo de problema, era Oiwad. Oiwad era mucho más corpulento que sus dos acompañantes y parecía tranquilo, impasible.

    Oblium observaba todo desde un lado, solo habían transcurrido algunas horas de ese recuerdo, pero era igual de aterrador y de impotente, no podía cambiar nada.

    —Aquí los tengo. —Oiwad fue el primero en romper el silencio, con una voz grave y de mando, sin ningún tipo de quiebre o de desesperación—. Oblium, haz esto más fácil para todos.

    El Oblium del recuerdo se sintió consternado, no sabía a qué se refería Oiwad, ni siquiera estaba consciente sobre cuál era la mejor forma de reaccionar ante su enemigo. No tuvo que volver el rostro para saber que sus amigos confiaban en sus actos.

    «¿Qué hago?».

    —Ayuda a que sea más fácil Oiwad —contestó con toda la autoridad que pudo—. Dime tú, ¿qué quieres?

    Oiwad rio de forma burlona.

    —Tú sabes qué quiero, lo único que quieren todos, el poder de infimorts.

    —No sé de qué me estás hablando.

    El verdadero Oblium suspiró desanimado, ni siquiera en ese momento sabía que era el poder de infimorts.

    Oiwad arqueó una ceja con disgusto.

    —Conque no sabes —habló con sarcasmo—, ¿no piensas colaborar?

    El Oblium del recuerdo dio un paso adelante en tono amenazador, Oiwad inmediatamente hizo chascar los dedos, por lo que, acto seguido, Nore ya se enfrentaba a Ferton y Godfor a Eliol.

    —Que sufran —ordenó Oiwad.

    Algunos troncos comenzaron a levitar en dirección a Nore, pero la chica soltó unas carcajadas estrambóticas y movilizó fibras que se unían una tras otra en direcciones enemigas. No tardó mucho tiempo para que en todo el lugar comenzara a salpicar agua proveniente de las manos de Eliol; no obstante, Godfor ya lo tenía previsto, así que rápidamente comenzó a paralizar el agua, dejando que esta solo pudiera aparecer unos centímetros.

    El Oblium del recuerdo observó todo lo que estaba sucediendo. Sus amigos estaban batallando, mientras él se encontraba frente a Oiwad.

    —¡Basta! —gritó Oblium.

    Acto seguido se elevó por los aires y comenzó a expulsar de sus manos un poder plateado que ni él mismo entendía, pero que proliferó con todas las fuerzas que le eran posibles. Oiwad reaccionó instantáneamente y en el sendero se inició una guerra sin precedentes.

    —Renuncia al poder de infimorts y todo será sencillo.

    —¡Jamás!

    Oiwad alzó una mano al cielo y el ambiente cambió drásticamente. Una tormenta se desprendió en todo el lugar y la clara luna desapareció entre las nubes. Oblium soltó un quejido. Oiwad no pudo evitar reír, ni siquiera quiso evitarlo.

    —¿Qué pasa?, ¿extrañas tu maldita luna?, imbécil.

    Oiwad por primera vez se mostró furioso e impulsó tanto sus manos, que el poder que de ellas emanó fue demasiado para el autocontrol de Oblium, quien salió disparado hacia el suelo. Oiwad descendió y caminó hacia él con extrema calma, con un movimiento brusco de sus manos lanzó un poder que Oblium logró esquivar con aturdimiento, pero seguidamente un tronco cayó sobre su cabeza y un poco de sangre brotó de su nariz.

    Ferton corrió lo más que pudo y en su trayecto hizo levitar todo lo que veía en el camino para distanciarse de la asesina de Nore. Ferton sabía que la situación no pintaba al favor de ellos y que Oblium necesitaba ayuda, parecía que no estaba controlando sus poderes o que la luna ya no estaba con él; sea lo que fuera, Ferton no podía hacer nada porque todo era ajeno a él, pero…

    —Mis poderes. —Ferton se detuvo en seco, necesitaba correr desesperadamente hacia donde estaba Oblium.

    Eliol no tenía mucho que hacer contra Godfor, su poder era limitado y no podía ni siquiera neutralizarlo. Había visto correr a Ferton y Oblium estaba desplomado ante Oiwad. Eliol escupió el exceso de agua de la lluvia y cambió su dirección drásticamente hacia Oiwad, que hizo brotar de sus manos una cantidad de agua descontrolada, tomando a Oiwad por sorpresa y logrando derribarlo.

    Ferton corría hacia la escena por el lado contrario, esquivando a Nore y haciéndola confundir lo más posible, y lo más importante, era el camino más rápido para llegar hasta Oblium.

    —¡Mátalo!

    Godfor asintió sin compasión y Oblium supo que Eliol era hombre muerto.

    Ferton apareció entre los árboles y se lanzó a los brazos de Oblium.

    —Yo, Ferton Zeromski, te transfiero todos mis poderes.

    El cuerpo de Ferton poco a poco pareció quedar inconsciente y Oblium sintió cómo los poderes de su amigo traspasaban su piel.

    «¿Qué locura has hecho?».

    El verdadero Oblium desapareció del sendero y, tras una sacudida de aire, se dio cuenta de que estaba otra vez en su cuerpo, en la escena real, tal y como la había dejado. El tiempo pareció no transcurrir para los demás, solo para él, y eso lo asustaba.

    Oiwad elevó el vuelo y observó a Godfor, que tenía sujeto a Eliol.

    —Tienes una última oportunidad para salvarle la vida a tu amigo.

    Oblium por primera vez detalló la cara de Ferton ante sus brazos, y pudo soltar lágrimas que se confundieron con la lluvia.

    «Cuánto lo lamento, Ferton».

    —Renuncio a los poderes de infimorts —sentenció Oblium, sin saber que estaba sentenciando.

    Oiwad sonrió con una felicidad avasalladora, pero Oblium no tuvo tiempo ni siquiera de ver cómo disfrutaba el triunfo, porque en el cielo se formó una especie de portal que lo succionó.

    Oblium comenzó a dar vueltas sin saber si eso tenía que ver con el fulano poder o todo era ocasionado por Oiwad, intentó guardar aire en sus pulmones hasta que cayó sobre lo que parecía un bosque de noche.

    —Tranquilo, tranquilo —escuchó una voz femenina.

    Oblium se puso en pie con dificultad y se vio rodeado de un montón de siluetas cubiertas por la noche, todas menos una, la chica que tenía al frente.

    —¿Qué esto?, ¿mis amigos?, ¿quiénes son ustedes?

    La chica sonrió con amabilidad y suspiró con calma.

    —Tranquilo, tus amigos también fueron traídos para acá, ellos están bien. Eliol ya está siendo tratado, y por Ferton no te preocupes, volverá en sí con todos sus poderes intactos. Tú, en cambio, tienes muchas cosas que resolver.

    —Necesito verlos —ordenó secamente.

    La chica asintió sin mucho problema y, alzando el brazo, un holograma relució en el aire, sus dos amigos aparecieron en ellos, cada uno estaba siendo cuidado como la muchacha le había informado, estaban bien, estaban vivos.

    —¿Quién eres? ¿Dónde estoy?

    —Tranquilo —repitió la chica con una voz dulce por enésima vez—. Mi nombre es Helly Wood y estás en Engar.

    —¿Engar?

    Helly le sonrió no solo con la boca sino con los ojos, y Oblium se sintió tan pequeño, tan reconfortado.

    —No soy la persona más indicada para explicarte eso, pero ya lo sabrás.

    Todos los que estaban allí desaparecieron, incluyendo Helly. Los árboles del bosque comenzaron a unirse entre sí, hasta que cada uno también fue desapareciendo. El suelo terrenal se transformó en un impecable suelo blanco, acto que imitó todo el lugar, hasta que Oblium quedó encerrado en una habitación completamente blanca.

    Un hombre alto, totalmente vestido de blanco y con una barba negra apareció en el lugar, se veía viejo. El chico jamás lo había visto, pero sentía que lo conocía de años y le tenía un gran aprecio, no podía explicarlo. Por primera vez en su vida, Oblium sentía que estaba viviendo lo mismo dos veces.

    —Oblium. El esperado rey de la luna.

    Oblium dio un paso hacia delante, totalmente confundido. Al escuchar la voz del hombre, recordó el nombre y supo que este llevaba muchísimos años muerto, pero ¿cómo?, ¿y por qué?

    ——Vitmen, eterno rey de diclop.

    Vitmen sonrió contento.

    —¿Lo recuerdas todo?, ¿ya lo sabes?

    —No —contestó Oblium con un inmenso dolor de cabeza—, solo tu nombre y de una forma extraña, sé que eres un viejo amigo. Pero eso no importa —continuó rápidamente—, perdí mis poderes, perdí el poder de infimorts.

    Vitmen soltó una carcajada.

    —Ya veo que no recuerdas. Calma, Oblium, no perdiste tus poderes, perdiste el de infimorts, y ese es un gravísimo problema, pero tenemos otros asuntos que resolver en este momento, de infimorts nos encargaremos luego.

    —¿Qué asuntos, Vitmen?

    —Tu reinado… Tu reinado como rey de la luna en Engar.

    Cuatrocientos años después

    2

    Ausencia

    La mañana del sábado, Emily Palamidessi despertó trasnochada, no había podido conciliar el sueño en toda la noche. Era una niña de estatura promedio, cabello lacio de color marrón, ojos claros, sus cachetes siempre tenían un color rojizo que hacía buen juego con su sonrisa. Era muy parecida a su padre, lo único que había heredado de su familia materna era la nariz, de resto todos comentaban que tenía algún parecido con su padre.

    El sol de la mañana penetraba directamente en su recámara, una de las desventajas de tener la habitación adyacente a la pared del exterior. La puerta de su cuarto se localizaba frente a la sala, así que lo primero que vio fue a la hermana de su madre, quien estaba sentada en el sillón viendo la televisión con indignación.

    A Emily le encantaba estar con su tía. Las dos eran dos polos opuestos. Astrid era mucho más alta, más esbelta, con cuerpo atlético, era habilidosa con las manos y tan ágil que podía pasar fácilmente como una deportista profesional. Y era una de las mujeres más tiernas que había conocido.

    —Querida —saludó Astrid con voz suave—, el desayuno está en la cocina esperando por ti. Recuerda que siempre tienes que darle gracias a Dios antes de comer. —Volvió su vista al televisor mientras pasaba los canales, visiblemente contrariada—. ¡Todo incita a la violencia!

    Emily sonrió, esa era su tía Astrid. Escuchaba ese tipo de comentarios por casi todos los motivos.

    Astrid era una persona con matices de sentimientos distintos a los cotidianos. Sus anhelos eran ayudar al prójimo, seguir la palabra del Señor, no solo en actos de la vida diaria, si no consagrase en una orden religiosa, quería ser monja. Emily no podía ver a su tía como un ser extraño, estaba acostumbrada a su ritmo de vida y a sus rutinas. Era su compañera en la soledad que la cobijaba.

    Se acercó a la cocina y vio que su plato de comida se encontraba cubierto por un pañuelo. Se alegró al ver que contenía el desayuno que más le gustaba, tostadas con yogur. Su tía llegó a la mesa con un regalo para ella. La niña se sorprendió, rompió el envoltorio y sacó una pequeña caja que tenía escrita en letras amarillas: Historias bíblicas. Abrió la caja y observó que eran pequeños libros de historia, cada una dibujada y narrada de una manera breve.

    —¿Te gustan?

    Emily asintió.

    —Muchas gracias.

    Eran los típicos regalos de Astrid. ¿Útiles?, ¿divertidos? Emily ni siquiera podía preguntárselo, lo único que tenía en claro es que eran su método para pasar las tardes de soledad. Su tía solía salir a hacer obras de caridad, sus padres a trabajar y ella quedaba en casa, totalmente encerrada. Tenía juguetes, pero no con quien utilizarlos.

    —Espero que las leas, sobre todo la de Moisés.

    Emily asintió y siguió desayunando.

    Estuvo toda la mañana al lado de su tía. La veía casi diariamente hacer comida para el orfanato donde trabajaba y ayudaba a los niños. Astrid no la dejaba cocinar, así que solo podía ver cómo trabajaba en la cocina, mientras que Julie la ayudaba con los quehaceres domésticos.

    Julie vivía en la casa contigua desde que Emily tenía uso de razón, era su vecina, así le explicaba Astrid, y era como de la familia, así lo sentía Emily. Las dos se llevaban bien y Julie siempre la ayudaba con las tareas. Se comportaba como una tercera madre, contando a su mamá biológica y a Astrid.

    Era un día bastante preocupante para Marcello Palamidessi y su esposa Elizabeth, ya que su jefe Guiller Quillot los había citado a una reunión urgente, y por los comentarios que se escuchaban en los pasillos de trabajo, era muy probable que fuera para una destitución.

    Una noticia de esa magnitud representaba un gran problema para la familia Palamidessi, puesto que era la única entrada de ingresos para solventar los gastos.

    Marcello y Elizabeth se encontraban sentados en las sillas del área de espera, al frente de la puerta que daba a la oficina de su jefe. El pasillo era amplio y los empleados caminaban de un lugar a otro. En la parte baja estaba el gran local donde se vendían los productos deportivos y en la parte de arriba las oficinas de los que trabajaban en esa sede. Elizabeth no tenía una oficina como su esposo, su trabajo consistía en recorrer la ciudad patrocinando los productos, incluyéndolos en el mercado.

    Marcello siempre había tenido una cosa muy clara, triunfar. Siempre había tenido ese ejemplo de sus padres. Burnello y Genoveffa se habían mudado de Florencia buscando un mejor futuro para toda la familia y lo habían conseguido. Ahora confiaban en él, porque tenía sangre para los negocios y un amor incondicional a los números. A diferencia de su hermana, Massima, que siempre le huía a todo lo que implicara responsabilidad. Marcello volvió la vista, allí estaba su esposa, una Elizabeth mucho más madura de la que conoció cuando decidieron casarse, pero igual de guapa, con ella no se había equivocado. Ahora, allí estaba, intermitente, fuerte pero tan distante, tan poco real, el recuerdo de su hija, Emily.

    La puerta de la oficina de su jefe se abrió, y salió un señor delgado que no pudieron reconocer. Desde el umbral hizo un gesto de despedida hacia el interior de la oficina, luego volvió la vista hacia donde estaba sentada la pareja y les sonrió.

    —¿Ustedes son los Palamidessi?

    —Sí.

    —Quillot les espera.

    Al verlo, Elizabeth supo que se trataba de un empresario, pues se encontraba vestido con un esmoquin negro y en su mano derecha sostenía un portafolio marrón que le acentuaba el aspecto físico de ejecutivo.

    Marcello le sujetó la mano a su esposa y se dirigieron con cautela hasta la oficina de su jefe.

    Guiller Quillot era un hombre regordete, lleno de canas y arrugas, con una mirada distante. A leguas se notaba que era un hombre extremadamente estresado y que se vestía con los trajes más finos del mercado.

    Su oficina era un paraíso, al fondo había una biblioteca extensa, un sillón forrado de cuero se encontraba pegado a la pared izquierda que daba a una pequeña chimenea interna, detrás de su escritorio tenía una pequeña nevera especial para los más exquisitos licores, a su lado se encontraba una repisa donde estaban algunas copas y vasos. La oficina era de matices marrones que le daban un aspecto antiguo pero refinado; sin embargo, lo que más llamaba la atención en aquella oficina era la lámpara que colgaba del techo, la misma iba como una pirámide invertida hasta llegar a la última sección de donde colgaban pequeños cristales en forma de líneas curvas.

    —Siéntense —Guiller señaló con su mano las dos sillas de oficina que se encontraban delante de su escritorio—, los estaba esperando.

    Marcello asintió y sonrió, no porque realmente encontrara algún motivo para sonreír, sino para no pasar por descortés.

    —¿Desean tomar algo? —Guiller paseó su mirada con rapidez—. ¿Quieren whisky, vino, té, zumo, café?

    —Un café.

    —Para mí estaría bien un té — contestó Elizabeth.

    Guiller se puso de pie y se acercó a la mesa que se encontraba al lado de la nevera. Buscó dos tazones, en uno sirvió café y en otro té, luego abrió la nevera y sacó una botella de whisky, se sirvió en un pequeño vaso que contenía algunos hielos y regresó a su puesto original.

    —¡Vaya! —exclamó con sarcasmo—, al parecer no les gusta el alcohol. —No pudo evitar reírse—. ¡Buen dato!

    —Para nosotros es un poco temprano —dijo Marcello cuidando sus palabras.

    —Nunca es temprano para una buena bebida —soltó una carcajada, se encontraba contento—, pero ya veo, Marcello, que no opinas lo mismo.

    —Espero que no sea molestia —saltó de inmediato Marcello.

    —Puede estar tranquilo. —Sonrió con autosuficiencia—. Mis empleados no son mis esclavos, por lo tanto, se me hace imposible que piensen o digan lo que yo quiero, aunque me gustaría. —Volvió a reírse sin ningún tipo de pudor—. En fin, lo que mis empleados deben hacer es su trabajo, cumplir con el contrato y así todos estaremos felices.

    —Siempre hacemos lo mejor que podemos — acotó Marcello.

    —Me alegro escuchar eso, Elizabeth, porque tiene mucho que ver con nuestro tema a tratar el día de hoy, aunque no me gusta escuchar: «Se hace lo que se puede», mil veces prefiero que digan: «Lo hacemos como se debe». —Movió sus brazos quitándole importancia a ese asunto—. Ustedes han hecho un buen trabajo en el tiempo que llevan en mi empresa. —Hizo énfasis en las dos últimas palabras para que no quedara alguna duda sobre quien mandaba.

    Marcello asintió desconcertado, no entendía qué deseaba su jefe.

    —Como ustedes saben, esta empresa se divide en departamentos. —No pudo evitar emocionarse, adoraba recordarse todos sus éxitos—. Hace dos semanas el departamento de venta y producción en el exterior quedó vacío y sin respaldo. El departamento está libre, sin nadie que se encargue, he ahí donde inicia la propuesta que les quiero hacer. He estado pensando todos estos días a quién encargar de una de las áreas del departamento. ¿Y qué creen que pensé? —Los miró detenidamente, pero sin esperar respuestas. Quillot era un hombre que daba por sentado, que sabía más que todos a su alrededor—. Que ustedes dos son la fórmula perfecta y les quiero proponer que se encarguen de algunos fundamentos del departamento.

    —¿Cuál sería nuestro trabajo?

    —Marcello, se tienen que encargar de vender nuestros productos en sitios específicos y lejanos. Mantener esos almacenes y a los vendedores dispuestos a querer nuestros artículos, y no solo eso, hacer contratos con los grandes agentes de deportistas famosos y equipos importantes, tantas cosas, se tienen que esforzar en vender al máximo los productos, entre más vendan, más ganan ustedes y por supuesto yo. —Al pensar en sus ganancias, todo su ser se revolcó de la alegría—. Me parece que son los más indicados, porque Marcello conoce muy bien cómo administrar y tú —volvió su vista hacia Elizabeth— eres un encanto, capaz de convencer a las personas para que compren nuestros productos, así que los dos pueden dirigir y encaminar ciertas partes del departamento.

    —Muchas gracias por los halagos, señor Quillot. —Elizabeth dijo aquello con sequedad, pero, por la sonrisa de su jefe, se percató de que este lo había tomado de una manera excelente—. Por lo que tengo entendido, todos los que trabajan en ese departamento viven en constantes viajes, ¿algo cambiaría con nosotros?

    —Para nada, tendrían que viajar de la misma forma que todos. En la mayoría de los países donde hay sedes se encuentran propiedades a nombre de la empresa donde podrán quedarse, si aceptan el empleo, por supuesto, pero la idea es establecer nuestros productos en los lugares que no nos encontramos en efectiva productividad y aumentar en los que ya estamos. Por supuesto, su sueldo será otro, sin contar las oportunidades y regalías. —Guiller abrió una de las gavetas de su escritorio y sacó dos carpetas—. Tengan —Guiller deslizó las carpetas con autosuficiencia—, a cada uno le he dado una copia del contrato, pueden llevárselas, leerlo con calma y buscar un abogado que compruebe todas las cláusulas que se encuentran establecidas, yo estoy dispuesto a contestar cualquier clase de pregunta.

    —¿Cada cuánto tiempo tendríamos que viajar?

    —El necesario.

    —Eso quiere decir que no serán viajes con fechas establecidas, todo dependerá de cómo se den las circunstancias.

    —Exactamente.

    —Eso genera otro problema; tenemos una hija, ¿cómo haremos con su educación? No creo que pueda terminar la escuela viajando cada tres meses.

    «¿Realmente es un problema?, ¿cuánto puede necesitarnos?».

    —No puedo contestar esa pregunta, Elizabeth; sin embargo, entiendo tus dudas. No les pido una respuesta inmediata, les doy una semana como máximo para que lo piensen con calma, lean los contratos, llamen a sus abogados o lo que ustedes deseen, y luego pueden hablar conmigo y contarme su respuesta, pero ya les advierto, algo de esta magnitud no se ofrece todos los días.

    —Lo tomaremos en cuenta, señor Quillot.

    DIEZ AÑOS después

    3

    El periódico

    Emily se encontraba profundamente dormida en su habitación, tenía la ventana abierta porque prefería el aire natural. Todo estaba en un completo desorden, las almohadas y las sábanas en el suelo, la cama estaba rodeada de libros y papeles; sin embargo, eso no era un impedimento para que durmiera boca abajo, como era su costumbre. Su sueño era profundo, se había trasnochado haciendo un ensayo escolar que tenía que entregar en el instituto Halox.

    A simple vista era una chica con una belleza exótica, mantenía las características de su niñez, el lacio de su cabellera marrón chocolate y lo que siempre llamaba la atención de todos, el rojizo natural en sus pómulos. Se podía decir que era el prototipo de la adolescente actual, aunque no llevaba una vida común y corriente, vivía sin sus padres y su crianza había pasado de manos de su tía Astrid a las de su vecina Julie.

    La alarma sonó por tercera vez consecutiva y de su estado de sueño profundo pasó a una alteración inmediata, la apagó y se fijó en la hora con el trasnocho reflejado en las facciones del rostro. Se sobresaltó, era tarde para salir al instituto, así que rápidamente corrió a la cocina y comenzó a calentar un sándwich que estaba previamente preparado, luego se arregló para salir y guardó todas las libretas en el bolso, se dirigió otra vez a la cocina y buscó el desayuno, salió de la casa cerrando todas las puertas, con la triste realidad de tener que correr para llegar a tiempo a la parada de autobuses.

    Julie estaba sacando su coche del garaje; cuando vio a Emily, la saludó por la ventanilla y le ofreció llevarla hasta el instituto. Julie era regordeta, de piel oscura, ojos gigantes, cabello corto y adoraba usar batas anchas con estampados florales al propio estilo playero.

    Emily se calmó un poco cuando entró al auto, luego saludó a Julie con afecto, adoraba a Julie, dejó su bolso a un lado y observó por el vidrio del carro, que poco a poco se alejaban de la casa donde se suponía debía vivir feliz.

    —Buen provecho —En la voz de Julie se notaba cariño, apretó el acelerador y el auto tomó la vía para salir del urbanismo—; chiquilla, tienes muchas ojeras.

    —Es que estuve hasta tarde escribiendo un ensayo. Gracias por llevarme al instituto, me estás salvando de otro pase por llegar tarde. —Emily sonrió y no pudo evitar soltar risitas que fueron acompañadas por las de Julie.

    —¿Almuerzas hoy en

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