Matavacas
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Las cosas que brillaban no eran estrellas, ni brillantina, ni los focos de un plató, aunque al igual que dichos elementos, era algo que también podría encontrarse en el rodaje de cualquier película de los años setenta; Cocaína a cholón.
Coca, muchísima coca. Cocaína más pura que la virgen María, más grande que el corazón de Jesús y más blanco que el semen de sus santos cojones.
Y si la realidad no era esa, por lo menos así era tal y como él la percibía.
Pese a todo se sentía muy cómodo. Estaba tumbado boca abajo, apoyando su pecho contra el lomo de lo que parecía ser un enorme cerdo con cuernos de reno y alas de murciélago.
Trató de coger aire, fracasando en el intento. Aquello era el espacio exterior, no había oxígeno y, sin embargo, ahí estaba él.
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Matavacas - Claudi Rodríguez Muñoz
Capítulo 1
Kroto Matavacas abrió los ojos y poco le faltó para cagarse encima. De haber ocurrido así tampoco habría alertado a nadie ya que, como es bien sabido, en el espacio nadie puede oír tus pedos.
Las cosas que brillaban no eran estrellas, ni brillantina, ni los focos de un plató, aunque al igual que dichos elementos, era algo que también podría encontrarse en el rodaje de cualquier película de los años setenta; Cocaína a cholón.
Coca, muchísima coca. Cocaína más pura que la virgen María, más grande que el corazón de Jesús y más blanco que el semen de sus santos cojones.
Y si la realidad no era esa, por lo menos así era tal y como él la percibía.
Pese a todo se sentía muy cómodo. Estaba tumbado boca abajo, apoyando su pecho contra el lomo de lo que parecía ser un enorme cerdo con cuernos de reno y alas de murciélago.
Trató de coger aire, fracasando en el intento. Aquello era el espacio exterior, no había oxígeno y, sin embargo, ahí estaba él.
Llegó a una conclusión. Había trascendido la existencia, superando la sobredosis, yendo más allá del éxtasis, liberando su cuerpo, su mente, sus limitaciones terrenales y la vida tal y como la conocemos. Él estaba colocado dentro de su colocón, inmerso de lleno en su viaje. Estaba metido en la droga.
Las pocas dudas que tenia de ello se las disipó el propio animal.
—Eh, tú, el de arriba —gruñó el cerdo—. Que rule ¡Que rule!
—¿Qué dices, guarro? —preguntó Kroto.
—Si no conseguimos más farlopa las tetas espaciales nos joderán el culo con sus rayos pezoneros.
Kroto se calló como una perra.
—¡No te calles como una perra, joder! —dijo el cerdo muy enfadado.
—¿Y qué quieres que diga?
—¡Piun! —gritó una teta del espacio en el instante de disparar un rayo pezonero.
—¡Todo menos eso! —gruñó aterrorizado el gorrino.
Kroto y el cerdo fueron rodeados por multitud de pechos mortales que disparaban rayos de colores.
Una de las tetas se aproximó a los protagonistas de esta basura. Ambos dedujeron que era más importante que las demás ya que era la teta más grande de todas.
La nave frenó en seco. El pezón se escondió en el interior y surgió una especie de megáfono.
—¿Eso qué es? —preguntó Kroto al cerdo por lo bajini.
—Es un tetáfono. No hagas caso de nada de lo que…
—¡Silencio, marrano! —interrumpió el tetáfono—. Devuélvenos al humanoide si no quieres formar parte del banquete imperial.
—¡Es uno de los nuestros! —dijo el cerdo con cierta convicción.
—Excelente película, pero por desgracia es solo eso. ¡Una mentira! —dijo el tetáfono mientras Kroto trataba de comprender la situación sin conseguirlo, obviamente.
—¡Kroto! Tírame del rabo, por favor.
—¡No lo hagas! —dijo la teta de forma imperativa.
—¿Confías en mí? —le preguntó el cerdo a Kroto.
—¡No lo sé! ¡No entiendo nada! —gritó Kroto desesperado.
—¡Hazlo o te dejo flotando en el espacio!
Inmediatamente después de la amenaza, Kroto le tiró del rabo y el cerdo salió disparado hacia delante como un misil. Las leyes de la física habrían hecho que Kroto perdiese el equilibrio y quedase flotando en el espacio en el mismo instante del despegue porcino. Sin embargo, no fue así. Cuando el marrano frenó, Kroto le tenía bien agarrado por el rabo. Estaba colgando de él cuando se dispuso a escalar las gigantescas posaderas del cochino. Una vez escaló el coloso, se sentó sobre su lomo como el jinete que monta su caballo.
Seguían estando en mitad de la nada, en el oscuro espacio exterior, con su cocaína flotante y brillante y sus trampas mortales y mundos inexplorados. Nada parecía tener sentido y Kroto necesitaba respuestas.
—Necesito respuestas, puerco —le comentó Kroto a éste.
—Para empezar, tengo nombre. No soy un cerdo cualquiera.
—Me parece un bueno comienzo. ¿Cómo te llamas? —le preguntó con expectación.
—Paulino Basilio.
—Yo me llamó Pol Anski —respondió Kroto.
—Eso es mentira. Te llamas Kroto Matavacas.
—¿En serio? —dijo Kroto rascándose la cabeza como un mono—. ¿Y tú como sabes eso?
—Es lo primero que sale en el libro. ¿A caso no sabes leer?
—Sí, pero yo creía que me llamaba Pol Anski, no sé por qué…
—Muchos se creen Pol Anski y no llegan a Uve Bol.
Kroto se llevó las manos a la cabeza.
—Sigo sin entender nada. Ya no sé ni cómo me llamo.
—Eso es por las drogas. Necesitamos más para no caer en la locura de la realidad— le dijo Paulino.
—Podríamos recoger cocaína del espacio. Está por