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La indiferencia de dios
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La indiferencia de dios
Libro electrónico425 páginas5 horas

La indiferencia de dios

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Un futuro lejano: el año 2070. Un Chile de mundo paralelo y una ciudad del sur llamada La Imperial.

Un Chrysler Plymouth Fury llamado Christine explota y mata a su dueño, un ingeniero comercial casado con una joven e irreverente escritora de culto que es heroinómana y está embarazada del Anticristo. El padre del malogrado joven contrata a la detective y abogada Delfina Edith para dilucidar la muerte de su hijo. Todos parecen culpables. ¿Por qué el hermano menor de la escritora, obeso que se alimenta como única salida a su personal infierno, recita párrafos sueltos de la novela de su hermana? ¿Qué pasa con los brujos, aparentemente respetables padres de la escritora? ¿Es posible que el díler sea un hombre lobo? ¿Por qué la secretaria de la detective es adicta al sexo? ¿Es cierto que el asistente gay de Delfina Edith tiene un hermano alienígena? ¿Qué hace un billonario poeta en Estolia? ¿Hay zombis allí? El nonato que tiene en su interior la escritora, ¿es realmente un Anticristo? ¿Quién es el médium don Rosendo?

La indiferencia de Dios es la secuela de la novela de culto La Hermandad Halloween, publicada en 2012. Ciñéndose a una intriga y suspenso policial inusuales, y adoptando rasgos fantásticos y de narrativa de terror, Ignacio Fritz nos entrega una obra abarrotada de guiños a la cultura hollywoodense, chatarra y pop. Un pastiche. Y si bien se trata de un folletín policial fantástico, heredero de J.G. Ballard y Richard Brautigan, estamos en presencia de una divertida ficción para leer en los ratos de ocio, que no se despreocupa del lenguaje, barroco y cinematográfico a su vez, y que ha de ser, según los entendidos, compleja. Cercana a series de televisión como Supernatural, La indiferencia de Dios es una apología al suicidio que se lee tal como se engulle una hamburguesa de fast-food. Y no pretende ser nada más que eso.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 dic 2016
ISBN9789563382648
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    La indiferencia de dios - Ignacio Fritz

    La indiferencia de Dios

    Autor: Ignacio Fritz

    Editorial Forja

    General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile.

    Fonos: 56-2-24153230, 56-2-24153208.

    www.editorialforja.cl

    info@editorialforja.cl

    Diseño y diagramación: Sergio Cruz

    Edición Digital: Sergio Cruz

    Primera edición: septiembre, 2016.

    Prohibida su reproducción total o parcial.

    Derechos reservados.

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

    Registro de Propiedad Intelectual: N° 263399

    ISBN: Nº 978-956-338-285-3

    ADVERTENCIA AL LECTOR: La presente novela es una ficción pulp de folletín, del tipo policial fantástico. Como bien sabrá, el pulp es un género de ficción que explota tramas exóticas, con argumento poco verosímil y simplicidad sicológica en su trama.

    El autor agradece a diversas fuentes por haberle proporcionado información usada en esta obra.

    Homero: Dios, ¿cuál es el sentido de la vida?

    Dios: No, Homero, tendrás que esperar hasta que mueras para saberlo.

    Homero: ¡Jo! ¡No puedo esperar tanto!

    Dios: ¿No puedes esperar seis meses?

    Homero: No, dime…

    Dios: Bueno, la razón es que…

    Capítulo Homero el hereje,

    Los Simpson (Temporada 4, episodio 62).

    Y me parece igualmente raro tachar de cobarde a quien se quita la vida; como no sería pertinente tildar de cobarde a quien muere de una fiebre maligna.

    Las cuitas del joven Werther.

    Johann Wolfgang Von Goethe

    Este es el fin / Hermoso amigo

    Este es el fin / Mi único amigo

    El fin de nuestros planes elaborados

    El fin de todo lo que crece

    El fin / Sin seguridad ni sorpresa

    The End. Jim Morrison

    —Déjame en paz. ¡Ya está bien! —Ella se volvió a mirarle desde la puerta. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas—. No quiero hablar de esto nunca más delante de Ellie, Lou. Te lo digo en serio. La muerte no tiene nada de natural. Nada. Y tú, como médico, deberías saberlo.

    Cementerio de animales. Stephen King

    PRIMERO

    (…) Si Dios está convertido en zombi, toda catástrofe necesita su coartada, su lenitivo. Comprendo que se trata de una suposición, pero es la misma suposición que nos impulsa a estudiar matemáticas o algo similar. El sujeto de la caverna mediática quiere que los hechos sigan como están, y que no cambien…

    Walt Oberton,

    Dios está convertido en zombi

    estoy protegida en el claustro materno caliente cómoda abrigada protegida un cordón umbilical me alimenta mi papi a veces me canta canciones de cuna se me olvidan pronto no sé realmente lo que vendrá estoy más allá del tiempo los objetos parece que soy inmune a la estupidez humana soy humana pero vendré a un mundo un mundo que es un Antimundo ¿qué puedo decir? ¿qué puedo balbucear? estoy más allá del lenguaje se dice que primero está la palabra no estoy segura si será cierto mi mami a veces me acaricia estoy cobijada en su útero creo que me trata bien de hecho me trata muy bien me dice mi niña porque está segura de que soy una niña pero yo ni siquiera soy un bebé soy todavía un feto ella me canta melodiosamente (su voz es suave cuando me canta) ella me ama pero ella no sabe la verdad estoy desde antes de que todo apareciera en el mundo soy un Rey de la Luz Negra amo la legión soy la legión creo que tengo muchos hermanos cientos miles millones pero con mi mami no tengo hermanos ellos están en todas partes nadie los ve son entes incorpóreos son mis hermanos y nadie los ve ellos están desde que el mundo es mundo mi verdadero padre no es mi papi porque mi papi se llama Guy García Cunningham pero mi verdadero padre habita en lo más profundo es el Príncipe de las moscas hiede a estiércol hiede a azufre hiede a fuego está desde antes yo misma he estado desde antes con otras formas claro en algunas ocasiones he sido un fantasma me he impuesto sobre los objetos me parece que he sido anterior al tiempo anterior a la vida me han llamado de múltiples formas pero ahora mi mami me dice Jenny sí pronto seré una bebita una niña creo que tendré que vivir más de lo que se vive pero mi mami está loquita tiende a tomar drogas duras ella cree que aguanto sí puedo aguantar la heroína siento un shock shock shock mi mami se ahoga tiene los ojos semicerrados ella no aguanta la droga cree que podría soportarlo no pues no soporta es difícil articular palabra cuando mami se inyecta tal vez no hay nada más ella en realidad no quiere vivir los cometas los fotones la luz naranja azul verde el fuego una jeringa con heroína una aguja ella se inyecta para sobrevivir me quedo de piedra he vivido durante siglos he sido la mejor sé todas las lenguas mi aroma es el mejor perfume

    1

    Estacionamientos Coche Embrujado, ciudad de La Imperial, 14:32 horas del martes 22 de agosto del año 2070:

    El automóvil explotó. Se trataba de un Chrysler Plymouth Fury del año 1958 de color topacio, con capota automática de color burdeos, placa de matrícula HY-6241-J. La carrocería se fundió con el ardor del fuego. En fracción de segundos, el primer lote de explosivos le amputó a Guy García Cunningham los pies desde los tobillos. La segunda tanda levantó el capó del automóvil unos treinta metros en el aire y mandó el parabrisas volando hacia adelante. Y el paquete principal prendió el tanque de combustible y elevó cinco metros en el aire las dos toneladas y media del vehículo, que luego cayó pesadamente con los neumáticos ardiendo; se habían desprendido las puertas compactas con un sonido estridente, feroz.

    ¡BOOM!

    La detonación ocurrió cuando Guy García Cunningham introdujo la llave en la cerradura de la puerta metálica del automóvil reluciente. Siempre abría con naturalidad el automóvil, como si nada fuera extraño en su vida. Nada inusual. Siempre creyó llevar una vida (aparentemente) común. Una vida adinerada, repleta de comodidades. Era un sujeto cuyo sex-appeal era el dinero.

    Existía, sin duda, una inteligencia suprema cuyo ser ocupaba toda la trama del universo, y fluía en innumerables olas a través de las mentes y cuerpos como un infinito éter moral, pero esta divinidad parecía mucho menos propensa a predicar las instrucciones y exigencias que habían caracterizado a sus anteriores encarnaciones en otros mundos paralelos. ¿Encarnaciones? En ese momento, los segundos parecieron transcurrir con alas de plomo: fue como si todo el mundo se hubiera detenido.

    ¡BOOM!

    Guy García Cunningham no alcanzó a sentir dolor: nada. Salió expulsado hacia arriba, apenas dándose cuenta de lo que ocurría, golpeado por los fierros envueltos en llamas. Su cadáver mutilado y semicalcinado quedó a diez metros del lugar de los hechos. Después de la explosión, durante varios minutos, el aire permaneció frío y muerto como un aliento medio contenido.

    El automóvil de colección parecía un esqueleto rostizado en el mundo paralelo en el que estaban todos insertos.

    (Chile: año 2070. Presidente de la República: Clodomiro Tomic.

    ¿Qué es un mundo paralelo?

    Paralelo.

    Paralelo.

    Paralelo.

    Un mundo paralelo es un mundo donde lo imposible es posible. Donde los años no pasan. No hay futurismo; no hay cambio; todo es como en el pasado.

    Donde lo absurdo e inverosímil es una realidad verosímil.)

    2

    Una hora después… 15:32 horas del martes 22 de agosto del año 2070:

    Bomberos y personal del GOPE tuvieron que ponerse mascarillas de algodón para soportar el olor a plástico, gomaespuma y gasolina quemada. Un amasijo de fierros retorcidos era ahora el Plymouth Fury del año 1958. Hacía tiempo que el trabajo de bomberos y del personal del GOPE no era tan riguroso como ahora: nunca ocurrían explosiones de ese tenor. Todos ellos parecían los directores de un psicodrama wagneriano que los involucraba en el catártico despliegue de una zona de guerra. Suerte que no había gente en el sitio del suceso, se dijo el mayor Sartoris Rausch con el rostro endurecido como un pedernal. Esta cosa pudo haber matado a más personas. La cagada pudo haber sido peor.

    —¡Qué desastre! —exclamó el cabo raso Travis Colilaf.

    Tenía un corte de pelo muy al ras.

    —Un carrobomba —dijo Sartoris Rausch, con tono envalentonado—. Horrible manera de morir —una pausa—. Tomaré el caso.

    Estaba decidido. Era el primer caso importante que le tocaba desde que llegó al año 2069 a través de Tardis, una máquina del tiempo que lo dejó en un mundo paralelo, luego de haber vuelto de la muerte.

    Después de los análisis efectuados por los peritos forenses, se supo que el Plymouth Fury había explotado a causa de un explosivo plástico C-4 conectado al cerrojo de la puerta. Dieciséis kilos de explosivo militar adosados a los bajos del vehículo, escondidos en el compartimento del motor, detrás del tablero y, con un cuidado especial, alrededor del tanque de combustible de noventa litros. Un movimiento de la cerradura y ¡listo! Un tipo de bomba bastante común en el hampa estadounidense. No fue fortuito que el autor intelectual de la explosión pudiera encontrar los implementos fácilmente para llevar a cabo el plan de ¿eliminación? de Guy García Cunningham.

    3

    Diez minutos después… 15:42 horas del martes 22 de agosto del año 2070:

    Un corro de curiosos observaba la escena con el interés sereno y reflexivo de un comprador inteligente en una subasta de animales de raza. Era extraño lo que ocurría en el estacionamiento Coche Embrujado.

    Un tipo de barba cenicienta —espesa e hirsuta— y ojos vidriosos como los de un yonqui dijo:

    —No es raro que esto ocurra en un estacionamiento como este…

    Un rictus de alarma y preocupación invadía su rostro, mientras que en sus ojos se leía la advertencia de un oscuro porvenir. Sus largos cabellos negros, enmarañados por el viento, le daban un aspecto salvaje a lo Charles Manson. Vestía zapatillas de tela y una chaqueta de mezclilla traposa por el uso. Su tranquilidad resultaba escalofriante.

    —¿Qué dice usted? —preguntó otro curioso de nariz aplanada. Su piel era increíblemente tersa, como tirada por diminutos elásticos internos. Tenía las orejas muy pequeñas, aplastadas contra el cráneo pequeño y perfectamente redondo. Tenía el aspecto de un androide.

    —Lo raro del nombre de este estacionamiento… —continuó el sujeto.

    —¿Coche embrujado?

    —Así es. Se ven automóviles fantasmas en este lugar. Yo fui cuidador aquí.

    —No creo en esas cosas…

    —Pues crea usted…

    —¿Cuál es su nombre?

    —Don Rosendo. —Había algo de anacronismo en su prestancia, como si de algún modo no encajara con lo que tenía en derredor.

    El corro de curiosos rodeaba una cinta plástica para delimitar el lugar en que había ocurrido el lamentable incidente. El cielo estaba esmaltado de azul y oro; prometía ser un día frío, resplandeciente: hermoso.

    Cruel, magnánimo, desafiante.

    4

    Dos meses más tarde… Miércoles 25 de octubre del año 2070:

    Carabineros no tenía mayores pistas acerca del asesinato de Guy García Cunningham. Sartoris Rausch se sentía perdido leyendo los expedientes del caso. No tenía indicios visibles. Nada. La víctima era, simplemente, un yuppie, un profesional de treinta años que vivía en un barrio elegante de la megalópolis de La Imperial. Su familia era dueña de una automotora con sedes en Santiago, La Serena e Iquique. El joven también participaba en el negocio familiar y podía darse el gusto de ser dueño de un automóvil rarísimo como el Plymouth Fury del año 1958. Un coche de más de cien años. Aparentemente, no tenía enemigos y se trataba de un hombre casado de vida apacible que llegaba a su casa después de la jornada laboral, como cualquier persona. No hay lógica en esto, se dijo Sartoris Rausch, y dejó el caso a la espera. Decidió recurrir a una amiga: la abogada y detective privado Delfina Edith.

    Pescó el teléfono —le habían pasado uno arcaico, de baquelita granate con muchos diales— y marcó el número del estudio jurídico de Delfina Edith:

    —¿Dalek DeSoto? Soy Sartoris Rausch. ¿Está Delfina Edith?

    Se perdió un lapso de tiempo.

    —Sí. Te la paso…

    Maricón, pensó, efímero, el asistente Dalek DeSoto.

    Se perdió un lapso de tiempo.

    —¿Sí? —preguntó Delfina Edith arrastrando las palabras.

    Se perdió un lapso de tiempo.

    —Soy Sartoris Rausch. ¿Podemos juntarnos? Tengo un caso que necesita una mano.

    Se perdió un lapso de tiempo.

    —¿Una mano?

    Se perdió un lapso de tiempo.

    —Sí —pausa—. Ayer un padre desesperado me visitó producto de la muerte trágica de su hijo.

    Se perdió un lapso de tiempo.

    —¿Un padre desesperado? ¿Me tienes un caso?

    Se perdió un lapso de tiempo.

    —Un caso interesante.

    Se perdió un lapso de tiempo.

    —Me juntaré contigo solo si implica honorarios…

    Se perdió un lapso de tiempo.

    —No seas tan frívola, Delfina Edith… ¿Te parece que nos juntemos en el restorán de siempre?

    Se perdió un lapso de tiempo.

    —¿Mañana?

    Se perdió un lapso de tiempo.

    —Sí, mañana.

    Ambos cortaron al unísono.

    5

    Restorán español La Quinta Columna, ciudad de La Imperial, 20:30 horas del jueves 26 de octubre del año 2070:

    Afuera, unas nubes diluidas cubrían la luna como una mortaja. Sartoris Rausch vestía de impoluto paisano: pantalones de campana kaki y camisa de color rosa desvaído Licosta (imitación Lacoste by Nixon; habría tenido que endeudarse por meses para comprar una original). Estaba relajado; sentía una calma chicha, como si su cuerpo tuviera cavidades en todos los sitios donde deberían estar los órganos. Tenía el aspecto recio, corpulento de un granjero ucraniano y su bigote estilo káiser Guillermo lucía elegantemente cepillado. Empezaba a sentirse viejo a los cuarenta y nueve años. Horrible edad, cuarenta y nueve años, porque el número siguiente es cincuenta. Aquel número ya no es de edad madura, sino decididamente de vejez. Aunque, en realidad, debería tener más de ochenta si no hubiera tomado la máquina del tiempo después de resucitar como Jesús, solía decirle plañideramente a su señora Adela Domínguez Iriarte, quien había viajado en el tiempo con él. Sartoris Rausch tenía cejas finas y bien arqueadas; constituían un marco perfecto para sus espléndidos ojos de color ámbar (que adquirían un tono violeta cuando estaba levemente borracho). Tenía una frente ancha propia de quien está acostumbrado a reflexionar necedades, pelotudeces. Frente a él, indiferente, estaba Delfina Edith bebiendo calmadamente un vodka tónica para pasar el momento. Lucía un vestido de fibra ionizada, adornado con serpientes de encaje y otros emblemas del art nouveau. Estaba calculado para la ocultación y el efecto, el artificio y la seducción. En ocasiones, Delfina Edith aparecía con un sombrero cloche color crema y un vestido Gatsby —un look anticuado, imbuida en los locos años veinte, digno de una fiesta de disfraces—; otro día, con una blusa de lúrex y falda escocesa. Todo dependía de con qué pie se hubiera levantado. Delfina Edith tenía rasgos aristocráticos, sabía vestir bien. Además, tenía una belleza rayana en la impudicia. Todo en ella era refinado, armónico, simétrico; su porte, su figura, sus cabellos, sus ojos, sus labios carnosos de un intenso color escarlata, sus dientes pequeños y blancos, la suave curva de la mandíbula, sus dedos largos y finos, sus delgadas muñecas. Sobre todo, su cutis: su piel era blanca, como de porcelana. Parecía una modelo de pasarela. Su cabellera, larga y rizada, era rubia y tan brillante como la seda. Tenía los ojos de un color azul de Prusia. La multitud de amigos que tenía solían decir que era una de las personas más inteligentes que habían conocido. Parecía tener un gran bagaje cultural sobre todo tipo de temas, y entregaba sus conocimientos de forma generosa, sin una actitud de soberbia: se debía a su tenacidad y rigurosidad en la búsqueda de información y ella misma lo reconocía. De lo que sí se sentía muy orgullosa era de su capacidad analítica y de su facultad prodigiosa para captar las intenciones ocultas de la gente. Su único vicio era fumar cigarrillos mentolados Blackheat Ultralights 100s, asunto que delegaba en Dalek DeSoto, su asistente, que en las mañanas le compraba los cigarrillos en el quiosco de la esquina y le preparaba un té caliente sin teína. Con edulcorante de menta, claro. En esta ocasión, Delfina Edith estaba algo aburrida; suspiraba una y otra vez. Sartoris Rausch era un sujeto que trataba de cortejarla; sin éxito aparente. Parecía un hombre maduro que no se la podía con su trabajo; tal vez no estaba a la altura de las circunstancias.

    Así lo comprobó Delfina Edith cuando este dijo:

    —Hace dos meses un auto explotó. —Suspiró tremebundamente y tamborileó la mesa con el peso de sus dedos y uñas—. No hay sospechosos. Un hombre de vida tranquila. No hacía nada malo. ¿Quién lo podría matar? ¿Cuál es el móvil…? Para mí, solo los hechos cuentan, y en todos los casos en que he intervenido, al final siempre ha habido una razón.

    Delfina Edith agarró su prístino vaso de vodka tónica y se dijo que Sartoris Rausch era atractivo pero bobo, indolente hasta la mediocridad. Todo en él sugería prisa, celeridad: la agilidad de sus ojos y boca, las manos inquietas.

    —¿Indagaste en los familiares? —preguntó ella. Abrió tanto los ojos que parecían dos globos de cristal. Tenía una sonrisa tan genial y constante que daba la impresión de una absoluta corrección y un gusto exquisito.

    —Tengo en carpeta sus antecedentes familiares, pero no he hablado personalmente con ellos…

    Hubo un silencio muerto.

    Ella se quedó mirando la raída alfombra que cubría el suelo de madera.

    —¿Y a sus amistades? —Ella recobró la atención—. ¿Las has investigado?

    —No. Nada —se sonrojó el mayor.

    Otro silencio muerto.

    El viejo ventilador que traqueteaba en el techo ni siquiera llegaba a dar la ilusión de un soplo de aire.

    —¿Qué has investigado?

    —La tontera de siempre. Se sabe el tipo de explosivo. Nada más.

    —¿Qué tipo de explosivo?

    —Explosivo militar C-4. Le dicen explosivo Caca de mosca.

    —¿Por qué se le llama así?

    —Porque lo que queda después de la detonación son solo caquitas de mosca. Nada. ¿Me explico?

    —¿Qué quieres que haga?

    —Te lo pido como un favor —pausa—. Quiero que esta joda sea extraoficial. La Fuerza no puede saber que le pido a un detective privado que investigue un caso que yo no puedo resolver. Me huele que esta cosa es más extraña de lo que parece. No había motivos lógicos para matar a Guy García Cunningham.

    —¿Guy García Cunningham? ¿Así se llama?

    —Es el nombre del finado.

    —¿Quieres que investigue por mi propia cuenta y riesgo?

    —Así es.

    —¿Quién pagará mis honorarios?

    —Su padre.

    —¿Hablaste con él?

    —Está desesperado. —Se quedó mirando fijo la mesa. Delfina notó un temblor casi imperceptible en el párpado derecho del mayor—. La última vez que lo vi lloró delante de mí. Lloraba como un bebé. Me dijo que su hijo iba a ser padre.

    —¿Cuándo lo viste?

    —Ayer. Fue a la comisaría.

    —Si hay honorarios puedo hacer cualquier cosa. ¿Cómo me puedo comunicar con el padre de Guy García Cunningham?

    —Irá a tu oficina.

    Un pesado kukri, uno de esos cuchillos con forma de hoja que usaban los gurkas y otras tribus montañesas de la India, estaba colgado en la pared de tonalidad crema lechosa. Además, los relojes cucú y las cabezas de ciervo apolilladas daban al restorán español La Quinta Columna un aspecto sombrío, fuera de lugar, tirolés. Incluso había olor a cerveza derramada.

    La detective lo miró con los ojos tan abiertos y tan redondos como una diana de dardos que había a un costado de la muralla.

    —¿Dijiste que la víctima iba a ser papá? —preguntó ella con voz neutra.

    —Como escuchaste…

    —¿Quién es la madre…?

    —Te lo dirá el padre.

    —¿Qué harás ahora, Sartoris Rausch? —le preguntó.

    —Una noche de sexo salvaje contigo —sonrió él, como si le hubiese contado la broma de un asesino que se escondía en un abrigo robado y terminaba siendo estrangulado por la misma prenda.

    Era la respuesta que ella esperaba, pero intentó disimularlo.

    —De acuerdo —dijo ella—. Lo haré porque te conozco como la palma de mi mano desde que viajamos en el tiempo y volviste de la muerte como Jesús. Y, dicho sea de paso, la Santa Biblia es la mejor novela fantástica que hay… ¿No crees?

    Delfina Edith entornó graciosamente los ojos como un tirador que calcula la distancia de un blanco.

    6

    Veinticinco minutos después… Casa de la abogada y detective privado Delfina Edith:

    Sus actos sexuales parecían ordalías exploratorias. Sartoris Rausch estaba desnudo encima de la cama de dos plazas de Delfina Edith. En el velador había un vaso con agua cristalina y un tubo plástico de Viagrasex. Curiosamente, a Delfina Edith le gustaban los hombres mayores, de cuarenta y cinco años para arriba. Ella tenía veintiséis años cerrados y siempre estaba buscando la imagen paterna, pues su padre había fallecido abruptamente cuando ella tenía apenas trece años. Su padre también había sido abogado. En sus horas libres, se dedicaba a resolver casos que nunca se esclarecían para la judicatura. Casos en los que había sangre, sudor y lágrimas, como diría el ajetreado Winston Churchill. Desde la muerte de su padre —a balazos en un callejón lóbrego de la comuna de Estación Central en plena época del dictador Pin-8—, Delfina Edith se dijo que seguiría los pasos irredentos de su progenitor. Al año de la muerte de su padre, la madre terminó cortándose las venas con una filosa gilette. Con catorce años, fue criada por su tío, también abogado. Un prestigioso leguleyo que vivía en la tradicional comuna de Providencia en Santiago. No tuvo mayores problemas en su adolescencia. Fue excelente alumna en el colegio de monjas en que estuvo. Desde luego, siempre había sido una mujer racional, cartesiana, que rechazaba cualquier tipo de emoción. Era una mujer perfecta, en el buen y amplio sentido. Una mujer que parecía hombre (si es que los hombres fueran perfectos). Pero la sexualidad también, para ella —y para todos— se trataba de algo animal y salvaje. Algo que no se puede controlar.

    Ella le agarró el pene erecto como un rascacielos y se lo introdujo en su dilatada vagina rosada, depilada. Delfina Edith estaba desnuda —completamente hermosa—, con un culo que parecía una manzana invertida. Sartoris Rausch la penetró mientras le empezaba a chupar los senos y ella comenzó a gemir como una posesa. El mayor emitió (entonces) unas exclamaciones de placer desaforado; el clímax de un sol de calentura. Delfina Edith tenía el rostro arrebolado; no cesó de gemir tórridamente a lo largo del coito. Minutos más tarde, de pronto, el mayor se apartó de ella, la colocó en posición e introdujo su verga dura y tiesa en el recto. Por mientras, le frotó el clítoris y ella acabó mojada en un convulsivo orgasmo.

    Sartoris Rausch se apartó, abruptamente, de ella.

    —No puedo acabar —dijo secamente.

    Ella se colocó una bata acolchada de color lavanda luego de levantarse, como un resorte, de la cama de dos plazas.

    —Siempre te pasa lo mismo —meneó la cabeza—. Siempre.

    —Son mis demonios, chiquita.

    —¿Demonios?

    —Sí, los demonios.

    —Los demonios no existen, Sartoris Rausch.

    ¿Los demonios no existen? ¿Y qué pasaba con los suyos? Tenía vagos recuerdos de sus progenitores. Todas las noches soñaba con ellos. A veces, aparecían en una playa desierta. De pronto, ella trataba de acercarse pero luego se alejaban y se evaporaban como fantasmas extraviados, perdidos en el inframundo. Muchas veces le contaba sus sueños al psiquiatra Pablo Riquelme. Él los analizaba freudianamente. Pero Delfina Edith nunca quedaba conforme. Nunca.

    ¿Y Freddy Krueger, qué monos pinta?

    —Tengo que irme, chiquita —pausa—. Mi señora me espera.

    —Ándate nomás —recalcó ella—: Pero los demonios no existen si uno no quiere que existan.

    SEGUNDO

    (…) El sujeto tiene un enroque entre lo real y los medios de comunicación imaginarios. De ahí la importancia que se enseñe a leer los medios de comunicación imaginarios. Enfermos imaginarios. Y Molière no está aquí para refutarlo. Aprender a leer y escribir es fundamental y difícil, ya lo decía Ortega y Gasset, el eterno correcto. No basta con controlar el alfabeto y saber descodificar sus combinaciones, sino que hace falta entender lo que se lee y lo que se escribe…

    Walt Oberton,

    Dios está convertido en zombi

    estoy protegida en el claustro materno sé cuándo saldré del útero serán nueve meses mi mami sufrirá en el parto morirá en ese parto está todo escrito ya sabemos lo que ocurrirá todavía hay tiempo mi mami me cantará nuevas canciones de cuna pintará mi cuarto de color rosado me dirá Jenny te amo todos aman a una bebé pero mi mami va a morir también murió mi papi ¿y mi abuelo? ¿mi abuelito? mi abuelo se llama Ed García y mi abuelita se llama Jenny Cunningham tiene mi mismo nombre es una mujer con clase algo voluntariosa mi papi morirá de una manera tan horrible tiene una obsesión con su automóvil es un automóvil que le regaló el hombre de las mil caras el tramposo en silencio cuando todo acabe lo peor es que mami va a morir ¿quién me cuidará? ¿quién me cambiará los pañales? ¿quién me dará la mamadera? ¿quién me cantará canciones de cuna? ¿quién me paseará en cochecito? me da pena que todo acabe primero con mis papis muertos yo creo amarlos pero su función en mi vida es solo traerme al mundo luego habrá otra persona que me cuidará mi función final es amar a toda la humanidad y la humanidad me amará a mí habrá chapitas que dirán Yo amo a Jenny todos me amarán estaré en el mundo para que todos me amen sí seré la que brindaré amor y confort a quien me lo pida el amor en mí todavía no se cura con presencia y con figura creo el mundo entero me amará aunque no sé qué es lo que quiere el Cuidador ese hombre que conoce mi papi un sujeto con una multinacional de empresas productos Nixon mi papi fue ingeniero comercial de una de esas empresas eso no lo sabe todo el mundo creen que mi papi solo tenía una automotora un negocio familiar sí soy una bebita una niña he vivido durante siglos he sido la mejor sé todas las lenguas mi aroma es el mejor perfume

    1

    Estudio jurídico de la abogada y detective privado Delfina Edith, ciudad de La Imperial, 09:57 horas del viernes 27 de octubre del año 2070:

    Cómprame unos pitillos para empezar el día, le pidió Delfina Edith a Dalek DeSoto con una sonrisa de cuadro. DeSoto era un hombre de baja estatura, grueso y fornido, moreno como un grano de café. El estudio jurídico estaba en un edificio magnífico, no solo por sus dimensiones, sino por su concepción arquitectónica. Saliendo a la calle, se enfrentó al Parque Canisio Inaipil —algo así como el Parque Forestal en Santiago, solo que aquí los árboles estaban atrofiados por el viento y el frío. Cada ciudad tiene sus zonas rosa; jardines y parques son los puntos más neurálgicos. Observó el follaje verde y el azul glaseado del cielo. Antes de trabajar para Delfina Edith, Dalek DeSoto llevaba amuletos para alejar a las más maléficas potencias; hacía ciertos

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