Horror en el pasaje
l cine de terror ha recurrido con éxito a los museos de cera y sus galerías de los horrores, caso de la imprescindible (, André de Toth, 1953), pero pocas veces, y casi siempre de manera poco satisfactoria, se ha servido del contexto de los caserones del horror, tan sugerentes como poco aprovechados. Aunque normalmente estas atracciones de feria se inspiren en el cine, sin dejar de tener la mirada puesta en el Grand Guignol francés, ese espectáculo macabro y tétrico donde hacer partícipe al espectador, presumo que también ha sucedido a la inversa: para algunos de sus escenarios dantescos, las películas han buscado inspiración en estos divertimentos. En ellos han podido (, Tobe Hooper, 1986) o la de su homóloga en (, Rob Zombie, 2003). También los de William Castle bebían del espíritu de la feria. Nos detendremos aquí, no obstante, en aquellos títulos que se desarrollan realmente en pasajes y casas del terror. Tobe Hooper, al que le encantaban este tipo de lugares donde flirtear con la vida y la muerte, la realidad y la ficción, ha sido quizá quien más partido ha sacado de ellos en , como veremos en este somero repaso. Eso sí, tanto esta película como prácticamente todas las que se comentan no suponen un dechado de originalidad: giran alrededor de unos jóvenes atrapados en la atracción de turno y perseguidos por el asesino o los asesinos. Montaos en el cochecito que vamos a arrancar…
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