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El club de la carne: La fracasada historia del porno chileno
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Libro electrónico199 páginas2 horas

El club de la carne: La fracasada historia del porno chileno

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Esta investigación está llena de personajes fulgurantes y de imágenes que se te quedan pegadas en la mente. Una empleada doméstica en una plaza, la sede del Partido Radical, un gordo vestido con una polera de Iron Maiden; todo eso que separado es la banalidad misma, de pronto se hace parte de una aventura sin límites.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 sept 2017
ISBN9789563242096
El club de la carne: La fracasada historia del porno chileno

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    El club de la carne - Sebastián Alburquerque

    Sebastián Alburquerque y Melissa Gutiérrez

    El club de la carne

    LA FRACASADA HISTORIA DEL PORNO CHILENO

    Edición periodística de Javier Ortega

    ALBURQUERQUE, SEBASTIÁN; GUTIÉRREZ, MELISSA

    El club de la carne. La fracasada historia del porno chileno / Sebastián Alburquerque y Melissa Gutiérrez

    Santiago de Chile: Catalonia, 2017

    ISBN: 978-956-324-209-6

    ISBN Digital: 978-956-324-246-1

    PERIODISMO

    CH 070.40.72

    Este libro forma parte de la colección de periodismo de investigación y rescate patrimonial desarrollada al alero del Centro de Investigación y Publicaciones (CIP) de la Facultad de Comunicación y Letras UDP.

    Diseño de portada: Cortés | Justiniano

    Diseño y diagramación: Sebastián Valdebenito M.

    Fotografía autores: María José Durán

    Edición de textos: Javier Ortega

    Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, de la editorial.

    Primera edición: septiembre 2013

    ISBN 978-956-324-209-6

    ISBN Digital: 978-956-324-246-1

    Registro de Propiedad Intelectual N° 232.092

    © Sebastián Alburquerque, Melissa Gutiérrez, 2017

    © Catalonia Ltda., 2017

    Santa Isabel 1235, Providencia

    Santiago de Chile

    www.catalonia.cl – @catalonialibros

    Índice de contenido

    Portada

    Créditos

    Índice

    Prólogo LOS GENIOS DEL PLACER

    PREFACIO

    Capítulo I ESTRELLAS DE 300 LUCAS

    Nana superestrella

    Capítulo II CHILE, EL DESTAPE YA VIENE

    Porno Lumière

    Sexo chic

    Revolución sexual

    La vida bohemia

    El toque mató a la noche

    Entre Bravo y Sabor latino

    La batalla en el norte

    El destape que nunca llegó

    El eterno cinturón de castidad

    Capítulo III HISTORIAS DE UNA INDUSTRIA FRACASADA

    Nace una estrella

    El rey del pico’e goma

    La competencia

    Acción

    Porno altiplánico

    Panochitas

    El rostro del destape

    Diputada porno

    Sexo y negocios

    Sagrado, profano y apagado

    El sueño frustrado

    Calentando Puerto Montt

    Campamento caliente

    Capítulo IV PROBLEMAS DE NEGOCIO

    Chiste cruel

    Los reyes del amateur nacional

    Puta locura

    Capítulo V EL DESASTRE

    Amor ciego

    El producto Reichell

    La mina se comió a…

    El casting que no prende a nadie

    Termas del placer

    El fan

    Japón

    Minas locas

    El fin de los ideales

    NOTAS

    Prólogo

    Los genios del placer

    Esta investigación, llena de personajes fulgurantes y de imágenes que se te quedan pegadas en la mente, no puede dejar de recordarme a la película Ed Wood, de Tim Burton. Me obligó a mí al menos a revisar esta delicada obra maestra en negro y gris. La perseverancia con que Leonardo Barrera intenta crear una industria del porno en un país donde aún no se aprobaba una ley de divorcio, tiene mucho de los delirios de Ed Wood. Personajes límites ambos –Barrera un viejo militante radical que se confiesa adicto al sexo, Wood un ex soldado travesti–, los dos tienen la extraña idea de pensarse perfectamente normales, felices, profetas y proféticos.

    En la película de Tim Burton, un Ed Wood de falda y bigote se encuentra con Orson Welles en el fondo de un bar. Para sorpresa de Ed Wood, el director de El ciudadano Kane –según la mayor parte de los críticos la mejor película jamás filmada– confiesa tener los mismos problemas que el director travesti de Glen o Glenda, una de las películas unánimemente peor criticadas de la historia del cine. Entre una bocanada y otra de humo, Orson Welles le confirma al joven Wood que los productores que cortan las películas cuando quieren, la perpetua falta de dinero, la vergüenza y la soledad asociadas a la más glamorosa de las profesiones del mundo, que todo eso vale la pena cuando por un instante en una película, en una secuencia, logras imponer tu visión.

    La escena dice otra cosa más secreta pero no por eso menos verdadera: solo Ed Wood puede entender cómo piensa Orson Welles. El peor director del mundo comprende mejor que nadie qué tipo de fe, qué tipo de ilusión y qué tipo de desilusión habitan dentro del mejor director de la historia. La receta de una obra maestra es la misma que la de un mamarracho; la diferencia está en un sutil problema de proposiciones. Hay en una obra maestra y en un mamarracho la misma cantidad de fe, de milagro, de intuición, de locura, de fracaso y de gloria. Los perdedores y los ganadores juegan el mismo juego. En el arte, la parábola evangélica de que los primeros serán los últimos y los últimos los primeros, es una estricta descripción de realidad.

    Lo que une a Ed Wood y a Orson Welles, y lo que transforma a Leonardo Barrera en uno más de esa especie, no son solo las dificultades que los tres enfrentan para terminar sus proyectos, sino la manera como estos proyectos investigan en áreas completamente desconocidas de la realidad, obligándonos a ver en lo más común lo extraordinario: seres extraviados que en su cuarto de hora de fama (reducida aquí a un par de segundos) terminan por desviarse para siempre de su trayectoria. Un mundo de personajes disgregados que nada más que la visión desvelada de un genio, o de un aventurero, puede reunir. Una empleada doméstica en una plaza, la sede del Partido Radical, un gordo vestido con una polera de Iron Maiden; todo eso que separado es la banalidad misma, de pronto se hace parte de una aventura sin límites que por un minuto cambia sus vidas. Y que está a punto de cambiar la nuestra hasta la irreversible derrota, pues la película nunca se logra realizar o nadie la ve. Y Reichell vuelve a ser Maritza Gáez en una plaza.

    Con la misma mezcla de complicidad y rigor que hizo inolvidable la película de Tim Burton, este reportaje indaga ese mundo de libertinos más o menos asustados que quieren romper todas las ataduras para enredarse en todas ellas. Un mundo en el que todos los chilenos hemos vivido. Como la crema chantilly vaginal que se agria bajo los focos de la producción, este libro indaga sobre esa distancia al mismo tiempo patética y querible que nos separa de Hollywood, ese lugar raro en que los sueños son industria. Un doble sueño en este caso: el del cine, pero también el del sexo libre y sin trabas, que arrastra sin saberlo detrás suyo décadas y siglos de prohibiciones y miseria que estos señores de camisetas blancas agujereadas, que estas pornostars sin curvas, que estos departamentos de paredes color lúcuma y sillones a cuota, hacen más visible, más apremiante que cualquier calentura.

    Sin saberlo, sin sospecharlo, es eso lo que estos balbuceos de porno nacional logran retratar. Es eso al menos lo que este libro, con ternura y rigor, prosa ágil y un sinfín de datos y voces, rescata de un limbo: el Chile del 2000 que quiere atreverse y no se atreve, que ya no tiene a Pinochet encima, que no cree mucho en la Iglesia y en los partidos, pero que permanece aún paralizado por sus miedos ancestrales. Es un país lleno de inversionistas que desaparecen, de ideas geniales que van a parar en la nada, y de mujeres fáciles que terminan en clínicas por embarazos o depresiones que se complican demasiado. Es el destape chileno que, antes que los senos o el sexo, deja ver la carne de gallina del frío y el temor de que algún tío, o alguien del pueblo, pase por ahí.

    Leonardo Barrera acompañó toda su carrera de pornógrafo con grandilocuentes discursos sociopolíticos. Se vio a sí mismo como un genio del placer, que cumplía los deseos ocultos de todo un país. Este libro logra sugerir que esta desmesurada ambición no era del todo delirante. El país en el que estas pornostars debutantes se desnudaban es quizás el eslabón perdido de ese otro país que a partir de 2011 comienza a marchar, y lo sigue haciendo al momento de escribirse estas líneas, despercudido y desprejuiciado, sin aguantar que nadie, o casi nadie, le diga lo que tiene o no que sentir. En la raíz de esa disconformidad que por estos días llena las calles y tiene a todos los analistas complicados, intentando descifrar signos, están esos héroes anónimos del sexo en horas de oficina. Esos libertadores más bien asustados que apenas pueden aspirar al fuego fatuo de la farándula o al olvido del que los salva este reportaje.

    Eslabón perdido entre la prohibición de la Última tentación de Cristo y los cientos de chilenos desnudos bajo el lente de Spencer Tunick, este libro cuenta la historia a veces patética, a veces siniestra, a veces tierna, de los que siguiendo una secreta intuición, corrieron el cerco de lo posible.

    Rafael Gumucio

    Escritor y académico UDP

    Capítulo I

    Estrellas de 300 lucas

    Reichell está tratando de mantener el equilibrio sobre una mesa. Tiene un ceñido vestido azul y unos zapatos de plataforma que le hacen tambalear más de una vez. Su cabello, voluminoso y crespo, hace que parezca que se alza por sobre el metro cincuenta centímetros que en realidad mide. Se mueve al ritmo de una música suave, mientras recorre su cuerpo con sus manos. Acaricia sus pechos copa B sobre la ropa y desliza los dedos por sus poco voluptuosas caderas. Le está bailando al actor y director Leonardo Barrera, quien interpreta a un rígido psicólogo con delirios nazis. Momentos antes, un genio había salido desde un vibrador y le concedió una fantasía sexual. El terapeuta escogió tener sexo con Eva Braun, la rubia mujer de Adolf Hitler. Reichell, parada sobre la mesa, con su pelo teñido, encarna a la pareja del Führer. Oh, Eva, ¡esos glúteos serán míos!, exclama el psicólogo mientras alza sus brazos y agarra firmemente el trasero de la falsa Braun. Luego saca una lata de crema Chantilly y la rocía sobre la vagina de Reichell, afeitada completamente excepto por una delgada franja de vellos sobre su pubis. De fondo suena Take my breath away de Berlin, soundtrack de la película Top Gun. Barrera entonces pasa su lengua por el encremado sexo de Reichell. Ella se retuerce de placer. Cambia el plano y aparece Reichell apoyada con manos y rodilla sobre la mesa. Barrera llena de crema el ano de la actriz y la saca con su boca. Luego la esparce sobre sus nalgas. Pero en el aire hay un olor rancio y agrio.

    La crema se cortó.

    —Con los focos y el calor corporal se cortó esa cuestión. Quedó todo hediondo a quesillo —recuerda Maritza Gáez, la actriz que alguna vez fue Reichell—. Después nos cagamos de la risa por lo mismo. Si hubiesen vendido el backstage de la película te puedo asegurar que hubiéramos ganado mucha más plata de lo que se rescató.

    La película es Hanito, el genio del placer (2000), la segunda cinta pornográfica chilena y la primera que contó con la única estrella porno nacional, Reichell.

    El responsable de la mayoría de la pornografía audiovisual nacional es Leonardo Barrera. Actor ocasional de sus propias obras, es el director más prolífico del género de Chile, con seis películas a su haber hasta 2012, contando coproducciones. De cabello canoso y peinado hacia atrás, su papada parece extenderse hasta su pecho, casi cubriéndole el cuello. Solo unos centímetros más abajo comienza una respetable panza. En persona no es mucho mejor que los personajes que ejecutó en sus películas, aunque sí con varios kilos menos. Cada vez que Barrera sonríe, con unos dientes amarillentos por el cigarrillo, se parece al gato de Cheshire, ese personaje de Disney de Alicia en el País de las Maravillas

    La primera película que realizó fue también la primera cinta pornográfica made in Chile que pasó por el visto bueno del Consejo de Calificación Cinematográfica (CCC), entidad que hasta el 2000 tenía la capacidad de vetar los filmes que se comercializaban en el país. La obra era Historias de una adolescente ninfomaníaca (2000), y a pesar de su contenido claramente triple X, Barrera dice que fue una acción política.

    —En esa época ya había tomado la decisión de hacerla por la razón de que, bueno, ya llevábamos varios años en democracia, pero aún existía censura. Y había que hacer algo para remecer los cimientos, que se terminara la censura en Chile, y además porque nadie le había dado bola a esa parte —dice.

    Ese mismo año, el primer socialista luego de Allende acababa de conquistar La Moneda, Ricardo Lagos. Y pese a que ese tercer gobierno concertacionista arribó al poder impregnado de un aura libertaria y refundacional —expresada por ejemplo en la reapertura de la sede de gobierno como paseo peatonal—, nunca una película triple X de factura local había llegado hasta el Consejo de Calificación Cinematográfica. 

    Pero una conjunción de múltiples factores permitió que la cinta de Barrera fuera calificada.

    A mediados del 2000, el CCC estaba presionado. Meses antes, los abogados Juan Pablo Olmedo y Ciro Colombara, entre otros, habían presentado una denuncia contra el Estado de Chile ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). El organismo, dependiente de la Organización de Estados Americanos (OEA), se encarga de velar por el cumplimiento de los distintos tratados referentes a los derechos humanos, cuando se han agotado las instancias judiciales en los países suscritos. La denuncia buscaba acabar con la prohibición de exhibir en Chile La última tentación de Cristo, la película de Martin Scorsese que hace una relectura de la vida de Jesús y que algunos grupos cristianos consideraron sacrílega. El 15 de enero de 1999, la CIDH había acogido la denuncia, y a mediados del año 2000 el Estado ya intuía un fallo adverso. Para evitar agravar la falta, el Ministerio de Educación, cartera de la que depende el CCC, ordenó la aprobación de cada película llevada a calificación. Así, decidieron no prohibir ninguna cinta, a menos que se tratase de pedofilia o zoofilia. Los cálculos no eran errados: meses después, el 5 de febrero de 2001, la CIDH condenaría al Estado de Chile por incumplir la libertad de expresión y lo obligaría a acabar con cualquier tipo de censura previa de obras audiovisuales, incluida la referida película de Scorsese. El cambio a la Ley 19.846, que regula al CCC, se promulgaría en diciembre del 2002. 

    El caso es que a mediados del 2000, antes de esta sanción, Historia de una adolescente ninfomaníaca se aprobó entre cintas de porno softcore como las del italiano Tinto Brass o películas hardcore provenientes de Europa y Estados Unidos. 

    Sin tener muy claro cómo ni por qué había ocurrido este giro, los distribuidores de VHS se dieron inmediatamente cuenta de la magnífica oportunidad. Juan Enrique Dapino, propietario de la cadena Country Video, con 11 locales en la Región Metropolitana, recuerda muy bien cuando le ofrecieron el

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