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El pecado de El Rucio
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El pecado de El Rucio
Libro electrónico201 páginas3 horas

El pecado de El Rucio

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El pecado de El “Rucio”. Las claves del crimen de Hans Pozo (Editorial Catalonia), obra de los periodistas de la Universidad Católica Daniel Halpern, Jorge González y Pablo Unda, ha logrado el halago de la crítica. Para muchos, este libro escapa a su género y se asemeja a un perfecto relato de ficción policial. Otros declaran que su lectura es apasionante y adictiva hasta la última página.

Sumado a sus aciertos de estilo y literarios, El pecado de El Rucio, abre una reflexión sobre la necesidad de que en Chile se potencie la investigación periodística, pues son cada vez menos los profesionales que están dispuestos a invertir tiempo y esfuerzos en este género.

Durante más de un año los autores con el apoyo de otros tres periodistas investigaron la historia del llamado descuartizado de Puente Alto. Entrevistaron a los protagonistas y tuvieron acceso a los expedientes del caso. Entraron a las poblaciones y convivieron con la marginalidad y la pobreza. Todo para recrear uno de los crímenes más impactantes de la historia policial chilena.

A través del fiscal Pablo Sabaj conocieron el operar de la Reforma Procesal Penal y fueron testigos de los conflictos entre Carabineros e Investigaciones por alcanzar mayor protagonismo en pos de resolver el mediático caso.

Para Halpern, González y Unda la investigación constituye un aporte que va más allá de los datos inéditos que revela sobre el crimen. A través del desarrollo del libro se hace evidente que la marginalidad, la droga y la falta de oportunidades inciden en los destinos de muchos jóvenes chilenos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 mar 2018
ISBN9789568303808
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    5/5
    El libro esta muy bien planteado, hacer ingresar a un mundo que parece de fantasía, como una novela policial de los años 90, pero que tristemente aconteció.
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5
    Libro bastante interesante en lo que respecta a uno de los casos policíacos con mas aristas y recovecos del sector sur de Santiago. Un planteamiento del libro bastante lúdico que muchas veces se ve desde la posición en primera persona de los involucrados. Trabajo periodístico certero y con bastante fluidez. Libro el cual te atrapa en muchos capítulos devorándolos uno tras otro. Recomendado.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Parece una novela policial, uno no puede dejar de leer. Pero duele el alma saber que no es ficción, es la realidad.

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El pecado de El Rucio - Daniel Halpern

Orwell 

Aclaración

Los hechos que se relatan a continuación fueron obtenidos mediante diversas entrevistas realizadas desde mayo de 2006 a cada una de las fuentes citadas. Se tuvo acceso a todas las declaraciones del caso por parte de la Fiscalía, a los informes de los peritos y a las autopsias. Solo el nombre de un mayor que pertenece al Departamento de Seguridad de Gendarmería, que es la Unidad de Inteligencia, fue modificado por políticas de la institución. Pese a lo anterior, algunos hechos y dichos fueron narrativizados procurando mantener su contexto y sentido original. 

Parte 1

1

Martes 04/04/2006

Hola, necesito que este documento se entregue a mi familia y a la justicia, si me pasa algo, ésta es la historia y lo que tienen que hacer.¹

En el mes de septiembre de 2005 recuerdo que un joven que durante ese día había estado en el exterior del edificio me hizo señas y solicitó hablar conmigo; le solicité al guardia le hiciera pasar y lo atendí en la oficina. Éste se identificó con el nombre de Juan Carlos y me señaló que le habían dicho que yo era su padre, lo que a mí me sorprendió, solicitándole que de adónde había sacado esa historia o quién lo había enviado a conversar conmigo. Este joven se enojó un poco por mi reacción y posteriormente seguimos conversando, yo le pregunté qué edad tenía y dónde vivía a lo que me respondió que tenía 20 años y vivía en cualquier parte ya que no tenía más familia que yo. Al verlo tan convencido y seguro de lo que me planteaba me empecé a preocupar y a hacer unos pocos recuerdos de mi pasado, lo que por supuesto no me cuadraba. En esos momentos ingresó una señora del aseo y yo lo invité a salir de la oficina. 

Cruzamos hasta el kiosko y tomamos una bebida; yo lo vi bastante seguro de lo que planteaba y seguí su juego. Le pregunté quién era su madre a lo que me respondió que ésta lo había abandonado cuando él era guagua, a lo que le consulté: Y si eras una guagua cómo sabías que te abandonó; éste me respondió que lo había criado una tía y posteriormente ésta lo había internado hasta los 14 años cuando se arrancó de este [establecimiento] junto a otros amigos.

Me solicitó que le regalara $1000 y se retiró. Me fui al negocio pensando en ese personaje que decía ser mi hijo un poco retrocediendo la cinta. Recuerdo que este cabro yo lo había visto en otras oportunidades por lo que deduzco que me andaba siguiendo. Vestía pantalones azules, una chaleca media rojiza y zapatillas, recuerdo no andaba muy limpio y tenía un olor muy similar al de los cabros angustiados.² Como dije anteriormente, retrocediendo la cinta recordé que en el año 84-85, cuando trabajé en el POHJ, antes de entrar a la Muni [de la Pintana], conocí a una niña de nombre Mary con la cual en algunos asados que se organizaban para los pagos tuve algunos atraques grado 1-2-3 como dice el Rumpy. Bueno, yo tenía 20 años, esta niña parece que un poquito más, claro que yo no era el único que incursionaba en ese territorio. Después ésta se fue y al tiempo supe que estaba embarazada. Yo renuncié a ese trabajo e ingresé a la Municipalidad el 10/01/1985. Esto es lo único que asocio con este joven ya que después conocí a mi señora y que yo sepa no tenemos más que mis dos hijas. 

A la semana después este joven Juan nuevamente apareció por la oficina, andaba bastante sucio y hediondo. Me solicitó que le prestara dinero para tomar desayuno. Yo le pasé algunas monedas que tenía y se fue. Al día siguiente apareció por la oficina, claro que ahora estaba bañado con ropa nueva. Conversé con él aprox. 1 hora, en esos momentos me contó que tenía todos mis datos, sabía donde yo vivía y que hace tiempo me seguía. Yo le dije que hablara más claro y qué pretendía. Éste me reiteró que yo era su padre y me solicitó que le ayudara. Yo le dije que me diera mayores antecedentes dado que yo no podía exponerme a una situación tan fácilmente y le solicité se pusiera en mi caso que de un día para otro apareciera un hijo.

2

El teléfono se replegaba sobre el mantel incapaz de detener su persistente vibración, como queriendo alejarse de la mirada recelosa de su dueño. A María de los Ángeles le fue sencillo percibir que a su marido le complicaba contestar más por ella que por él. Sin mirarla, Pablo Sabaj dejó los cubiertos sobre la mesa, tomó su esquivo celular y salió a la terraza. Con el viento de marzo en la cara y las luces del hotel Marriott en los ojos, el fiscal atendió la llamada.

–Buenas noches fiscal, es Parra. Disculpe que lo moleste a esta hora, pero Carabineros encontró un pie en la Marta Brunet.³

–¿Qué pasó? –preguntó Sabaj.

–Unos niños con un perro encontraron una bolsa en la calle, el perro la tomó y era un pie –dijo Parra–. Le dieron aviso a Carabineros y quería llamarlo para informarle que voy al lugar.

–¿Se sabe algo más?

–No por ahora, ¿quiere que lo mantenga informado?

–Sí por favor –dijo Sabaj–. Si es algo importante, llámeme. 

–Por supuesto. Si no, nos vemos mañana entonces, fiscal.

–Sí… Ah, y pida por favor que le informen sobre las presuntas desgracias, por si aparece algo.

El fiscal volvió al comedor y se sentó a la mesa luego de sonreírle a su mujer y de dejar el teléfono a un costado del plato de servicio. María de los Ángeles lo abordó con naturalidad.

–¿Quién era? 

–Nadie en especial, solo cosas de la oficina –dijo Sabaj. 

–¿Mucho trabajo? –insistió María de los Ángeles, conciente de la vaga y rutinaria  explicación de su marido.

–Sí, pero todo bien. ¿Comamos?

–Pablo, si tienes algún problema… 

–No, nada, de verdad –interrumpió Sabaj–. Solo encontraron algo. 

Un pie. La primera y única vez que el fiscal debió enfrentarse con una extremidad mutilada ocurrió en el sur, casi tres años atrás. El parte policial estableció que un hombre se había lanzado contra un tren que lo arrastró por la vía. Primero encontraron una pierna, a un costado de los rieles. Un par de horas después, el resto del cuerpo, que esperaba desangrado entre unos arbustos a casi 400 metros de la línea férrea. En resumidas cuentas, se trató de un caso fácil. La incertidumbre fue breve y la atención, si es que la hubo, escasa. Sin embargo, en la población Marta Brunet la situación era diferente. De partida, ahí no pasaban trenes. 

Pese a ello, lo primero que a Sabaj se le vino a la cabeza fue un accidente. Un camión atropelló a la víctima y el chofer se fugó para escapar de la justicia, pensó el fiscal. Dentro de poco, Parra lo llamaría de nuevo para anunciarle que habían encontrado el cadáver y la razón de la muerte. Un pie, por más que estuviera envuelto en una bolsa, no era sinónimo de un asesinato a sangre fría. El fiscal se sentía seguro de esa conclusión; si algo le habían dejado sus tres años de trabajo en el sur, era experiencia en casos criminales.

Antes de asumir como fiscal de Carahue, una pequeña localidad de la Región de la Araucanía, a Sabaj le advirtieron en reiteradas ocasiones que en Temuco y sus alrededores la situación era brava, comentarios que lejos de intimidarlo le hacían aun más atractivo el cargo. La zona del río Cautín contaba con una de las mayores tasas criminales del país, lo que la transformaba en el lugar idóneo para el fiscal, fanático de las películas violentas y las novelas policiales. 

Uno de los crímenes perpetrados en su jurisdicción le significó la oportunidad de hacerse cargo de uno de los casos más importantes de la, por entonces, recién estrenada Reforma Procesal Penal. Ocurrió en mayo de 2004. Diego Riffo Cruces, un niño de 12 años, había desaparecido del pueblo de Toltén sin dejar rastro. Durante tres días la Brigada de Homicidios registró cada uno de los sitios donde se le había visto por última vez, y los domicilios de los familiares y los amigos de los Riffo-Cruces. Pese a los esfuerzos, las búsquedas no arrojaban ningún resultado y los constantes rumores sobre el verdadero destino del muchacho terminaron por convulsionar a la comunidad.

El fiscal Sabaj le pidió a las policías que repitieran la búsqueda. Carabineros e Investigaciones repasaron todos los lugares por donde acostumbraba andar el niño, hasta que dieron con un hombre que aseguró haberlo divisado mientras arreglaba su propia bicicleta. 

–Diego cruzó la vereda después de saludarme –dijo el supuesto testigo–. Bajé los ojos para terminar de colocar la rueda y, al levantarlos, el niño ya no estaba. Todo fue en un minuto, no más que eso. Y no pasó ningún auto mientras tanto, señor. 

Sabaj comprobó a simple vista que el movimiento vehicular de la calle era muy escaso, por lo que si el hombre no lo engañaba, el muchacho tendría que haber entrado en una de las cuatro casas que se alzaban frente a él. Investigaciones, sin embargo, insistía en que había revisado exhaustivamente esas propiedades y que nada sospechoso se encontraba en ellas. Pese a los reparos de los detectives, el fiscal ordenó volver a visitarlas. 

En la tercera vivienda, uno de los hombres más experimentados de la unidad notó un detalle extraño. Un montículo de arena que había observado en el patio trasero durante la primera ronda de interrogatorios, parecía alterado. La tierra se veía recién removida, por lo que el detective le consultó al dueño de casa si se encontraba realizando cambios en el jardín. Fernando del Carmen Sáez Inostroza le respondió que, en efecto, estaba plantando flores y verduras. 

–Si lo desean, yo mismo les puedo mostrar el patio –dijo Sáez con amabilidad–. Pero antes espérenme un ratito en el living, que tengo que hacer una visita súper rápida a un familiar que me está esperando.  

Los detectives debieron aguardar mucho más que un ratito para volver a verlo; mientras Sáez Inostroza corría por las calles en busca de refugio, Investigaciones excavó en el jardín y a los pocos minutos encontró al menor envuelto en una especie de mortaja.

–Fiscal, encontramos a Riffo. Está momificado. –Al otro lado de la línea, Sabaj lamentó la suerte del pequeño. 

Horas más tarde detuvieron a Sáez, quien en el juicio oral reconoció que llamó al niño para mostrarle algo. Lo condujo hasta su dormitorio y ahí le golpeó la cabeza con un fierro hasta darle muerte. Luego lo trasladó a una pieza y esperó a que anocheciera para enterrarlo. El homicida le explicó al juez que actuó así porque el niño acostumbraba a desinflarle las ruedas de su triciclo de reparto. Sabaj no lo podía creer. Mucho menos la familia de Diego, que a espaldas del culpable exigía a gritos la más dura condena.

Sabaj solicitó cadena perpetua para Sáez Inostroza. Tras un mes de juicio, el tribunal determinó una pena de 20 años de presidio. Si bien no obtuvo lo que pidió, el fiscal quedó satisfecho con la sentencia porque consiguió demostrar que el asesino había actuado con premeditación y alevosía. Hasta esa fecha, era la condena más dura dictada bajo el nuevo sistema judicial.

Pablo Sabaj nació en 1971. Soy descendiente de turcos, como nos dicen a los árabes en Chile. Vivió su niñez en Las Condes y estudió en el colegio Compañía María. Se recibió de abogado en la Universidad Gabriela Mistral y luego realizó un magíster sobre la Reforma Penal en la Diego Portales. Pese a que estaba conciente de que solo seleccionarían a 80 de alrededor de 900 interesados, en 2000 postuló para ser fiscal en la Región de la Araucanía. Lo destinaron a Carahue y aceptó. "Como era hijo de familia cuica, a todos les impresionó que quisiera irme a un pueblo perdido del sur".  

El fiscal tomó el cargo convencido de que se trataba de una buena oportunidad profesional, pero se aburrió mucho antes de lo que pensaba. En Carahue solo habían dos pubs y si quería mayor entretención, tenía que viajar hasta Temuco. Además, como era mal visto que el único fiscal de la zona se tomara un trago, terminé fastidiado de la vida de provincia y empecé a postular para trasladarme a la capital

Cuando volvió a Santiago, su familia creyó que lo hacía para trabajar en Las Condes o Vitacura. Los delitos de cuello y corbata parecían el camino más razonable para él, pero Sabaj de nuevo sorprendió a sus más cercanos al escoger la difícil y peligrosa zona sur de la ciudad. Me gustan los casos violentos, donde corre sangre. Aunque suene sórdido, nunca me costó reconocer que los crímenes eran mi verdadera pasión. De hecho llegué al sector sur de Santiago atraído por el alto grado de violencia que existe; asaltos, violaciones y, en el mejor de los casos, solo riñas

Sabaj estaba sediento de acción. Tanto, que el día que comenzó a operar la Reforma le pidió a todo el cuerpo de fiscales que pasaran la noche en la oficina para celebrar la noticia y ver si sucedía algún crimen. "Pero no ocurrió nada y la velada terminó siendo más parecida a un pijama party".

Seguro de haber acumulado suficiente experiencia durante su estadía en Carahue, Pablo Sabaj asumió como Fiscal Jefe de Puente Alto en junio de 2005 con 15 personas a su cargo. Nueve meses después, la llamada telefónica del fiscal Claudio Parra por el pie aparecido en la Marta Brunet acabaría por demostrarle que aún le restaba mucho por aprender.  

El

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