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El Tila. Un sicópata al acecho
El Tila. Un sicópata al acecho
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Libro electrónico253 páginas3 horas

El Tila. Un sicópata al acecho

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Roberto Martínez Vásquez, “El Tila”, se hizo tristemente conocido por la serie de asaltos con violaciones que cometió en varios sectores acomodados de Santiago durante los primeros años de la década de 2000. Por la brutalidad de su modus operandi la policía realizó un enorme despliegue para su captura, contando con una permanente cobertura mediática. A través de cuantiosas entrevistas y testimonios, este libro reconstruye con rigor la vida del llamado “Sicópata de La Dehesa” y da cuenta de su transformación en uno de los criminales más temidos en Chile. La investigación ha sido fuente de inspiración para la puesta en escena de una obra de teatro y la realización de una película basada en el personaje.

“El Tila fue más que un criminal, lo que queda claramente reflejado en este libro: también fue un ejemplo de la desidia social, de la indiferencia vecinal por el abuso a pasos de distancia, del fracaso estrepitoso de la institución mandatada para hacerse cargo de los menores que cometen sus primeros delitos. Todo falló con El Tila: familia, redes sociales de protección, valores educacionales, instituciones del Estado. El Tila es más que un libro. Es un mapa de nuestra indiferencia, condenado a ser conocido solo cuando ya es demasiado tarde”.

FERNANDO PAULSEN
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 ene 2018
ISBN9789563240610
El Tila. Un sicópata al acecho

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    Muy buen trabajo de investigación, mucho detalle que enriquece un relato, es decir, la vida de Roberto, dando al lector la posibilidad de hacerse su propia opinión.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
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    Muy buen trabajo periodístico. Es un “must” para estudiantes de periodismo.

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El Tila. Un sicópata al acecho - Costanza Cristino

Notas

Más que un criminal

Prólogo

El crítico literario estadounidense Frederick R. Karl, en referencia al libro A Sangre Fría, de Truman Capote, estableció una asociación inquietante: En el caso Clutter [la familia asesinada que da vida al libro], quizás por primera vez, Capote percibió cómo una sociedad se definía a sí misma en relación con sus crímenes, con su capacidad para asesinar.

Chile no tiene una historia prolífera en materia de crímenes en serie, de magnicidios impactantes, asesinatos políticos, o de juegos de gato y ratón donde un ingenioso y perturbado asesino se empecina en demostrar que es más inteligente que el detective estrella de la brigada de homicidios.

Si utilizáramos la sugerencia de Karl, podríamos imaginar que una altísima proporción de crímenes de alta connotación pública, de esos que son titulares de la prensa por semanas, tienen un patrón que efectivamente habla sobre la naturaleza de nuestra sociedad. Y si fuéramos más allá y tratáramos de encontrar a alguien que representara ese patrón, un modelo a través del cual pudiéramos adentrarnos en las circunstancias del asesino chileno de alto impacto, en la esencia de sus raíces y el big bang de su conducta criminal, tendríamos en Roberto José Martínez Vásquez, alias El Tila, a un símbolo difícil de igualar.

El Tila fue más que un criminal, lo que queda reflejado con claridad en este detallado reportaje periodístico en forma de libro. También fue un ejemplo de la desidia social, de la indiferencia vecinal frente al abuso a pasos de distancia, del fracaso estrepitoso de la institución que está mandatada para hacerse cargo de los menores que cometen sus primeros delitos, de su incapacidad para visibilizar los escenarios de futuro que se abren a los jóvenes delincuentes, y menos actuar al respecto. Todo falló con El Tila: familia, redes sociales de protección, valores creados por una educación atenta, instituciones del Estado pertinentes.

A los 26 años, rodeado de cámaras de vigilancia y guardias en su celda de alta seguridad, quién sabe si aprovechando un inesperado apagón, o porque el azar puso justo en ese momento a un camión en curso de colisión con un poste de luz de Colina, se ahorcó sin que nadie pudiera impedirlo.

El retrato de uno de los criminales más publicitados de la historia reciente ha sido captado con prolijidad y dramática elocuencia por las autoras de esta cronología periodística. Como el destino de Santiago Nasar en Crónica de una Muerte Anunciada, de Gabriel García Márquez, la inevitabilidad de Roberto Martínez comienza en la primera página y no hay nada en la reconstrucción periodística de su vida que permita intuir que su destino pudo haber sido distinto.

Duele leer esta bien reporteada biografía de El Tila. Especialmente porque las circunstancias en que este niño maltratado y estudioso, que se hizo joven, poeta, ladrón y drogadicto, para transformarse en adulto, violador y asesino, están vigentes y modelando otros tilas. A quienes tampoco vemos, a quienes no escuchamos gritar por ayuda, y de quienes pensamos que jamás se cruzarán en nuestro camino.

El Tila, un sicópata al acecho es más que un libro. Es un mapa de nuestra indiferencia, condenado a ser conocido solo cuando ya sea demasiado tarde.

Fernando Paulsen

Santiago, mayo de 2010.

Introducción

Cuando en el 2004 iniciamos la investigación sobre la vida de Roberto Martínez Vásquez, más conocido como El Tila, jamás imaginamos que terminaríamos escribiendo un libro. Nuestro objetivo era mucho menor. Javier Ortega, por entonces nuestro profesor del ramo de periodismo de investigación en la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales, nos planteó un desafío: si conseguíamos el expediente judicial del caso tendríamos un siete en el examen del ramo. Inmediatamente aceptamos.

Dos semanas después estábamos transcribiendo y fotocopiando las hojas de cada folio del proceso judicial. A partir de ese momento, la nota pasó a un segundo plano. Empezábamos a conocer en profundidad la historia del llamado sicópata de La Dehesa, quien llegó a transformarse en uno de los criminales más temidos del país, encarnando un fenómeno que por entonces comenzaba a ganar espacios en la prensa: el debate en torno a la seguridad ciudadana.

Fue así como para nosotras Martínez Vásquez dejó de ser simplemente El Tila. Conforme nos adentramos en la investigación, logramos reconstruir su niñez, marcada por los abusos y el desamparo; su paso por los centros penitenciarios del Servicio Nacional de Menores (SENAME), verdaderas fábricas de delincuentes; y los intentos por rehabilitarlo de personas que se enternecieron con su rostro infantil. El Tila, el despiadado delincuente que humillaba, torturaba y violaba a sus víctimas durante horas, pasó a ser también José, El Cabezón, El Alacrán y el Niño de los globos de Reumén.

Nos dimos cuenta que él no representaba sólo al criminal en serie, sino también a un joven que durante los años 80’ y 90’ nunca logró rehabilitarse, no solo por sus rasgos sicopáticos, sino también por las políticas públicas ineficientes para resolver el problema de los menores de edad que delinquen. Falencias que persisten hoy, y que nos llevan a preguntarnos cuántos tilas podrían estarse incubando en los centros de menores de la actualidad, en el preciso momento en que usted repasa estas líneas.

Para profundizar sobre su estadía en los centros penitenciarios, hablamos con personas que fueron testigos directos de sus delitos, de su paso por el SENAME y, luego, de su estadía en las cárceles para adultos. Desde sicólogos que lo trataron hasta compañeros de celda, pasando por gendarmes, policías, funcionarios judiciales y sacerdotes. Cada uno aportó datos importantes para poder describir no solo su personalidad, sino también el contexto del Chile que lo dejó crecer como un antisocial.

Reconstruir su infancia fue uno de nuestros mayores desafíos de reporteo. Como en toda historia de marginalidad, hay períodos en la vida de Martínez Vásquez de los que no sobrevive ningún registro. Tuvimos que contactar a familiares, amigos y vecinos de la Población José María Caro, una de las zonas más pobres de Santiago, donde el protagonista vivió sus primeros años. Visitamos también un lluvioso pueblo del sur de Chile llamado Reumén, donde se trasladó por un tiempo cuando era niño. Allí recorrimos su colegio, fotocopiamos las actas de su asistencia a clases y hablamos con compañeros y profesores que lo retrataron como un muchacho retraído y violentado. Varios de estos entrevistados no entendían por qué habíamos llegado hasta allá. Para ellos Martínez era poco más que el recuerdo de un niño taciturno, que se marchó de Reumén tan repentinamente como había llegado.

Muchos de nuestros entrevistados colaboraron con material y entrevistas bajo la condición que sus nombres no fueran publicados. Varios de estos testimonios eran de testigos o protagonistas de la etapa en que Martínez ya era conocido como un sicópata de temer. Como periodistas tuvimos que chequear y rechequear todos esas versiones. En este largo proceso de verificación de datos algunos testimonios fueron descartados, ya que se contradecían con otros o con los documentos del proceso. En ocasiones, nos sucedió lo mismo con las declaraciones que el propio Martínez dio al juez, a la policía y a la prensa.

Para narrar sus delitos y su posterior encierro en el penal de Colina II, entrevistamos a los abogados querellantes y al juez a cargo de la causa, Carlos Carrillo. Además, contamos con documentos internos de Gendarmería, Policía de Investigaciones y Carabineros, los cuales fueron fundamentales para detallar a cabalidad la frialdad de sus crímenes. A pesar de tener los nombres de cada una de las víctimas y de que muchos de ellos fueron publicados en la prensa de la época, desde un inicio optamos por resguardar su identidad para este libro. Lo hicimos porque tenemos la certeza de que varias todavía están en el proceso de superar sus traumáticas experiencias. A nuestro juicio, volver a hablar sobre ellas habría sido una dolorosa forma de revivirlas. Por lo demás, contábamos con sus completos testimonios ante la justicia.

En total, logramos acceder a más de 40 entrevistados, la mayoría de los cuales entregó su versión en varias ocasiones. Gracias a esta ayuda y a la labor de búsqueda de documentos, pudimos recopilar un archivo de miles de páginas.

De todo este material fueron fundamentales para nosotras las cartas, poemas y canciones que Martínez Vásquez escribió durante sus últimos seis meses de vida. A través de sus manuscritos –hasta hoy inéditos– pudimos conocer los recuerdos, miedos, amores y rencores que lo asaltaron durante sus largas horas de encierro. En ninguno de estos apuntes personales hallamos referencias a sus víctimas y al daño que les infringió. Menos, algo que se pareciera a un mea culpa. Martínez Vásquez tenía una personalidad narcisista y egocéntrica: antes que un victimario se veía a sí mismo como víctima. Todo indica que se mantuvo fiel a esa pauta hasta el momento de su muerte.

Esta investigación se inició dos años después de su suicidio, por lo que no tuvimos la oportunidad de entrevistarlo. No obstante, creemos que estos apuntes personales constituyen una buena manera de acceder a los intersticios de su personalidad, tan compleja como atormentada.

Con todo el material en mano, a la hora de escribir nos encontramos con un dilema. ¿Fue Roberto Martínez esencialmente el producto de una sociedad que nunca le entregó herramientas mínimas para rehabilitarse, tal como él mismo lo reclamó? ¿O fue simplemente un delincuente inhumano, que por opción nunca tuvo un mínimo miramiento hacia sus víctimas indefensas? Incontables veces lo debatimos. Incluso, todavía no nos ponemos de acuerdo. Por eso, consensuamos en reconstruir y relatar su vida de una manera factual, poniendo énfasis en la reconstrucción de hechos y eludiendo cualquier hipótesis global. De esta forma, aunque sabemos que es imposible no plasmar un punto de vista, creemos que la descripción de sucesos permite que cada lector obtenga sus propias conclusiones.

Obviamente, recurrimos también a la interpretación periodística, especialmente al poner a contraluz la biografía de Martínez con el contexto del país en el que vivió. Así, lo mostramos como un adolescente con severas carencias afectivas, las cuales están íntimamente ligadas a su personalidad sicopática. Pero también describimos las deficiencias de un sistema carcelario que, aunque debía rehabilitarlo, contribuyó a transformarlo en una bomba de odio.

Nuestra intención es que este libro genere las mismas discusiones que nosotras tuvimos a la hora de escribirlo.

El reto original fue una nota siete en el examen de periodismo de investigación, siempre y cuando obtuviéramos el expediente judicial del caso. Por diversas razones, la calificación final del profesor fue un 6,5. No obstante, sin ese desafío inicial este libro no hubiera existido. Por eso queremos agradecer a Javier Ortega, quien además de asumir su rol de profesor y posteriormente de editor periodístico del libro, nos dio algunas de las lecciones más importantes que recibimos en nuestra formación profesional.

De igual forma agradecemos a la Universidad Diego Portales, la cual a través de su Facultad de Comunicación y Letras y su Escuela de Periodismo nos apoyó desde un inicio para que esta investigación se transformara en libro. Otra persona fundamental en este proceso es el periodista y ex compañero en la UDP Andrés Otero Klein, quien inició con nosotras este trabajo, cuando éramos aún estudiantes mateas en busca del siete. Al periodista de La Tercera Héctor Rojas, por toda su ayuda.

No podemos dejar de dar las gracias a todas las fuentes que con mucha paciencia y durante tanto tiempo nos aportaron datos interesantes y a menudo claves para dilucidar este entramado.

Nuestras familias también fueron un apoyo imprescindible: estuvieron entre los pocos que no cayeron en el escepticismo de varios, a los cuales tal vez les cueste creer que este libro esté listo. Gracias también a nuestros compañeros y amigos, especialmente a los que en fiestas y reuniones terminaron atrapados por nuestras discusiones sobre Martínez Vásquez y su vida. Una discusión que, ya lo dijimos, tiene que ver con un dilema mayor, el de la rehabilitación de los menores que delinquen, que a nuestro juicio necesita debatirse con mayor profundidad en Chile.

Las autoras

El final

Había un silencio absoluto. Después de que Roberto José Martínez Vásquez, conocido como El Tila, decidiera ahorcarse en su celda en el módulo de alta seguridad en la cárcel de Colina II, los cerca de 1.300 reos que habitaban el penal se ciñeron a un viejo ritual carcelario: cuando alguno de ellos decide quitarse la vida todos guardan silencio.

Era el viernes 13 de diciembre de 2002, y los alumnos de cuarto medio de todo el país se preparaban para rendir, el lunes siguiente, la última Prueba de Aptitud Académica (PAA). De manera completamente inusual, esa noche de verano había tormenta eléctrica y llovía copiosamente en Santiago y sus alrededores.

Martínez llevaba seis meses detenido en el recinto penitenciario más seguro del país. El penal Colina II, inaugurado el 21 de enero de 1994 en la provincia de Chacabuco, era el único que tenía los dispositivos necesarios para albergar a los delincuentes como él, los más peligrosos de Chile¹.

El colombiano Hugo Gómez Padua era otro de los internos ilustres de Colina II, aunque su nombre no decía mucho. Gómez Padua era popularmente conocido como el Chacal de Santa Cruz, desde que en 1999 violó y descuartizó a una niña de diez años llamada Paula López, en esa ciudad de la Sexta Región de Chile. Gómez había quebrantado una condena en su país por el asesinato de otra menor. En 2001, cuatro días antes de que se aboliera la pena de muerte en Chile, fue sentenciado a cadena perpetua.

Otro interno era Cupertino Andaur, un delincuente habitual que en diciembre de 1992 entró a una residencia en Lo Curro, uno de las zonas de más altos ingresos de Santiago, donde violó y mató brutalmente al niño de nueve años Víctor Zamorano Jones. Andaur fue condenado a muerte, pero en 1996 el entonces presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle lo indultó y se le conmutó la sentencia a presidio perpetuo.

Tanto Andaur como Gómez Padua eran considerados delincuentes de alta peligrosidad, y sus casos habían sido cubiertos asiduamente por la prensa. Pero ni ellos ni ningún otro huésped de Colina II había despertado tanto temor ni tanta atención periodística como Roberto Martínez Vásquez, mejor conocido por la prensa como El Tila o El sicópata de La Dehesa.

Martínez había llegado al penal a mediados de 2002, con 26 años y una apariencia adolescente, menuda y desvalida. Tenía, además, una cuidada presentación y no dejaba pasar oportunidad para jactarse de una pretendida superioridad intelectual. Con un lenguaje rebuscado y aficionado a la lectura, se alejaba del estereotipo del delincuente común.

Sin embargo, Martínez conocía la vida carcelaria desde los cuatro años. Había pasado gran parte de su infancia y adolescencia en el Servicio Nacional de Menores (SENAME) y en ese momento estaba siendo procesado por robos con violación, robos con violencia, homicidio frustrado, secuestro y homicidio. La prensa, que lo había caratulado como el enemigo número uno de la tranquilidad ciudadana, cubría expectante cada nuevo dato sobre su procesamiento.

Su celda se ubicaba en la sección uno del módulo Alfa, en el segundo piso del penal. De las doce celdas de la sección, la única habitada era la suya. Además, contaba con una cámara de seguridad que grababa durante las 24 horas del día lo que ocurría al interior de su reducido espacio.

Esa noche de diciembre de 2002, mientras llovía y tronaba en Colina, la cámara de seguridad registró al muchacho intranquilo.

Martínez disponía de cuatro metros cuadrados y su bien más preciado era una máquina de escribir eléctrica que el juez que investigaba su causa, Carlos Carrillo, le había entregado².

Pero esa noche, Martínez no tuvo ganas de escribir y apenas probó su comida. Luego de tomarse los medicamentos que le entregó un gendarme, se acostó en su cama y prendió un cigarrillo. Al poco rato se paró, se asomó por la pequeña ventana abarrotada y se sentó. Después, metió una mano en sus calzoncillos y rascó sus genitales³.

De un instante a otro, la cámara dejó de captarlo en su celda.

A las 23:09 horas, un camión chocó contra un poste de distribución de media tensión de energía en la carretera General San Martín (Ruta E-89), la cual une a la zona de Colina con Santiago.

Muchos habitantes de la localidad disfrutaban del programa de televisión nocturno Morandé con Compañía, o se enteraban de los chismes de la farándula con un estelar de la competencia, Primer Plano. De improviso, las pantallas se apagaron y Colina quedó a oscuras. El choque provocó un corte de luz que duraría más de una hora.

La cárcel Colina II, situada a pocos metros de la plaza de armas, no fue la excepción. En el perímetro del

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