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El mejor periodismo chileno 2013: Premio periodismo de excelencia 2013
El mejor periodismo chileno 2013: Premio periodismo de excelencia 2013
El mejor periodismo chileno 2013: Premio periodismo de excelencia 2013
Libro electrónico321 páginas4 horas

El mejor periodismo chileno 2013: Premio periodismo de excelencia 2013

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Información de este libro electrónico

En este libro se recopilan los trabajos periodísticos que han sido premiados —como finalistas y ganadores— con el Premio Periodismo de Excelencia que organiza anualmente desde el año 2003 la Escuela de Periodismo de la UAH. Cada libro contempla textos de distintos géneros —columnas, reportajes, entrevistas, perfiles y crónicas— publicados en los medios escritos nacionales. Los trabajos son seleccionados por un jurado conformado por destacados periodistas y académicos que eligen las mejores piezas en cada categoría y determinan cuál es la mejor del año. Este libro constituye un gran aporte como bibliografía y material para la docencia en todas las escuelas de periodismo en Chile.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2019
ISBN9789569320842
El mejor periodismo chileno 2013: Premio periodismo de excelencia 2013

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    El mejor periodismo chileno 2013 - Varios autores

    universidad.

    TRABAJOS PREMIADOS

    PREMIO PERIODISMO DE EXCELENCIA

    UNIVERSIDAD ALBERTO HURTADO

    LA PARTIDA DE HUGO

    Y TERESA

    JORGE ROJAS

    The Clinic, 10 de mayo de 2013

    Jorge Rojas es periodista de la Universidad Finis Terrae. Ha sido finalista del PPE en dos oportunidades.

    Este es un texto de pluma generosa que, pese a la dureza de su trama, atrapa al lector y lo encanta a medida que avanza. Es un testimonio íntimo y bien equilibrado entre lo impactante y lo trascendente puesto que, si bien se ocupa de una historia que podría ser despachada por irrelevante, muestra un cuadro mayor de grandes temas como la eutanasia, el homicidio, el Alzheimer y la vejez. La mirada de sus dos protagonistas alejados de todo progresismo, representa el Chile que aún no podemos dejar atrás. La idea de esta crónica surge después de que Rojas viera la película Amour de Michael Haneke y recordara una pequena nota en un diario que daba cuenta de un hecho parecido. Al día siguiente, encontró en la fiscalía el expediente judicial. El resto, es lo que viene a continuación.

    LA PARTIDA DE HUGO Y TERESA

    El 17 de febrero de 2012 Hugo Gibbs le disparó a su esposa Teresa González y luego se suicidó. El Alzheimer que la aquejaba a ella y las enfermedades que lo agobiaban a él, fueron sus razones principales para no seguir viviendo. El caso fue catalogado como un femicidio, pero su família piensa que fue una eutanasia. Me llevo a mi fiel e incondicional compañera de toda la vida. Afortunadamente, ella no se da cuenta de nada, tiene inválida su cabecita, y al igual que yo, no quiere más guerra, decía la carta que escribió antes de morir. Esta es su historia de amor.

    Antes de dispararle a su esposa Teresa Gonzalez, Hugo Gibbs redactó dos cartas explicando la tragedia que lo agobiaba: una iba dirigida al juez y la otra a sus hijos Hugo, Nancy, Peggy y Teresa: Queridos, he tomado una decisión muy dolorosa. Me encuentro realmente enfermo, mi cabeza es un polvorín que parece que va a estallar en cualquier momento. Creo que se debe al quiste que tengo alojado en el cerebro. Si sumamos a esto el hecho de que no puedo caminar ni cincuenta metros sin que me duelan las piernas y me falte la respiración, estamos frente a un caso de invalidez a corto plazo, lo que me seria imposible de soportar, porque la Ita no tendría quién la atendiera, tecleó en una antigua máquina de escribir, y luego continuó: Espero que me comprendan y no me condenen. Me llevo a mi fiel e incondicional companera de toda la vida. Afortunadamente, ella no se da cuenta de nada, tiene inválida su cabecita, y al igual que yo, no quiere más guerra.

    Teresa González, de 82 anos, se había pasado los últimos 12 meses postrada en cama. Padecia de una grave infección urinaria y un agresivo Alzheimer, que la tenia repitiendo incoherencias todo el día. Su esposo había asumido su cuidado durante ese tiempo, le daba sus comidas, la banaba, la peinaba, y le cambiaba los panales. A sus 84 anos, sin embargo, él también había comenzado a sentir las enfermedades sobre su cuerpo. Un envejecimiento sufrido nunca había estado en sus planes.

    Gibbs continuó la carta con un detallado estado de los ahorros que ambos dejaban. Decía que por los dos debían darles $700.000 de la cuota mortuoria y que había que liquidar los días de pensiones pendientes. Creo que alcanzará para unos funerales sencillos, escribió antes de decir adiós: Me despido de ustedes con un abrazo grande y recordando a todos mis nietecitos: Hugo, Sacarias, Benjamin, Leito, Sebastian, Francisco Javier, María Francisca, Panchito, Luquitas, Chechito, Dieguito, y el Mati, a los que quisimos mucho. Para todos ustedes, vaya un amor sin fronteras.

    En la madrugada del 17 de febrero de 2012, encerrado en su pieza, Hugo Gibbs firmó la carta. En un particular ritual mortuorio, la dejó sobre una mesa de arrimo junto a otros papeles importantes: los cupones de pago de las pensiones, los carné de identidad, una libreta de familia y un cheque por $660.000. Bebió un par de vasos de Jack Daniel’s con Coca-Cola, y luego se recosto junto a su esposa. Desde allí, y a menos de 15 centímetros, le disparo en la cabeza y luego se suicidó. Quedaron semi abrazados.

    Debido a mi edad y a unas enfermedades que me acosan he decidido poner fin a mi vida, y como mi esposa sufre de Alzheimer muy avanzado, ademas de estar postrada, también se va conmigo. El revólver calibre 32 lo heredé de mi padre hace más de 50 anos, y lo mantuve guardado en mi escritorio bajo llave, para que mi familia no se enterara, confesó en la carta que le dejó al juez.

    PARA TODA LA VIDA

    50 días antes, Hugo y Teresa habían celebrado sus 63 anos de matrimonio. Como la fecha caía justo un dia antes de Ano Nuevo, la familia entera festejaba las dos fiestas en una.

    Se conocían de toda una vida, dice Peggy Gibbs al recordar el romance de sus padres. Empezaron a pololear cuando mi mamá tenia 13 anos y mi papá 15, agrega, mostrando un retrato familiar en blanco y negro, que tiene colgado en una pared de su casa. Alli aparecen Hugo, Teresa y todos sus hijos cuando eran ninos.

    La historia familiar dice que ambos se conocieron cuando los padres de Hugo llegaron a vivir a la pensión de los padres de Teresa, en Independencia. Tenian diez y ocho anos respectivamente, y antes de ser pareja y casarse, también fueron amigos.

    Que yo sepa, mi padre y mi madre fueron pareja única, explica Teresa Gibbs, mientras se empina un vaso de bebida ante la mirada emocionada de su hermana Peggy. Cuando se casaron, ellos se fueron a vivir a la población Juan Antonio Rios y tres anos después llegamos al departamento de República, donde murieron, anade.

    Al teléfono desde Iquique, Hugo Gibbs hijo cuenta que él llegó a ese lugar con diez anos y que su padre trabajó casi toda su vida como ayudante de contador en una empresa textil, lugar donde también se jubiló.

    —Es el único trabajo que recuerdo que haya tenido. Mi madre era de las mujeres a la antigua, fue siempre duena de casa y la verdad es que ella dedicó todo su tiempo a los hijos —dice.

    Peggy reafirma la versión de su hermano. Agrega que a su padre le gustaba mucho leer diarios y hacer puzles y que su mamá estudió para ser profesora de técnicas especiales, pero que nunca pudo terminar. En esos tiempos era mal visto que la mujer se casara y trabajara, recuerda.

    Con lo que ambos aportaban, vivieron tranquilos y se convirtieron en una familia de clase media. Los Gibbs Gonzalez no tenían grandes sobresaltos económicos. Les alcanzó, por ejemplo, para comprarse el departamento de la calle República y para que sus hijos estudiaran carreras técnicas, como secretariado y mecánica. En 1984, y luego del casamiento de Peggy Gibbs, Hugo y Teresa volvieron a vivir solos, pero la familia siguió igual de achoclonada: salían de vacaciones juntos, celebraban los cumpleanos, Fiestas Patrias, Navidades y cuanto festivo hubiese. El último aniversario de matrimonio, de hecho, lo festejaron en el living del departamento, con Teresa en silla de ruedas y vestida para la ocasión. Peggy cuenta que ese día su madre se veía hermosa, pero que estaba ida: Si bien su cuerpo estaba allí, ella no estaba con nosotros.

    EL OLVIDO

    Lo primero que Teresa Gonzalez olvidó fue la ropa de su marido. Ocurrió a finales del verano de 2010 en Pichidangui, cuando organizó el bolso para irse de vacaciones familiares y no le llevó ninguna prenda de recambio. Sus hijos recuerdan que ella no tuvo ninguna explicación para ese primer lapsus.

    A la semana siguiente de ese viaje, Teresa olvidó cómo cocinar arroz. Con los meses los platos fueron desapareciendo de su recetario mental. Un dia me llamó para preguntarme cómo se hacía un estofado, y tuve que explicarle paso a paso lo que tenia que hacer, dice Peggy Gibbs. Luego agrega: Mi papá tuvo que aprender a cocinar. Se hizo un cuaderno con recetas que nosotras le dimos y le compramos también un horno eléctrico para que fuera más fácil.

    Los médicos diagnosticaron rápidamente el Alzheimer que aquejaba a Teresa. Según la familia, la enfermedad se le gatilló por los remedios que tiempo atrás le habían recetado para combatir una agresiva infección urinaria, que la mantuvo hasta su muerte conectada a una sonda. Durante el 2010, de hecho, fue hospitalizada varias veces para tratar esta enfermedad y alli el Alzheimer avanzó con rapidez. Por ese tiempo le dio por pensar que el hospital era su casa y cada vez que alguien la visitaba mandaba a su esposo a poner la tetera para tomar once. Mira, llegó este caballero nuevo al edifício, recuerda Peggy que le decia su madre cada vez que ingresaba un paciente distinto a la sala.

    Luego de su última internación, a fines de 2010, Teresa González no volvió a levantarse. Su esposo reemplazó la cama matrimonial por dos catres de una plaza y media, y la pieza se convirtió en el centro de reunión de la casa. Había una televisión, una radio casete, una mesa de arrimo, un velador y un secreter donde Hugo guardaba los papeles importantes que había acumulado en su vida. Entre esos objetos, Teresa aguardó a que el Alzheimer devorara sus recuerdos. A veces hacía como que revolvia un puchero mientras veia televisión, y en otras ocasiones perdia la mirada en el vacío y movia las manos en el aire, con suavidad, como si pintara una tela. Cuando a mitad de tarde alguien le preguntaba por qué aún estaba acostada, ella decía que ya había hecho todas las cosas de la casa, que había barrido y cocinado, pero en realidad no había hecho nada.

    Por ese tiempo, sus hijos le pagaron una nana para que se ocupara de las cosas domésticas, pero ninguno de los dos se acostumbró a ser atendidos por un extrano. Gibbs habia asumido responsablemente el cuidado de su esposa y era el único al que ella dejaba cambiarle la sonda, banarla, trasladarla por la casa, o darle la comida. Para ayudarse, habia descubierto que todas las tareas se hacían mejor sobre una silla: había comprado una silla-bano para que ella hiciera sus necesidades en la pieza, una silla de ruedas para moverla por el departamento, y puso una silla adentro de la tina para banarla con más comodidad y sin peligro de caídas.

    Hugo Gibbs hijo recuerda que su padre siempre se quejaba de que gran parte de su jubilación se le iba en el cuidado de su esposa. Su hermana Peggy dice que de los $460.000 mensuales que recibía, cerca de $70.000 los gastaba en medicinas, $60.000 en la enfermera que cuidaba las escaras, $30.000 en panales e hipoglós, y el resto en comida. Algunas veces, cuando alcanzaba para lujos, le daba por comprar productos que ofrecían en la televisión, como un limpialfombras o un tónico para evitar la caída del cabello.

    Teresa Gonzalez se tomaba cinco remedios diarios. Para ordenarse con los horarios, Hugo había pegado un cartón en un muro para seguir al pie de la letra las indicaciones. Ella se atendia por Fonasa y todas las semanas iba a la Estación Médica de Barrio San Emilio, a pocas cuadras de su casa, a controlarse la infección urinaria crónica que la aquejaba. Como el Alzheimer no está incluído en el plan Auge, la familia había optado por controles privados, porque las esperas en los hospitales a veces resultaban muy tediosas, como una vez que estuvieron desde las 9 hasta las 18 horas aguardando al médico.

    Pese a esas preocupaciones, el deterioro de su memoria fue vertiginoso e irreversible. Su mente viajaba por distintos lugares y momentos de su vida, y cada día una parte de su historia se esfumaba, confundiéndolo todo. Al principio inventaba cuentos inocentes, como cuando creia que su cama era una playa y que se estaba banando con su esposo, pero a los pocos meses olvidó todo. Como si una terrible gangrena se comiese su pasado a tarascadas, a Teresa el Alzheimer le borró décadas, anos, meses, semanas, días y horas de recuerdos, hasta dejarla en el delirio.

    Fue en esa peor etapa de la enfermedad, cuando ya se le había olvidado incluso ir al bano, que los hijos le propusieron a su padre internarla en un asilo de ancianos, donde él pudiese visitaria cuando quisiera. Al principio hubo acuerdo, pero a las semanas Hugo se arrepintió. No voy a resistir tener que despedirme de tu madre todos los dias, les dijo en una reunión familiar.

    EL CLUB DE LOS AMIGOS

    —Todos muertos, en esta foto están todos muertos, menos yo —dice Gastón Delaveau, mientras mira una imagen en blanco y negro, donde él aparece con ocho amigos en un paseo playero. Sentado en una pequena mesa en el living de su casa, cuenta que los ha enterrado a todos, y pasa lista con nostalgia: Patricio Henríquez, muerto; José Briseno, muerto; Antonio Tagle, muerto; Aldo Devoto, muerto; Carlos Gibbs, muerto; Hugo Gibbs, muerto. Todos muertos.

    Delaveau tiene 86 anos, pero representa diez menos. No recuerda cuándo fue tomada la fotografia, aunque por las caras cree que fue hace como 30 anos. El retrato remueve su memoria.

    —Los Amigos, nuestro club se llamaba Los Amigos —dice con pausa, mientras trata de recordar más detalles para describir al grupo—. Nos juntábamos todos los viernes a jugar dominó, a comer y a tomar alguna cosita.

    Hugo Gibbs era socio fundador de este club. Jugar dominó y compartir con los amigos de la vida era su pasatiempo favorito. Con ellos hablaba de noticias, contaba tallas, chascarros y mentiras, organizaba paseos, bailes, comidas, y un par de veces al ano armaban viajes familiares. La mayoría de los miembros de esta particular hermandad eran falangistas, y todas las reuniones estaban llenas de ritos. Estaba prohibido, por ejemplo, apostar en el dominó o hablar de religión, y una semana antes de Navidad se realizaba la Noche de los Recuerdos, donde cada socio hablaba de lo bueno y lo malo del ano, y luego se repartían regalos.

    En sus inicios, el club tuvo estatutos. Los redactó un antiguo fundador que trabajaba en una notaria. Allí se establecía que la agrupación era sin fines de lucro y que los socios tenian derechos, deberes y prohibiciones. Se constituye un círculo social de amigos del sexo masculino, que se denominará ‘Los Amigos’, dice el artículo primero de un roído libro artesanal escrito a máquina hace más de 40 anos.

    El socio deberá estar dispuesto a acatar estos estatutos y tener un alto espíritu de cooperación y amistad. Vale decir, saber apreciar las virtudes y defectos de sus integrantes, más aún, comprenderlos, continúa el artículo.

    El club llegó a tener 16 miembros y todos envejecieron jugando dominó. Hace 15 anos comenzaron a morirse los primeros y la hermandad mermó en integrantes. Pese a que varias veces rearmaron el grupo, abriéndole las puertas a socios más jóvenes, pocos meses antes de la muerte de Hugo el club había quedado reducido a solo cuatro personas: Hugo Gibbs, Hugo Gibbs hijo, Gastón Delaveau y Humberto Cevallos, que hoy es el custodio de los tesoros más preciados de la agrupación: el libro de estatutos y un álbum fotográfico con casi cien retratos en blanco y negro de las reuniones.

    —Hugo no fallaba nunca. Pese a que cuidaba mucho a la Teresita, él siempre se hacía el tiempo para jugar —recuerda Cevallos.

    La preocupación por la salud de Teresita era tema recurrente en cada encuentro. Hugo les había ido informando del deterioro de la salud de su esposa, que cada vez empeoraba. Cuando jugaban en su casa, de hecho, él aprovechaba los descansos para atender las necesidades de ella.

    Hasta una semana antes de su muerte, ninguno de sus amigos lo vio agobiado ni deprimido, pero Cevallos recuerda hoy un detalle que podría haber dado pistas. En una sesión de dominó en su casa, en diciembre de 2011, Hugo se quedó apreciando por varios minutos un revólver Smith & Wesson que tenia arriba del librero.

    —Humberto, ¿tienes como conseguirte balas? —le preguntó en medio de un juego.

    PREMEDITACIÓN

    11/12/2011: hoy el corazón me ha dado un segundo aviso. Dos fuertes puntadas en el pecho me indican que viene algo grande. A raíz de esto, hace días que vengo madurando una decisión que debo tomar con respecto a Tere y yo. ¿Quién podrá cuidarla como yo si quedo imposibilitado? ¿Se imaginan la tremenda carga que seríamos para ustedes?, decía la carta que Gibbs escribió en el cuaderno de las recetas, dos meses antes de matar a su esposa y suicidarse.

    Allí, donde alguna vez anotó los platos que su esposa había olvidado en el comienzo de su enfermedad, Hugo Gibbs escribió su propio calvario. Al recetario le confió que tenia miedo de morir y de dejar a su esposa sufriendo, y que tenia un plan para remediado. El 31 de enero del año pasado nuevamente relató sus tormentos.

    Hoy desperté con un horrible ruido en mi cabeza, y tres veces, al tratar de levantarme, sufrí sintomas de desmayo. O sea, mi cabeza ya no está funcionando normalmente... debe ser un quiste que tengo en el cerebro. Por mi edad y por mi enfermedad sin solución he decidido irme de este mundo, y como mi esposa también está afectada por enfermedades sin solución, he decidido llevármela conmigo.

    Hugo sabia que el Alzheimer era una enfermedad familiar, que no solo afecta a quien la padece, sino que también al entorno. Sabia, también, que una de las precauciones que debía tener un cuidador de enfermos era precisamente no enfermarse, y él se sentia viejo y agobiado. La rutina se había convertido en un problema, y hasta cierto punto cuidar de su esposa había implicado dejar de vivir su vida.

    La noche del 17 de febrero de 2012 fue el momento que eligió para matar a su esposa y suicidarse. Pocos meses antes, su hijo Hugo y tres de sus nietos se habían ido a vivir al departamento para acompanarlo, pero ese dia estaban invitados a un matrimonio. Gibbs aprovechó la soledad para llevar adelante su ritual de despedida. Se ven muy lindos, dejen que les tome una foto, le dijo a su hijo y a sus nietos al verlos enfundados en un traje de ceremonia antes de partir a la iglesia.

    No fue del único que se despidió. Cerca de las diez de la noche llamó a todas sus hijas, pero solo se comunicó con Peggy Ella recuerda que su padre no le dio grandes luces de que algo estuviera mal, solo que le dijo que la extranaba mucho y que siempre recordara el amor que sentia por ella.

    No está claro a qué hora ocurrieron los disparos, pero cuando su hijo los encontró, Hugo y Teresa llevaban más de diez horas fallecidos en la cama. Un hilo de sangre corria por sus cabezas. El papá le disparó a la mamá y después se disparó, recuerda Peggy que le dijo su hermano durante la mañana del 18 de febrero. La siguiente imagen que se le viene a la cabeza es la todos los hijos rezando a los pies de la cama, donde estaban los cadáveres. Mi hermano lo retaba, le gritaba con pena: ‘;Pero cómo papá se le ocurrió hacer esto! ¿Por qué? Usted sabia que esto no estaba bien’. Estuvieron un par de horas sin entender nada, hasta que la PDI les leyó la carta que su padre había dejado. Eso les trajo consuelo.

    Para los funerales llegó mucha gente y ambos fueron velados en la misma capilla. Hasta allá llegaron Gastón Delaveau y Humberto Cevallos. Ninguno entendia lo que había sucedido. De todas las muertes que habían enlutado al club de Los Amigos, sin duda que la de Hugo era la más trágica. Ese día Nancy Gibbs leyó un discurso a nombre de la familia: Para emprender este vuelo sagrado decidiste el día y la hora, junto a tu Tere querida, tu amor de tantos anos, tu fiel companera, tu mano en cada peldano. Juntos caminaron ano tras ano, hasta que la fuerza, más no el carino, fue debilitándoles la carne, hasta quedar sin aliento y querer solo derrumbarse, queriendo incluso dormirse para siempre y no ser carga para nadie. ¿Cómo no entender entonces tan dramática partida?.

    AMOUR

    Teresa Gibbs espera impaciente en una bodega donde la Fiscalía Centro Norte guarda las evidencias de los casos. Ha pasado un ano y dos meses de la muerte de sus padres, y hace pocos dias un funcionario le escribió para que fuera a retirar unas especies. Sentada allí, ansiosa, reflexiona: Amor más grande que ese... no sé, no he visto en mi vida, dice con nostalgia.

    No hace mucho, la familia se enteró de que el caso de sus padres es considerado por el Servido Nacional de la Mujer como el femicidio número 5 de los 34 que hubo el ano pasado. Teresa aclara que ninguno de los hijos cree que eso sea así. Al contrario, ella lo ve como un caso de eutanasia. Dice que su papá siempre estuvo de acuerdo con el buen morir y que constantemente les advertia que él no iba a soportar quedarse postrado o que le cambiaran panales. Yo sé todo lo que mi papá amaba a mi marná, argumenta Teresa para descartar ese delito.

    A los pocos minutos un funcionario sale de la bodega con unos papeles. Son las cartas originales que Hugo Gibbs escribió a máquina para sus hijos y el juez. Teresa camina rumbo a la estación del Metro con las hojas en sus manos y repasa las líneas y la firma que su padre estampó. Dice que el documento no la emociona como antes, pero que aún hay cosas que le preocupan. ¿Que si yo haría lo mismo? No sé, no creo que seria tan valiente como mi papá. Nosotros ya lo perdonamos, pero estamos intranquilos por su alma, afirma con preocupación. "Hemos tratado de comunicamos con él, y sabemos que su espíritu no está

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