Cuando Alejandro G. Iñárritu (Ciudad de México, 1963) levantó el Oscar como Mejor Director por El renacido (2015), dijo desde el escenario: Hagamos que para las nuevas generaciones el color de nuestra piel sea tan relevante como el largo de nuestro pelo. El año anterior había recibido ya tres estatuillas por Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia) (2014), al Mejor Director, Película y Guion. Entonces se lo había dedicado también a los mexicanos en Estados Unidos, para que la generación actual sea tratada con los mismos derechos y dignidad que los que vinieron antes, y que construyeron esta gran nación de inmigrantes.
México siempre ha estado ahí, pese a que decidió marcharse a vivir a Los Ángeles con su familia después del éxito internacional de su primera película, (2000). En principio el viaje era para un año, pero el hecho es que nunca volvió. Allí ha tejido su carrera de cineasta –con la única excepción de (2010)–, desde (2003) y (2006) hasta las dos anteriormente mencionadas. Y allí se ha convertido en uno de los directores(1940) y(1941) y Joseph L. Mankiewicz por(1949) y (1950)–. Casi nada. Sin embargo, triunfar en un país que desprecia sus orígenes, servirse de un sistema hiperliberalista que critica y ser un privilegiado en un mundo profundamente insolidario le ha creado no pocos conflictos internos. De ahí nace que presentó primero en el Festival de Venecia y después en el de San Sebastián. Es en este último donde recibe a FOTOGRAMAS, después de disculparse para salir a fumar unos minutos y tomarse un café bien negro.