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El Vampiro Heredero: Ritual del Vampiro, #1
El Vampiro Heredero: Ritual del Vampiro, #1
El Vampiro Heredero: Ritual del Vampiro, #1
Libro electrónico236 páginas3 horas

El Vampiro Heredero: Ritual del Vampiro, #1

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Información de este libro electrónico

Una joven con un secreto, un vampiro con una sentencia de muerte y un destino terrible que los destruirá a ambos…

Cuando me invitaron al secreto castillo DuMoir, sabía que acabaría muerta. Puede que los invitados estén emocionados por la exclusiva visita a la propiedad y el baile que la concluye, pero yo sé la verdad.

Los habitantes del castillo son vampiros, y quieren nuestra sangre.

Debo encontrar una manera de sobrevivir a su festín, porque no estoy aquí como una despistada visitante. Estoy aquí por una razón. El trabajo encubierto es peligroso, sin embargo, he pasado por cosas peores. Hasta que me convertí, sin quererlo, en la esclava de sangre de Drake, el melancólico príncipe vampiro.

La tragedia golpea al castillo y surge el caos. A pesar de los nuevos peligros que nos rodean, pronto descubro que Drake es más de lo que deja entrever, y en mi pecho se agitan sentimientos que no debería tener.

Pero no puedo permitirme ninguna distracción o todo estará perdido. Después de todo, oculto un oscuro secreto que podría salvarnos a todos... o condenarnos para siempre.

Una emocionante y sangrienta novela de romance paranormal, El Vampiro Heredero es una impresionante historia de fantasía para jóvenes adultos con un oscuro príncipe vampiro y una fuerte heroína. Los fans de Sombra de Vampiro y Crónicas Vampíricas se volverán adictos a esta nueva serie.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 abr 2024
ISBN9798224998500
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    El Vampiro Heredero - Juliana Haygert

    1

    THEA

    Estaba allí. No podía creerlo, lo había logrado.

    Alrededor de mí, las otras noventa y nueve personas tomaron la mitad de la plaza del pueblo. Mientras esperábamos que el tren nos recogiera, ellos hablaban, se reían y especulaban cómo sería, lo que haríamos y a quiénes conoceríamos.

    No se trataba de un día cualquiera cuando el castillo DuMoir abría sus puertas al público. De hecho, solo ocurría dos veces al año y solo cien afortunados eran invitados de forma aleatoria entre cientos o millones de solicitudes que recibían.

    Y yo era una de las afortunadas.

    —¿No es esto muy emocionante? —preguntó una chica detrás de mí. Una sonrisa muy amplia adornaba sus labios mientras saltaba sobre sus pies. Su emoción era irritante, incluso entristecedora—. No puedo creer que he sido elegida.

    —Emocionante —dije, a pesar de que no podía ser algo más diferente a lo que sentía. Si me detenía a pesar en ello, si consideraba todo lo que podía pasar, todo lo que pasaría… Inhalé profundo para calmar mi acelerado corazón, permití que el temblor de mis brazos se detuviera.

    —Oh. —Ella se estiró y me apretó el brazo—. Veo el tren acercarse. —Se volvió hacía mí, su sonrisa era más amplia que unos segundos antes y sus ojos marrones brillaban bajo la luz del sol de la tarde.

    El majestuoso y brillante tren negro se acercó despacio a una parada detrás de la pequeña plataforma de madera que servía como estación en la esquina de la plaza del pueblo. Las puertas de vidrio se abrieron y un individuo alto y guapo, que usaba un traje negro y una corbata de color burdeos, salió debajo del amplio y oscuro toldo que cubría la plataforma. Había una cruz plateada prendida en su solapa, el símbolo del castillo DuMoir.

    —Buenas noches, damas y caballeros —dijo con una voz baja que pasó sobre la multitud y calló a los invitados. Él sonrió, lo que ocasionó que sus facciones le hicieran ver más guapo—. Soy Karl, su anfitrión de la aventura de esta noche. Tengo una pregunta para vosotros: ¿estáis listos para la mejor noche de vuestras vidas? —Vitoreó la audiencia—. Entonces, por favor, pasad adelante. Tened su invitación a la mano mientras los chequeo, antes de que abordéis el tren DuMoir.

    Los invitados se apresuraron hacia el tren, se empujaban los unos a los otros mientras trataban de entrar, como si el tren partiría y los dejaría atrás. Como un portero en un popular club nocturno, Karl se paró al lado de la puerta mientras se aseguraba de que quienes pasaran le mostraran su invitación.

    La chica, que aún estaba a mi lado, gritó mientras pasábamos por las puertas.

    —Esto es tan emocionante.

    Ella se detuvo en frente de Karl y le mostró su invitación, Karl asintió.

    —Por favor, pasa, jovencita.

    Entonces yo estuve enfrente de él. Cuando estuvimos más cerca, él se veía más alto e imponente, pero su sonrisa no llegó a sus ojos azules. Le mantuve la mirada mientras le entregué mi invitación, decidida a que mi mano no temblara. Él tomó el papel beige de mis manos y le echó un vistazo.

    —¿Thea Harrington? —preguntó.

    —Esa soy yo. —Levanté la quijada.

    Él entrecerró sus ojos, pero rechacé quebrarme bajo su mirada. Eso apenas comenzaba, no me quebraría en ese momento.

    El broche del tamaño de un centavo escondido en el bolsillo interior de mi chaqueta tembló mientras él arrugaba la nariz y se alejaba de mí.

    Karl hizo un chasquido y me devolvió la invitación, como si se aburriera de repente.

    —Bienvenida a bordo, señorita. —Señaló las puertas.

    —Gracias —murmuré mientras me apartaba de él.

    Un largo y aliviado suspiro escapó de mis pulmones cuando ingresé en el tren.

    La locomotora era aún más elegante por dentro. Las ventanas oscurecidas eran grandes y se curvaban hacia arriba, ocupaban la mayor parte del techo. Dos columnas de grandes sillones de cuero negro se situaban a cada lado del amplio pasillo, con televisores de pantalla táctil y mesas plegables en sus respaldos. Algunas sillas estaban giradas hacia atrás y una mesa de madera lisa se situaba entre dos filas.

    Por las revistas y artículos que había leído sobre la visita al castillo DuMoir, sabía que también habría un lujoso vagón comedor, un vagón cine, un vagón con piscina e incluso dormitorios.

    Había comenzado a caminar por el primer vagón, cuando una mano me cogió la muñeca.

    —Oye, siéntate aquí —dijo la chica de antes mientras tiraba suave de mi brazo.

    Contuve una mueca. No era el momento de hacer amigos. Miré a mi alrededor, pero los asientos se llenaban rápido y ¿qué excusa le daría? Ya ella había visto que estaba tan sola como ella.

    —Seguro —suspiré y me desplomé en el asiento a su lado.

    La chica me ofreció su mano.

    —Soy Judy.

    —Thea —le respondí. La miré una vez más mientras sacudía su mano. Quizá tenía mi edad, diecinueve o veinte, y era muy bonita, con su cabello castaño rojizo y su piel bronceada. Retiré mi mano de la suya, me instalé en mi asiento y puse mi mirada al frente.

    La chica no pareció entender la señal.

    —¿Así que cuánto tiempo has tratado de ser invitada por los DuMoir?

    Suprimí una queja.

    —Dos años.

    —Oh, eres tan afortunada.

    Fruncí el ceño. ¿Lo era?

    —Ellos no permiten visitantes menores de quince años.

    —Es cierto, pero mi familia entera ha intentado ser invitada por años y, finalmente, solo yo he conseguido una invitación. —Ella levantó la cabeza—. Entonces, ¿por qué quieres ver al castillo DuMoir?

    La pregunta del millón. Todos aquellos que conseguían una invitación debían responder esa pregunta. Coloqué mis manos en mi regazo, agradecí que cada vez temblaba menos, y le dije lo que había ensayado por meses.

    —He vivido en el pueblo la mayor parte de mi vida. No hay nada interesante que hacer por aquí, excepto por el hecho de este misterioso castillo que tenemos cerca. ¿Quién no querría verlo? Para conocer a los lores y nobles que viven dentro.

    Su sonrisa era tan amplia que pensé me cegaría.

    —¡Exacto! No vivo en Crimson Glen, pero mis abuelos sí. Mis padres se han criado allí hasta que se han casado y se han mudado lejos, aunque visitamos el pueblo muy seguido. Siempre he soñado con ver el castillo en persona, con conocer a un príncipe, a un lord o a un guardia real, y… —Sus mejillas se enrojecieron y ella apartó la mirada muy rápido.

    Menuda mierda, esa chica pensaba que se dirigía a un cuento de hadas, cual Cenicienta que conocería a su príncipe en el baile. Pobrecilla.

    Mi ansiedad y mis nervios fueron reemplazados por una ira creciente. Ira por esa chica y sus sueños.

    —Bueno, cualquier cosa puede pasar —me obligué a decir.

    Volvió a mirarme a los ojos con una pequeña sonrisa en sus labios cerrados.

    —De todos modos, he venido a pasar una noche divertida. He oído que hay un pueblo fuera del castillo con tabernas, posadas y establos de verdad, como las cosas antiguas, ¿sabes? —Asentí con la cabeza—. También hay un lago y paseos en barco, y una pequeña bodega. Y para coronar la noche, una visita al interior del castillo y una fiesta de disfraces en el salón de baile.

    Un escalofrío recorrió mi espalda.

    —Así es.

    —Qué emocionante —repitió Judy por décima vez o más. Si tuviera que adivinar, escucharía ese mismo tono de ella al menos otras quinientas veces hasta el final de la visita.

    Cuando los pasajeros se sentaron y las puertas se cerraron la voz de Karl sonó por los altavoces.

    —Bienvenidos a bordo, damas y caballeros. Por favor, poneos cómodos. Un dato curioso sobre nuestro fabuloso tren: puede alcanzar los 400 kilómetros por hora, pero como el castillo DuMoir está a solo sesenta kilómetros y el paisaje es hermoso al atardecer, nos tomaremos este viaje con calma.

    Una hermosa azafata con traje negro, camisa color granate y el broche de la cruz de plata apareció a mi lado. Con una amplia sonrisa, desplegó cada una de nuestras mesas, depositó sobre ellas copas de cristal llenas de líquido burbujeante.

    —Gracias —susurré mientras ella se daba la vuelta y atendía a los invitados del otro lado del pasillo.

    —Por favor, disfrutad una copa de uno de nuestros mejores vinos, producidos en la hacienda DuMoir —continuó Karl—. Si necesitáis algo, nuestros asistentes podrán ayudarles sin duda. Disfrutad del viaje. Llegaremos al castillo DuMoir en menos de treinta minutos.

    Miré la copa y el líquido parecido al champán que tenía delante. Tragué con fuerza.

    A mi lado, Judy se bebió el vino de un solo trago. Con un sonoro gesto dejó su copa y se volvió hacia mí.

    —Está delicioso. Bébelo.

    Con el rabillo del ojo miré a los asistentes que estaban cerca.

    —No suelo beber este tipo de cosas.

    —Pero sabe bien. Te gustará.

    —No, no lo quiero.

    —¿Por qué no? Estamos aquí para disfrutar de esta visita. Aquí está la primera prueba.

    Arrugué la nariz.

    —Yo no...

    Judy exhaló.

    —Bien, entonces me lo beberé —jadeé cuando ella agarró mi copa y se la bebió entera en menos de dos segundos. Mi garganta se secó y mi corazón se aceleró. De nuevo, miré a los asistentes, esa vez no tan discreta, pero ninguno nos miraba. Por suerte, Judy volvió a poner mi copa vacía delante de mí—. Bueno, la segunda vez fue aún mejor.

    —No tienes ni idea de lo que has hecho —susurré y deseé que no me oyera.

    Se encogió de hombros.

    —Este viaje de lujo es gratis. Voy a comer, beber y aceptar todo lo que me den. Y si no lo quieres, también tomaré lo tuyo —sonrió, todavía con el mismo aspecto inocente y alegre de la chica que me había hablado por primera vez en la plaza del pueblo no hacía ni veinte minutos.

    Me picaron los dedos y, aunque no conocía a esa chica, me asaltó un repentino deseo de alcanzar y coger su mano demasiado fuerte para contenerlo. Se me escapó un pequeño jadeo, pero, en lugar de alcanzarla, me senté sobre las manos y miré al frente, deseé que esa noche terminara.

    Para que todo terminara.

    2

    DRAKE

    Después de trece días de lucha incesante, mi cansancio calaba hasta los huesos.

    Cada paso en la amplia y brillante escalera negra me suponía más esfuerzo del que quería admitir.

    Pasé junto a tres sirvientes humanos que observaron mi armadura ensangrentada durante un segundo de más, antes de recordar su lugar y hacer una profunda reverencia cuando pasé.

    Me quejé. Ese lugar estaba plagado de humanos.

    Dos guardias vestidos con los colores del castillo, traje negro y corbata burdeos, estaban parados frente a las puertas dobles del despacho de Reynard. Ni siquiera me miraron cuando me acerqué, se limitaron a abrir las puertas y yo me hice a un lado.

    —Drake. —La voz de Reynard flotó hacia mí antes de que pudiera ubicarle. Ubicarlos.

    Aunque la habitación estaba llena del conmovedor aroma de Reynard, al entrar en ella olí también la presencia de Alex.

    Con una copa de líquido rojo en la mano, Reynard asomó su rubia cabeza por la esquina de su despacho.

    —Estamos aquí. —Marché hacia la larga mesa de caoba y los sillones de cuero negro que se encontraban ante los grandes ventanales de cristal, luego giré a la derecha. El despacho se abría a una sala de ocio más grande, con una mesa de billar, sofás bajos, una gran pantalla y sillas parecidas a las de un cine. En una de las paredes había un bar repleto de alcohol y sangre.

    Reynard estaba entre la mesa de billar y la barra, dio un sorbo a su bebida mientras Alex se inclinaba sobre la mesa de billar, con su pelo castaño que caía sobre los hombros y el rostro, al tiempo que hacía un movimiento. Su taco golpeó la bola blanca con precisión y embolsó cuatro bolas.

    Con una sonrisa de gato, Alex se enderezó y me miró fijo.

    —Hola, Drake. ¿Qué tal las montañas del norte?

    Reprimí mi odio hacia ese imbécil insufrible y le ofrecí la misma sonrisa de depredador.

    —Frías y distantes. —Luego, me volví hacia Reynard, nuestro líder, y comencé con mi informe—. Intenté resolver los problemas de los hombres lobo de forma pacífica, pero no lo he conseguido. Se ha producido una batalla y, después de trece días de lucha sin parar, finalmente me he abierto paso. He matado a sus líderes, he reunido al resto de la manada, he elegido nuevos líderes y les he explicado las reglas a todos. —Señalé mi armadura ensangrentada—. Acabo de volver.

    Reynard miró mi ropa y chasqueó la lengua.

    —Deberías haber descansado antes de venir a verme.

    —Puedo descansar más tarde —le aseguré—. Ahora solo quiero una comida y un baño caliente.

    —Oh, ¿tienes hambre? —preguntó Alex con voz divertida—. Brianna, ven aquí, cariño. —Como tirada por un hilo, una joven con un revelador vestido blanco apareció por detrás del sofá. Se puso de pie y yo cerré los ojos por un momento, como si me doliera mirar a una chica tan joven y bonita con varias heridas costrosas en su cuello, antes intacto. Como una muñeca, se paseó hacia Alex—. Dale un mordisco —me ofreció.

    Reprimí un gruñido, aunque estaba seguro de que él podía oírlo retumbar dentro de mi pecho.

    —No, gracias —siseé.

    Sacudió la cabeza una vez.

    —Bueno, si no lo quieres... —Rodeó con su brazo la cintura de la joven, la acercó y mantuvo mi mirada mientras me enseñó los dientes. Sus caninos se alargaron y luego le mordió el cuello.

    La chica jadeó de placer. La pobre era quizá una adicta, acostumbrada a ser una bolsa de sangre y a nuestra saliva inductora de éxtasis. El mordisco de un vampiro era tan adictivo como peligroso.

    La sangre se deslizaba por su cuello, por el profundo escote de su vestido y entre sus rollizos pechos.

    Se me hizo la boca agua.

    —Alex, deberías poner fin a la miseria de esa esclava de sangre cuanto antes —gritó Reynard mientras observaba cómo Alex bebía la sangre de la chica con gusto. Reynard sacudió la cabeza una vez y se dirigió a la barra. Allí cogió una de las muchas botellas llenas de sangre fresca y llenó una copa gorda hasta el borde. Me la ofreció.

    —Gracias —murmuré y tomé la copa. Inhalé profundo, dejé que el pesado aroma metálico llenara mis sentidos. Luego lo engullí como si hubiera un fuego dentro de mí y esa bebida, ese líquido rojo, fuera lo único que podía apagarlo.

    —Ya está —dijo Alex y soltó a la chica. Su cuerpo se desplomó en el suelo como un saco de patatas. Como un verdadero príncipe, Alex sacó un pañuelo del bolsillo de su traje y se limpió la boca. En cuanto a la chica, ni siquiera la miró de nuevo—. Haré que alguien se deshaga del cuerpo.

    Reynard le ignoró y me dijo:

    —Esa jauría lleva años dándonos problemas. —Con un movimiento distraído llevó la mano al colgante de la cruz de plata que se veía sobre su camisa y lo

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